2003
Cuidados familiares intensivos
marzo de 2003


Cuidados familiares intensivos

Dos horas después del nacimiento de nuestro quinto hijo, Angelique, ésta empezó a llorar cada vez que respiraba y comenzó a amoratarse. Nos dimos cuenta de que algo serio estaba pasando.

Las pruebas médicas indicaron que Angelique tenía estreptococos del grupo B, una grave enfermedad para los recién nacidos. Se la trasladó de inmediato a un hospital especializado en este tipo de problemas y yo me quedé desanimada y sumamente preocupada al ver que llevaban a mi bebé en una ambulancia.

Una vez que fui dada de alta dos días después, me fui directamente a ver a Angelique y, al entrar en la sección neonatal de cuidados intensivos, el temor se apoderó de mí. Había dos médicos y muchas enfermeras alrededor de mi hija. La pequeña estaba conectada a tantas máquinas que apenas podía ver su cuerpecito.

Hice a un lado a un médico y le pregunté: “¿Vivirá?”. Me miró con seriedad y dijo: “Aún no estamos seguros, pero haremos todo cuanto podamos por ella”. Me pidió que me fuera a casa y descansara.

Mientras mi esposo me llevaba a casa, no hablamos; ambos estábamos demasiado preocupados. Él regresó al hospital para darle una bendición a nuestra hija y pasar la noche al lado de la unidad de cuidados intensivos.

Esa noche, al acostar a los otros cuatro niños, el mayor, de 7 años, lloraba porque no podía abrazar a Angelique. Les habíamos dicho que, probablemente, la pequeña no viviría, pero ellos no entendieron.

Fui a mi cuarto y ofrecí la oración más sincera de mi vida. Le dije a mi Padre Celestial cuánto amaba a Angelique, pero que podía llevársela si era Su voluntad. Le expliqué que sabía que éramos una familia eterna y le expresé mi gratitud por mi matrimonio en el templo. En ese instante me embargó una sensación de paz, amor y felicidad que jamás olvidaré.

Luego pude sentir claramente que Angelique necesitaba oír nuestras voces. Mis hijos solían “hablarle” antes de ella naciera; ella había estado con nosotros al decir las oraciones familiares, al cenar juntos y cuando cantábamos, pero ahora sólo oía a extraños en el hospital.

Desperté a los niños, que se mostraron animados a compartir mensajes con la pequeña mediante una grabadora de casetes. Cantamos canciones conocidas de la Primaria y le dijimos lo mucho que la amábamos. Le dijimos que cuidaríamos de ella y que haríamos cosas juntos si se ponía mejor. A la mañana siguiente llevé la grabadora al hospital y pedí a las enfermeras que la pusieran al lado del moisés de Angelique y que se la pusieran continuamente.

Cuando regresé al hospital más tarde, una enfermera entusiasmada me saludó y me dijo que había sucedido algo de lo más sorprendente.

Angelique estaba conectada a un respirador que registraba cuándo respiraba por sí misma y cuándo era la máquina la que hacía la labor. Al reproducir la cinta, empezó a respirar por sí misma la mitad del tiempo, y cuando ésta se detenía, la máquina tenía que volver a respirar por ella. Resultaba curioso ver su cuerpecito volverse más activo al reproducirse la cinta. Las enfermeras pusieron la cinta las 24 horas del día y Angelique se recuperó lentamente y pudo regresar a casa dos semanas después.

Creo firmemente en el poder de la oración y en el amor de la familia. Tengo un testimonio de que nuestro Padre Celestial oye nuestras oraciones y que si deseamos conocer Su voluntad, Él nos inspirará mediante el Espíritu Santo.

Pamela Steenhoek es miembro del Barrio Allatoona, Estaca Marietta Este, Georgia.