2002
Élder Adhemar Damiani de los Setenta
diciembre de 2002


Entre Amigos

Élder Adhemar Damiani de los Setenta

Nací en la gran ciudad de São Paulo, Brasil, en 1939. La Segunda Guerra Mundial empezó ese año y a causa de ello mi familia pasó por muchas dificultades. La comida escaseaba y teníamos muy poco dinero. En aquel entonces, la vida no era tan fácil y cómoda como lo es ahora para mucha gente. No teníamos televisiones ni aspiradoras ni computadoras, y empleábamos la chimenea para cocinar.

A mis cuatro hermanos y a mí nos encantaba jugar al fútbol en el patio. No teníamos dinero para comprar una pelota, así que nuestra madre nos hizo una con ropa vieja. Usábamos dos árboles frutales del patio a modo de portería.

Cuando aún era muy pequeño, mis hermanos y yo aprendimos a ayudar a nuestra madre en las tareas de la casa. Nuestros padres creían que todo trabajo era bueno y decían que siempre debíamos hacer nuestras tareas bien y con gusto.

Para pagarme los estudios y ayudar a mi padre a sostener a la familia, a los catorce años conseguí dos empleos a tiempo parcial. Para llegar a tiempo al trabajo de la mañana, me subía al autobús a las 6.30. Por las mañanas trabajaba como chico de los recados en una oficina, subiendo y bajando las escaleras de un edificio de quince plantas. Por las tardes entregaba pedidos por toda la ciudad. Nada más terminaba el trabajo de la tarde, me iba directo a la escuela, donde estudiaba de 7:00 a 11:00 de la noche. No solía llegar a casa sino hasta más o menos la medianoche. Estudiaba en el autobús y los sábados, por lo que tuve que dejar muchas actividades. Más adelante también trabajé mucho para ir a la universidad.

Como estaba dispuesto a trabajar fuerte, hice un buen papel en los estudios y luego tuve empleos muy buenos. Fui el director de una gran empresa establecida en todo Brasil. Podía hacer esas cosas gracias a los sacrificios que hice siendo niño.

¿Qué metas les gustaría alcanzar? Si trabajan mucho y hacen sacrificios, podrán alcanzar cualquier meta que tengan.

Cuando fui presidente de misión, aprendí que muchas veces los mejores misioneros son aquellos que tienen que hacer grandes sacrificios para servir en una misión. Conocí a un joven misionero que ahorró el dinero para ir a la misión repartiendo periódicos. Mientras él servía en el campo misional, sus hermanos menores también se sacrificaron por él. Sin decírselo, siguieron adelante con el empleo de repartir periódicos y ahorraron todo el dinero que ganaron. Cuando volvió a casa, le dieron el dinero para que pudiera asistir a la universidad y ahora está a punto de graduarse.

Cuando tenía 20 años, los misioneros bautizaron a mi novia y a su familia, y también me enseñaron a mí. Recibí un testimonio al leer el Libro de Mormón y me bauticé. Mi novia, Walkyria, y yo nos casamos cuando tuve veintitrés años, y varios años más tarde viajamos al Templo de Los Ángeles, California, para ser sellados. No teníamos dinero para llevar a nuestros hijos con nosotros, por lo que se sellaron a la familia cuando se inauguró el primer templo de Brasil, el Templo de São Paulo.

Durante la edificación de ese templo, los miembros de la Iglesia que vivían cerca colaboraron en su construcción. Se les pidió que dedicaran un día del mes para trabajar en el templo. A veces la gente se tenía que arriesgar a perder su empleo para tomar un día libre y trabajar en él, ¡pero mereció la pena! Muchos niños ayudaron también en la construcción del templo.

En la actualidad, por lo general ya no se pide a los miembros de la Iglesia que ayuden en la construcción de los templos, pero cada vez que pagan el diezmo están ayudando en su construcción en todo el mundo; y gracias a su sacrificio, la gente de muchos países podrá ir al templo. ¡Hoy día hay cuatro templos en Brasil!

Por muchos años trabajé en el Templo de São Paulo, Brasil. Ví a muchas familias ir allí para sellarse, y muchas de ellas tuvieron que hacer grandes sacrificios para lograrlo. Recuerdo a una familia que tuvo que viajar durante tres días para llegar al templo. Tenían seis hijos y sólo uno de ellos tenía zapatos. Su padre sentía vergüenza de que algunos de sus hijos tuvieran que llevar sandalias, pero sabía que ir al templo era más importante que tener zapatos. Fue una experiencia maravillosa ver a esa hermosa familia sellarse en el templo.

Con nuestros sacrificios podemos beneficiar a los demás. Pueden dedicar parte de su tiempo libre a ayudar a otras personas. Pueden trabajar mucho para que les vaya bien en los estudios y alcancen sus metas. Pueden pagar el diezmo para colaborar en la construcción de templos y pagar ofrendas de ayuno para ayudar a que los pobres tengan alimentos. ¡Los sacrificios que hagan les bendecirán a ustedes y también a otras personas!