2002
La paciencia, una virtud celestial
septiembre de 2002


Mensaje de la Primera Presidencia

La paciencia, una virtud celestial

Hace varios años, me encontré con un amigo al que no había visto desde hacía tiempo y que me saludó con las palabras: “¿Cómo te está tratando el mundo?”. Yo no recuerdo mi respuesta exacta, pero esa interesante pregunta me hizo reflexionar sobre mis muchas bendiciones y la gratitud que siento por la vida misma, y por el privilegio y la oportunidad que tengo de servir.

A veces, la reacción a esa misma pregunta trae una respuesta inesperada. Hace unos años asistí a una conferencia de estaca en Texas. El presidente de la estaca me recibió en el aeropuerto y, mientras íbamos en auto hacia el centro de la estaca, yo dije: “Presidente, ¿cómo va todo?”.

Él respondió: “Desearía que me hubiera hecho esa pregunta la semana pasada. Esta semana han pasado muchas cosas: el viernes me despidieron del trabajo, esta mañana mi esposa amaneció con bronquitis y esta tarde nuestro perro murió atropellado por un automóvil. Pero, aparte de eso, creo que todo anda bien”.

Pongamos en Práctica la Virtud de la Paciencia

La vida está llena de dificultades, algunas de poca importancia mientras que otras de más gravedad. Parecería que hay pruebas interminables para todos. El problema es que muchas veces esperamos soluciones instantáneas para las dificultades, y olvidamos que frecuentemente hace falta que pongamos en práctica la virtud celestial de la paciencia.

Los consejos que escuchábamos en nuestra juventud aún se aplican hoy en día y deberíamos tenerlos en cuenta. “Espera un poco”; “No pierdas la paciencia”; “Toma las cosas con calma”; “No te apresures tanto”; “Sigue las reglas”; “Ten cuidado”, son mucho más que meras expresiones; son buenos consejos que provienen de la sabiduría de la experiencia.

Un automóvil, lleno de jovencitos imprudentes, que baja por un cañón sinuoso a alta velocidad puede perder el control, haciendo que el auto, con sus valiosos ocupantes, se vuelque al precipicio, y muchas veces, esa caída ocasiona daños permanentes o quizá una muerte prematura, dejando así destrozado el corazón de los seres queridos. El júbilo momentáneo puede cambiar, en un solo instante, para convertirse en una vida llena de remordimiento.

Oh, juventud preciosa, no vivan tan aprisa. Pongan en práctica la virtud de la paciencia.

La Paciencia en Medio de La Adversidad

En las enfermedades, a las que casi siempre acompaña el dolor, se requiere paciencia. Si al único hombre perfecto que ha existido —Jesús de Nazaret— se le requirió padecer gran sufrimiento, ¿cómo vamos a esperar nosotros, que no somos ni remotamente perfectos, estar libres de semejantes tribulaciones?

¿Quién puede contar la inmensidad de personas que viven en soledad, los ancianos, los desamparados, aquellos que se sienten abandonados en el camino mientras la caravana de la vida avanza inexorablemente y desaparece de la vista de los que se han quedado solos con sus pensamientos e interrogantes? La paciencia puede ser una compañera invalorable en esos tiempos de aflicción.

De vez en cuando visito hogares de ancianos, donde se observa la paciencia. Un día, mientras asistía a las reuniones dominicales en uno de esos hogares, me fijé en una jovencita que iba a tocar el violín para el consuelo de los presentes; me dijo que estaba nerviosa y que anhelaba ejecutar la música mejor que nunca. Mientras tocaba, uno de los espectadores exclamó: “¡Qué bonita eres y qué hermosamente tocas!”. La melodía del arco que se movía a través de las ajustadas cuerdas y el elegante movimiento de los dedos de la joven parecieron inspirados por el comentario espontáneo. La interpretación fue magnífica.

Al concluir, las felicité a ella y a su talentosa acompañante. La respuesta que me dieron fue: “Vinimos para dar ánimo a los débiles, a los enfermos y a los ancianos. Nuestros temores desaparecieron al empezar a tocar; olvidamos nuestras propias preocupaciones e inquietudes. Quizá les hayamos animado a ellos, pero ellos en verdad nos inspiraron a nosotros”.

Algunas veces, sucede lo contrario. Un ejemplo de ello es mi querida y preciada joven amiga, Wendy Bennion, de Salt Lake City. Hace apenas siete años que ella partió de este mundo y se fue “de regreso a ese Dios que [le] dio la vida”1; había luchado más de cinco años en su batalla contra el cáncer. Siempre alegre, siempre tratando de ayudar a los demás, fuerte en la fe, ella atraía a otras personas como un imán atrae las piezas de metal. Un día en que no se sentía bien y tenía mucho dolor, fue a visitarla una de sus amigas, que estaba abatida por sus propios problemas. Nancy, la madre de Wendy, sabiendo que su hija estaba con fuertes dolores, pensó que quizá la visita de la amiga se había prolongado demasiado. Después que ésta se fue, le preguntó a Wendy por qué le había permitido quedarse todo ese tiempo cuando ella misma estaba sufriendo tanto. La joven le respondió: “Lo que hice por mi amiga es mucho más importante que el dolor que yo sentía. Si con eso la ayudo, entonces el dolor vale la pena”.

La Paciencia del Salvador

La actitud de Wendy me recuerda a Jesús, que cargó con los dolores del mundo, que pacientemente sufrió terrible dolor y desilusión, pero que, al pasar con Su paso silencioso al lado de un hombre que era ciego de nacimiento, le restauró la vista; se acercó a la dolorida viuda de Naín y levantó a su hijo de entre los muertos; subió penosamente la empinada cuesta del Calvario, cargando Su propia cruz inhumana, sin prestar atención a las constantes burlas e injurias que le acompañaban en cada paso. Él tenía que cumplir Su destino divino. De una manera muy real, Él nos visita, a cada uno, con Sus enseñanzas; nos da ánimo y nos inspira bondad. Él dio Su preciosa vida para impedirle al sepulcro su victoria, para que la muerte perdiera su aguijón, para que tuviéramos el don de la vida eterna.

Después que lo bajaron de la cruz y lo sepultaron en una tumba prestada, este varón de dolores y experimentado en quebranto se levantó en la mañana del tercer día. María Magdalena y la otra María descubrieron que había resucitado cuando fueron al sepulcro y vieron que la gran piedra que cubría la entrada había sido retirada; dos ángeles con vestiduras resplandecientes que estaban allí de pie les hicieron la pregunta: “…¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado”2.

Pablo declaró a los hebreos: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”3.

Otros Ejemplos de Paciencia

Quizá nunca haya habido tal demostración de paciencia como la manifestada por Job, a quien se describe en la Santa Biblia diciendo que era perfecto y justo, temeroso de Dios y apartado del mal4. Había sido bendecido con grandes y abundantes riquezas, y Satanás obtuvo permiso del Señor para tratar de tentarlo. ¡Cuán grande fue la aflicción de Job, cuán terribles sus pérdidas, cuán torturada su vida! Después de haberlo instado su mujer a que maldijera a Dios y muriera, con su respuesta demostró su fe: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios”5. ¡Qué fe, qué valor, qué confianza! Job perdió sus posesiones, todas ellas; perdió la salud, completamente, mas honró la confianza que se había depositado en él. Job personificó la paciencia.

Otro que ejemplificó la virtud de la paciencia fue el profeta José Smith. Después de su sublime experiencia en la Arboleda Sagrada, donde el Padre y el Hijo se le aparecieron, se le dijo que tenía que esperar. Con el tiempo, y habiendo padecido más de tres años de burlas por sus creencias, se le apareció el ángel Moroni; luego le fue requerido que esperara más, que tuviera más paciencia. Recordemos el consejo que se encuentra en Isaías: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”6.

La Invitación del Salvador

Hoy día, en medio de esta vida llena de apuro y de inquietudes, sería bueno remontarnos a una época anterior a fin de revivir la lección que nos enseñaban para cruzar las calles peligrosas: “Detente, mira y escucha” eran las palabras de advertencia. ¿No podríamos aplicarlas ahora? Deténganse en una ruta imprudente que lleva a la destrucción; miren hacia lo alto en busca de la ayuda celestial; escuchen esta invitación del Señor: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”7.

Él nos enseñará la verdad de esta maravillosa estrofa:

¡La existencia es real toda la eternidad!

No es el sepulcro su meta final.

“Del polvo es y al polvo volverá”

no es el destino del alma inmortal.8

Aprenderemos que cada uno de nosotros es de gran valor para nuestro Hermano Mayor, el Señor Jesucristo, y que Él nos ama verdaderamente.

Su vida es el ejemplo intachable de Aquel que fue afligido con dolores y desilusiones, y que, sin embargo, nos dio el ejemplo de olvidarse de Sí mismo y de servir al prójimo. Un verso popular de mi niñez resuena como si fuera actual:

Sí, Jesús me ama;

Sí, Jesús me ama;

Sí, Jesús me ama;

La Biblia así me enseña.9

También lo enseñan el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio. Si permiten que las Escrituras sean su guía, siempre tendrán propósito en la vida; nunca se encontrarán en un camino sin destino.

Hoy en día hay quienes no tienen trabajo, carecen de dinero y les falta confianza en sí mismos. El hambre los aflige y el desaliento es su compañero constante. Pero hay ayuda, incluso comida para el hambriento, ropa para el desnudo y morada para el desamparado.

Miles de toneladas de artículos se movilizan de los almacenes de la Iglesia semanalmente: comida, ropa, equipo médico y provisiones van tanto a las partes más lejanas de la tierra como a las alacenas vacías y a las personas necesitadas que están a nuestro alrededor.

Me impresiona la dedicación que impulsa a ocupados y talentosos dentistas y doctores a dejar por un tiempo, en forma regular, su clientela y donar sus habilidades a quienes los necesiten, viajando a lugares distantes para arreglar bocas defectuosas, corregir huesos deformados y mejorar cuerpos lisiados; todo por el amor que sienten por los hijos de Dios. Los afligidos que pacientemente han esperado la anhelada ayuda reciben bendiciones de estas personas angelicales.

Paciencia En Alemania

Utilizando las palabras de una canción popular, me gustaría que ustedes pudieran “volar conmigo” a Alemania Oriental, país que he visitado en numerosas ocasiones. No hace mucho, al viajar por la autovía, iba recordando una ocasión de hace treinta y cinco años cuando, en esa misma carretera, vi camiones llenos de soldados y policías con armas. Por todos lados había perros atados que ladraban furiosamente y las calles estaban llenas de informadores. En esa época, la llama de la libertad había menguado y estaba vacilante; se había edificado un muro ignominioso y la cortina de hierro —el telón de acero— se había bajado; casi se había perdido toda esperanza. Pero la vida, la preciada vida, continuaba con fe, no dudando en nada. Se requirió una espera paciente; una firme confianza en Dios caracterizaba la vida de todo Santo de los últimos Días por aquel entonces.

Cuando fui por primera vez a visitar a los que estaban al otro lado del muro, los santos vivían en una época de temor y luchaban por poder cumplir con sus responsabilidades. Noté la expresión de desesperanza que cubría los rostros de muchos de los transeúntes, pero en los de nuestros miembros se reflejaban bellas expresiones de amor. Nos reunimos en un edificio de Görlitz que tenía muchos agujeros causados por los proyectiles durante la guerra, pero cuyo interior reflejaba el amoroso cuidado de nuestros líderes, quienes habían reparado y limpiado lo que de otro modo hubiera sido un edificio en ruinas y sucio. La Iglesia había sobrevivido tanto a la Guerra Mundial como a la guerra fría que sobrevino después. El canto de los santos les reanimaba el alma. En esa oportunidad, cantaron el conocido himno de la Escuela Dominical:

Si la vía es penosa en la lid,

si pesares nos abruman en la lid,

si la vida es amarga,

nuestra dicha no se tarda y

el gozo se alarga en la lid.

No te canses de luchar;

sé firme en la lid.

Dios descanso mandará

A los que luchan en la lid.10

Me conmovió profundamente su sinceridad; me sentí agobiado ante su pobreza. ¡Tenían tan poco! Me quedé apesadumbrado al saber que no tenían un patriarca; tampoco tenían barrios ni estacas, sólo ramas; no podían recibir las bendiciones del templo, como la investidura y los sellamientos; no habían tenido un visitante oficial de la Iglesia en mucho tiempo; se les prohibía salir del país. Aún así, confiaban en el Señor con todo su corazón y no se apoyaban en su propia prudencia; reconocían al Señor en todo y Él los dirigía11. Me acerqué al púlpito y con lágrimas en los ojos y la voz temblorosa por la emoción, hice a ese pueblo una promesa: “Si permanecen firmes y fieles a los mandamientos de Dios, recibirán todas las bendiciones que los miembros de la Iglesia gozan en otros países del mundo”.

Esa noche, al darme cuenta de lo que les había prometido, me arrodillé y oré, diciendo: “Padre Celestial, estoy a Tu servicio; ésta es Tu Iglesia. He pronunciado palabras que no procedían de mí, sino de Ti y de Tu Hijo. Por lo tanto, te suplico que cumplas la promesa que he hecho a estas nobles personas”. En ese momento, me vinieron a la memoria las palabras de Salmos: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”12. Pero se les requirió la celestial virtud de la paciencia.

Poco a poco se cumplió la promesa. Primeramente, se ordenaron patriarcas, luego se les enviaron manuales de lecciones; se organizaron barrios y estacas; se construyeron capillas y centros de estaca, que después se dedicaron. Luego, ocurrió el más grande de los milagros: nos dieron permiso para construir un templo al Señor, que fue diseñado, construido y dedicado. Finalmente, después de cincuenta años de negarles el permiso, permitieron que los misioneros regulares entraran en esa nación y que los jóvenes de allí pudieran ir a cumplir misiones en otras partes del mundo. Así, al igual que el muro de Jericó, el Muro de Berlín también cayó y se restituyó la libertad, con sus correspondientes responsabilidades.

Cada parte de esa maravillosa promesa hecha treinta y cinco años atrás se cumplió, excepto una: la pequeña ciudad de Görlitz, donde se les había hecho la promesa, aún no tenía su propia capilla. Pero hoy en día incluso ese sueño se ha convertido en realidad. El edificio fue aprobado y construido y llegó el día de la dedicación. Mi esposa y yo, junto con el élder Dieter Uchtdorf y su esposa, tuvimos una reunión para dedicar esa capilla; en ella se cantaron las mismas canciones de hace treinta y cinco años. Los miembros se daban cuenta del significado de esa reunión que marcaba el pleno cumplimiento de la promesa. Todos lloraban al cantar. La canción de los justos había sido realmente una oración para el Señor y Él la había contestado con una bendición sobre la cabeza de ellos13.

Al terminar la reunión, no queríamos retirarnos. Cuando lo hicimos, notamos las manos elevadas en señal de despedida y escuchamos las palabras: “Auf Wiedersehen, auf Wiedersehen; para siempre Dios esté con vos”.

La paciencia, esa virtud celestial, había llevado a esos humildes santos un premio del cielo. Las palabras de Rudyard Kipling son apropiadas:

Vano poder los reinos son;

huecos los gritos y el clamor.

Constante sólo es tu amor;

al compungido da perdón.

No nos retires tu amor,

haznos pensar en ti, Señor.14

Ideas Para los Maestros Orientadores

A continuación se dan algunas ideas de cómo compartir este mensaje.

  1. Pida a un miembro de la familia que realice una tarea que requiera paciencia y precise de ayuda, como completar un rompecabezas complicado, resolver un difícil problema de matemáticas o leer y explicar un capítulo difícil de las Escrituras. ¿Por qué la tarea pareció difícil? ¿Por qué se hizo necesaria la paciencia para completarla?

  2. Pida a los miembros de la familia que hablen de las ocasiones en las que el Salvador mostró paciencia. Comenten de qué forma la promesa de Jesús en Mateo 11:28 podría ayudar a una persona a tener mayor paciencia.

  3. Hable de una ocasión en la que le haya resultado beneficioso tener paciencia, e invite a los miembros de la familia a que compartan sus experiencias con la paciencia. Testifique de la importancia de la paciencia en su vida.

Notas

  1. Alma 40:11.

  2. Lucas 24:5–6.

  3. Hebreos 12:1.

  4. Véase Job 1:1.

  5. Job 19:25–26.

  6. Isaías 55:8–9.

  7. Mateo 11:28.

  8. Henry Wadsworth Longfellow, “A Psalm of Life”, líneas 5–8.

  9. “Jesus Loves Me!”, Alexander’s Gospel Songs, compilación de Charles M. Alexander, 1908, pág. 139.

  10. “If the Way Be Full of Trial, Weary Not”, Deseret Sunday School Songs, 1909, Nº 158.

  11. Véase Proverbios 3:5–6.

  12. Salmos 46:10.

  13. Véase D. y C. 25:12.

  14. “Haznos pensar en ti, Señor”, Himnos, Nº 35.