2002
El éxodo se repite
abril de 2002


El éxodo se repite

Las Escrituras concedidas tanto al Israel antiguo como al moderno hablan del poder de la mano del Señor para liberarlos.

Existen muchos paralelismos instructivos entre el éxodo de Egipto efectuado por los israelitas bajo la dirección de Moisés, y el éxodo de los Estados Unidos de los pioneros Santos de los Últimos Días bajo la dirección de Brigham Young. Podemos aprender mucho de ambos grandes líderes del Israel antiguo y moderno.

Por lo general, las obras teatrales relativas a la historia han representado bien lo que hicieron los pioneros, pero sólo unos pocos escritores han profundizado con el suficiente detalle para explicar por qué; y aún menos han comentado las similitudes existentes entre el viaje de los pioneros y el éxodo de Egipto. Una semejanza obvia es que ambos grupos tuvieron un mar interior de sal y un río Jordán, pero hay muchas otras semejanzas notables, pues el Israel antiguo y el moderno van unidos de la mano.

Los Josés

El antiguo Israel tuvo líderes antes de Moisés, y el Israel moderno tuvo un profeta-presidente antes de Brigham Young (1801–1877). Además, los antecesores de cada grupo compartieron semejanzas. El nombre de ambos fue José, el que fue vendido a Egipto y el profeta José Smith (1805–1844). Pocos hombres del Antiguo Testamento tienen mayor importancia para los Santos de los Últimos Días que José de Egipto. Muchos decimos descender de él a través de sus hijos Efraín y Manasés. El Libro de Mormón revela:

“…parte del resto de la túnica de José se había conservado y no se había deteriorado… Así como este resto de la ropa… se ha conservado, así preservará Dios un resto de la posteridad… y la tomará para sí” (Alma 46:24).

Los pioneros fueron los restos de esa preciada posteridad. Sabían que José Smith había sido escogido por el Señor para cumplir con las responsabilidades de la tribu de José, hijo de Jacob. Siglos atrás, José había profetizado de José Smith y había descrito su parentesco:

“Sí, José verdaderamente dijo: Así me dice el Señor: Levantaré a un vidente escogido del fruto de tus lomos, y será altamente estimado entre los de tu simiente. Y a él daré el mandamiento de que efectúe una obra para el fruto de tus lomos, sus hermanos, la cual será de mucho valor para ellos, aun para llevarlos al conocimiento de los convenios que yo he hecho con tus padres.

“Y le daré el mandamiento de que no haga ninguna otra obra, sino la que yo le mande. Y lo haré grande a mis ojos, porque ejecutará mi obra” (2 Nefi 3:7–8).

El nombre de José se aplicó no sólo a José Smith, hijo, sino también al padre del Profeta. Nuevamente cito a José, el que fue vendido a Egipto:

“…He aquí, el Señor bendecirá a ese vidente [José Smith]… porque se cumplirá esta promesa que he recibido del Señor tocante al fruto de mis lomos…

“y su nombre será igual que el mío; y será igual que el nombre de su padre. Y será semejante a mí, porque aquello que el Señor lleve a efecto por su mano, por el poder del Señor, guiará a mi pueblo a la salvación” (2 Nefi 3:14–15; véase también Traducción de José Smith de la Biblia en inglés, Génesis 50:26–38).

José, hijo de Jacob, y José Smith tenían aún más cosas en común. A la edad de 17 años, se informó a José de su gran destino (véase Génesis 37:2–11). A la misma edad se informó a José Smith sobre su destino en relación con el Libro de Mormón. A la edad de 17 años recibió la primera visita del ángel Moroni, quien informó al niño profeta que “Dios tenía una obra para [él], y que entre todas las naciones, tribus y lenguas se tomaría [su] nombre para bien y para mal” (José Smith—Historia 1:33; véanse también los versículos 34–41).

Ambos Josés padecieron persecuciones. El José de la antigüedad fue acusado falsamente de un crimen que no había cometido y fue encarcelado (véase Génesis 39:11–20). José Smith también fue encarcelado a causa de cargos fabricados y bajo acusaciones falsas.

Los hermanos de José le quitaron su túnica de diversos colores en un cruel intento de convencer a su padre de que José había muerto (véase Génesis 37:2–33). La vida le fue cruelmente arrebatada a José Smith, en gran medida debido a las traiciones de hermanos falsos.

Antiguamente, “cuando se sintió el hambre en toda la tierra de Egipto, el pueblo clamó a Faraón por pan. Y dijo Faraón a todos los egipcios: Id a José, y haced lo que él os dijere” (Génesis 41:55). En los últimos días, la gente que padece una hambruna que sólo el Evangelio puede satisfacer, es nutrida, una vez más, a causa de José. El Señor declaró que “esta generación recibirá mi palabra por medio de [José Smith]” (D. y C. 5:10). Hoy podemos “[deleitarnos] en las palabras de Cristo” (2 Nefi 32:3) gracias a José Smith.

Moisés y Brigham Young

Moisés y Brigham Young tenían mucho en común. Fueron seguidores sagaces antes de convertirse en grandes líderes. Moisés se había preparado en las cortes de Egipto y había ganado mucha experiencia en el ámbito militar y en otras responsabilidades (véase Antigüedades de los Judíos, Flavio Josefo, traducido por Paul L. Maier, Editorial Portavoz, 1994, pág. 48; véase también Hechos 7:22; Hebreos 11:24–27). Brigham Young se preparó igualmente para su papel de líder. En la marcha del Campo de Sión, había observado el liderazgo del profeta José Smith bajo condiciones difíciles (véase History of the Church, tomo II, págs. 61–134, 183–185). Brigham Young colaboró en la mudanza del profeta José desde Kirtland (véase History of the Church, tomo III,págs.1–2; véase también Elden J. Watson, editor, Manuscript History of Brigham Young, 1801–1844, 1968, págs. 23–24). También dirigió la marcha de los perseguidos santos desde Misuri a Nauvoo (véase History of the Church, tomo III,págs.250–252, 261; véase también John K. Carmack, “Missouri Era: Residue of Wisdom”, en Regional Studies in Latter-day Saint Church History: Missouri, editado por Arnold K. Garr y Clark V. Johnson, 1994, págs. 2–3).

Tanto para los israelitas como para los santos, la ley civil y la religiosa estaban unificadas bajo una sola cabeza. Moisés tenía esa responsabilidad ante su pueblo (véase Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 307). Brigham Young, el Moisés moderno (véase D. y C. 103:16)1, dirigió la marcha de los Santos de los Últimos Días hacia el Oeste con la aprobación del Señor (véase D. y C. 136). Moisés y Brigham Young siguieron unos modelos semejantes de gobierno (véase Éxodo 18:17–21; D. y C. 136:1–3). Brigham Young organizó al numeroso grupo de hombres, mujeres y niños en lo que fue una migración disciplinada hacia el Oeste.

Lamentamos el que ambos líderes tuvieran que soportar la disensión de sus colaboradores más allegados. En ocasiones, Moisés tuvo que hacer frente a la oposición de sus amados Aarón y María (véase Números 12:1–11). Los líderes de los últimos días también tuvieron que soportar la contención entre las personas en quienes confiaban (véase History of the Church, tomo I, págs. 104–105, 226). No obstante, el mismo modelo unificado de gobierno vendrá de nuevo cuando el Señor sea “Rey grande sobre toda la tierra” (Salmos 47:2; véase también Zacarías 14:9) y gobierne desde Sión y Jerusalén (véase Isaías 2:1–4).

El trayecto desde Egipto al monte Sinaí les llevó cerca de tres meses (véase Éxodo 19:1). El trayecto desde Winter Quarters al valle del Gran Lago Salado también se realizó en aproximadamente tres meses (111 días). El Señor describió el destino de cada grupo como una tierra de la que fluyen leche y miel2. Los pioneros convirtieron el páramo en un campo fructífero e hicieron que el desierto floreciera como la rosa, precisamente como lo profetizó Isaías siglos antes (véase Isaías 32:15–16; 35:1).

Se Comparten Milagros

Ambos grupos compartieron muchos milagros que se conmemoran cada año. La celebración de la Pascua tiene que ver con los viajes de los antiguos israelitas; y cada mes de julio, repetimos los legendarios relatos de los pioneros. Ambos grupos atravesaron desiertos, montañas y valles de páramos agrestes. Los israelitas de la antigüedad huyeron de Egipto a través de las aguas partidas del Mar Rojo “como por tierra seca” (Hebreos 11:29). Los pioneros dejaron los Estados Unidos cruzando las extensas aguas del río Misisipí, que al estar heladas se convirtieron en un camino de hielo.

En el libro de Éxodo se nos informa del aprovisionamiento milagroso de codornices que alimentaron al hambriento pueblo del antiguo Israel (véase Éxodo 16:13; Números 11:32; Salmos 105:40). Los pioneros tuvieron una experiencia semejante, ya que, después de que el último de ellos fue expulsado de Nauvoo, muchos enfermaron y algunos fallecieron. Las provisiones eran escasas, pero el 9 de octubre de 1846, en las riberas cercanas a Montrose, Iowa, muchas codornices volaron de forma milagrosa al campamento, donde fueron cocinadas y sirvieron de alimento para unas 640 personas indigentes (véase Stanley B. Kimball, “Nauvoo West: The Mormons of the Iowa Shore”, BYU Studies, invierno de 1978, pág. 142)3.

También fue algo milagroso el que un asentamiento permanente sobreviviera en el valle del Gran Lago Salado. Las gaviotas que salvaron las cosechas fueron parte de ese milagro.

Dios preservó al Israel de la antigüedad de las plagas que envió sobre Egipto (véase Éxodo 15:26), y de igual modo procedió con los santos al preservarlos de la plaga de la Guerra Civil de los Estados Unidos, la cual originó el mayor número de muertes de estadounidenses que cualquier otra guerra haya ocasionado.

Se Comparten Fortalezas Espirituales

Tanto las pruebas de los israelitas como las de los santos forjaron en ellos una gran fortaleza espiritual. Ambos padecieron pruebas de fe, durante las cuales los que fueron débiles se alejaron y los fuertes se fortalecieron aún más para poder perseverar hasta el fin (véase Éter 12:6; D. y C. 101:4–5; 105:19). Tuvieron que dejar sus hogares y posesiones terrenales, y aprender a confiar plenamente en Dios. El Señor protegió al antiguo Israel, pues “iba delante de ellos de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego” (Éxodo 13:21; véase también el versículo 22; Números 14:14; Deuteronomio 1:33; Nehemías 9:19). Lo mismo se ha dicho del cuidado divino facilitado a los pioneros (véase History of the Church, tomo III, pág. xxxiv; véase también Thomas S. Monson, en Conference Report, abril de 1967, pág. 56).

Las Escrituras concedidas a ambas sociedades hablan del poder de la mano del Señor para liberarlas. Moisés dijo a los del Israel antiguo: “…Tened memoria de este día, en el cual habéis salido de Egipto, de la casa de servidumbre, pues Jehová os ha sacado de aquí con mano fuerte” (Éxodo 13:3).

Se reveló a los Santos de los Últimos Días una Escritura semejante: “Porque yo, el Señor, he extendido mi mano para ejercer los poderes del cielo; no lo podéis ver ahora, pero dentro de un corto plazo lo veréis, y sabréis que yo soy” (D. y C. 84:119).

Los hijos de Israel tenían un tabernáculo portátil donde hacían convenios y se efectuaban ordenanzas para fortalecerles durante el viaje4. Muchos Santos de los Últimos Días recibieron su investidura en el Templo de Nauvoo antes de iniciar la ardua jornada hacia el Oeste.

Los israelitas celebraron de manera agradecida su éxodo de Egipto, y los Santos de los Últimos Días conmemoraron el suyo con el establecimiento de la sede mundial de la Iglesia restaurada en la “cabeza de los montes”. Todos los celebrantes aclamaron su liberación por Dios (véase Jeremías 23:7–8).

Principios Eternos del Evangelio

Las Escrituras disponibles para el Israel antiguo y moderno incluyen principios eternos del Evangelio. Puede que estén familiarizados con la profecía de Isaías: “Entonces serás humillada, hablarás desde la tierra, y tu habla saldrá del polvo; y será tu voz de la tierra como la de un fantasma, y tu habla susurrará desde el polvo” (Isaías 29:4).

¿Podría haber palabras más descriptivas del Libro de Mormón, que salió “de la tierra” para “[susurrar] desde el polvo” a la gente de nuestra época?

Otros pasajes del Antiguo Testamento predijeron el Libro de Mormón. Uno de ellos me vino a la mente mientras asistía a un desayuno de oración en enero de 1997 en la Casa Blanca, en Washington D.C. Durante la recepción informal que precedió al desayuno, me encontraba charlando con un rabino judío distinguido y erudito de Nueva York. Otro rabino interrumpió nuestra conversación y le preguntó a su colega neoyorquino si podía recordar el pasaje referente al palo de Judá y el palo de José que un día llegarían a ser uno. Mi amigo hizo una pausa, frotó la barbilla mientras cavilaba y respondió: “Creo que lo encontrarás en el libro de Ezequiel”.

Ante esto, no pude reprimirme. “Mire en el capítulo 37 de Ezequiel”, agregué. “Allí encontrará los pasajes que busca”.

Mi amigo rabino se mostró sorprendido: “¿Cómo lo supo?”.

“Esa doctrina”, afirmé, “es muy importante en nuestra teología”. De hecho lo es y me gustaría citar de ella:

“Hijo de hombre, toma ahora un palo, y escribe en él: Para Judá, y para los hijos de Israel sus compañeros. Toma después otro palo, y escribe en él: Para José, palo de Efraín, y para toda la casa de Israel sus compañeros.

“Júntalos luego el uno con el otro, para que sean uno solo, y serán uno solo en tu mano” (Ezequiel 37:16–17).

Los santos del Israel moderno de todo el mundo son bendecidos por tener la Biblia y el Libro de Mormón siendo uno en sus manos. Jamás debemos menospreciar el valor de ese privilegio. En la versión de la Biblia del rey Santiago [en inglés], Isaías describe el espíritu del Libro de Mormón como algo “familiar” (véase Isaías 29:4; en inglés), pues les suena a las personas que conocen el Antiguo Testamento, en especial a los que están familiarizados con su lengua hebrea, ya que el Libro de Mormón es rico en hebraísmos tales como tradiciones, simbolismos, dichos y formas literarias. Resulta familiar porque más del 80 por ciento de sus páginas proceden del mismo marco temporal en que fueron escritas partes del Antiguo Testamento.

Las verdades y los principios eternos del Evangelio fueron y son importantes para los pueblos del Israel antiguo y moderno. El día de reposo, por ejemplo, se ha honrado a lo largo de las generaciones por diversos motivos. Desde la época de Adán hasta la de Moisés, el día de reposo se observó como un día de descanso de la labor de la Creación (véase Éxodo 20:8–11; 31:16–17). Desde la época de Moisés hasta la resurrección del Señor, el día de reposo conmemoraba también la liberación de los israelitas de su cautiverio en Egipto (véase Deuteronomio 5:12–15; Isaías 58:13; Ezequiel 20:20; 44:24; Mosíah 13:19). En los últimos días, los santos santifican el día de reposo en memoria de la expiación de Jesucristo (véase Hechos 20:7; 1 Corintios 16:2; Apocalipsis 1:10; D. y C. 59:9–19).

Con la restauración del sacerdocio, se le dio vitalidad al principio del diezmo, creando un vínculo con las enseñanzas que se encuentran en el Antiguo Testamento, en Génesis y en Malaquías (véase Génesis 14:20; Malaquías 3:8–12). Los santos del moderno Israel saben cómo calcular su propio diezmo con esta sencilla instrucción: “…aquellos que hayan entregado este diezmo pagarán la décima parte de todo su interés anualmente; y ésta les será por ley fija perpetuamente, para mi santo sacerdocio, dice el Señor” (D. y C. 119:4).

Volvamos nuevamente nuestra atención a las verdades eternas del Evangelio, pues ninguna es tan importante que aquéllas que están relacionadas con la adoración en el templo. Constituyen otra conexión entre el Israel antiguo y el moderno.

Siempre que el Señor ha tenido en la tierra un pueblo que obedezca Su palabra, a éste se le ha mandado edificar templos en los que se puedan administrar las ordenanzas del Evangelio y otras manifestaciones espirituales pertenecientes a la exaltación y la vida eterna (véase la Guía para el Estudio de las Escrituras, “Templo, casa del Señor”, págs. 199–200).

El templo más conocido del antiguo Israel fue el templo de Salomón, cuya pila bautismal y oración dedicatoria proporcionaron el modelo empleado en los templos actuales (véase 2 Crónicas 4:15; 6:12–42; D. y C. 109). Las Escrituras del Antiguo Testamento aluden a una vestimenta (véase Éxodo 28:4; 29:5; Levítico 8:7; 1 Samuel 18:4) y a ordenanzas especiales (Éxodo 19:10, 14; 2 Samuel 12:20; Ezequiel 16:9) relacionadas con los templos (véase D. y C. 124:37–40). Cuán agradecidos estamos porque el Señor decidió restaurar a Sus hijos e hijas fieles las más elevadas bendiciones del sacerdocio. Él dijo: “porque me propongo revelar a mi iglesia cosas que han estado escondidas desde antes de la fundación del mundo, cosas que pertenecen a la dispensación del cumplimiento de los tiempos” (D. y C. 124:41).

El profeta José Smith recibió la verdad revelada que conocemos como la Palabra de Sabiduría en 1833. Todo Santo de los Últimos Días está familiarizado con ella como una de las características distintivas e imperecederas de nuestra fe. El último versículo de esta revelación forja otro vínculo de unión con el Israel de la antigüedad: “Y yo, el Señor, les prometo que el ángel destructor pasará de ellos, como de los hijos de Israel, y no los matará” (D. y C. 89:21). Esta referencia de que el heridor pasaría de largo sobre las casas de los hijos de Israel muestra que el Señor quería que los santos obedientes del Israel moderno recibieran la protección física y espiritual que Él había facilitado a Sus fieles seguidores siglos atrás.

El Convenio, El Esparcimiento y El Recogimiento

Otras enseñanzas divinas reverenciadas por ambas sociedades incluyen las doctrinas del pacto o convenio abrahámico y del esparcimiento y recogimiento de Israel. Hace unos 4.000 años, Abraham recibió del Señor la promesa de que a toda su posteridad terrenal se le ofrecerían unas promesas (véase D. y C. 132:29–50; Abraham 2:6–11). Entre ellas están las de que el Hijo de Dios nacería de su linaje, que su posteridad heredaría ciertas tierras, que las naciones y los reinos de la tierra serían bendecidos a través de su descendencia, y más. Las afirmaciones y reafirmaciones de este convenio se hacen evidentes en mucho pasajes del Antiguo Testamento (véase Génesis 26:1–4, 24, 28; 35:9–13; 48:3–4).

Aunque ya se han cumplido ciertos aspectos de dicho convenio, otros no lo han hecho. El Libro de Mormón enseña que los del Israel moderno formamos parte del pueblo del convenio del Señor (véase 1 Nefi 14:14; 15:14; 2 Nefi 30:2; Mosíah 24:13; 3 Nefi 29:3; Mormón 8:15). ¡Es más, enseña que el convenio abrahámico se cumplirá únicamente en los últimos días! (véase 1 Nefi 15:12–18). Una vez más el Señor otorgó el convenio de Abraham, esta vez a José Smith, para ser una bendición sobre él y sobre su posteridad después de él (véase D. y C. 124:58).

¿Sabían que a Abraham se le menciona en más versículos de las revelaciones modernas que en todos los versículos del Antiguo Testamento?5Abraham, ese gran patriarca del Antiguo Testamento, está inevitablemente relacionado con todos los que se unen a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días6.

Las doctrinas relacionadas con el esparcimiento y el recogimiento de la casa de Israel forman parte de las primeras lecciones que se enseñan en el Libro de Mormón. Cito de 1 Nefi: “…después que la casa de Israel fuese esparcida, sería de nuevo recogida… las ramas naturales del olivo, o sea, los restos de la casa de Israel, serían injertados, o llegarían al conocimiento del verdadero Mesías, su Señor y su Redentor” (1 Nefi 10:14).

Los santos del Israel moderno saben que el Señor envió a Pedro, Santiago y Juan con “las llaves de [Su] reino y una dispensación del evangelio para los últimos tiempos”, en la cual Él juntará “en una todas las cosas, tanto las que están en el cielo, como las que están en la tierra” (D. y C. 27:13; compárese con Efesios 1:10).

Los viajes y las tribulaciones de los pioneros tenían una trascendencia eterna. Su misión no se limitó a una migración internacional ni a una migración transcontinental con carromatos y carros de mano, sino que consistía en establecer el cimiento de una obra sin fin que “llenaría el mundo” (José Smith, citado por Wilford Woodruff en The Discourses of Wilford Woodruff, compilación de G. Homer Durham, 1946, pág. 39). Jugaron un papel esencial en la profecía de Jeremías: “Oíd palabra de Jehová, oh naciones, y hacedlo saber en las costas que están lejos, y decid: El que esparció a Israel lo reunirá y guardará, como el pastor a su rebaño” (Jeremías 31:10).7

Ellos comprendieron esa misión y desde el principio enviaron misioneros a “las costas que están lejos” para dar comienzo a la obra del Señor. Como resultado de ello, la Iglesia se estableció en las Islas Británicas y en las de la Polinesia Francesa años antes de que los pioneros entraran en el Gran Valle del Lago Salado.

El linaje de José, a través de Efraín y Manasés, es la simiente señalada para dirigir el recogimiento de Israel. Los pioneros sabían —mediante sus bendiciones patriarcales y el Antiguo Testamento, fortalecido por las Escrituras y las revelaciones de la Restauración— que el por tanto tiempo ansiado recogimiento de Israel iba a comenzar con ellos. ¡En ellos radicaba el cumplimiento de lo que se había profetizado!

Resumen

Los primeros conversos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días fueron los pioneros del Israel moderno. Sin importar la época o el lugar donde puedan vivir los santos, todos los miembros fieles de la Iglesia recibirán su justa recompensa. “…todas las cosas son suyas, sea vida o muerte, o cosas presentes o cosas futuras, todas son suyas, y ellos son de Cristo y Cristo es de Dios” (D. y C. 76:59).

El Israel antiguo y el moderno creen en un mensaje eterno del Antiguo Testamento: “Conoce, pues, que Jehová tu Dios… guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones” (Deuteronomio 7:9)8.

Sobre nuestros hombros descansa la responsabilidad de mantener la fe en nuestra generación. ¡En nosotros radica el cumplimiento de lo que se ha profetizado! Nosotros, el Israel moderno, estamos destinados a ser “un reino de sacerdotes, y gente santa” (Éxodo 19:6). Sabemos que somos hijos del convenio (véase Hechos 3:25; 3 Nefi 20:25–26). Somos un resto de la simiente que va a ser recogida y espigada en los graneros eternos de Dios (véase Alma 26:5).

Como santos del Israel moderno, hablamos a una voz. Amamos a nuestro Padre Celestial y al Señor Jesucristo, el Hijo del Dios viviente. Somos Su pueblo; hemos tomado Su santo nombre sobre nosotros. Sabemos que el Libro de Mormón es la palabra de Dios y lo consideramos uno con la Biblia. Proclamamos que José Smith es el gran profeta de la Restauración y sostenemos al presidente Gordon B. Hinckley como el profeta que Dios nos ha dado hoy día.

De un discurso pronunciado durante una charla fogonera del Sistema Educativo de la Iglesia en la Universidad Brigham Young el 7 de septiembre de 1997.

Notas

  1. Referente al papel de Brigham Young en ese éxodo, el presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) escribió: “Desde la época de Adán, siempre ha habido muchos éxodos y tierras prometidas. Así sucedió con Abraham, Jared, Moisés, Lehi y otros grupos. Cuán fácil nos es aceptar que los grupos de los tiempos antiguos fueron dirigidos por el Señor, mas a los de nuestros tiempos los vemos como el producto del control y los cálculos humanos. Analicemos por un momento la gran migración de los refugiados mormones del estado de Illinois hacia el Valle del Gran Lago Salado. Muy pocos, si no es que ninguno, de los otros grandes movimientos que hayan acontecido podrían igualarse a éste. Muy a menudo escuchamos decir que Brigham Young dirigió al pueblo en la exploración de nuevos caminos en el desierto y en la escalada de montañas casi desconocidas por otros. Dificultosamente tuvieron que cruzar ríos sin puentes y atravesar el hostil territorio de los indios. Y mientras que Brigham Young fue un instrumento en las manos del Señor, no fue él sino el Señor de los cielos quien dirigió al Israel moderno a través de las montañas, y lo llevó a Su tierra prometida” (véase La fe precede al milagro, 1983, pág. 29).

  2. Para los israelitas de la antigüedad, véase Éxodo 3:8, 17; 13:5; 33:3; Levítico 20:24; Números 13:27; 14:8; Deuteronomio 6:3; 11:9; 26:9, 15; 27:3; 31:20; Josué 5:6; Jeremías 11:5; 32:22; Ezequiel 20:6, 15; Joseph Smith Translation 33:1. Para los pioneros, véase D. y C. 38:18–19.

  3. Un óleo que representa esto es Cazando codornices, de C. C. A. Christensen, situado en el Museo de Arte de la Universidad Brigham Young.

  4. Las ordenanzas y los convenios del Israel de la antigüedad se citan en 1 Corintios 10:1–3; y para las del Israel moderno, véase D. y C. 84:26–27. Antes de que el pueblo perdiera la ley mayor, el tabernáculo del antiguo Israel había tenido el propósito de ser un templo portátil (véase D. y C. 84:25; 124:38).

  5. A Abraham se le menciona en 506 versículos de las Escrituras, 289 de los cuales corresponden a la revelación moderna.

  6. El convenio también se puede recibir por adopción (véase Mateo 3:9; Lucas 3:8; Gálatas 3:27–29; 4:5–7).

  7. La voz inglesa gather (recoger) procede del verbo hebreo qabats, que significa “reunir, juntar”.

  8. Véase también Deuteronomio 11:1, 27; 19:9; 30:16; Josué 22:5; 1 Juan 5:2–3; Mosíah 2:4. Otros pasajes del Antiguo Testamento aluden a las recompensas que recibirán los que sean obedientes a los mandamientos de Dios durante “mil generaciones” (véase 1 Crónicas 16:15; Salmos 105:8).