2002
Una nueva amiga
febrero de 2002


Una nueva amiga

Mamá me peinó el cabello suavemente y terminó de hacerle la raya antes de ver mis ojos en el espejo.

“Esta mañana pareces estar de muy mal humor”, dijo mamá muy contenta al reflejo de mi imagen en el espejo.

“Es porque estoy de mal humor”, contesté mientras fruncía el labio.

Mamá me giró y se arrodilló delante de mí, mirándome a los ojos. “¡No te preocupes! Harás amigas en este barrio”.

“¡Pero, mamá, a mí me gustaba nuestro barrio anterior ! ¡Me gustaban las amigas que tenía! ¿Por qué tuvimos que mudarnos?” Sentía que las lágrimas me bañaban los ojos.

“¡Lo hicimos por el trabajo de papá!”, dijo una voz que sonaba amable.

Mi hermana menor, Alison, miraba el baño a hurtadillas desde el pasillo y puso la más grande de sus sonrisas, tan grande que dejaba entrever el hueco donde le faltaban los dientes de enfrente y los ojos casi le desaparecían, dando la apariencia de ser medias lunas. Le puse mala cara.

“Así es”, le dijo la madre, y Alison sonrió todavía más.

“¡Pero aquí no tengo amigos!”, le dije a mi madre, haciendo caso omiso de mi hermana.

“¡Todavía me tienes a mí!”, añadió Alison. La miré y vi que me sonreía de oreja a oreja.

“Sólo eso me faltaba”. Y puse una mueca de disgusto.

Ella frunció el ceño por unos segundos y luego dijo: “¡Tú y yo somos las mejores amigas!”, y se fue corriendo entre risas antes de que pudiera decirle que no.

Un rato más tarde, mientras miraba a la gente en la reunión sacramental, me di cuenta de que no conocía ni a una sola persona en el barrio nuevo. Sólo llevábamos unos días viviendo aquí. Por favor, Padre Celestial, oré, ¿no podría hacer por lo menos una amiga nueva hoy?

Estaba nerviosa al fin de la reunión sacramental cuando mis padres nos llevaron a nuestras respectivas clases de la Primaria, donde me senté sola y sin decir nada.

Cuando la clase se levantó para ir al aula de la Primaria para el Tiempo para compartir, yo estaba asustada y me aferré fuertemente a mis Escrituras mientras caminaba por el pasillo. El aula de la Primaria estaba muy animada, con muchos niños dentro, y la pianista estaba tocando una canción que yo había aprendido en mi otro barrio. Me sentí un poquito mejor.

No obstante, al mirar a mi alrededor, me di cuenta de que no podía encontrar mi clase. No sabía a dónde se habían ido todos y no tenía nadie con quien sentarme. Miré por el cuarto, mordiéndome el labio inferior con nerviosismo y apretando las Escrituras contra el pecho.

Entonces, desde un rincón apareció una niña sonriente que me hacía señas con la mano. Me indicaba que me sentara con ella. Le devolví la sonrisa y puse una mueca de disgusto. Ella me sonrió aún más, hasta el punto de que dejaba entrever el hueco donde le faltaban los dientes de enfrente y los ojos casi le desaparecían, dando la impresión de que eran medias lunas.

Aquella niña pequeña me había salvado. Era la amiga que mi Padre Celestial me había enviado. Inmediatamente me hizo sentir bienvenida al momento de sentarme, como si la hubiera conocido por muchos años.

Aquel día decidí que las hermanas son las mejores amigas.

Angie Bergstrom es miembro del Barrio BYU 51, Estaca 1 Universidad Brigham Young.