Historia de la Iglesia
Creencias religiosas de la época de José Smith


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“Creencias religiosas de la época de José Smith”

Creencias religiosas de la época de José Smith

Cuando los primeros miembros de la Iglesia realizaban la transición a su nueva fe, traían consigo creencias, tradiciones y valores de su experiencia religiosa anterior. En esa época, los feligreses de los Estados Unidos tenían una amplia variedad de creencias, la mayoría de las cuales eran fruto de siglos de debate sobre las doctrinas del cristianismo. A medida que los conversos se unían a la Iglesia, estos no abandonaban todas sus creencias anteriores y a menudo interpretaban las revelaciones y enseñanzas de José Smith bajo la luz de sus conocimientos previos. Muchas de las revelaciones de Doctrina y Convenios se recibieron como respuesta a las preguntas que surgían de los antecedentes religiosos de José y sus allegados1.

Después de la Revolución Estadounidense de finales del siglo XVIII, la nueva constitución nacional prohibió la existencia de una religión respaldada por el Gobierno. Los estados no tardaron en imitar esta decisión, lo cual marcó el inicio de una competición vigorosa entre iglesias y predicadores. La población, relativamente alfabetizada, abrazó una gran variedad de puntos de vista y las doctrinas se debatían en la prensa popular. Identificarse como universalista, arminiano o calvinista era tan habitual entre aquellos primeros Santos como hoy lo es identificarse con un partido político. La retórica religiosa habitual de la época de José Smith solía orientarse a cuestiones como la interpretación de la Biblia, la naturaleza de Dios y del género humano, la salvación y los sacramentos.

La Biblia

Más que ningún otro texto, la Biblia influyó en el pensamiento, la lengua y la cultura estadounidenses. Políticos y predicadores basaban sus argumentos en las Escrituras y empleaban un lenguaje bíblico. La mayoría de los protestantes consideraban la Biblia como la única autoridad en cuestiones de doctrina y muchos creían que sus palabras eran infalibles y estaban exentas de errores. A menudo los lectores llegaban a interpretaciones muy diferentes de la Biblia, pero pocos se cuestionaban en serio su condición. Algunas personas de la época de José Smith fueron pioneros en desarrollar enfoques novedosos y más sofisticados para interpretar la Biblia y adquirir conocimiento bíblico, pero muchas personas se mostraron reacias a estos nuevos métodos y prefirieron el uso más comúnmente aceptado de los pasajes bíblicos. Casi todos los Santos de los Últimos Días, como muchos de sus vecinos protestantes, defendían una lectura más literal de la Biblia.

La mayoría de los estadounidenses de la época de José Smith insistían en la suficiencia de la Biblia y se mostraron escépticos en cuanto a la manera en que los Santos de los Últimos Días trataban el Libro de Mormón y Doctrina y Convenios como Escrituras. Los escritos apócrifos intrigaban a muchos lectores de la Biblia, pero la mayoría consideraba que el canon de las Escrituras (los libros tradicionalmente aceptados por los cristianos protestantes y católicos como autorizados) estaba cerrado de forma permanente.

La naturaleza de Dios y del género humano

La mayoría de los cristianos estadounidenses creían en la doctrina de la Trinidad según constaba en las confesiones y los credos tradicionales, los cuales hablaban de que Dios era tres personas (el Padre, el Hijo y el Santo Espíritu) que existían juntas en un solo ser. Este concepto no le resultaba absurdo a los creyentes, sino que lo concebían como un misterio divino e imponente que superaba la comprensión humana. Si bien la concepción trinitaria era la predominante, había otras perspectivas de la Trinidad que contaban con gran apoyo. El deísmo, una perspectiva popular entre los librepensadores y los filósofos de Europa y América, defendía la postura de un Dios afectuoso pero ausente, un Creador que había puesto en marcha el universo pero que también lo había abandonado. Confundidos por las ideas de los deístas, pero procurando aún una alternativa bíblica al trinitarismo, algunos teólogos postularon lo que terminó en denominarse el unitarismo. Estos teólogos afirmaban que Dios eran un ser, que Jesús había vivido como un Salvador humano y que el Espíritu Santo era una representación del poder de Dios.

Para la gran mayoría de los predicadores y autores cristianos, la Caída del hombre tal y como se relataba en Génesis explicaba la condición de este: la gente vivía en un mundo caído a causa del pecado original y esta situación solo podría mejorar mediante la intervención divina. La mayoría de los protestantes estadounidenses creían que el género humano era depravado por naturaleza y habrían considerado una blasfemia la idea de que el hombre pudiera aspirar a ser como Dios.

La salvación

Ningún tema suscitaba más controversia que el de la naturaleza de la salvación. Los teólogos llevaban tiempo procurando entender la relación entre la salvación, el albedrío, la predestinación y la presciencia y la gracia de Dios. A comienzos del siglo XIX, la mayoría de los protestantes estadounidenses, independientemente de la iglesia a la que asistieran, se identificaban con uno de estos tres sistemas: el calvinismo, el armianismo o el universalismo.

El reformador protestante Juan Calvino razonaba que Dios poseía un conocimiento completo del destino de Sus creaciones y que, por tanto, había predestinado a cualquiera que fuera a ser salvo. Los calvinistas veían el albedrío como una extensión de la voluntad de Dios y no tanto como una elección independiente. Jacobus Arminius, un teólogo calvinista, descartó la predestinación estricta y argumentaba que las decisiones del hombre contaban en su salvación. Aun aquellos predestinados a ser salvos, argumentaba Arminius, podían resistirse al Santo Espíritu. Posteriormente, algunos arminianos, incluso el eminente metodista John Wesley, creían que una persona, mediante sus decisiones y la gracia de Dios, podía lograr cierto grado de amor perfecto y, por consiguiente, perder el deseo de pecar. Los que se oponían a esta doctrina del perfeccionismo argumentaban que semejante estado del ser solo podría hacerse realidad en una vida posterior y gloriosa, y no en la vida terrenal.

La mayoría de los calvinistas y los arminianos consideraban que la salvación estaba garantizada para unos pocos y que el resto serían condenados. Por el contrario, los universalistas mantenían que en última instancia todos se salvarían gracias a que Jesucristo había llevado a cabo una Expiación perfecta. Entendían la doctrina bíblica del castigo divino como algo provisional y correctivo, y razonaban que Dios amaba el mundo con tal perfección que al final salvaría a todo el género humano.

Estos debates sobre los diversos modelos de salvación hicieron que los creyentes se sintieran ansiosos por su propia condición. La búsqueda de la certeza de la salvación adoptó formas diferentes para los calvinistas y los arminianos. Los calvinistas intentaban leer sus experiencias espirituales personales, sus sentimientos y sus hechos como señales de que Dios los había elegido para ser salvos. Los arminianos solían buscar la certeza de un testimonio poderoso del Santo Espíritu. Otros consideraban que celebraciones religiosas como el bautismo o la Eucaristía (el sacramento de la cena del Señor) eran necesarias para la salvación.

Los sacramentos y la autoridad

Los cristianos solían referirse a las ordenanzas o celebraciones sagradas, como el bautismo, con el término sacramentos. En las tradiciones católica romana y ortodoxa bizantina, los sacramentos eran ritos considerados esenciales para la salvación. Los sacerdotes trazaban su autoridad para administrar los sacramentos mediante una sucesión de obispos hasta llegar a los antiguos Apóstoles liderados por Pedro. Los reformadores protestantes, en particular Martín Lutero y Juan Calvino, consideraban que los sacramentos eran señales de fe; la autoridad descansaba en la congregación de los creyentes en vez de en unas pocas personas ordenadas, y la validación del sacramento era responsabilidad única del Santo Espíritu.

El modo, el tiempo y la necesidad del bautismo eran temas que se debatían con ardor. Las tradiciones católicas y ortodoxas de bautizar a los niños pequeños fueron cuestionadas durante la Reforma europea, si bien los protestantes estadounidenses siguieron divididos en cuanto a esta práctica. Los baptistas defendían que solo los que obraban con fe y eran plenamente conscientes de la decisión de venir a Cristo podían recibir un bautismo válido. Otros creían que el propio rito del bautismo se mantenía válido sin tener en cuenta la edad ni la madurez de la persona que se bautizaba. También se debatía en cuanto a los modos de bautizar. Los baptistas y otras confesiones hacían hincapié en la inmersión, mientras que los luteranos, los episcopalianos, los congregacionalistas, los presbiterianos y los metodistas aceptaban el bautismo mediante el derramamiento o rociado de agua.

Estos y otros debates alentaron a José Smith a recibir muchas de sus revelaciones más gloriosas. Las Escrituras de los Santos de los Últimos Días contienen numerosas respuestas reveladas a preguntas sobre la autoridad de la Biblia, la naturaleza de la Trinidad, el destino del alma del hombre, la necesidad y la manera del bautismo, la autoridad del sacerdocio y la manera de trabajar del Santo Espíritu. Estas revelaciones modernas esbozan un sistema de doctrinas y ordenanzas sagradas diferentes de las que se hallan en la cultura en la que estaban inmersos los primeros Santos de los Últimos Días.

Temas relacionados: Iglesias cristianas de la época de José Smith, Creencias religiosas de la época de José Smith, Relatos de la Primera Visión de José Smith

Notas

  1. Por ejemplo, Doctrina y Convenios 49 zanja las cuestiones sobre las creencias de los tembladores suscitadas por el converso Leman Copley (véase Matthew McBride, “Leman Copley y los tembladores”, en Matthew McBride y James Goldberg, editores, Revelaciones en contexto: Los acontecimientos de trasfondo de las revelaciones de Doctrina y Convenios, Salt Lake City: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 2016, págs. 117–121).