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46 Investidos con poder


“Investidos con poder”, capítulo 46 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815 – 1846, 2018

Capítulo 46: “Investidos con poder”

Capítulo 46

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Templo sobre la colina

Investidos con poder

En el otoño de 1844, el Cuórum de los Doce envió una epístola a todos los santos de todas partes. “El templo —anunciaron—, necesariamente reclama nuestra principal y más estricta atención”. Animaron a los santos a enviar dinero, suministros y trabajadores para acelerar el trabajo. Una investidura de poder los esperaba; todo lo que necesitaban era un lugar donde recibirla1.

Los santos compartían la urgencia de los apóstoles. A fines de septiembre, Peter Maughan le escribió a Willard Richards acerca de la nueva mina de carbón de los santos, a ciento sesenta millas río arriba del Misisipi. Peter y Mary habían vendido recientemente su casa de Nauvoo, habían utilizado el dinero para comprar la mina para la Iglesia y habían mudado a su familia a una cabaña rústica cerca del sitio de trabajo. Pero Peter ahora deseaba estar nuevamente en Nauvoo, cortando piedra para la Casa del Señor.

“Lo único que permanece en mi mente —le dijo a Willard—, es que el templo se está construyendo y yo me encuentro excluido del privilegio de ayudar”2.

Con las paredes del templo elevándose más, Brigham estaba decidido a continuar el trabajo que había comenzado José. Siguiendo el ejemplo del Profeta, oraba a menudo con los santos investidos y le pedía al Señor que preservara y unificara la Iglesia. Los bautismos por los muertos, que se habían detenido después del fallecimiento de José, comenzaron a efectuarse de nuevo en el sótano del templo. Los élderes y los setentas volvieron al campo misional en mayor número3.

Pero los desafíos nunca estuvieron alejados. En septiembre, Brigham y los Doce se enteraron de que Sidney Rigdon estaba conspirando contra ellos y denunciando a José como un profeta caído. Lo acusaron de apostasía y el obispo Whitney y el sumo consejo lo excomulgaron. Sidney se fue de Nauvoo poco después y predijo que los santos nunca terminarían el templo4.

Todavía preocupada por el bienestar de su familia, Emma Smith también se negó a brindarles todo su apoyo a los Apóstoles. Cooperaba con los fideicomisarios que habían designado para ordenar el patrimonio de José pero las disputas sobre los documentos de José y otras propiedades la irritaban. También le preocupaba que los apóstoles continuaban enseñando y practicando el matrimonio plural en privado5.

Las mujeres que habían sido selladas a José como esposas en matrimonio plural no hicieron reclamos sobre su propiedad. Después de su muerte, algunas de ellas regresaron a sus familias. Otras se casaron con miembros de los Doce, quienes hicieron convenio de cuidarlas y proveer para ellas en la ausencia de José. Discretamente, los Apóstoles continuaron iniciando en el matrimonio plural a más santos, se casaron con nuevas esposas en matrimonio plural y formaron familias con ellas6.

A principios de 1845, los mayores desafíos para los santos procedían de fuera de la Iglesia. Thomas Sharp y otros ocho hombres habían sido acusados de asesinar a José y a Hyrum, pero ninguno de los santos esperaba que fueran condenados. Los legisladores del estado, mientras tanto, buscaban debilitar el poder político de los miembros de la Iglesia mediante la derogación de los estatutos de la ciudad de Nauvoo. El gobernador Ford apoyaba sus esfuerzos y, para fines de enero de 1845, la legislatura despojó a los santos que vivían en Nauvoo de su derecho a elaborar y hacer cumplir leyes y disolvió la Legión de Nauvoo, así como a la policía local7.

Brigham temía que sin esas protecciones, los santos quedarían vulnerables a los ataques de sus enemigos. Sin embargo, faltaba mucho aún para terminar el templo y si los santos huían de la ciudad, difícilmente podrían esperar recibir su investidura. Necesitaban tiempo para completar la obra que el Señor les había dado; pero quedarse en Nauvoo, aunque fuera por un año más, podría poner en riesgo la vida de todos.

Brigham se arrodilló y oró para saber que debían hacer los santos. El Señor contestó con una respuesta simple: Quedarse y terminar el templo8.


En la mañana del 1º de marzo, Lewis Dana, de treinta y ocho años, se convirtió en el primer indígena norteamericano en unirse al Consejo de los Cincuenta. Después de la muerte de José, las reuniones del Consejo se habían detenido, pero una vez que se derogaron los estatutos de Nauvoo y los santos se dieron cuenta de que sus días en Nauvoo estaban contados, los Doce convocaron al Consejo para ayudar a gobernar la ciudad y planificar su evacuación.

Lewis era miembro de la nación Oneida [tribu indígena], y se había bautizado con su familia en 1840. Había servido en varias misiones, entre ellas una al Territorio Indio al oeste de los Estados Unidos, y había llegado a sitios lejanos como las montañas Rocosas. Sabiendo que Lewis tenía amigos y parientes entre las naciones indígenas hacia el oeste, Brigham lo invitó a unirse al consejo y compartir lo que sabía sobre los pueblos y las tierras que allí había.

“En el nombre del Señor —dijo Lewis al consejo— estoy dispuesto a hacer todo lo que pueda”9.

A lo largo de los años, los santos se habían resentido cada vez más profundamente con los líderes de su país por la negativa de estos a ayudarlos. Los líderes de la Iglesia estaban decididos a abandonar el país y llevar a cabo el plan de José de establecer un nuevo lugar de recogimiento, donde pudieran elevar un estandarte a las naciones, como lo predijo el profeta Isaías, y vivir las leyes de Dios en paz. Al igual que José, Brigham quería que el nuevo lugar de recogimiento fuera en el oeste, entre los indígenas, a quienes esperaba congregar como una rama del Israel disperso.

Dirigiéndose al consejo, Brigham propuso enviar a Lewis y a otros miembros del consejo al oeste en una expedición, a fin de reunirse con indígenas de varios pueblos y explicarles el propósito de los santos de trasladarse al oeste. También buscarían sitios posibles para el recogimiento10.

Heber Kimball estaba de acuerdo con el plan. “Mientras estos hombres encuentran esa ubicación —dijo—, el templo se terminará y los santos obtendrán su investidura”11.

El consejo aprobó la expedición y Lewis aceptó liderarla. Durante el resto de marzo y abril, asistió a las reuniones del consejo y asesoró a los demás miembros de este sobre la mejor manera de equipar la expedición y lograr sus objetivos12. A fines de abril, el consejo había designado cuatro hombres para que se unieran a Lewis en el viaje, entre ellos el hermano de Brigham, Phineas, y un converso reciente llamado Solomon Tindall, un indígena mohegan que había sido adoptado por los delaware13.

La expedición partió de Nauvoo poco después, viajando hacia el sudoeste, a través de Misuri, hacia el territorio más allá14.


En la isla de Tubuai, en el Pacífico Sur, Addison Pratt calculó que habían pasado casi dos años desde que dejó a su esposa e hijos en Nauvoo. Aunque Louisa indudablemente le había escrito, tal como él había escrito a casa en cada oportunidad, no había recibido ninguna correspondencia de su familia.

Aun así, estaba agradecido a la gente de Tubuai, que lo había hecho sentir como en casa. La pequeña isla tenía alrededor de doscientos habitantes y Addison había trabajado arduamente, había aprendido su idioma y había hecho muchos amigos. Después de un año en la isla, había bautizado a sesenta personas, entre ellas a Repa, la hija mayor del rey local. También bautizó a una pareja, llamados Nabota y Telii, quienes compartieron todo lo que tenían con él y lo trataron como si fuera de la familia. Para Addison era una fiesta espiritual escuchar a Nabota y Telii orar por los santos de Nauvoo y agradecer al Señor por haber enviado a Addison a una misión15.

Aunque el pensar en Louisa y en sus hijas hacía que Addison añorara su hogar, también le daba la oportunidad de reflexionar sobre el motivo de su sacrificio. Estaba en Tubuai debido a su amor por Jesucristo y su deseo de lograr la salvación de los hijos de Dios. Mientras atravesaba la isla para visitar a los santos de Tubuai, Addison a menudo sentía una calidez y un amor que los hacía llorar a él y a quienes lo rodeaban.

“Aquí tengo amigos que nada, excepto los lazos del Evangelio eterno, podrían haber creado”, anotó en su diario16.

Tres meses después, en julio de 1845, Addison se enteró de la muerte de José y Hyrum por una carta de Noah Rogers, su compañero misional, que estaba sirviendo más lejos, en Tahití. Cuando Addison leyó sobre los asesinatos, la sangre en sus venas pareció helarse17.

Alrededor de una semana más tarde, Noah le escribió a Addison nuevamente. Las labores misionales en Tahití y las islas circundantes habían sido menos exitosas que las de Addison en Tubuai y las noticias de Nauvoo inquietaron a Noah. Tenía esposa y nueve hijos en casa y estaba preocupado por la seguridad de ellos. Habían sufrido mucho durante el conflicto en Misuri y él no quería que soportaran más pruebas sin él; planeaba tomar el siguiente barco a casa18.

Addison tenía toda las razones del mundo para seguir a Noah; sin José, él también temía por su familia y por la Iglesia. “Cuáles serán los resultados— escribió en su diario— solo el Señor lo sabe”19.

Noah zarpó unos días después, pero Addison eligió quedarse con los santos de Tubuai. El domingo siguiente, predicó tres sermones en el dialecto local y uno en inglés20.


En Illinois, Louisa Pratt visitó a sus amigos Erastus y Ruhamah Derby en Bear Creek, un pequeño asentamiento al sur de Nauvoo21. Mientras estaba allí, los populachos incendiaron un asentamiento cercano de los santos. Erastus se fue de inmediato para defender el asentamiento, dejando a las dos mujeres para proteger la casa si los populachos atacaban también Bear Creek.

Esa noche, Ruhamah estaba demasiado asustada como para dormir e insistió en hacer guardia mientras Louisa dormía. Cuando se despertó por la mañana, Louisa encontró a su amiga exhausta pero aún alerta. Un día tenso pasó sin incidentes y, cuando volvió la noche, Louisa trató de convencer a Ruhamah de que la dejara mantener la vigilancia esa noche. Al principio, Ruhamah parecía demasiado temerosa como para confiar en ella, pero finalmente Louisa la convenció para que durmiera.

Cuando Erastus regresó unos días después, las dos mujeres estaban agotadas pero ilesas. Erastus les dijo que los santos del asentamiento vecino estaban viviendo en carpas y carromatos, expuestos a la lluvia y al aire nocturno22. Cuando las noticias llegaron a Brigham, llamó a los santos que vivían fuera de Nauvoo para que se reunieran en la seguridad de la ciudad. Con la esperanza de frenar la agresión del populacho y ganar más tiempo para cumplir el mandamiento del Señor de terminar el templo, le prometió al gobernador Ford que los santos abandonarían la región en la primavera23.

Cuando Louisa se enteró de esto, no supo qué hacer. Con Addison al otro lado del mundo, no sentía que tenía la capacidad o los recursos para mudar a su familia por su cuenta. Cuanto más pensaba en abandonar Nauvoo, más ansiosa se ponía24.


Después de una semana de lluvia, los cielos sobre Nauvoo se despejaron a tiempo para la conferencia de la Iglesia de octubre de 1845. El día estaba inusualmente cálido mientras los santos de todas partes de la ciudad subían por la colina hasta el templo y buscaban un asiento en el salón de asambleas del primer piso, recién construido. Mientras que el resto de su interior todavía estaba en gran parte sin acabar, las paredes exteriores y el techo del edificio estaban terminados y el campanario en forma de cúpula se erguía, brillando a la luz del sol25.

Mientras Brigham miraba a los santos entrar en el salón de asambleas, se sentía desgarrado. No quería abandonar el templo o Nauvoo, pero los recientes ataques del populacho eran solo una muestra de lo que sucedería si los santos se quedaban en la ciudad por más tiempo26. Esa primavera, los hombres acusados de asesinar a José y a Hyrum también habían sido absueltos, dándoles a los santos una prueba más de que sus derechos y libertades no serían respetados en Illinois27.

Los informes de Lewis Dana sobre la expedición a los indígenas eran buenos y, en las últimas semanas, los Apóstoles y el Consejo de los Cincuenta habían estado debatiendo posibles sitios para el nuevo lugar de recogimiento. Los líderes de la Iglesia se habían interesado por el valle del Gran Lago Salado, al otro lado de las montañas Rocosas. Las descripciones del valle del Lago Salado eran prometedoras y Brigham creía que los santos podían establecerse cerca de allí, extendiéndose con el tiempo y asentándose a lo largo de la costa del Pacífico28.

Pero el valle estaba a dos mil doscientos kilómetros de distancia a través de una tierra virgen vasta y desconocida, con pocos caminos y casi ninguna tienda donde pudieran comprar comida y provisiones. Los santos ya sabían que tenían que irse de Nauvoo, pero, ¿podrían emprender un viaje tan largo y potencialmente peligroso?

Con la ayuda del Señor, Brigham confiaba en que podrían hacerlo y planeó utilizar la conferencia para animar y tranquilizar a los miembros de la Iglesia. Parley Pratt habló primero en la sesión de la tarde, haciendo alusión a los planes de la Iglesia de ir hacia el oeste. “El designio del Señor es conducirnos a un campo de acción más amplio, donde habrá más lugar para que los santos progresen y crezcan —declaró—, y donde podamos disfrutar de los principios puros de la libertad y la igualdad de derechos”.

A continuación, George A. Smith se puso de pie ante el púlpito y habló de la persecución que los santos habían enfrentado en Misuri. Amenazados por una orden de exterminio, habían evacuado el estado juntos, habiendo hecho un convenio de no dejar a nadie atrás. George quería que los santos hicieran lo mismo ahora, que hicieran todo lo posible por ayudar a aquellos que no podían hacer el viaje solos.

Cuando George terminó, Brigham propuso que hicieran un convenio entre ellos y con el Señor de no dejar atrás a nadie que deseara ir al oeste. Heber Kimball pidió un voto de sostenimiento y los santos levantaron la mano como señal de su buena disposición para llevar a cabo su promesa.

“Si ustedes son fieles a su convenio —prometió Brigham—, profetizaré ahora que el gran Dios derramará sobre este pueblo los medios para que puedan cumplirlo hasta la última letra”29.


En los meses posteriores a la conferencia, los santos utilizaron cada sierra, martillo, yunque y aguja de coser para construir y equipar carromatos para el difícil viaje hacia el oeste. Los trabajadores también redoblaron sus esfuerzos en el templo para poder completarlo lo suficiente como para que los santos pudieran recibir las ordenanzas allí antes de dejar la ciudad30.

Mientras los obreros preparaban el ático del templo para la investidura y los sellamientos, en el sótano continuaban los bautismos por los muertos. Bajo la dirección del Señor, Brigham dio instrucciones de que los hombres ya no debían bautizarse por mujeres ni mujeres por hombres31.

“José no recibió en su vida todo lo relacionado con la doctrina de la redención —les había enseñado Brigham a los santos a principios de ese año—, pero él dejó la llave con aquellos que entendían cómo podían obtener y enseñar a este gran pueblo todo lo necesario para su salvación y exaltación en el reino celestial de nuestro Dios”.

El cambio en la ordenanza mostraba cómo el Señor continuaba revelando Su voluntad a Su pueblo. “El Señor ha guiado a este pueblo todo el tiempo de esta manera —declaró Brigham—, dándoles un poco aquí y un poco allí. De ese modo aumenta Él la sabiduría de ellos, y el que recibe un poco y está agradecido por ello, recibirá cada vez más y más”32.

Para diciembre, el ático del templo estaba terminado y los apóstoles lo prepararon para la investidura. Con la ayuda de otros santos, colgaron pesadas cortinas para dividir la gran sala en varias salas decoradas con plantas y murales. En el extremo este del ático separaron un gran espacio para el salón celestial, el lugar más sagrado del templo, y lo adornaron con espejos, pinturas, mapas y un magnífico reloj de mármol33.

Luego, los apóstoles invitaron a los santos a entrar al templo para recibir sus bendiciones. Los hombres y las mujeres que anteriormente habían sido investidos se turnaron ahora para desempeñar las diversas funciones en la ceremonia. Al guiar a los santos por las habitaciones del templo, les enseñaron más acerca del plan de Dios para Sus hijos y los pusieron bajo convenios adicionales de vivir el Evangelio y consagrarse a sí mismos para edificar Su reino34.

Vilate Kimball y Ann Whitney administraban las ordenanzas de lavamiento y unción a las mujeres. Luego, Eliza Snow guiaba a las mujeres a lo largo del resto de las ordenanzas, ayudada por otras mujeres previamente investidas. Brigham llamó a Mercy Thompson para que se mudara al templo a tiempo completo a fin de ayudar en la obra que allí se hacía35.

Después del comienzo del nuevo año, los apóstoles comenzaron a sellar a las parejas por esta vida y la eternidad. Pronto, más de mil parejas recibieron el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio. Entre ellos se encontraban Sally y William Phelps, Lucy e Isaac Morley, Ann y Philo Dibble, Caroline y Jonathan Crosby, Lydia y Newel Knight, Drusilla y James Hendricks y otros hombres y mujeres que habían seguido a la Iglesia de un lugar a otro, consagrando sus vidas a Sion.

Los Apóstoles también sellaron los hijos a sus padres y los hombres y mujeres a los cónyuges que habían fallecido. Joseph Knight, padre, que se había regocijado con José la mañana en que este llevó las planchas de oro a la casa, fue sellado en forma vicaria a su esposa Polly, la primera de los santos en ser enterrada en el condado de Jackson, Misuri. Algunos santos también participaron en sellamientos especiales de adopción que los unían a las familias eternas de amigos cercanos36.

Con cada ordenanza se hacía realidad el plan del Señor de obtener una cadena unida de santos y sus familias, ligados a Él y entre ellos mediante el sacerdocio37.


Ese invierno, los enemigos de la Iglesia estaban inquietos y dudaban de que los santos cumplieran su promesa de irse en la primavera. Brigham y otros apóstoles fueron acusados falsamente de actos criminales, lo que los obligó a mantenerse ocultos y, a veces, incluso a esconderse en el templo38. Circulaban rumores de que el gobierno de los Estados Unidos cuestionaba la lealtad de los santos y quería enviar tropas para evitar que abandonaran el país y se aliaran con las potencias extranjeras que controlaban las tierras occidentales39.

Sintiendo una gran presión para irse, los Apóstoles decidieron que los líderes de la Iglesia, sus familias y otros hombres que eran objeto de persecución debían irse lo antes posible. Creían que cruzar el río Misisipi hacia Iowa podía contener a sus enemigos un poco más y evitar más violencia.

A principios de enero de 1846, los Apóstoles finalizaron sus planes para el éxodo con el Consejo de los Cincuenta. Antes de partir, designaron agentes para administrar las propiedades que estaban dejando y para vender lo que pudieran a fin de ayudar a los pobres a hacer el viaje. También querían que algunos hombres quedaran para terminar y dedicar el templo.

Ahora, Brigham y los Doce estaban decididos a congregar a los santos en los valles tras las montañas Rocosas. Después de ayunar y orar cada día en el templo, Brigham había tenido una visión en la que José señalaba la cima de una montaña con una bandera ondeando sobre ella como un estandarte. José le había dicho que edificara una ciudad a la sombra de esa montaña.

Brigham creía que a pocas personas les gustaría esa región, que era menos fértil que las llanuras al este de las montañas. Confiaba en que las montañas también los protegieran de los enemigos y proporcionaran un clima templado. Una vez que se asentaran en el valle, esperaba poder crear puertos en la costa del Pacífico para recibir a los que emigraban de Inglaterra y del este de los Estados Unidos40.

El consejo volvió a reunirse dos días después y Brigham nuevamente reflexionó sobre el deseo de José de cumplir la profecía de Isaías y elevar un estandarte a las naciones. “Las palabras de los profetas nunca se cumplirían —dijo Brigham al consejo—, a menos que la Casa del Señor fuera erigida en la cima de los montes y el soberbio pabellón de la libertad ondeara sobre los valles que están entre las montañas”.

“Yo sé dónde es el sitio —declaró—, y sé cómo hacer la bandera”41.


El 2 de febrero, después de que miles de santos hubieron recibido las ordenanzas del templo, los Apóstoles anunciaron que detendrían el trabajo en el templo y, en cambio, prepararían barcazas para transportar carromatos a través del helado río Misisipi. Brigham envió mensajeros a los capitanes de las compañías de carromatos indicándoles que estuvieran listos para partir en cuatro horas. Luego continuó administrando la investidura a los santos hasta altas horas de la noche, haciendo que los registradores del templo se quedaran allí hasta que cada ordenanza se hubiera registrado correctamente42.

Cuando Brigham se levantó al día siguiente, una multitud de santos lo recibió fuera del templo, ansiosos por recibir su investidura. Brigham les dijo que no era prudente retrasar la partida. Si se quedaban para hacer más investiduras, su salida de la ciudad podría verse obstaculizada o interrumpida. Prometió que edificarían más templos y tendrían más oportunidades de recibir sus bendiciones en el oeste.

Entonces Brigham se alejó, esperando que los santos se dispersaran, pero en vez de eso ellos subieron los escalones del templo y llenaron sus salones. Brigham se volvió y los siguió adentro. Vio sus caras ansiosas y cambió de opinión. Sabía que necesitaban la investidura de poder para soportar las dificultades que tenían por delante, sobreponerse al aguijón de la muerte y regresar a la presencia de Dios.

Durante el resto de ese día, los obreros del templo administraron las ordenanzas a cientos de santos43. Al día siguiente, 4 de febrero, otros quinientos santos recibieron su investidura al tiempo que los primeros carromatos salían de Nauvoo.

Finalmente, el 8 de febrero, Brigham y los Apóstoles se reunieron en el piso superior del templo. Se arrodillaron alrededor del altar y oraron, pidiendo la bendición de Dios sobre las personas que se dirigían al oeste y sobre aquellos que se quedaban en Nauvoo para terminar el templo y dedicarlo a Él44.


Durante los días y las semanas que siguieron, las compañías de santos cargaron sus carromatos y bueyes en balsas y los transportaron al otro lado del río, uniéndose a otros que ya habían cruzado. Al subir a un peñasco alto a unos kilómetros al oeste del río, muchos santos miraban hacia Nauvoo para ofrecerle un emotivo adiós al templo45.

Día tras día, Louisa Pratt veía a sus amigos y vecinos salir de la ciudad. Todavía se sentía amedrentada por la idea de ir al oeste sin la ayuda y la compañía de Addison. Todos esperaban que el viaje estuviera lleno de peligros imprevistos, pero hasta ahora nadie le había preguntado si ella estaba preparada para hacerlo. Y ninguno de los hombres que habían llamado a Addison a una misión se había ofrecido a ayudarla a mudarse.

“Hermana Pratt —le dijo un amigo un día, después de que ella hubo expresado sus sentimientos—, ellos esperan que sea lo suficientemente inteligente como para ir usted misma sin ayuda, e incluso que ayude a los demás”.

Louisa pensó en eso por un momento. “Bueno —dijo—, les mostraré lo que puedo hacer”46.


Con la nieve arremolinándose a su alrededor, Emily Partridge temblaba al sentarse en un árbol caído en la ribera occidental del Misisipi. Su madre y sus hermanas habían cruzado el río seis días antes y habían acampado cerca, pero Emily no sabía dónde. Al igual que muchos santos que habían dejado Nauvoo, estaba cansada, hambrienta y ansiosa por el viaje que tenía por delante. Esta era la cuarta vez que era expulsada de su hogar por causa de su religión47.

Casi hasta donde podía recordar, ella siempre había sido una Santo de los Últimos Días. Cuando era niña, había visto a su padre y a su madre sufrir persecución y pobreza por servir a Jesucristo y establecer Sion. Para cuando tenía dieciséis años, cuando los populachos expulsaron a su familia de Misuri, Emily ya había pasado la mayor parte de su vida buscando un lugar de refugio y paz.

Ahora, ya casi de veintidós años, ella iniciaba otra travesía. Después de la muerte de José, se había casado con Brigham Young como esposa en matrimonio plural. El pasado octubre, habían tenido un hijo, Edward Partridge Young, llamado así por el padre de ella. Dos meses más tarde, Emily entró al templo y recibió su investidura.

Si su bebé sobrevivía al viaje, crecería en las montañas a salvo de los populachos que conoció su madre de joven. Sin embargo, nunca sabría, como Emily, cómo era vivir en el condado de Jackson o en Nauvoo. Nunca conocería a José Smith ni lo oiría predicar a los santos un domingo por la tarde.

Antes de cruzar el río, Emily había pasado de visita por la Mansión de Nauvoo para ver al bebé de José y Emma, David Hyrum, que había nacido cinco meses después de la muerte del Profeta. Los resentimientos que una vez existieron entre Emma y Emily habían desaparecido y Emma la invitó a entrar en su casa y la trató con amabilidad.

Emma y sus hijos no irían al oeste; su lucha por aceptar el matrimonio plural, así como las continuas disputas sobre las propiedades, continuaban complicando su relación con la Iglesia y los Doce. Todavía creía en el Libro de Mormón y tenía un poderoso testimonio del llamamiento profético de su esposo. Pero en lugar de seguir a los Apóstoles, ella había elegido quedarse en Nauvoo con otros miembros de la familia Smith48.

Sentada a las orillas del Misisipi, Emily tenía cada vez más frío a medida que grandes copos de nieve se acumulaban sobre su ropa. Brigham todavía estaba en Nauvoo, supervisando el éxodo, así que se levantó y llevó a su bebé de una fogata a otra, buscando calor y alguna cara conocida. En poco tiempo, se reunió con su hermana Eliza y se unió a ella en un campamento de los santos situado en un lugar llamado Sugar Creek. Allí vio familias acurrucadas en carpas y carromatos, manteniéndose juntos para obtener calor y consuelo contra el frío y ante un futuro desconocido49.

Nadie en el campamento sabía lo que les depararía el día siguiente. Sin embargo, no estaban dando un salto a ciegas hacia la oscuridad. Habían hecho convenios con Dios en el templo, fortaleciendo su fe en Su poder para guiarlos y sostenerlos en su viaje. Cada uno confiaba en que en algún lugar al oeste, a través de las cumbres de las montañas Rocosas, encontrarían un lugar para congregarse, edificar otro templo y establecer el reino de Dios en la tierra50.