Instituto
45 Un fundamento inquebrantable


“Un fundamento inquebrantable”, capítulo 45 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815 – 1846, 2018

Capítulo 45: “Un fundamento inquebrantable”

Capítulo 45

Imagen
Voto de sostenimiento

Un fundamento inquebrantable

Antes del amanecer del 28 de junio, Emma respondió a un llamado urgente a su puerta. Encontró a su sobrino, Lorenzo Wasson, de pie en la puerta, cubierto de polvo. Sus palabras confirmaron su mayor temor1.

Pronto, toda la ciudad se despertó cuando Porter Rockwell cabalgó por las calles gritando la noticia de la muerte de José2. Casi al instante, una multitud se congregó fuera de la casa de la familia Smith, pero Emma se quedó con sus hijos adentro, con solo un puñado de amigos y huéspedes. Su suegra, Lucy Smith, caminaba de un lado al otro de su habitación, mirando abstraídamente por las ventanas. Los niños se acurrucaron juntos en otra habitación3.

Emma estaba sentada sola, llorando en silencio su pérdida. Después de un rato, escondió la cara entre sus manos y gritó: “¿Por qué soy viuda y mis hijos huérfanos?”.

Al oír sus sollozos, John Green, el alguacil de la ciudad de Nauvoo, entró en la habitación. Intentando consolarla, dijo que su aflicción sería la corona de la vida para ella.

“Mi esposo era mi corona —dijo ella bruscamente—. ¿Por qué, oh Dios, se me desampara de esta manera?”4.


Más tarde ese día, Willard Richards y Samuel Smith entraron en Nauvoo con carromatos que transportaban los cuerpos de José y Hyrum. Para protegerlos del fuerte sol de verano, los habían colocado en cajas de madera y los habían cubierto con maleza5.

Tanto Willard como Samuel estaban profundamente conmocionados por el ataque del día anterior. Samuel había intentado visitar a sus hermanos en la cárcel pero, antes de que pudiera llegar a Carthage, un populacho había disparado contra él y lo había perseguido durante más de dos horas a caballo6. Willard, mientras tanto, había sobrevivido al ataque con solo una pequeña herida en el lóbulo de la oreja, cumpliendo una profecía que José había hecho un año antes de que las balas volarían alrededor de Willard, alcanzarían a sus amigos a derecha y a izquierda, pero no dejarían ni un agujero en su ropa7.

John Taylor, por otro lado, se debatía entre la vida y la muerte en un hotel de Carthage, demasiado herido para abandonar la ciudad8. La noche anterior, Willard y John habían escrito una breve carta a los santos en la que les rogaban que no tomaran represalias por el asesinato de José y Hyrum. Cuando Willard terminó la carta, John había estado tan débil por la pérdida de sangre que apenas pudo firmar su nombre9.

Al acercarse Willard y Samuel al templo, un grupo de santos se reunió con los carromatos y los siguió hasta la ciudad. Casi todos en Nauvoo se unieron a la procesión mientras los carromatos se movían lentamente, pasando el terreno del templo y bajando la colina hasta la Mansión de Nauvoo. Los santos lloraban abiertamente mientras caminaban por la ciudad10.

Cuando la procesión llegó a la casa de los Smith, Willard subió a la plataforma desde la que José se había dirigido por última vez a la Legión de Nauvoo. Mirando a una multitud de diez mil personas, Willard pudo ver que muchos estaban enojados con el gobernador y el populacho11.

“Confíen en la ley para obtener reparación —suplicó—. Déjenle la venganza al Señor”12.


Esa noche, Lucy Smith se preparó mentalmente mientras esperaba con Emma, Mary y sus nietos afuera del comedor de la Mansión de Nauvoo. Unas horas antes, varios hombres habían traído los cuerpos de José y Hyrum a la casa para lavarlos y vestirlos. Lucy y su familia habían estado esperando para ver los cuerpos. Lucy apenas podía mantener la calma y oró pidiendo fortaleza para ver a sus hijos asesinados.

Cuando los cuerpos estuvieron listos, Emma entró de primera pero cayó al suelo en el acto y tuvo que ser llevada fuera de la habitación. Mary la siguió, temblando al caminar. Con sus dos hijos más pequeños aferrándose a ella, se arrodilló junto a Hyrum, tomó su cabeza en sus brazos y sollozó. “¿Te han disparado, mi querido Hyrum?”, dijo, alisándole el cabello con la mano. El dolor se apoderó de ella.

Con la ayuda de algunos amigos, Emma pronto regresó a la habitación y se unió a Mary junto a Hyrum. Puso su mano en la fría frente de su cuñado y le habló en voz baja. Luego se volvió hacia sus amigos y dijo: “Ahora puedo verlo. Tengo fuerzas ahora”.

Emma se puso de pie y caminó sin ayuda hasta el cuerpo de José. Se arrodilló a su lado y colocó su mano en la mejilla de él. “¡Oh, José, José! —dijo—. ¡Finalmente te han apartado de mí!”13. El pequeño José se arrodilló y besó a su padre.

Lucy estaba tan abrumada por la tristeza a su alrededor que no podía hablar. “Dios mío —oró en silencio—. ¿Por qué has abandonado a esta familia?”. Los recuerdos de las pruebas atravesadas por su familia inundaron su mente pero, cuando miró los rostros sin vida de sus hijos, estos se veían apacibles. Sabía que José y Hyrum ahora estaban más allá del alcance de sus enemigos.

“Los he tomado para mí —escuchó a una voz decir—, para que puedan descansar”14.

Al día siguiente, miles de personas se pusieron en fila afuera de la Mansión de Nauvoo para honrar a los hermanos. El día de verano era caluroso y sin nubes. Hora tras hora, los santos entraban por una puerta, pasaban al lado de los ataúdes y salían por otra puerta. Los hermanos habían sido colocados en finos ataúdes forrados con lino blanco y suave terciopelo negro. Una placa de vidrio sobre sus caras les permitía a los dolientes verlos por última vez15.

Después del velorio, William Phelps pronunció el sermón del funeral del Profeta ante una multitud de miles de santos. “¿Qué diré acerca de José el vidente? —preguntó—. No vino en el torbellino de la opinión pública, sino en el sencillo nombre de Jesucristo”.

“Vino a dar los mandamientos y la ley del Señor, a edificar templos y a enseñar a los hombres a mejorar en el amor y la gracia —testificó William—. Vino para establecer nuestra Iglesia sobre la tierra, sobre los principios puros y eternos de la revelación, los profetas y los apóstoles”16.


Después del funeral, Mary Ann Young le escribió sobre la tragedia a Brigham, que estaba a cientos de kilómetros al este haciendo campaña por José junto a varios miembros de los Doce. “Hemos tenido grandes aflicciones en este lugar desde que partiste de casa —relató—. Nuestro querido hermano José Smith y Hyrum han caído víctimas de un feroz populacho”. Mary Ann le aseguró a Brigham que su familia gozaba de buena salud, pero ella no sabía cuán a salvo estaban. Durante las últimas tres semanas, el correo que entraba a Nauvoo casi se había detenido y la amenaza de ataques del populacho era constante.

“He sido bendecida para mantener mis sentimientos en calma durante la tormenta —escribió Mary Ann—. Espero que tengas cuidado en tu camino a casa y no te expongas a aquellos que pondrán en peligro tu vida”17.

El mismo día, Vilate Kimball le escribió a Heber. “Nunca antes tomé mi pluma para dirigirme a ti en circunstancias tan difíciles como estas en las que ahora nos encontramos —le dijo—. Ruego que Dios no permita que vuelva a ser testigo de algo similar”.

Vilate había oído que William Law y sus seguidores seguían buscando venganza contra los líderes de la Iglesia. Temiendo por la seguridad de Heber, estaba renuente a que su esposo volviera a casa. “Mi oración constante ahora es que el Señor nos preserve a todos para que nos veamos nuevamente —escribió—. No tengo dudas de que buscarán quitarte la vida, pero ruego que el Señor te dé sabiduría para escapar de sus manos”18.

Poco tiempo después, Phebe Woodruff escribió a sus padres y describió el ataque ocurrido en Carthage. “Estas cosas no detendrán la obra más de lo que lo hizo la muerte de Cristo, sino que la harán seguir su curso con mayor rapidez —testificó Phebe—. Creo que José y Hyrum están ahora donde pueden hacerle a la Iglesia mucho más bien que cuando estaban con nosotros”.

“Estoy más firme en la fe que nunca —afirmó—. No abandonaría la fe del verdadero mormonismo aun si me costara la vida dentro de una hora desde el momento en que escribo esto, ya que sé con seguridad que es la obra de Dios”19.


Mientras las cartas de Mary Ann, Vilate y Phebe viajaban hacia el este, Brigham Young y Orson Pratt escucharon rumores de que José y Hyrum habían sido asesinados, pero nadie podía confirmar la historia. Posteriormente, el 16 de julio, un miembro de la Iglesia de la rama Nueva Inglaterra a quien estaban visitando, recibió una carta desde Nauvoo que detallaba las trágicas noticias. Cuando leyó la carta, Brigham sintió que su cabeza iba a resquebrajarse. Nunca había sentido tanta desesperanza.

Sus pensamientos se volvieron instantáneamente hacia el sacerdocio. José había poseído todas la llaves necesarias para investir a los santos y sellarlos por la eternidad. Sin esas llaves, la obra del Señor no podría avanzar. Por un momento, Brigham temió que José se las hubiera llevado a la tumba.

Luego, en una ráfaga de revelación, Brigham recordó cómo José les había conferido las llaves a los Doce Apóstoles. Se golpeó fuerte la rodilla con la mano y dijo: “Las llaves del reino están aquí, en la Iglesia”20.

Brigham y Orson viajaron a Boston para encontrarse con los otros apóstoles en los estados del este. Decidieron regresar a casa inmediatamente y aconsejaron a todos los misioneros que tenían familia en Nauvoo que regresaran también21.

“Tengan buen ánimo —les dijo Brigham a los santos de la región—. Cuando Dios envía a un hombre a hacer una obra, todos los demonios del infierno no pueden matarlo hasta que él la finalice”. Testificó que José les había dado a los Doce todas las llaves del sacerdocio antes de su muerte y les había dejado a los santos todo lo que necesitaban para continuar22.


Entretanto en Nauvoo, mientras lloraba a su esposo, Emma comenzó a preocuparse por tener que mantener sola a sus hijos y a su suegra. José había hecho grandes esfuerzos en el aspecto legal para separar las propiedades de su familia de las que pertenecían a la Iglesia, pero todavía habían quedado deudas considerables y no había dejado un testamento. A menos que la Iglesia designara rápidamente a un fideicomisario para reemplazar a José como administrador de las propiedades de la Iglesia, temía Emma, su familia quedaría en la indigencia23.

Los líderes de la Iglesia de Nauvoo estaban divididos sobre quién tenía la autoridad para hacer la designación. Algunas personas creían que la responsabilidad debía recaer en Samuel Smith, el hermano mayor, con vida, del Profeta, pero este se había enfermado después de que el populacho lo persiguió alejándolo de Carthage y murió repentinamente a fines de julio24. Otros pensaban que los líderes locales de la estaca debían seleccionar al nuevo fideicomisario. Willard Richards y William Phelps querían posponer la decisión hasta que los Doce regresaran de su misión a los estados del este, para que pudieran participar en la selección.

Pero Emma estaba ansiosa por que se tomara una decisión y quería que los líderes de la Iglesia designaran un fideicomisario de inmediato. Su elección para el puesto era William Marks, el presidente de estaca de Nauvoo25. Sin embargo, el obispo Newel Whitney se oponía fuertemente a esa elección porque William había rechazado el matrimonio plural y se preocupaba poco por las ordenanzas del templo.

“Si se designa a Marks —declaró el obispo en privado—, nuestras bendiciones espirituales serán destruidas, ya que él no es partidario de los asuntos más importantes”. Sabiendo que la Iglesia era mucho más que una empresa con activos financieros y obligaciones legales, Newel creía que el nuevo fideicomisario debía ser alguien que apoyara completamente lo que el Señor le había revelado a José26.

Por esos días, John Taylor se había recuperado lo suficiente de sus heridas como para regresar a Nauvoo. Parley Pratt también regresó de su misión y junto con John, Willard Richards y William Phelps instaron a Emma y a William Marks a esperar el regreso de los otros apóstoles. Creían que era mucho más importante seleccionar al nuevo fideicomisario a través de la autoridad adecuada que tomar una decisión rápida27.

Entonces, el 3 de agosto, Sidney Rigdon regresó a Nauvoo. Como era el compañero de fórmula de José en la campaña presidencial, Sidney se había mudado a otro estado para cumplir con los requisitos legales para el puesto. Pero cuando se enteró de la muerte del Profeta, Sidney se apresuró a volver a Illinois, seguro de que su posición en la Primera Presidencia le daba derecho a dirigir la Iglesia.

Para fortalecer su pretensión, Sidney anunció que había recibido una visión de Dios que le mostraba que la Iglesia necesitaba un guardián, alguien que cuidara de la Iglesia en ausencia de José y que continuara hablando por él28.

La llegada de Sidney preocupó a Parley y a los otros apóstoles que estaban en Nauvoo. El conflicto sobre el fideicomisario dejó en claro que la Iglesia necesitaba una autoridad que presidiera para tomar decisiones importantes. Pero sabían que Sidney, al igual que William Marks, había rechazado muchas de las enseñanzas y prácticas que el Señor le había revelado a José. Más importante aún, sabían que José había confiado menos en Sidney en los últimos años y que no le había conferido todas las llaves del sacerdocio29.

El día después de su llegada, Sidney se ofreció públicamente a dirigir la Iglesia. No dijo nada acerca de terminar el templo ni de investir a los santos de poder espiritual. Más bien, les advirtió que se avecinaban tiempos peligrosos y prometió que los guiaría con valentía durante los últimos días30.

Más tarde, en una reunión de líderes de la Iglesia, Sidney insistió en reunir a los santos en dos días para elegir un nuevo líder y designar un fideicomisario. Alarmados, Willard y los otros apóstoles pidieron más tiempo para examinar las afirmaciones de Sidney y esperar el regreso del resto de su cuórum.

William Marks transigió y programó la reunión para el 8 de agosto, cuatro días después31.


En la tarde del 6 de agosto, corrió la voz de que Brigham Young, Heber Kimball, Orson Pratt, Wilford Woodruff y Lyman Wight habían llegado a Nauvoo en un barco de vapor. Los santos saludaban a los apóstoles en las calles mientras estos se dirigían a su hogar32.

La tarde siguiente, los apóstoles recién llegados se unieron a Willard Richards, John Taylor, Parley Pratt y George A. Smith, en una reunión con Sidney y los otros consejos de la Iglesia33. Para ese momento, Sidney había cambiado de opinión acerca de elegir un nuevo líder el 8 de agosto. En cambio, dijo que quería tener una reunión de oración con los santos ese día y posponer la decisión hasta que los líderes de la Iglesia pudieran reunirse y “animarse mutuamente sus corazones”34.

Aún así, Sidney insistía en su derecho a dirigir la Iglesia. “Se me mostró que esta Iglesia debe ser edificada para José —dijo a los consejos—, y que todas las bendiciones que recibamos deben venir a través de él”. Dijo que su reciente visión simplemente había sido una continuación de la gran visión del cielo que había tenido con José más de una década antes.

“He sido ordenado portavoz de José —continuó, refiriéndose a una revelación que José había recibido en 1833—, y debo venir a Nauvoo y ver que la Iglesia sea gobernada de manera apropiada”35.

Las palabras de Sidney no impresionaron a Wilford. “Fue una especie de visión de segunda clase”, anotó en su diario36.

Después de que Sidney terminó de hablar, Brigham se levantó y testificó que José les había conferido todas las llaves y los poderes del apostolado a los Doce. “No me importa quién dirija la Iglesia —dijo—, pero hay algo que debo saber, y es lo que Dios tiene que decir al respecto”37.

El 8 de agosto, el día de la reunión de oración de Sidney, Brigham faltó a una reunión a primera hora de la mañana con su cuórum, algo que nunca había hecho antes38. Al salir, vio que miles de santos se habían reunido en la arboleda cerca del templo. La mañana era ventosa y Sidney estaba parado en una carreta, de espaldas a un viento fuerte y constante. En lugar de llevar a cabo una reunión de oración, Sidney nuevamente se estaba ofreciendo como guardián de la Iglesia.

Sidney habló durante más de una hora, dando testimonio de que José y Hyrum poseerían su autoridad del sacerdocio por la eternidad y que habían organizado los consejos de la Iglesia lo suficiente como para dirigir la Iglesia después de la muerte de ellos. “Cada hombre ocupará su propio lugar y su propio llamamiento ante Jehová”, declaró Sidney. Nuevamente propuso que su propio lugar y llamamiento era como portavoz de José. No deseaba que la congregación votara sobre el asunto, pero quería que los santos conocieran su punto de vista39.

Cuando Sidney terminó de hablar, Brigham le pidió a la multitud que se quedara unos momentos más. Dijo que había querido tener tiempo para llorar la muerte de José antes de resolver cualquier asunto de la Iglesia, pero que percibía una urgencia entre los santos por elegir a un nuevo líder. Le preocupaba que algunos de entre ellos estuvieran buscando poder en contra de la voluntad de Dios.

Para resolver el asunto, Brigham les pidió a los miembros de la Iglesia que regresaran por la tarde para sostener a un nuevo líder de la Iglesia. Votarían por cuórum y como organización de la Iglesia. “Podemos ocuparnos del asunto en cinco minutos —dijo—. No vamos a actuar el uno contra el otro, y cada hombre y mujer dirá amén”40.


Esa tarde, Emily Hoyt regresó a la arboleda para la reunión. Emily era prima del Profeta; tenía cerca de cuarenta años y se había graduado de una academia de maestros. En los últimos años, ella y su esposo, Samuel, se habían acercado mucho a José y Hyrum y la repentina muerte de los dos hermanos los había entristecido. Aunque vivían al otro lado del río, en el Territorio de Iowa, Emily y Samuel habían ido a Nauvoo ese día para asistir a la reunión de oración de Sidney41.

Alrededor de las dos de la tarde, los cuórums y los consejos del sacerdocio se sentaron juntos sobre el estrado y a su alrededor. Entonces, Brigham Young se puso de pie para dirigirse a los santos42. “Se ha dicho mucho sobre el presidente Rigdon como presidente de la Iglesia —dijo—, pero yo les digo que el Cuórum de los Doce posee las llaves del Reino de Dios en todo el mundo”43.

Mientras Emily escuchaba hablar a Brigham, se descubrió levantando la mirada hacia él para asegurarse de que no era José el que hablaba. Tenía las expresiones de José, su método de razonamiento e incluso el sonido de su voz44.

“El hermano José, el Profeta, ha establecido el fundamento de una gran obra y nosotros edificaremos sobre este —continuó Brigham—. Se ha establecido un fundamento inquebrantable y podemos edificar un reino tal como nunca lo hubo en el mundo. Podemos edificar un reino más rápido de lo que Satanás puede matar a los santos”.

Pero los santos debían trabajar juntos, declaró Brigham, siguiendo la voluntad del Señor y viviendo por fe. “Si quieren que Sidney Rigdon o William Law los guíen, o cualquier otra persona, son bienvenidos a hacerlo —dijo—, pero les digo en el nombre del Señor que ningún hombre puede poner a otro entre los Doce y el profeta José. ¿Por qué? Él ha encomendado en sus manos las llaves del reino en esta última dispensación, para todo el mundo”45.

Sintiendo que el Espíritu y el poder que habían descansado sobre José ahora descansaban sobre Brigham, Emily observó cómo el apóstol llamaba a los santos a sostener a los Doce como los líderes de la Iglesia. “Cada hombre, cada mujer, cada cuórum está ahora puesto en orden —dijo—. Todos los que estén a favor de esto, en toda la congregación de los santos, manifiéstenlo alzando la mano derecha”.

Emily y toda la congregación levantaron la mano46.

“Hay mucho por hacer —dijo Brigham—. El fundamento fue establecido por nuestro Profeta y edificaremos sobre él. No se puede establecer ningún otro fundamento, sino el que se ha establecido y tendremos nuestra investidura si el Señor quiere”47.

Siete años más tarde, Emily registró su experiencia de ver a Brigham hablarles a los santos y testificó lo mucho que este se parecía y sonaba como José en el estrado. En los años siguientes, decenas de santos agregarían su testimonio al de ella, describiendo cómo vieron descender el manto profético de José sobre Brigham ese día48.

“Si alguien duda del derecho de Brigham a administrar los asuntos de los santos —escribió Emily—, todo lo que tengo para decirles es esto: obtengan el Espíritu de Dios y sepan por ustedes mismos. El Señor proveerá para los suyos”49.


El día después de la conferencia, Wilford percibió que la melancolía todavía se cernía sobre la ciudad. “El Profeta y el Patriarca se han ido —escribió en su diario—, y parece que hay muy poca ambición de hacer cualquier cosa”. Aun así, Wilford y los Doce se pusieron a trabajar de inmediato. Se reunieron esa tarde y designaron a los obispos Newel Whitney y George Miller para que sirvieran como fideicomisarios para la Iglesia y resolvieran los asuntos relacionados con las finanzas de José50.

Tres días después, llamaron a Amasa Lyman al Cuórum de los Doce y dividieron el este de los Estados Unidos y Canadá en distritos a ser presididos por sumos sacerdotes. Brigham, Heber y Willard llamarían hombres a estos puestos y supervisarían la Iglesia en Estados Unidos, mientras que Wilford viajaría con Phebe a Inglaterra para presidir la misión británica y administrar su imprenta51.

Mientras Wilford se preparaba para su misión, los otros apóstoles se esforzaban por fortalecer la Iglesia en Nauvoo. En la reunión del 8 de agosto, los santos habían sostenido a los Doce, pero algunos hombres ya estaban tratando de dividir la Iglesia y alejar a la gente. Uno de ellos, James Strang, era un nuevo miembro de la Iglesia que afirmaba tener una carta de José en la que lo nombraba su verdadero sucesor. James tenía una casa en el Territorio de Wisconsin y quería que los santos se congregaran allí52.

Brigham les advirtió a los santos que no siguieran a los disidentes. “No se dispersen —les instó—. Quédense aquí en Nauvoo, y edifiquen el templo y obtengan su investidura”53.

Terminar el templo siguió siendo el centro de la atención de la Iglesia. El 27 de agosto, la noche antes de partir hacia Inglaterra, Wilford y Phebe visitaron el templo con unos amigos. De pie junto a la base de sus paredes, que llegaban casi a la parte más alta de la segunda planta, Wilford y Phebe admiraron la manera en la que la luz de la luna resaltaba la grandeza y sublimidad de la estructura.

Subieron por una escalera hasta la parte superior de las paredes y se arrodillaron para orar. Wilford expresó su gratitud al Señor por darles a los santos el poder para edificar el templo y le suplicó que pudieran terminarlo, recibir la investidura y sembrar la obra de Dios en todo el mundo. También le pidió al Señor que los preservara a Phebe y a él en el campo misional.

“Permítenos cumplir nuestra misión en rectitud —oró—, y poder volver a esta tierra y andar por los patios de la casa del Señor en paz”54.

Al día siguiente, justo antes de que los Woodruff se fueran, Brigham le dio a Phebe una bendición para la obra que tenía por delante. “Serás bendecida en tu misión en común con tu marido, y serás el medio para hacer mucho bien —prometió—. Si vas con toda humildad, serás preservada para regresar y reunirte con los santos en el templo del Señor, y te regocijarás en él”.

Esa tarde, Wilford y Phebe partieron para Inglaterra. Entre los misioneros que viajaban con ellos estaban Dan Jones y su esposa, Jane, que se dirigían a Gales para cumplir la profecía de José55.