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43 Una alteración del orden público


“Una alteración del orden público”, capítulo 43 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815 – 1846, 2018

Capítulo 43: “Una alteración del orden público”

Capítulo 43

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Una alteración del orden público

Después de ser excluido de la Primera Presidencia, William Law evitaba a José. A fines de marzo de 1844, Hyrum intentó reconciliar a los dos hombres, pero William se negó a hacer las paces mientras el Profeta apoyara el matrimonio plural1. Por la misma época, José oyó que William y varias otras personas de la ciudad esaban conspirando para matarlo a él y a su familia2.

José habló confiadamente en contra de los conspiradores. “No voy a firmar una orden de detención contra ellos porque no les tengo miedo —les dijo a los santos—. Ellos no asustarían ni siquiera a una gallina que estuviera empollando”3. Sin embargo, estaba preocupado por la creciente disensión en Nauvoo y las amenazas de muerte solo aumentaban la sensación de que su tiempo para enseñar a los santos estaba llegando a su fin4.

Esa primavera, un miembro de la Iglesia llamado Emer Harris le informó a José que los conspiradores lo habían invitado a él y a su hijo de diecinueve años, Denison, a asistir a sus reuniones. “Hermano Harris —dijo José—, le aconsejo que no asista a esas reuniones ni les preste atención”. Pero le dijo a Emer que quería que Denison asistiera a las reuniones y que averiguara lo que pudiera sobre los conspiradores.

Más tarde, José se reunió con Denison y su amigo Robert Scott para prepararlos para su asignación. Sabiendo que los conspiradores eran peligrosos, les advirtió a los jóvenes que hablaran lo menos posible mientras estuvieran allí y que no ofendieran a nadie5.


El 7 de abril de 1844, el segundo día de la conferencia general de la Iglesia, José dejó de lado sus preocupaciones sobre la conspiración para dirigirse a los santos. Un fuerte viento sopló a través de la congregación cuando él subió al estrado. “Difícilmente podré hacer que todos escuchen a menos que presten su más profunda atención”, gritó el Profeta por encima del ruido del viento. Anunció que iba a hablar sobre su amigo King Follett, que había muerto recientemente, y ofrecer consuelo a todos los que habían perdido a sus seres queridos6.

También deseaba dar a cada santo un vistazo de lo que les esperaba en el mundo venidero. Quería retirar el velo espiritual, aunque solo fuera por un momento, y enseñarles sobre la naturaleza de Dios y el potencial divino de ellos.

“¿Qué clase de ser es Dios? —preguntó a los santos—. ¿Lo sabe algún hombre o mujer? ¿Alguno de ustedes lo ha visto, lo ha escuchado, ha conversado con Él?”. José dejó que sus preguntas flotaran en el aire un momento. “Si el velo se partiera hoy —dijo—, y el Gran Dios, que conserva este mundo en su órbita y sostiene todos los mundos y todas las cosas con su poder, se manifestase a sí mismo, si fueseis a verlo hoy, lo veríais en toda la persona, imagen y forma misma de un hombre”.

José explicó que el buscar conocimiento y guardar convenios ayudaría a los santos a cumplir el supremo plan del Padre para ellos. “Ustedes mismos tienen que aprender a ser dioses —dijo José—, al avanzar de un pequeño grado a otro, de gracia en gracia, de exaltación en exaltación, hasta que logren sentarse en gloria, como aquellos que se sientan sobre tronos de poder sempiterno”.

Este plan, les recordó, venció a la muerte. “Es un gran consuelo para los que lloran —dijo—, saber que aunque el cuerpo terrenal se deshace, nuevamente se levantarán en una gloria inmortal, para nunca más volver a afligirse, sufrir o morir, sino que serán herederos de Dios y coherederos con Jesucristo”7.

El proceso tomaría tiempo y requeriría mucha paciencia, fe y aprendizaje. “No todo se va a entender en este mundo”, les aseguró el Profeta a los santos. “Entenderlo todo tomará mucho tiempo después de la tumba”.

Al ir llegando el sermón a su fin, José se tornó reflexivo. Habló acerca de sus familiares y amigos que habían fallecido. “Se han ausentado tan solo por un momento —dijo—. Se hallan en el espíritu y, cuando salgamos de aquí, saludaremos a nuestra madre, padre, amigos y a todos aquellos a quienes amamos”. Les aseguró a las madres que habían perdido bebés que se reunirían con sus hijos. En las eternidades, dijo, los santos ya no vivirían con miedo a los populachos, sino que morarían en gozo y felicidad8.

De pie frente a los santos, José ya no era el muchacho granjero inculto y sin educación que había buscado sabiduría en una arboleda. Día tras día, año tras año, el Señor lo había pulido como a una piedra, convirtiéndolo lentamente en un mejor instrumento para Sus manos9. Aun así, los santos comprendían muy poco acerca de su vida y su misión.

“Ustedes jamás conocieron mi corazón —dijo—. No los culpo por no creer mi historia. De no haber pasado las experiencias que he tenido, yo mismo no la hubiera creído”. Esperaba que algún día, después de que su vida hubiera sido sopesada en la balanza, los santos lo conocieran mejor.

Cuando José terminó, se sentó y el coro cantó un himno. Había hablado durante casi dos horas y media10.


El sermón de José inspiró a los santos y los llenó con el Espíritu. “Las enseñanzas que escuchamos hicieron que nuestros corazones se regocijaran”, escribió Ellen Douglas a sus padres que estaban en Inglaterra, una semana después de la conferencia. Ellen, su esposo y sus hijos habían estado entre los primeros conversos británicos en navegar hacia Nauvoo en 1842, y las verdades que José enseñó en su sermón fueron un recordatorio de por qué se habían sacrificado tanto para reunirse con los santos.

Como muchos conversos británicos, la familia Douglas había gastado la mayor parte de sus ahorros al emigrar a Nauvoo, quedando en la pobreza. El esposo de Ellen, George, había fallecido poco después de que llegaran y ella se había enfermado con una fiebre terrible, por lo que no podía cuidar de sus ocho hijos. Una amiga pronto le recomendó que consiguiera ayuda de la Sociedad de Socorro, a la que Ellen se había unido después de llegar a la ciudad.

“Rehusé hacerlo —les dijo Ellen a sus padres en la carta que escribió después de la conferencia—, pero la mujer me dijo que yo necesitaba algunas cosas y que había estado enferma durante mucho tiempo y que, si no lo hacía yo, ella lo haría en mi lugar”. Ellen sabía que sus hijos necesitaban muchas cosas, especialmente ropa, así que finalmente aceptó pedirle ayuda a una miembro de la Sociedad de Socorro.

“Ella me preguntó qué necesitaba más —explicó Ellen—, y trajeron el carromato y me dieron el mejor regalo que jamás recibí en ningún lugar del mundo”.

Ella y sus hijos ahora tenían una vaca y criaban docenas de pollos en el terreno que alquilaban mientras ahorraban dinero para comprar su propia tierra. “Nunca en mi vida disfruté más de lo que lo hago ahora —les dijo a sus padres—. Por mi parte, siento deseos de regocijarme y alabar a Dios por haber enviado a los élderes de Israel a Inglaterra y por haberme dado el corazón para creerles”.

Concluyó su carta dando testimonio del profeta José Smith. “Llegará el día —dijo a sus padres—, en el que ustedes sabrán que les he dicho la verdad”11.


Esa primavera, Denison Harris y Robert Scott asistieron a las reuniones secretas de William Law e informaron lo que averiguaban a José12. Para entonces, William se veía a sí mismo como un reformador de la Iglesia. Aún profesaba creer en el Libro de Mormón y en Doctrina y Convenios, pero estaba furioso con respecto al matrimonio plural y a las recientes enseñanzas de José sobre la naturaleza de Dios13.

Entre los conspiradores, Denison y Robert reconocieron a la esposa de William, Jane, y a Wilson, el hermano mayor de este. También vieron a Robert y Charles Foster, quienes habían sido amigos de José hasta que entraron en conflicto con él acerca del aprovechamiento de las tierras alrededor del templo14. Los antiguos aliados de John Bennett, Chauncey y Francis Higbee, también asistían, junto con un matón local llamado Joseph Jackson15.

Al Profeta le conmovió que Denison y Robert estuvieran dispuestos a arriesgar sus vidas por él. Después de la segunda reunión con los conspiradores, les dio instrucciones a los jóvenes de que asistieran una vez más. “Sean extremadamente reservados —les aconsejó—, y no hagan promesas de conspirar en mi contra o en contra de ninguna parte de la comunidad”. Les advirtió que los conspiradores podrían tratar de matarlos.

El domingo siguiente, Denison y Robert hallaron que había hombres que custodiaban el lugar habitual de reunión con mosquetes y bayonetas. Los dos entraron en la casa y escucharon en silencio mientras los conspiradores debatían. Todos estaban de acuerdo en que José tenía que morir, pero no podían ponerse de acuerdo en un plan.

Antes de que concluyera la reunión, Francis Higbee le tomó un juramento de solidaridad a cada conspirador. Uno por uno, los hombres y las mujeres que estaban en la habitación levantaron una Biblia en su mano derecha y prestaron juramento. Cuando llegó el turno de Denison y Robert, se negaron a dar un paso al frente.

“¿No han escuchado el sólido testimonio de todos los presentes contra José Smith? —razonaron los conspiradores—. Consideramos que es nuestro deber solemne llevar a cabo su destrucción y rescatar a las personas de este peligro”.

“Vinimos a sus reuniones porque pensamos que eran nuestros amigos —dijeron los jóvenes—. No creímos que se causara ningún daño al hacerlo”.

Los líderes ordenaron a los guardias que sujetaran a Denison y Robert y los llevaran al sótano. Una vez allí, a los jóvenes se les dio una oportunidad más para hacer el juramento. “Si todavía están empeñados en rehusarse —se les dijo—, tendremos que derramar su sangre”.

Los jóvenes nuevamente dijeron que no y se prepararon para la muerte.

“¡Esperen! —gritó alguien en el sótano—. ¡Hablemos de este asunto!”.

En un instante, los conspiradores estaban discutiendo de nuevo y los jóvenes oyeron a un hombre decir que era demasiado peligroso matarlos. “Los padres de los muchachos —razonó este—, podrían iniciar una búsqueda que sería muy peligrosa para nosotros”.

Denison y Robert fueron llevados al río por guardias armados y puestos en libertad. “Si alguna vez abren la boca —advirtieron los guardias—, los mataremos de noche o de día, donde sea que los encontremos”16.

Los jóvenes se marcharon e inmediatamente se presentaron ante José y un guardaespaldas que estaba con él. Mientras el Profeta escuchaba su historia, agradecido de que no hubieran sufrido ningún daño, una expresión seria cruzó su rostro. “Hermanos —dijo—, ustedes no saben en qué terminará esto”.

¿Cree que lo van a matar? —preguntó el guardaespaldas—. ¿Va a ser asesinado?”.

José no respondió la pregunta directamente, pero les aseguró a los jóvenes que William Law y los otros conspiradores estaban equivocados con respecto a él. “No soy un falso profeta —testificó—. No he tenido revelaciones oscuras. No he tenido revelaciones del diablo”17.


En medio de la agitación de la primavera, José se reunió regularmente con el Consejo de los Cincuenta para analizar los atributos ideales de una democracia teocrática y las leyes y prácticas que la gobernaban. En una reunión, poco después de la conferencia de abril, el consejo votó para aceptar a José como profeta, sacerdote y rey.

Los hombres no tenían autoridad política, por lo que la moción no tuvo consecuencias para la vida cotidiana, pero afirmaba los oficios y las responsabilidades del sacerdocio de José como cabeza del reino terrenal del Señor antes de la Segunda Venida.También hacía alusión al testimonio de Juan el Revelador de que Cristo había hecho de los santos, reyes justos y sacerdotes para Dios, dando un significado adicional al título de Rey de Reyes que posee el Salvador18.

Esa misma tarde, José notó que algunos miembros del consejo no eran miembros de la Iglesia. Él proclamó que en el Consejo de los Cincuenta los hombres no eran consultados acerca de sus opiniones religiosas, sin importar cuáles fuesen. “Actuamos según el principio amplio y liberal de que todos los hombres tienen los mismos derechos y deben ser respetados —dijo—. Todo hombre tiene el privilegio en esta organización de elegir voluntariamente a su Dios y la religión que le plazca”.

Mientras hablaba, José tomó una regla larga e hizo un amplio gesto con ella, como lo haría un maestro de escuela. “Cuando un hombre sienta la menor tentación a tal intolerancia, debería desdeñarla”, le dijo al consejo. Dijo que el espíritu de intolerancia religiosa había empapado la tierra con sangre. “En todos los gobiernos o las operaciones políticas —declaró—, las opiniones religiosas de un hombre nunca deberían ser cuestionadas. Un hombre debe ser juzgado por la ley, independientemente de los prejuicios religiosos”.

Cuando José terminó de hablar, accidentalmente rompió la regla por la mitad, para sorpresa de todos en la habitación.

“Tal como la regla se rompió en las manos de nuestro presidente del consejo —bromeó Brigham Young—, así podría romperse ante nosotros todo gobierno despótico”19.


A fines de abril, la disensión cada vez más pública de William y Jane Law llevó a un consejo de treinta y dos líderes de la Iglesia a excomulgarlos a ellos y a Robert Foster por conducta poco cristiana. Dado que nadie los había convocado para defenderse en la audiencia, William se indignó y rechazó la decisión del consejo20.

Más tarde, a medida que varios apóstoles y decenas de élderes salían de Nauvoo para servir misiones y hacer campaña para la presidencia de José, los críticos de la Iglesia comenzaron a expresarse más abiertamente. Robert Foster y Chauncey Higbee hurgaron en busca de pruebas que pudieran usarse en demandas contra el Profeta21. William Law llevó a cabo una reunión pública el 21 de abril, en la que denunció a José como un profeta caído y organizó una nueva iglesia.

En la reunión, los seguidores de William lo colocaron como presidente de la nueva iglesia. Después de eso, se reunían todos los domingos y planificaban maneras de atraer a su causa a otros santos distanciados de la Iglesia22.

Mientras tanto, Thomas Sharp, el joven editor de periódico que se había vuelto en contra de los santos poco después de llegar a Illinois, llenaba su periódico de críticas a José y a la Iglesia.

“Ustedes no saben nada de los repetidos insultos y daños que nuestros ciudadanos han recibido de los líderes de la iglesia mormona —declaró al defender sus ataques contra los santos—. No pueden saber nada de estas cosas o no podrían aventurarse a sermonearnos por intentar exponer a tal banda de forajidos, traidores y parásitos sociales”23.

Luego, el 10 de mayo, Wiliam y sus seguidores anunciaron sus planes para publicar el Nauvoo Expositor, un periódico que daría, según dijeron, “una declaración completa, franca y sucinta de los hechos tal como realmente se producen en la ciudad de Nauvoo”24. Francis Higbee también presentó cargos contra José, acusándolo de difamar su reputación en público, mientras que William y su hermano, Wilson, usaron los matrimonios plurales de José como base para acusarlo de adulterio25.

“El diablo siempre establece su reino al mismo tiempo para oponerse a Dios”, les dijo José a los santos en un sermón, al acumularse contra él las falsas acusaciones. Después, él y los otros santos investidos se encontraron en la parte superior de su tienda y oraron para ser liberados de sus enemigos26. José quería evitar el arresto, pero no quería esconderse de nuevo. Emma estaba embarazada y muy enferma y él era renuente a irse de su lado27.

Finalmente, a fines de mayo, decidió que era mejor ir a Carthage, la cabecera del condado, y enfrentar una investigación legal sobre las acusaciones en su contra28. Un poco más de veinte amigos de José lo acompañaron a la ciudad. Cuando el caso se presentó ante un juez, a los fiscales les faltaba un testigo y no pudieron continuar con la investigación. Las audiencias se pospusieron durante unos meses y el sheriff permitió que José volviera a casa29.

La liberación de José enfureció a Thomas Sharp. “Hemos visto y oído lo suficiente como para convencernos de que José Smith no está a salvo fuera de Nauvoo, y no nos sorprendería escuchar acerca de su muerte en forma violenta en un poco tiempo más —declaró en un editorial—. Los sentimientos de este país están ahora fustigados a su máxima expresión y se desatarán con furia ante la menor provocación”30.


Mientras la oposición a José se intensificaba, los santos continuaban edificando su ciudad. Louisa Pratt se esforzaba por dar cobijo y alimentar a sus cuatro hijas mientras su esposo estaba ausente en su misión en el Pacífico Sur. Antes de irse, Addison había comprado algo de madera, pero no lo suficiente como para que Louisa construyera una casa en su terreno de la ciudad. Como tenía tierras en un estado vecino, fue a un aserradero cercano y solicitó comprar la madera a crédito, con sus tierras como garantía.

“No debe dudar de una mujer”, le dijo al propietario del aserradero, preocupada por que le negara el crédito debido a su sexo. “Como regla general, son más puntuales que los hombres”.

El propietario no tuvo reparos en venderle a crédito y Louisa pronto tuvo la madera que necesitaba para construir una casa pequeña. Desafortunadamente, los hombres que ella contrató para hacer el trabajo fueron una continua decepción, lo que la obligó a contratar a otros hasta que encontró trabajadores confiables.

Mientras la casa estaba en construcción, Louisa trabajaba como costurera. Cuando sus hijas contrajeron sarampión, ella las cuidó día y noche, orando por su recuperación hasta que se mejoraron. Por todas las apariencias, parecía estar arreglándose bien bajo esas circunstancias. Pero a menudo se sentía sola, inadecuada e incapaz de soportar la carga que llevaba sobre sus hombros.

Una vez que la casa estuvo terminada, Louisa mudó a su familia allí. Colocó una alfombra que ella misma había hecho y amuebló la casa con artículos que compró con sus ganancias.

A medida que pasaban los meses, Louisa y las niñas sobrevivían con sus pequeños ingresos, intercambiando y comprando a crédito mientras pagaba la deuda con el propietario del aserradero. Cuando se les acabó la comida y Louisa tenía nuevas deudas que pagar, las niñas preguntaron: “¿Qué haremos, madre?”.

“Quejarnos con el Señor”, dijo secamente Louisa. Se preguntó cómo sería su oración. ¿Se quejaría de las personas que le debían dinero? ¿Clamaría contra quienes no le habían pagado por el trabajo que le habían contratado para hacer?

Justo en ese momento llegó un hombre con una pesada carga de leña que ella podía vender. Entonces llegó otro hombre con cuarenta y cinco kilos de harina y once kilos de carne de cerdo.

“¡Vamos, madre! —dijo su hija Frances—, ¡qué mujer tan afortunada eres!”.

Abrumada por la gratitud, Louisa decidió refrenar sus quejas31.


Como lo prometió William Law, el Nauvoo Expositor apareció en las calles de Nauvoo a principios de junio. “Estamos buscando sinceramente echar por tierra los depravados principios de José Smith —declaró en su preámbulo—, que en verdad sabemos que no están de acuerdo ni en consonancia con los principios de Jesucristo y los apóstoles”.

En el periódico, William y sus seguidores insistían en que José se había desviado del Evangelio restaurado al introducir la investidura, practicar el matrimonio plural y enseñar una nueva doctrina sobre la exaltación y la naturaleza de Dios32.

También les advertían a los ciudadanos del condado que el poder político de los santos iba en aumento. Condenaban la manera en que José desdibujaba los límites entre las funciones de la Iglesia y del estado y censuraban su candidatura a la presidencia.

“Levantémonos en la majestuosidad de nuestra fuerza —declararon en tono amenazador—, y barramos la influencia de tiranos y malhechores de sobre la faz de la tierra”33.

El día después de la publicación del periódico, José convocó al concejo de la ciudad de Nauvoo para analizar qué hacer con respecto al Expositor. Muchos de los vecinos de los santos ya eran hostiles a la Iglesia y le preocupaba que el Expositor los incitara a la violencia. “No habrá seguridad, en tanto existan estas cosas –dijo–, porque tienden a fomentar el clima de populachos”34.

Hyrum le recordó al concejo sobre los populachos que los habían expulsado de Misuri. Al igual que a José, le preocupaba que el periódico provocara a las personas contra los santos a menos que ellos aprobaran una ley para detenerlo.

Era sábado por la noche y se estaba haciendo tarde, y los hombres pospusieron la reunión hasta el lunes35. Ese día, el concejo de la ciudad se reunió desde la mañana hasta la noche, analizando nuevamente qué podían hacer. José propuso que se declarara al periódico una alteración del orden público y que se destruyera la prensa que lo imprimía36.

John Taylor estuvo de acuerdo. Como editor del Times and Seasons, John valoraba la libertad de prensa y la libertad de expresión, pero tanto él como José creían que tenían el derecho constitucional de protegerse contra la difamación. Destruir el Expositor y su imprenta sería controvertido, pero creían que las leyes les permitirían hacerlo en forma legal.

José leyó en voz alta la constitución del estado de Illinois sobre la libertad de prensa para que todos en la sala entendieran la ley. Recogiendo un respetado libro de leyes, otro miembro del concejo leyó una justificación legal para la destrucción de una molestia que perturbara la paz de una comunidad. Con el razonamiento legal planteado, Hyrum repitió la propuesta de José de destruir la prensa y esparcir los tipos37.

William Phelps le dijo al concejo que había revisado la Constitución de los Estados Unidos, el estatuto de la ciudad de Nauvoo y las leyes vigentes. En su opinión, la ciudad estaba plenamente justificada en forma legal para declarar a la prensa una alteración al orden público y destruirla de inmediato.

El concejo votó por destruir la imprenta y José envió órdenes al alguacil de la ciudad para que llevara a cabo la medida38.


Esa noche, el alguacil de Nauvoo llegó a la imprenta del Expositor con alrededor de cien hombres. Irrumpieron en la tienda con un mazo, arrastraron la imprenta a la calle y la rompieron en pedazos. Luego arrojaron fuera los cajones con los tipos e incendiaron los escombros. Todos los ejemplares que pudieron encontrar del periódico fueron agregados a las llamas39.

Al día siguiente, Thomas Sharp informó sobre la destrucción de la imprenta en una edición extra de su periódico. “¡La guerra y el exterminio son inevitables! ¡¡¡Levántense, ciudadanos, todos y cada uno!!!”, escribió. “No tenemos tiempo para comentarios, cada hombre hará el suyo.¡¡¡Quese haga con pólvora y balas!!!40.