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41 Dios debe ser el Juez


“Dios debe ser el Juez”, capítulo 41 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815–1846, 2018

Capítulo 41: “Dios debe ser el Juez”

Capítulo 41

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Mansión de Nauvoo

Dios debe ser el Juez

El 1 de junio de 1843, Addison Pratt y su esposa, Louisa, fueron andando con sus hijas hasta uno de los embarcaderos de barcos a vapor en Nauvoo. Addison partía ese día a una misión de tres años en las islas hawaianas. Él llevaba en su brazos a su hija menor, Anne, mientras sus hermanas, Ellen, Frances y Lois iban detrás de ellos entristecidas y asustadas por la partida de su padre1.

En una conversación reciente con Brigham Young, Addison le había hablado con nostalgia de Hawai, y de los años que él había trabajado, de joven, a bordo de un buque ballenero en el Océano Pacífico. Siendo que la Iglesia no tenía presencia en las islas, Brigham le preguntó a Addison, si él estaría dispuesto a abrir una misión allí. Addison contestó que sí, si otros iban con él. Poco después, José y los Doce lo llamaron para dirigir un grupo de élderes a las islas2.

Louisa lloró durante tres días cuando se enteró de la asignación de Addison. Hawai estaba a miles de kilómetros de distancia, en una parte del mundo que sonaba extraña y peligrosa. Ella no tenía una casa propia en Nauvoo, ni dinero, y contaba con pocos bienes para intercambiar. Sus hijas necesitaban ropa y escuela, y sin Addison, ella tendría que proveerlo todo sola.

Mientras Louisa caminaba con su familia hasta el barco, ella aún se sentía débil, pero se regocijaba en el hecho de que Addison era digno de su llamamiento. Ella no era la única mujer en Nauvoo que se quedaría sola mientras su esposo marchaba para predicar el Evangelio. Ese verano, los misioneros partían en todas las direcciones, y Louisa había decidido hacer frente a sus pruebas y confiar en el Señor.

Addison se esforzaba por refrenar sus emociones. Parado sobre la cubierta del barco a vapor que lo alejaría de su familia, sacó un pañuelo y se secó las lágrimas de sus ojos. En el muelle, sus hijas comenzaron a llorar también. Frances dijo que no creía que lo iba a volver a ver más3.

Conociendo como conocía el mar, Addison entendía los peligros que le aguardaban. Pero cuando los Doce lo apartaron para su misión, ellos lo bendijeron para tener poder sobre los elementos y valor al enfrentar las tempestades. Si él demostraba ser fiel, ellos le prometían por el Espíritu, que él retornaría sano y salvo a su familia4.


Unos días después, Emma, José y sus hijos fueron a visitar a la hermana de Emma en Dixon, Illinois, que quedaba a varios días de viaje hacia el norte. Antes de partir, ella encomendó a Ann Whitney que alentara a las mujeres de la Sociedad de Socorro a continuar ayudando a los pobres y brindar asistencia a los hombres que construían el templo5.

Hacía poco, José había hablado a los santos acerca de las ordenanzas del templo, y les enseñó que ellos estaban edificando un templo para que el Señor pudiera darles la investidura. Emma le había comentado a Ann que desde entonces, ella había sentido un profundo interés en el templo, y deseaba que la Sociedad de Socorro analizara lo que podían hacer para apresurar la obra.

“Podríamos hablar con el comité del templo —sugirió Emma—, y todo aquello que ellos deseen, y esté a nuestro alcance, podemos hacerlo6.

Con este encargo, Ann convocó la primera reunión del año de la Sociedad de Socorro, y le pidió a las mujeres sugerencias de cómo ayudar a la labor del templo. Algunas hermanas dijeron que estaban dispuestas a solicitar donaciones y recaudar lana y otros materiales para hacer nuevas prendas de ropa. Otras dijeron estar dispuestas a tejer, coser y reparar la ropa vieja cuando fuere necesario. Una mujer sugirió proporcionar lana a las hermanas mayores para que tejieran calcetines para los trabajadores del templo en invierno.

Polly Stringham y Louisa Beaman dijeron que ellas harían ropa para los trabajadores. Mary Felshaw dijo que ella podía donar jabón. Philinda Stanley propuso donar linaza para hacer telas de lino, y aportar un litro de leche cada día. Esther Geen ofreció donar hilo de su propio hilado.

“¡Los ángeles se regocijan por causa de ustedes!”, testificó la hermana Chase, y elogió la disposición de las hermanas de ayudar a edificar la Casa del Señor.

Antes de concluir la reunión, Ann instó a las madres que estaban presentes a preparar a sus hijas para entrar en el templo. Instrúyanlas con amor —les aconsejó—, y enséñenlas a comportarse con sobriedad y propiedad dentro de sus sagradas paredes7.


Trescientos sesenta kilómetros al norte, la visita de los Smith a la hermana de Emma fue interrumpida el 21 de junio, cuando llegaron William Clayton y Stephen Markham con noticias alarmantes. De nuevo, el gobernador de Misuri demandaba que José compareciese en juicio en Misuri, esta vez bajo el antiguo cargo de traición; y el gobernador Ford, de Illinois, acababa de emitir otra orden de captura del Profeta.

“No tengo miedo —dijo José—; los de Misuri no pueden hacerme daño”8.

Unos días después, dos hombres tocaron a la puerta de la familia, mientras estaban cenando; dijeron ser élderes Santos de los Últimos Días. El cuñado de Emma les dijo que José estaba en el patio, cerca del granero.

Unos momentos después, Emma y la familia escucharon una conmoción afuera. Salieron a toda prisa y vieron a los hombres apuntando al pecho de José con sus pistolas amartilladas. Uno de los hombres sujetaba a José por el cuello. —Si te mueves un centímetro —le gruñó— ¡Te disparo!

—¡Dispara! —le dijo José, descubriéndose el pecho—. ¡No tengo miedo de sus pistolas!

Stephen Markham salió de la casa y se abalanzó hacia los hombres. Sorprendidos, ellos le apuntaron con sus pistolas, pero rápidamente volvieron a encañonar a José, enterrándole los cañones de sus pistolas en sus costillas. “No te muevas”, le gritaron a Stephen.

Se llevaron a José, forcejeando, hasta la parte trasera de su carromato y lo mantuvieron allí. “Caballeros —dijo José—, deseo obtener un escrito de habeas corpus”. Mediante ese escrito, un juez local debía dictaminar si el arresto de José era legal.

“Maldito seas —le dijeron, golpeándole nuevamente las costillas con sus pistolas—. No vas a tener ninguno”.

Stephen saltó hacia el carromato y sujetó a los caballos por el freno en sus bocas, mientras Emma fue rápido a casa para buscar el abrigo y el sombrero de José. En ese momento, José vio a un hombre que pasaba por la casa. “¡Estos hombres me están secuestrando!”, gritó él. El hombre continuó caminando. Entonces, José se volvió a Stephen y le dijo que fuera a buscar ayuda.

—¡Ve! —le gritó9.


Los captores de José eran oficiales de la ley enviados desde Illinois y Misuri. Esa tarde, lo encerraron en una taberna cercana y no le permitieron ver a un abogado. Actuando con celeridad, Stephen reportó el secuestro de José ante las autoridades locales, quienes arrestaron prontamente a los oficiales bajo los cargos de secuestro y maltrato. A continuación, Stephen ayudó a conseguir un escrito de habeas corpus de una corte oficial cercana. El escrito exigía que José se presentara a una audiencia a unos 100 km de distancia.

Cuando se supo que el juez no estaba en el pueblo, José, sus captores y los que apresaron a sus captores se dispusieron a buscar otra corte que pudiera aclarar el lío legal10.

En Nauvoo, Wilson Law y Hyrum Smith se enteraron de la captura de José y reclutaron a más de cien hombres para ir a rescatarlo. Enviaron a una parte de los hombres en un vapor río arriba, mientras que ordenaron a otros a ir cabalgando en diversas direcciones en busca del Profeta.

Cuando José divisó a sus dos primeros rescatadores, él se sintió aliviado. “No iré a Misuri esta vez —le dijo a sus captores—. Aquí están mis muchachos. En corto tiempo, los rescatadores pasaron de ser dos a ser veinte, y luego, más aún. Ellos condujeron al grupo hacia Nauvoo, donde pensaban que una corte municipal podría emitir un fallo sobre la legalidad de la orden judicial11.

Hacia el mediodía, el Profeta llegó a la ciudad, flanqueado por algunos abogados y sus rescatadores a caballo. Emma, que ya había llegado a Nauvoo con los niños, fue cabalgando con Hyrum para reunirse con José, mientras la banda de música de Nauvoo entonaba canciones patrióticas y las personas celebraban disparando sus armas y cañones. Pronto se les unió un cortejo de carruajes, tirados por caballos y decorados con flores de la pradera.

Una multitud de personas se agolpó a ambos lados de la calle para vitorear el feliz retorno del Profeta, en tanto que la procesión se dirigía a la casa de José. Al llegar, Lucy Smith abrazó a su hijo, y sus hijos salieron corriendo de la casa para verle.

—Papi, los de Misuri no te volverán a apresar, ¿verdad? —preguntó Frederick, de siete años.

—Gracias a Dios, estoy nuevamente libre de los de Misuri —dijo José, y se subió a una cerca para hablarles a los centenares de santos que se habían congregado allí. “Les agradezco toda su bondad y amor por mí —les dijo, elevando la voz—. Los bendigo a todos en el nombre de Jesucristo”12.


Tal como se esperaba, la corte de Nauvoo declaró ilegal el arresto de José. Disgustados, los dos oficiales que perpetraron el arresto demandaron que el gobernador desafiara el dictamen de la corte. Pero el gobernador Ford se rehusó a interferir con la decisión de la corte, haciendo enojar a los que criticaban a los santos. Estas personas comenzaron a temer que José nuevamente se librara del enjuiciamiento13.

Entretanto, centenares de santos seguían llegando a Nauvoo y las estacas aledañas. Al este, en el estado de Connecticut, una mujer joven llamada Jane Manning abordaba una embarcación de canal junto con su madre, varios de sus hermanos y otros miembros de su rama para iniciar el viaje hacia Nauvoo. Los dirigía Charles Wandell, un misionero que sirvió como su presidente de rama.

A diferencia de otros miembros de su rama, que eran todos blancos, Jane y su familia eran negros libres. Jane había nacido y se había criado en Connecticut y había trabajado la mayor parte de su vida para una familia blanca adinerada. Ella se había unido a una iglesia cristiana, pero no tardó en sentirse insatisfecha allí.

Al enterarse de que había un élder Santo de los Últimos Días que iba a predicar en su región, ella decidió ir a escucharlo. Su pastor le dijo que no fuera a escuchar el sermón, pero Jane fue a verlo de todos modos, y se convenció de que había encontrado la Iglesia verdadera. La rama más grande en la zona le quedaba a solo unos pocos kilómetros; y al siguiente domingo, ella fue bautizada y confirmada14.

Jane era una converso con muchas ansias de aprender. Tres semanas después de su bautismo, ella recibió el don de lenguas mientras oraba. Ahora, un año después, ella y su familia iban a congregarse en Sion15.

Jane y su familia viajaron por el canal sin incidentes a través del estado de Nueva York. Desde allí, ellos debían viajar con su rama hacia el sur a través del estado de Ohio para llegar a Illinois, pero los oficiales del canal se rehusaron a que los Manning continuaran el viaje hasta que pagaran su pasaje.

Jane se sentía confundida. Ella pensaba que su familia no tendría que pagar hasta llegar a Ohio. ¿Por qué tenían que pagar ahora? No se exigió el pago por adelantado de ninguno de los miembros de su rama que eran blancos.

Los Manning contaron su dinero, pero ellos aún no tenían lo suficiente como para pagar el viaje. Le pidieron ayuda al élder Wandell, pero este se rehusó a ayudarles.

Cuando el barco partió y desapareció de su vista, Jane y su familia casi no tenían dinero y se hallaban a unos 1.300 kilómetros de Nauvoo. Sin contar con nada que la llevara al oeste, salvo sus pies, Jane decidió guiar a su pequeña compañía hasta Sion16.


La mañana del 12 de julio, William Clayton se hallaba en la oficina de José, cuando el Profeta y Hyrum entraron. “Si tú escribes la revelación —le decía Hyrum a José—, yo se la leeré a Emma, y creo poder convencerla de su veracidad, y entonces, tendrás paz de ahora en adelante”.

“Tú no conoces a Emma tanto como yo”, dijo José. Durante la primavera y el verano, él se había sellado con otras mujeres, incluyendo algunas pocas que Emma había seleccionado personalmente17. No obstante, el ayudar a José a escoger esposas no había hecho más fácil para Emma el obedecer ese mandamiento.

—La doctrina es tan clara —dijo Hyrum—. Yo soy capaz de convencer de su veracidad, pureza y origen celestial a cualquier hombre o mujer razonables.

—Ya veremos —dijo José. Él le pidió a William tomar papel y escribir mientras él dictaba la palabra del Señor18.

José ya conocía una buena parte de la revelación. En ella se describía el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio eterno, junto con sus bendiciones y promesas relacionadas. También revelaba los términos que gobernaban el matrimonio plural, que José había aprendido mientras traducía la Biblia en 1831. El resto de la revelación traía nuevos consejos para él y Emma, y abordaba las preguntas y luchas actuales que tenían en cuanto al matrimonio plural.

El Señor revelaba que para que un matrimonio continuara más allá de la tumba, el hombre y la mujer debían casarse por la autoridad del sacerdocio, hacer que su convenio fuese sellado por el Santo Espíritu de la Promesa y permanecer fieles a su convenio. Quienes cumplieran con estas condiciones heredarían las bendiciones gloriosas de la exaltación19.

“Entonces serán dioses, porque no tendrán fin —declaraba el Señor—; entonces estarán sobre todo, porque todas las cosas les estarán sujetas”20.

El Señor proseguía hablando acerca del matrimonio plural y Su convenio de bendecir a Abraham con una innumerable posteridad debido a su fidelidad21. Desde el principio, el Señor había ordenado el matrimonio entre un hombre y una mujer para cumplir Su plan. Sin embargo, en ocasiones, el Señor autorizaba el matrimonio plural como una manera de levantar posteridad en el seno de familias fieles y llevar a efecto su exaltación22.

Si bien la revelación estaba dirigida a los santos, finalizaba con consejos para Emma en cuanto a las esposas plurales de José. “Y reciba mi sierva Emma Smith a todas las que han sido dadas a mi siervo José” —le mandó el Señor. Él le mandó perdonar a José, permanecer con él y guardar sus convenios, con la promesa de bendecirla y multiplicarla y darle razones para regocijarse, si lo hacía. Él también le advirtió de las graves consecuencias que recaerían sobre los que quebranten sus convenios y desobedezcan la ley del Señor23.

Cuando José terminó de dictar la revelación, William había llenado diez páginas. Él puso la pluma sobre la mesa y leyó la revelación a José. El Profeta dijo que era correcta y Hyrum se la llevó a Emma24.


Hyrum regresó a la oficina de José más tarde y le dijo a su hermano que nunca en su vida le habían hablado con tanta aspereza. Cuando él leyó la revelación a Emma, ella se enojó y la rechazó.

“Te dije que tú no conoces a Emma tanto como yo”, dijo José en voz baja. Él dobló la revelación y la puso en su bolsillo25.

Al día siguiente, José y Emma tuvieron una dolorosa discusión que duró horas. Poco antes del mediodía, José llamó a William Clayton al salón y le pidió que mediara entre ellos. Tanto José como Emma parecían atrapados en un dilema imposible. Ambos se amaban y se preocupaban el uno por el otro, y deseaban honrar el convenio eterno que habían hecho. Pero sus luchas por guardar el mandamiento del Señor los estaba separando26.

Emma parecía especialmente preocupada por el futuro. ¿Qué pasaría si los enemigos de José averiguaban lo del matrimonio plural? ¿Volvería él a la cárcel nuevamente? ¿Sería asesinado? Ella y los niños dependían de José para su sustento, pero las finanzas de la familia estaban entrelazadas con las de la Iglesia. ¿Cómo se las iban a arreglar ellos si algo llegara a ocurrirle a él?

José y Emma lloraron y hablaron, pero para el final del día, ellos habían logrado entenderse. Para proveerle a Emma una mayor seguridad financiera, José transfirió notarialmente algunas propiedades a ella y sus hijos27. Y después de ese otoño, él no entró en más matrimonios plurales28.


Hacia fines de agosto de 1843, los Smith se mudaron a una casa de dos pisos cerca del río. Conocida como la Mansión Nauvoo, la nueva casa era suficientemente grande como para sus cuatro hijos, la anciana madre de José, y toda las personas que trabajaban para ellos y se hospedaban con ellos. José tenía pensado utilizar una buena parte de la casa como hotel29.

Varias semanas después, al acabarse el verano y comenzar el otoño en Nauvoo, Jane Manning y su familia llegaron a la puerta de José y Emma, buscando al Profeta y un lugar donde quedarse. “¡Pasen adelante!”, dijo Emma a esas fatigadas personas. José les mostró dónde podían dormir esa noche y encontró sillas para todos.

—Usted ha sido la jefa de esta pequeña banda, ¿no es cierto? —dijo José a Jane—. Me gustaría que nos relatara las experiencias que han tenido en sus viajes.

Jane le contó a José y a Emma sobre su larga jornada desde Nueva York. “Hemos caminado hasta que nuestros zapatos se desgastaron totalmente; nos salieron llagas en los pies, que se abrieron y sangraron —dijo ella—. Le pedimos a Dios, nuestro Padre Eterno, que sanara nuestros pies, y nuestras oraciones fueron contestadas, y fueron sanados nuestros pies”.

Ellos habían dormido bajo las estrellas o en graneros cercanos al camino. Por el trayecto, unos hombres los amenazaron con echarlos en la cárcel porque no tenían sus “papeles de hombres libres”, o algún documento que probara que no eran esclavos fugitivos30. En otra ocasión, tuvieron que cruzar un río de corrientes profundas sin que hubiera un puente. Soportaron noches muy oscuras y amaneceres helados; y aún ayudaron a otros cuando les fue posible. Estando no muy lejos de Nauvoo, habían bendecido a un niño enfermo, y el niño fue sanado por su fe.

—Íbamos por nuestro camino —comentó Jane de su viaje—, cantando himnos, regocijados y agradeciendo a Dios por Su infinita bondad y misericordia hacia nosotros.

—Que Dios los bendiga — dijo José—. Ahora están entre amigos.

Los Manning se quedaron en la casa de José por una semana. Durante ese tiempo, Jane trató de encontrar un baúl que ella había enviado hasta Nauvoo, pero hasta donde pudo saber, se había perdido o había sido robado en el camino. Los miembros de su familia, mientras tanto, encontraron trabajo y sitios donde vivir, por lo que pronto se mudaron.

Una mañana, José notó que Jane estaba llorando y le preguntó el motivo. “De mi familia se han ido todos y se han conseguido casa —dijo ella—, pero yo no tengo nada”.

—Usted tiene una casa aquí mismo, si eso desea —le aseguró José. Él la llevó a donde estaba Emma y explicó la situación. —Ella no tiene casa —dijo él —. ¿No tienes una casa para ella?

—Sí, si ella lo desea —respondió Emma.

Jane pronto llegó a formar parte de la ajetreada familia, y los otros miembros de la familia y los demás huéspedes le dieron la bienvenida. Su baúl nunca apareció, pero José y Emma rápidamente le proveyeron de ropa nueva de la tienda31.


Ese otoño, cuando su familia se estableció en la nueva casa, Emma llegó a estar más inquieta en cuanto al matrimonio plural32. En la revelación que ella había recibido hacía trece años, el Señor le había prometido una corona de justicia, si ella honraba sus convenios y guardaba los mandamientos continuamente. “Y si no haces esto —había dicho el Señor—, no podrás venir a donde yo estoy”33.

Emma deseaba guardar los convenios que ella había hecho con José y con el Señor. Pero el matrimonio plural era, claramente, más de que lo que podía soportar. Aunque ella había recibido en la familia a algunas de las esposas plurales de José, ella se sentía resentida por su presencia, y algunas veces, las hacía sentir mal34.

Finalmente, Emma exigió que Emily y Eliza abandonaran la casa para siempre. Teniendo a José a su lado, Emma llamó a las dos hermanas a su habitación y les dijo que ellas debían terminar su relación con José de inmediato35.

Sintiéndose indeseada, Emily salió de la habitación enojada con Emma y José. “Cuando el Señor lo manda —pensó ella—, no se puede tratar con liviandad Su palabra”. Ella se proponía hacer lo que deseaba Emma, pero se rehusó a quebrantar su convenio de matrimonio.

José siguió a las hermanas al salir de la habitación, y halló a Emily en el piso de abajo. “¿Cómo te sientes, Emily?”, le preguntó.

“Me imagino que me siento como cualquier otro en estas circunstancias”, dijo ella mirando a José. José tenía el aspecto como si estuviera listo para hundirse en la tierra. Emily sintió pena por él. Ella quiso decirle algo más, pero él salió de la habitación antes de que ella pudiera hablar36.

Décadas después, cuando Emily era una mujer mayor, ella reflexionó sobre esos días dolorosos. Para entonces, ella comprendía mejor lo complicado que fue para Emma el matrimonio plural y el dolor que eso le había causado37.

“Sé que fue difícil para Emma, y para cualquier mujer, entrar en el matrimonio plural en aquellos tiempos —escribió ella—, y no sé si alguien podría haberlo hecho mejor que Emma bajo esas circunstancias”38.

“Dios debe ser el Juez —concluyó ella—, no yo”39.