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38 Un traidor o un hombre leal


“Un traidor o un hombre leal”, capítulo 38 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815 – 1846, 2018

Capítulo 38: “Un traidor o un hombre leal”

Capítulo 38

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Editorial de Times and Seasons

Un traidor o un hombre leal

Una pertinaz lluvia caía sobre las calles de Independence, Misuri, la noche del 6 de mayo de 1842. Lilburn Boggs acababa de cenar en su casa, tras lo cual se sentó en una silla para leer el periódico1.

Aunque ya había concluido su mandato como gobernador de Misuri hacía más de un año, Boggs se mantenía activo en la política y estaba ahora en campaña por un escaño vacante en el senado del estado. Él se había granjeado enemigos con el correr de los años, por lo que su elección no era nada segura. Además de ser criticado por expedir la orden de exterminio que expulsó a millares de santos del estado, muchos ciudadanos de Misuri estaban descontentos por la agresividad con que manejó una disputa de límites con el Territorio de Iowa. Otras personas cuestionaban la forma en que había recaudado fondos para construir un nuevo capitolio para el estado2.

Boggs leía los titulares sentado de espaldas a la ventana. La noche era fría y oscura, y podía escuchar el tenue golpeteo de la lluvia afuera.

En esos momentos, sin que se percatara Boggs, alguien se acercó sigilosamente por el patio lleno de fango y le apuntó con una pistola grande a través de la ventana. Un destello de luz salió del cañón de la pistola, y Boggs se desplomó sobre el periódico; Boggs sangraba de la cabeza y el cuello.

Al oír el disparo, el hijo de Boggs llegó corriendo a la habitación y pidió ayuda. Para entonces, el criminal había arrojado el arma al suelo y había huido sin ser visto, dejando solo sus huellas en el lodo3.


Mientras los investigadores trataban de seguir el rastro del forajido, Hyrum Smith investigaba en Nauvoo crímenes de diferente naturaleza. A principios de mayo, varias mujeres habían acusado al mayor John Bennet de cometer hechos atroces. En la presencia de un concejal de la ciudad, ellas contaron a Hyrum que John les había hablado en secreto y les había insistido que no sería pecaminoso tener relaciones sexuales con él, siempre y cuando no lo dijeran a nadie. John llamaba a esa práctica “uniones conyugales espirituales” y les mintió asegurándoles que José aprobaba tales conductas4.

Al principio, las mujeres se rehusaron a creerle a John. Pero él insistía e hizo que sus amigos juraran a las mujeres que él decía la verdad. Y si él estaba mintiendo, les dijo él, el pecado recaería directamente sobre él. Y si ellas quedaban embarazadas, él les prometía que como médico, él realizaría los abortos. Finalmente, las mujeres cedieron a sus pedidos, y a los de algunos de sus amigos cuando les hicieron peticiones similares.

Hyrum estaba escandalizado. Él ya venía dándose cuenta de que John no era el hombre de carácter que había pretendido ser al principio. Poco después de su llegada a Nauvoo y de su nombramiento como alcalde, habían llegado ciertos rumores sobre el pasado de John. José había enviado al obispo George Miller para investigar esos rumores y pronto se enteró de que John tenía un historial de ir de sitio en sitio, valiéndose de sus muchos talentos, para aprovecharse de la gente.

George también descubrió que John tenía hijos y aún estaba casado con una mujer de la que había abusado y a la que había engañado por muchos años5.

Luego que William Law y Hyrum comprobaron estos hechos, José confrontó a John y lo reprendió por las cosas inicuas que había hecho. John prometió enmendarse, pero José había perdido la confianza en él y ya no le creía como antes6.

Ahora que Hyrum había escuchado el testimonio de esas mujeres, supo que había que hacer algo más. Hyrum, José y William redactaron un documento por el que excomulgaban a John de la Iglesia, el cual fue firmado por otros líderes de la Iglesia. Debido a que aún estaban investigando el alcance de los pecados de John, y esperaban poder resolver el asunto sin crear un escándalo público, decidieron no notificar aún la excomunión7.

Pero algo era cierto: el alcalde se había convertido en un peligro para la ciudad y los santos, y Hyrum se sintió obligado a detenerlo.


John entró en pánico cuando se enteró de la investigación de Hyrum. Con lágrimas corriéndole por las mejillas, acudió a la oficina de Hyrum suplicando misericordia. Él dijo que se arruinaría de por vida, si las personas se enteraban de que había engañado a tantas mujeres. Él deseaba hablar con José y arreglar las cosas.

Los dos salieron afuera y John vio al Profeta cruzando el jardín en dirección a su tienda. John llegó hasta él y exclamó: “Hermano José, soy culpable —Tenía los ojos rojos y con lágrimas—. Yo lo reconozco y le ruego que no me exponga públicamente”.

—¿Por qué está usando mi nombre para llevar a cabo su iniquidad infernal? —preguntó José—. ¿Alguna vez le enseñé algo que no fuera virtuoso?

—¡Nunca!

—¿Alguna vez vio algo en mi conducta o en mis actos en público o en privado que no fuese virtuoso o recto?

—No, nunca.

—¿Está dispuesto a hacer un juramento de ello ante un concejal de la ciudad?

—Sí, lo estoy.

John siguió a José a su oficina, y un secretario le entregó una pluma y un papel. Al llegar el concejal, José salió de la sala mientras John se inclinaba sobre el escritorio y escribió una confesión, afirmando que el Profeta no le había enseñado nada que fuese contrario a las leyes de Dios8. Luego, renunció a su cargo de alcalde de Nauvoo9.

Dos días después, el 19 de mayo, el consejo de la ciudad aceptó la renuncia de John y nombró a José al cargo. Antes de concluir la reunión, José preguntó a John si tenía algo que decir.

“No tengo problema alguno con los líderes de la Iglesia, y yo pretendo continuar con ustedes, y espero que llegue el tiempo en que pueda ser restaurado a una hermandad y confianza plenas —dijo John—. Si llega a darse el tiempo y pueda tener la oportunidad de probar mi fe, se conocerá entonces si soy un traidor o un hombre leal”10.


El sábado siguiente, un periódico de Illinois daba la noticia del atentado contra Lilburn Boggs. El exgobernador se aferraba a la vida, decía el reportaje, a pesar de las graves heridas en la cabeza. Las investigaciones policiales para establecer la identidad del autor del disparo habían sido infructuosas. Algunas personas acusaban a los rivales políticos de Boggs de halar el gatillo, pero el periódico indicaba que los santos estaban tras el atentado, y afirmaba que José alguna vez había profetizado un final violento para Boggs.

“He allí —así declaraba— base suficiente para el rumor”11.

El reportaje ofendía a José, quien ya estaba cansado de que lo acusaran de crímenes que no había cometido. “Usted ha obrado conmigo injustamente al atribuirme una predicción del fallecimiento de Lilburn W. Boggs —escribió al editor del periódico—. Mis manos están limpias, y mi corazón, puro, de la sangre de todos los hombres”12.

La acusación llegó en un momento en que había poco tiempo para defenderse públicamente. José llevaba una semana ocupado con la investigación de los actos de John Bennet13. Día tras día, la Primera Presidencia, el Cuórum de los Doce y el concejo de la ciudad escuchaba los testimonios de las víctimas de John. A medida que relataban sus historias, José descubrió cuánto había distorsionado John las leyes de Dios, y cómo se había burlado de las relaciones de convenio eternas que José había procurado forjar entre los santos.

Durante las audiencias, él escuchó el testimonio de Catherine Warren, la viuda de una de las víctimas de la masacre de Hawn’s Mill. Siendo madre de cinco hijos, ella se hallaba en una situación de suma pobreza y luchaba para proveer para su familia.

Catherine dijo que John Bennett fue el primer hombre que se aprovechó de ella en Nauvoo. “Él me dijo que deseaba que le concediera sus deseos —contó ella ante el sumo consejo— Le respondí que nunca había incurrido en esa conducta, y que creía que traería una desgracia sobre la Iglesia si yo quedase embarazada”. Ella accedió a sus peticiones, luego que él le mintiera afirmando que los líderes de la Iglesia daban su aprobación.

Poco después, algunos amigos de John se valieron de las mismas mentiras para aprovecharse de ella.

“El invierno pasado yo llegué a ser consciente de mi conducta”, dijo Catherine al sumo consejo. Cuando ella se enteró de que ni José ni otros líderes de la Iglesia aprobaban lo que estaba haciendo John, ella decidió denunciarlo. Tras escuchar a Catherine, José y el sumo consejo decidieron que ella continuara en la Iglesia y excomulgaron a los hombres que la habían engañado14.

Al concluir la investigación, John también recibió su notificación oficial de excomunión. De nuevo, él suplicó por misericordia e instó al consejo que manejaran su castigo discretamente. Él dijo que la noticia le rompería el corazón a su anciana madre y que el dolor seguramente la mataría15.

Al igual que a Hyrum, a José le causaban repulsión los pecados de John, pero las acusaciones por el atentado contra Boggs pendían sobre los santos, y los editores de periódicos estaban ansiosos de encontrar escándalos en Nauvoo, por lo que los líderes de la Iglesia actuaron con cautela para evitar llamar la atención sobre el tema. Decidieron no hacer pública la excomunión de John y esperar a ver si él se reformaba16.

Sin embargo, José estaba preocupado por las mujeres que habían sido engañadas por John. Era muy común en las comunidades el condenar cruelmente al ostracismo a mujeres que fuesen percibidas como culpables de transgresiones sexuales, aun cuando fueran inocentes de esas faltas. José instó a las mujeres de la Sociedad de Socorro a ser caritativas y lentas para condenar a las demás.

“Arrepiéntanse, refórmense, pero háganlo de tal manera que no destruyan a los que los rodeen”, les aconsejó. Él no quería que los santos tolerasen la iniquidad, pero tampoco quería que rechazaran a las personas. “Sean puras de corazón. Jesús se propone salvar a las personas de sus pecados”, les recordó. “Jesús dijo: ‘Haréis las obras que me veis hacer’. Esas son las grandiosas palabras clave conforme a las cuales debe actuar esta sociedad”.

“Debe dejarse a un lado todo rumor ocioso y toda conversación ociosa”, dijo Emma en apoyo. Sin embargo, ella desconfiaba de la disciplina hecha en silencio. “No se deben cubrir los pecados —dijo a las mujeres— especialmente aquellos pecados que eran contra la ley de Dios y la del país”. Ella creía que había que traer a los pecadores a la luz para impedir que otros cometan los mismos errores17.

José, no obstante, continuaba manejando la materia en privado. La conducta pasada de John mostraba que él tendía a retirarse de una comunidad una vez que era descubierto y se le despojaba de autoridad. Quizás, si ellos esperaban pacientemente, John simplemente se iría18.


La Sociedad de Socorro se reunió en su décima reunión el 27 de mayo de 1842 cerca de una arboleda donde los santos iban con frecuencia a celebrar servicios de adoración. Ahora había centenares de miembros en la organización, entre ellas, Phebe Woodruff, que había ingresado hacía un mes junto con Amanda Smith, Lydia Knight, Emily Partridge y unas decenas de mujeres más19.

Las reuniones semanales eran un tiempo en que Phebe se apartaba de las ocupaciones de su ajetreada vida, se enteraba de las necesidades de las personas a su alrededor y escuchaba sermones que eran preparados específicamente para las mujeres de la Iglesia.

Con frecuencia discursaban José y Emma en las reuniones, pero este día el obispo Newel Whitney habló a las mujeres acerca de las bendiciones que el Señor pronto les daría. Habiendo recibido recientemente la investidura, el obispo Whitney instaba a las mujeres a mantenerse centradas en la obra del Señor y a prepararse para recibir Su poder. “Sin la mujer, no se pueden restaurar todas las cosas a la tierra”, declaró él.

Él les prometió que Dios tenía muchas cosas preciosas que derramaría sobre Sus fieles santos. “Debemos dejar las cosas vanas y recordar que Dios tiene Sus ojos en nosotros. Si estamos procurando hacer lo correcto, aunque erremos en juicio muchas veces, aún así estaremos justificados a la vista de Dios si hacemos lo mejor que podemos”20.

Dos días después del sermón de Newel, Phebe y Wilford subieron la colina hasta el terreno donde se construía el templo. Como familia, habían soportado adversidades, entre ellas, la muerte de su hija Sarah Emma mientras Wilford se hallaba en Inglaterra. Ahora estaban más asentados y estables, como nunca antes en su matrimonio, y tenían dos hijos más en su familia.

Wilford administraba la oficina de Times and Seasons, lo que le proporcionaba un trabajo estable con el cual mantener a su familia. Los Woodruff vivían en una humilde vivienda en la ciudad mientras construían una casa nueva de ladrillos sobre una parcela al sur del templo. Tenían un gran número de amigos en la zona con los cuales departir, entre otros, John y Jane Benbow, quienes vendieron su extensa finca en Inglaterra para venir a congregarse con los santos21.

Sin embargo, como había enseñado el obispo Whitney, los santos tenían que seguir esforzándose por hacer lo correcto, y participar en la obra del Señor, evitando las distracciones que los harían desviarse.

El templo se iba convirtiendo más y más en algo crucial para mantenerse centrados. En el sótano del templo, Phebe entró en la pila bautismal ese 29 de mayo y fue bautizada en favor de su abuelo, su abuela y un tío abuelo22. Mientras Wilford la sumergía en el agua, ella tenía fe en que sus antepasados fallecidos aceptarían el Evangelio restaurado y harían convenios para seguir a Jesucristo y recordar Su sacrificio.


John Bennet seguía en Nauvoo luego de dos semanas de haber sido informado de su excomunión. Para entonces, la Sociedad de Socorro había advertido a las mujeres en la ciudad de sus crímenes y había condenado fervientemente la clase de mentiras que él había esparcido sobre los líderes de la Iglesia23. Habían surgido a la luz nuevos datos desagradables del pasado de John, y José se dio cuenta de que era hora de anunciar públicamente la excomunión del exalcalde y exponer públicamente sus graves pecados.

El 15 de junio, José publicó una breve noticia sobre la excomunión de John en el Times and Seasons24. Unos días después, en un sermón en el terreno del templo, él habló claramente ante más de mil santos sobre las mentiras de John y la explotación de las mujeres25.

John salió enojado de Nauvoo tres días más tarde, diciendo que los santos no eran dignos de su presencia y amenazando con enviar un populacho contra la Sociedad de Socorro. Sin perturbarse, Emma propuso que la Sociedad de Socorro redactara un panfleto para denunciar el carácter de John. “No tenemos nada más que hacer sino temer a Dios y guardar los mandamientos —dijo a las mujeres—, y al hacerlo, prosperaremos26.

José publicó una imputación adicional en contra de John, dando más detalles de la larga historia de perversiones del exalcalde. “En lugar de manifestar un espíritu de arrepentimiento —declaró José—, con su proceder ha demostrado ser indigno de la confianza o respeto de cualquier persona moral, al mentir para engañar al inocente y cometer adulterio de la manera más abominable y degradada”27.

Mientras tanto, John alquiló una habitación en un pueblo cercano desde donde enviaba cartas resentidas en contra de José y los santos a un popular periódico de Illinois. Él acusó a José de una larga lista de crímenes, incluso de muchos que él mismo había cometido, y tramó historias extremadamente falsas y exageradas para apoyar sus alegatos y encubrir sus pecados.

En una carta, John acusó a José de haber ordenado el atentado contra Lilburn Boggs, y repitió la historia del periódico de que el Profeta había predicho la muerte violenta de Boggs; y agregó que José había enviado a su amigo y guardaespaldas Porter Rockwell a Misuri “para hacer cumplir la profecía”28.

Los santos podían ver mentira tras mentira en los escritos de John, pero las cartas avivaron un fuego que ya estaba encendido entre sus enemigos en Misuri. Tras recuperarse del atentado, Boggs había demandado que se trajera ante la justicia al que intentó asesinarlo. Al enterarse de que Porter Rockwell había estado visitando a familiares en Independence por esas fechas, Boggs acusó a José de ser un cómplice de su intento de asesinato. Luego, instó al gobernador Thomas Reynolds, el nuevo gobernador de Misuri, a exigir que los oficiales de Illinois arrestaran a José y lo trajeran de vuelta a Misuri para enjuiciarlo29.

El gobernador Reynolds estuvo de acuerdo, y demandó del gobernador Thomas Carlin, gobernador de Illinois, que tratara a José como a un fugitivo de la justicia que había huido de Misuri tras el crimen30.

Sabiendo que José no había estado en Misuri desde que escapara del estado tres años atrás, y que no había evidencia de su participación en el atentado, los santos estaban indignados. El consejo de la ciudad de Nauvoo y un grupo de ciudadanos de Illinois que tenían buenas relaciones con los santos, solicitaron inmediatamente al gobernador que no arrestara a José31. Emma, Eliza Snow y Amanda Smith viajaron hasta Quincy para reunirse personalmente con el gobernador y entregarle una petición de la Sociedad de Socorro en apoyo a José. El gobernador Carlin escuchó sus ruegos, pero al final, dictó órdenes de detención contra José y Porter de todos modos32.

Un ayudante del alguacil y dos oficiales llegaron a Nauvoo el 8 de agosto y arrestaron a los dos hombres, acusando a Porter de haber disparado a Boggs y a José, por complicidad. Sin embargo, antes de que el alguacil pudiera llevárselos, el consejo de la ciudad de Nauvoo ejerció el derecho de investigar la orden de arresto. José había sido acusado falsamente con anterioridad, y la Carta de Nauvoo concedía a los santos poder para protegerse en contra de los abusos del sistema legal.

Al no saber si el consejo tenía el derecho de cuestionar la orden de arresto, el alguacil entregó a José y Porter al jefe de la policía de la ciudad y abandonó la ciudad para preguntar al gobernador lo que debía hacer. Cuando regresó dos días después, el alguacil buscó a sus prisioneros, pero no los pudo hallar33.