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21 El Espíritu de Dios


“El Espíritu de Dios”, capítulo 21 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815 – 1846, 2018

Capítulo 21: “El Espíritu de Dios”

Capítulo 21

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Púlpitos del Templo de Kirtland

El Espíritu de Dios

Después de reconciliarse con su hermano, José se centró nuevamente en terminar el templo. Aunque era una construcción modesta en comparación con las imponentes catedrales de Europa, el templo era más alto y más grandioso que la mayoría de las edificaciones de Ohio. Los viajeros en camino a Kirtland podían divisar fácilmente su colorido campanario y su reluciente techo rojo que asomaba por encima de la copa de los árboles. Las brillantes paredes de estuco, las puertas de un vivo color verde y las puntiagudas ventanas góticas hacían de él una vista espectacular1.

A fines de enero de 1836, el interior del templo estaba casi terminado y José estaba preparando a los líderes de la Iglesia para la investidura de poder divino que el Señor había prometido darles. Nadie sabía con certeza cómo sería la investidura, pero José había explicado que vendría después de haber administrado las ordenanzas del lavamiento y la unción simbólicos a los hombres ordenados al sacerdocio, así como Moisés había lavado y ungido a los sacerdotes de Aarón en el Antiguo Testamento2.

Los santos también habían leído pasajes del Nuevo Testamento que brindaban una perspectiva sobre la investidura. Después de Su resurrección, Jesús les había aconsejado a sus apóstoles que no abandonaran Jerusalén para predicar el Evangelio hasta que fueran “investidos con poder de lo alto”. Más tarde, en el día de Pentecostés, los apóstoles de Jesús recibieron ese poder cuando el Espíritu descendió sobre ellos como un viento recio y hablaron en lenguas3.

Al prepararse los santos para su investidura, anticipaban una manifestación espiritual similar.

En la tarde del 21 de enero, José, sus consejeros y su padre subieron las escaleras hasta un desván que había en la imprenta detrás del templo. Allí, los hombres se lavaron simbólicamente con agua limpia y se bendijeron unos a otros en el nombre del Señor. Una vez que fueron limpios, fueron al lado, al templo, donde se unieron con los obispados de Kirtland y Sion, se ungieron la cabeza unos a otros con aceite consagrado y se bendijeron mutuamente.

Cuando le llegó el turno a José, su padre lo ungió y lo bendijo para que dirigiera la Iglesia como un Moisés de los últimos días y pronunció sobre él las bendiciones de Abraham, Isaac y Jacob. Luego, los consejeros de José le impusieron las manos sobre la cabeza y lo bendijeron4.

Cuando los hombres completaron la ordenanza, los cielos se abrieron y José tuvo una visión del futuro. Contempló el Reino Celestial, su hermosa puerta refulgiendo ante él como un círculo de fuego. Vio a Dios el Padre y a Jesucristo sentados en gloriosos tronos. Adán y Abraham, los profetas del Antiguo Testamento, también estaban allí, junto con la madre y el padre de José y su hermano mayor Alvin.

Ver a su hermano hizo que José se extrañara. Alvin había muerto poco después de la primera visita de Moroni y nunca había tenido la oportunidad de bautizarse mediante la debida autoridad. ¿Cómo podría él heredar la gloria celestial? La familia de José se había negado a creer que Alvin estuviera en el infierno, como alguna vez lo sugirió un predicador, pero su destino eterno seguía siendo un misterio para ellos.

Mientras José se maravillaba al ver a su hermano, oyó la voz del Señor decir: “Todos los que han muerto sin el conocimiento de este evangelio, quienes lo habrían recibido si se les hubiese permitido permanecer, serán herederos del reino celestial de Dios”.

El Señor explicó que Él juzgaría a todas las personas según sus obras y los deseos de sus corazones. Las personas en la situación de Alvin no serían condenadas por haber carecido de oportunidades en la tierra. El Señor también enseñó que los niños pequeños que murieron antes de alcanzar la edad de responsabilidad, como los cuatro bebés que José y Emma habían sepultado, serían salvos en el Reino Celestial5.

Luego de cerrarse la visión, José y sus consejeros ungieron a los miembros de los sumos consejos de Kirtland y Sion, que habían estado esperando en oración en otra habitación. Cuando los hombres recibieron la ordenanza, se desplegaron ante ellos más visiones del cielo. Algunos vieron ángeles, otros contemplaron el rostro de Cristo.

Llenos del Espíritu, los hombres profetizaron de las cosas que habrían de venir y glorificaron a Dios hasta bien entrada la noche6.


Dos meses después, en la mañana del 27 de marzo de 1836. Lydia Knight se sentó hombro con hombro con otros santos en el salón inferior del templo. A su alrededor, la gente se apretujaba a medida que los acomodadores apiñaban a más personas en los bancos. Alrededor de mil santos ya estaban en la sala y muchos más se agolpaban en las entradas principales, con la esperanza de que los porteros los dejaran entrar7.

Lydia había visitado el templo un par de veces desde su matrimonio con Newel, ocurrido cuatro meses antes. Ella y Newel habían ido ocasionalmente a escuchar un sermón o una disertación8. Pero esta visita era diferente; hoy los santos se habían reunido para dedicar el templo al Señor.

Desde su asiento, Lydia podía ver a los líderes de la Iglesia tomar su lugar detrás de las tres filas de púlpitos tallados ornamentalmente que se hallaban a ambos extremos de la habitación. Frente a ella, en el extremo oeste del edificio, había púlpitos para la Primera Presidencia y otros líderes del Sacerdocio de Melquisedec. Detrás de ella, a lo largo de la pared este, había púlpitos para los obispados y los líderes del Sacerdocio Aarónico. Como miembro del sumo consejo de Misuri, Newel estaba sentado en una fila de asientos reservados detrás de esos púlpitos.

Mientras esperaba que comenzara la dedicación, Lydia también podía admirar la hermosa obra de carpintería a lo largo de los púlpitos y la hilera de columnas altas que se extendía a lo largo de la habitación. Todavía era temprano por la mañana y la luz del sol entraba a raudales en el salón a través de las altas ventanas ubicadas a lo largo de las paredes laterales. Por encima, colgaban grandes cortinas de lona, que podían deslizarse entre los bancos para dividir el espacio en salones temporarios9.

Cuando los acomodadores no pudieron meter a nadie más en la habitación, José se puso de pie y se disculpó con aquellos que no habían podido encontrar un lugar donde sentarse. Sugirió llevar a cabo una reunión adyacente en el salón de clase adjunto, en el primer piso de la imprenta10.

Unos minutos más tarde, después de que la congregación se acomodó en sus asientos, Sidney comenzó la reunión y habló con gran contundencia durante más de dos horas. Después de un breve intermedio, durante el cual casi todos en la reunión permanecieron sentados, José se levantó y ofreció la oración dedicatoria que había preparado con la ayuda de Oliver y Sidney el día anterior11.

“Te pedimos, oh Señor, que aceptes esta casa —dijo José—, la obra de las manos de nosotros tus siervos, la cual nos mandaste edificar”. Pidió que los misioneros pudieran salir, armados con poder, para difundir el Evangelio hasta los cabos de la tierra. Oró por una bendición para los santos de Misuri, para los líderes de las naciones del mundo y para el Israel disperso12.

También le rogó al Señor que invistiera a los santos con poder. “Permite que la unción de tus ministros sea sellada sobre ellos con poder de lo alto —dijo—. Pon sobre tus siervos el testimonio del convenio, para que al salir a proclamar tu palabra sellen la ley y preparen el corazón de tus santos”. Pidió que el Señor llenara el templo con Su gloria, como el viento recio que los apóstoles de la antigüedad habían experimentado13.

“¡Escucha, escucha, escúchanos, oh Señor! —suplicó—. Responde a estas peticiones, y acepta para ti la dedicación de esta casa”14.

Tan pronto como José pronunció su “Amén” final, el coro cantó el nuevo himno de William Phelps.

Tal como un fuego se ve ya ardiendo

el Santo Espíritu del gran Creador.

Visiones y dones antiguos ya vuelven,

y ángeles vienen cantando loor15.

Lydia sintió que la gloria de Dios llenaba el templo. Poniéndose de pie con los otros santos que estaban en la habitación, unió su voz con la de ellos mientras exclamaban: “¡Hosanna! ¡Hosanna! ¡Hosanna a Dios y al Cordero!”16.


Después de la dedicación del templo, las manifestaciones del Espíritu y el poder del Señor envolvieron a Kirtland. Ese mismo día de la dedicación, por la noche, José se reunió con los líderes de la Iglesia en el templo, y los hombres comenzaron a hablar en lenguas, como lo habían hecho los apóstoles del Salvador en Pentecostés. Algunos de los concurrentes vieron fuego celestial reposando sobre los que hablaban. Otros vieron ángeles. Afuera, los santos vieron descansar sobre el templo una nube brillante y una columna de fuego17.

El 30 de marzo, José y sus consejeros se reunieron en el templo para lavar los pies de unos trescientos líderes de la Iglesia, entre ellos los Doce, los Setenta y otros hombres llamados a la labor misional, al igual que el Salvador había hecho con Sus discípulos antes de Su crucifixión. “Este es un año de jubileo para nosotros y un tiempo de regocijo”, declaró José. Los hombres habían llegado al templo haciendo ayuno, y él les pidió a algunos que compraran pan y vino para más tarde. Hizo que otros trajeran tinas de agua.

José y sus consejeros lavaron primero los pies del Cuórum de los Doce, luego procedieron a lavar los pies de los miembros de los otros cuórums, bendiciéndolos en el nombre del Señor18. A medida que pasaron las horas, los hombres se bendijeron unos a otros, profetizaron y dieron voces de hosanna hasta que llegaron el pan y el vino, al anochecer.

José habló mientras los Doce partían el pan y servían el vino. Les dijo que su corta estadía en Kirtland pronto terminaría. El Señor los estaba invistiendo de poder y los enviaría a misiones. “Deben salir con toda mansedumbre, con prudencia, a predicar a Jesucristo”, dijo. Les dio instrucciones de evitar las discusiones sobre creencias religiosas, instándolos a mantenerse fieles a sus propias creencias.

“Lleven las llaves del reino a todas las naciones —les dijo a los apóstoles—, y ábranles la puerta, y llamen a los Setenta a que los sigan”. Dijo que la organización de la Iglesia estaba ahora completa y que los hombres de la sala habían recibido todas las ordenanzas que el Señor había preparado para ellos hasta ese entonces.

“Vayan adelante y edifiquen el reino de Dios”, dijo.

José y sus consejeros se fueron a casa, dejando que los Doce se hicieran cargo de la reunión. El Espíritu descendió nuevamente sobre los hombres en el templo y estos comenzaron a profetizar, hablar en lenguas y exhortarse unos a otros en el Evangelio. Ángeles ministrantes se aparecieron a varios hombres y hubo otros que tuvieron visiones del Salvador.

Las manifestaciones del Espíritu continuaron hasta la madrugada. Cuando los hombres salieron del templo, sus almas se elevaban debido a las maravillas y glorias que acababan de experimentar. Se sentían investidos de poder y listos para llevar el Evangelio al mundo19.


Una semana después de la dedicación, en la tarde del domingo de Pascua, un millar de santos llegaron nuevamente al templo para adorar. Después que los Doce administraron la Cena del Señor a la congregación, José y Oliver bajaron las cortinas de lona alrededor del púlpito superior en el lado oeste del salón inferior y se arrodillaron detrás de ellas para orar en silencio, fuera de la vista de los santos20.

Después de sus oraciones, el Salvador apareció frente a ellos, con el rostro más brillante que el sol. Sus ojos eran como fuego y Su cabello, como nieve. Debajo de Sus pies, el barandal del púlpito parecía de oro puro21.

“Regocíjese el corazón de todo mi pueblo, que con su fuerza ha construido esta casa a mi nombre —declaró el Salvador, siendo Su voz como el estruendo de muchas aguas—. He aquí, he aceptado esta casa, y mi nombre estará aquí; y me manifestaré a mi pueblo en misericordia”22. Instó a los santos a conservarla sagrada y confirmó que ellos habían recibido la investidura de poder.

“El corazón de millares y decenas de millares se regocijará en gran manera —declaró Él—, como consecuencia de las bendiciones que han de ser derramadas, y la investidura con que mis siervos han sido investidos en esta casa”.

Para finalizar, el Señor prometió: “La fama de esta casa se extenderá hasta los países extranjeros; y este es el principio de la bendición que se derramará sobre la cabeza de los de mi pueblo”23.

La visión se cerró alrededor de José y Oliver, pero al instante los cielos se abrieron de nuevo. Vieron a Moisés parado frente a ellos, y este les entregó las llaves del recogimiento de Israel a fin de que los santos pudieran llevar el Evangelio al mundo y traer a los justos a Sion.

Entonces apareció Elías y les entregó la dispensación del evangelio de Abraham, diciendo que todas las generaciones serían bendecidas por medio de ellos y de quienes vinieran después de ellos.

Una vez que Elías se fue, José y Oliver tuvieron otra visión gloriosa. Vieron a Elías, el profeta del Antiguo Testamento que subió al cielo en un carro de fuego.

“Ha llegado plenamente el tiempo del cual se habló por boca de Malaquías“, declaró Elías el Profeta, haciendo referencia a la profecía del Antiguo Testamento de que él haría volver el corazón de los padres a los hijos, y el de los hijos a los padres.

“Se entregan en vuestras manos las llaves de esta dispensación —continuó Elías el Profeta—, y por esto sabréis que el día grande y terrible del Señor está cerca, sí, a las puertas”24.

La visión se cerró, y José y Oliver quedaron solos25. La luz del sol se filtraba a través de la ventana arqueada que estaba detrás del púlpito, pero el barandal frente a ellos ya no brillaba como el oro. Las voces celestiales que los habían sacudido como un trueno dieron paso a las contenidas emociones de los santos que estaban al otro lado de la cortina.

José sabía que los mensajeros les habían entregado importantes llaves del sacerdocio. Más tarde, enseñó a los santos que las llaves del sacerdocio restauradas por Elías el Profeta sellarían a las familias eternamente, atando en los cielos lo que fuera atado en la tierra, enlazando a los padres con sus hijos y a los hijos con sus padres26.


En los días que siguieron a la dedicación del templo, partieron misioneros en todas direcciones para predicar el Evangelio, fortalecidos por la investidura de poder. El obispo Partridge y los otros santos que habían venido de Misuri viajaron nuevamente hacia el oeste con una nueva determinación de edificar Sion27.

Lydia y Newel Knight también deseaban ir al oeste, pero necesitaban dinero. Newel había pasado la mayor parte de su tiempo en Kirtland trabajando sin paga en el templo y Lydia le había prestado casi todo su dinero a José y a la Iglesia cuando recién llegó a la ciudad. Ninguno de los dos lamentaba su sacrificio, pero Lydia no podía evitar pensar que el dinero que ella le había prestado a la Iglesia habría cubierto con creces el costo del viaje.

Mientras se preguntaban cómo pagar su viaje, José pasó para visitarlos. —Así que, Newel, están a punto de partir hacia su hogar en el oeste — le dijo—. ¿Tienen todo lo necesario?”.

—Estamos bastante ajustados de recursos en este momento —dijo Newel.

—No he olvidado cuán generosamente me ayudaste cuando yo estaba en problemas —le dijo José a Lydia. Salió de la casa y regresó poco después con una mayor suma que la que ella le había prestado.

Les dijo que compraran lo que necesitaran para estar cómodos en el viaje a su nuevo hogar. Hyrum también proporcionó un tiro de caballos para llevarlos al río Ohio, donde podrían tomar un barco de vapor para ir directamente a Misuri.

Antes de irse, los Knight visitaron a Joseph Smith, padre, para que Lydia pudiera recibir una bendición de él. Hacía más de un año que el Señor había llamado a Joseph, padre, a ser el Patriarca de la Iglesia, otorgándole autoridad para dar bendiciones patriarcales especiales a los santos, tal como Abraham y Jacob lo habían hecho por sus hijos en la Biblia.

Colocando sus manos sobre la cabeza de Lydia, Joseph, padre, pronunció las palabras de la bendición. “Has sido muy afligida en tus días pasados, y tu corazón ha estado adolorido —le dijo a Lydia—; pero serás consolada”.

Le dijo que el Señor la amaba y que le había dado a Newel para que la consolara. “Sus almas se entrelazarán y nada podrá desvincularlas. Ni la adversidad ni la muerte los separarán —les prometió—. Sus vidas serán preservadas e irán con seguridad y rapidez a la tierra de Sion”28.

Poco después de la bendición, Lydia y Newel partieron hacia Misuri, con optimismo en torno al futuro de la Iglesia y de Sion. El Señor había investido a los santos con poder, y Kirtland estaba floreciendo bajo la imponente torre del templo. Las visiones y las bendiciones de esa temporada les habían dado un anticipo del cielo. El velo entre la tierra y el cielo parecía estar a punto de rasgarse29.