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20 No me deseches


“No me deseches”, capítulo 20 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815–1846, 2018

Capítulo 20: “No me deseches”

Capítulo 20

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No me deseches

Durante el verano de 1835, mientras los apóstoles partían en misiones a los estados del este y Canadá, los santos trabajaron juntos para terminar el templo y prepararse para la investidura de poder. Sin tener que afrontar la violencia y las pérdidas que los santos de Misuri habían sufrido, Kirtland creció y prosperó espiritualmente a medida que los conversos se congregaban en la ciudad y prestaban ayuda a la obra del Señor1.

En julio, apareció en la ciudad un cartel que anunciaba: “Antigüedades egipcias”. Hablaba del descubrimiento de cientos de momias en una tumba egipcia; algunas de las momias, así como varios rollos antiguos de papiro, se habían exhibido por todo Estados Unidos atrayendo a grandes multitudes de espectadores2.

Michael Chandler, el hombre que exhibía los artefactos, había oído hablar de José y había venido a Kirtland para ver si quería comprarlos3. José examinó las momias, pero estaba más interesado en los rollos. Estos estaban cubiertos de una escritura extraña y de imágenes curiosas de personas, barcos, aves y serpientes4.

Chandler permitió que el Profeta se llevara los rollos a casa y los estudiara durante la noche. José sabía que Egipto desempeñaba un papel importante en la vida de varios profetas de la Biblia. También sabía que Nefi, Mormón y otros escritores del Libro de Mormón habían grabado sus palabras en lo que Moroni llamó “egipcio reformado”5.

Al examinar la escritura de los rollos, discernió que contenían enseñanzas fundamentales de Abraham, el patriarca del Antiguo Testamento. Al reunirse con Chandler al día siguiente, José preguntó cuánto quería por los rollos6. Chandler dijo que solo vendería los rollos y las momias juntos, por 2 400 dólares7.

El precio era mucho más de lo que José podía pagar. Los santos todavía estaban esforzándose por terminar el templo con fondos limitados y pocas personas de Kirtland tenían dinero para prestarle. Sin embargo, José creía que los rollos valían ese precio, y él y otras personas rápidamente recaudaron dinero suficiente para comprarlos8.

La emoción se extendió por la Iglesia cuando José y sus escribas comenzaron a tratar de dar sentido a los símbolos antiguos, seguros de que el Señor pronto revelaría más de su mensaje a los santos9.


Cuando José no estaba estudiando minuciosamente los rollos, los ponía a estos y a las momias en exhibición para los visitantes. Emma se interesó mucho en esos objetos antiguos y escuchaba atentamente cuando José explicaba su comprensión de los escritos de Abraham. Cuando personas curiosas pedían ver las momias, a menudo las exhibía ella misma, contando lo que José le había enseñado10.

Era una época emocionante para vivir en Kirtland. Mientras los críticos de la Iglesia continuaban acosando a los santos y las deudas seguían preocupando a José y a Sidney, Emma podía ver las bendiciones del Señor a su alrededor. Los trabajadores del templo completaron el techo en julio e inmediatamente comenzaron a construir una torre alta11. José y Sidney comenzaron efectuar reuniones dominicales en la estructura sin terminar, atrayendo a veces a congregaciones de hasta mil personas para oírlos predicar12.

Emma y José vivían ahora en una casa cerca del templo y, desde su patio, Emma podía ver a Artemus Millet y a Joseph Young cubriendo las paredes exteriores del templo con un estuco gris azulado que marcaban para que parecieran bloques de piedra tallada13. Bajo la dirección de Artemus, los niños ayudaban a recolectar trozos de vidrio y vajilla rotos para triturarlos y mezclarlos con el estuco. A la luz del sol, los fragmentos hacían que las paredes del templo brillaran cuando la luz se reflejaba en ellas, tal como en las caras de una piedra preciosa14.

La casa de Emma siempre estaba llena de movimiento. Muchas personas se hospedaban con la familia Smith, entre ellos algunos de los hombres que dirigían la nueva imprenta de la Iglesia. Además de imprimir un nuevo periódico de la Iglesia, el Latter Day Saints’ Messenger and Advocate, estos hombres trabajaban en varios otros proyectos, tales como el himnario que Emma había compilado con la ayuda de William Phelps15.

El libro de Emma estaba integrado por nuevos himnos compuestos por los santos y piezas más antiguas de otras iglesias cristianas. William escribió algunos de los nuevos himnos, al igual que Parley Pratt y una conversa reciente llamada Eliza Snow. El último himno era “El Espíritu de Dios”, compuesto por William, que alababa a Dios por restaurar el Evangelio.

Emma sabía que los impresores también estaban publicando una nueva recopilación de revelaciones llamada Doctrina y Convenios. Compilado bajo la supervisión de José y Oliver, Doctrina y Convenios era una combinación de las revelaciones del Libro de Mandamientos, no publicado, y de revelaciones más recientes, junto con una serie de discursos sobre la fe que los líderes de la Iglesia habían impartido a los élderes16. Los santos aceptaron Doctrina y Convenios como un libro de Escrituras, tan importante como la Biblia y el Libro de Mormón17.

Ese otoño, cuando estos proyectos estaban por completarse, los líderes de la Iglesia de Misuri llegaron a Kirtland para prepararse para la dedicación del templo y la investidura de poder. El 29 de octubre, Emma y José celebraron una cena en honor a Edward Partridge y otras personas que habían llegado. Mientras todos se regocijaban por la unidad que sentían entre ellos, Newel Whitney le dijo a Edward que el año siguiente esperaba cenar con él en Sion.

Mirando a sus amigos, Emma dijo que esperaba que todos en la mesa también pudieran unirse a ellos en la tierra prometida.

“Amén —dijo José—. Dios lo conceda”18.


Después de la cena, José y Emma asistieron a una reunión del sumo consejo de Kirtland. William, el hermano menor de José, había acusado a una mujer de la Iglesia de abusar físicamente de su hijastra. Entre los testigos que hablaron en el caso estaba Lucy Smith, la madre de José y de William. Durante su testimonio, José interrumpió cuando ella comenzó a hablar sobre algo que el consejo ya había escuchado y resuelto19.

Poniéndose de pie, William acusó a José de dudar de las palabras de su madre. José se volvió hacia su hermano y le dijo que se sentara. William no le hizo caso y se mantuvo de pie.

“Siéntate”, repitió José, tratando de mantener la calma.

William dijo que no se sentaría a menos que José lo derribara.

Agitado, José se volvió para salir de la habitación, pero su padre lo detuvo y le pidió que se quedara. José llamó al orden al consejo y terminó la audiencia. Al final de la reunión, José se había calmado lo suficiente como para despedirse cortésmente de William.

Pero William estaba furioso, convencido aún de que José estaba equivocado20.


Alrededor de esta época, Hyrum Smith y su esposa, Jerusha, contrataron a Lydia Bailey, una conversa de veintidós años, para que ayudara en la casa de huéspedes de ellos. José había bautizado a Lydia un par de años antes, cuando él y Sidney cumplían una corta misión en Canadá21. Lydia se había mudado a Kirtland no mucho después, y Hyrum y Jerusha prometieron cuidarla como si fuera de su familia.

El trabajo mantenía ocupada a Lydia. Con los líderes de la Iglesia de Misuri en la ciudad para prepararse para la dedicación del templo, Jerusha y ella cocinaban, hacían las camas y limpiaban la casa constantemente. Rara vez tenía tiempo para hablar con los huéspedes, aunque Newel Knight, un viejo amigo de la familia Smith, había llamado su atención22.

—El hermano Knight es viudo —le dijo Jerusha un día mientras trabajaban.

—Ah —dijo Lydia, fingiendo no estar interesada.

—Perdió a su esposa el otoño pasado —dijo Jerusha—. Su corazón casi se le rompe.

Al enterarse de la pérdida de Newel, Lydia recordó la suya23. Cuando tenía dieciséis años, se había casado con un joven llamado Calvin Bailey. Después de su matrimonio, Calvin bebía en exceso y a veces la golpeaba a ella y a la hija de ambos.

Con el tiempo, perdieron la granja debido al problema de Calvin con la bebida, lo que los obligó a alquilar una casa más pequeña. Lydia dio a luz a un niño allí, pero el bebé vivió solamente un día. Calvin abandonó a Lydia poco después, y ella, junto con su hija, regresó a vivir con sus padres.

La vida parecía estar mejorando, pero luego su hija se enfermó. Cuando ella murió, fue como si el último pedacito de felicidad de Lydia hubiera muerto también. Para ayudarle a hacer frente a la pérdida, sus padres la enviaron a vivir con unos amigos en Canadá. Allí, ella escuchó el Evangelio y se bautizó y, desde entonces, su vida había sido más feliz y más esperanzada. Pero se sentía sola y anhelaba tener compañía24.

Un día, Newel se le acercó en una habitación superior de la casa de la familia Smith. “Creo que su situación, así como la mía, es bastante solitaria —le dijo, tomando su mano—. Quizás podríamos ser una compañía el uno para el otro”25.

Lydia se sentó en silencio. “Supongo que es consciente de mi situación —dijo ella con tristeza—. No tengo el más mínimo conocimiento de dónde está mi esposo, ni si está vivo o muerto”. Sin obtener el divorcio de Calvin, ella no sentía que pudiera casarse con Newel.

“Preferiría sacrificar cada uno de mis sentimientos, e incluso la vida —dijo ella antes de salir de la habitación—, que apartarme de la virtud u ofender a mi Padre Celestial”26.


El día después de discutir con su hermano, José recibió una carta de él. William estaba molesto porque el sumo consejo lo había culpado a él, y no a José, por la disputa. Creyendo que había tenido razón en reprender a José frente al sumo consejo, insistía en reunirse en privado con José para defender sus acciones27.

José acordó reunirse con William y sugirió que cada uno de ellos compartiera su versión de lo ocurrido, reconociera sus errores y se disculpara por cualquier agravio cometido. Dado que Hyrum tenía una influencia conciliadora en la familia, José lo invitó a unirse a ellos y emitir un juicio justo sobre quién era el culpable28.

William llegó a la casa de José al día siguiente, y los hermanos se turnaron para explicar la disputa. José dijo que estaba molesto porque William había hablado fuera de lugar frente al consejo y no había respetado su puesto como presidente de la Iglesia. William negó haber sido irrespetuoso e insistió en que José estaba equivocado.

Hyrum escuchó atentamente sus hermanos. Cuando ellos terminaron, comenzó a dar su opinión, pero William lo interrumpió, acusándolos a él y a José de echarle toda la culpa a él. José y Hyrum intentaron calmarlo, pero él salió de la casa hecho una furia. Más tarde ese día, le envió a José su licencia para predicar.

Pronto, todo Kirtland sabía acerca de la disputa. Esta contienda dividió a la familia Smith, que por lo general era muy unida, haciendo que los hermanos y hermanas de José se pusieran en contra unos de otros. Preocupado porque sus críticos usaran la disputa familiar en contra de él y de la Iglesia, José se mantuvo a distancia de William, en la esperanza de que la ira de su hermano se enfriaría29.

Pero William continuó despotricando en contra de José en las primeras semanas de noviembre y algunos de los santos comenzaron a tomar partido también. Los apóstoles condenaron el comportamiento de William y lo amenazaron con expulsarlo del Cuórum de los Doce. Sin embargo, José recibió una revelación en la que se les instaba a ser pacientes con William30.

Viendo las divisiones que iban produciéndose a su alrededor, José se entristeció. Ese verano, los santos habían trabajado juntos con un propósito y buena voluntad y el Señor los había bendecido con los registros egipcios y grandes progresos en el templo.

Pero ahora, con la investidura de poder casi a su alcance, no podían unirse en corazón y mente31.


Durante el otoño de 1835, Newel Knight se mantuvo decidido a casarse con Lydia Bailey. En la creencia de que la ley de Ohio les permitía a las mujeres que habían sido abandonadas por sus esposos casarse de nuevo, le insistió a Lydia que dejara atrás su pasado. Pero por mucho que Lydia quisiera casarse con Newel, ella necesitaba saber que eso estaba bien ante los ojos de Dios.

Newel ayunó y oró durante tres días. Al tercer día, le pidió a Hyrum que averiguara por medio de José si estaba bien que se casara con Lydia. Hyrum aceptó hablar con su hermano y Newel se fue a trabajar en el templo con el estómago vacío.

Newel todavía estaba trabajando cuando Hyrum se le acercó más tarde ese día. Hyrum le dijo que José le había preguntado al Señor y que había recibido como respuesta que Lydia y Newel debían casarse. “Cuanto antes se casen, mejor —había dicho José—. Diles que ninguna ley los perjudicará. No deben temer ni a la ley de Dios ni a la del hombre”.

Newel estaba eufórico. Dejando caer sus herramientas, corrió hacia la casa de huéspedes y le dijo a Lydia lo que había dicho José. Lydia se llenó de alegría, y ella y Newel agradecieron a Dios Su bondad. Newel le pidió que se casara con él y ella aceptó. Luego corrió al comedor para terminar su ayuno.

Hyrum y Jerusha aceptaron ser los anfitriones de la boda que sería al día siguiente. Lydia y Newel querían que José realizara la ceremonia, pero sabían que él nunca antes había efectuado un matrimonio y no sabían si tenía la autoridad legal para hacerlo.

Sin embargo, al día siguiente, mientras Hyrum estaba invitando a las personas a la ceremonia, le dijo a José que todavía estaba buscando a alguien para que casara a la pareja. “¡Detente! —exclamó José—. ¡Yo mismo los casaré!”.

La ley de Ohio permitía a los ministros de las iglesias formalmente organizadas casar a las parejas32. Más importante aún, José creía que su oficio en el Sacerdocio de Melquisedec lo autorizaba divinamente a efectuar matrimonios. “El Señor Dios de Israel me ha dado la autoridad para unir a las personas en los sagrados lazos del matrimonio —declaró—, y de ahora en adelante haré uso de ese privilegio”.

Hyrum y Jerusha dieron la bienvenida a los invitados a la boda en su casa, en una noche helada de noviembre. El aroma del banquete de bodas llenaba la habitación mientras los santos oraban y cantaban para celebrar la ocasión. José se puso de pie y les pidió a Lydia y a Newel que se unieran a él en el frente de la habitación y se tomaran de las manos. Explicó que el matrimonio fue instituido por Dios en el Jardín de Edén y que debe ser formalizado por medio del sacerdocio sempiterno.

Dirigiéndose a Lydia y Newel, les hizo hacer convenio de que se acompañarían mutuamente a lo largo de la vida como esposo y esposa. Los declaró casados y los animó a formar una familia, bendiciéndolos con larga vida y prosperidad33.


La boda de Lydia y Newel fue un acontecimiento positivo en un invierno por lo demás difícil para José. Desde su pelea con William, no había podido concentrarse en los rollos egipcios ni en preparar a los santos para la investidura de poder. Intentó liderar con alegría, siguiendo el Espíritu del Señor; pero el revuelo dentro de su familia y la carga de dirigir la Iglesia podían ser agobiantes, y algunas veces hablaba con aspereza a las personas cuando cometían errores34.

En diciembre, William comenzó a organizar una sociedad de debate informal en su casa. Con la esperanza de que los debates proveyeran oportunidades para aprender y enseñar por el Espíritu, José decidió participar. Las primeras dos reuniones de la sociedad transcurrieron sin problemas pero, durante la tercera reunión, el clima se puso tenso cuando William interrumpió a otro apóstol durante un debate.

La interrupción de William hizo que algunas personas cuestionaran si la sociedad debía continuar. William se enojó y estalló una discusión. José intervino, y pronto William y él estaban intercambiando insultos35. Joseph, padre, intentó calmar a sus hijos, pero ninguno cedió y William arremetió contra su hermano.

Luchando por defenderse, José intentó quitarse el abrigo pero sus brazos se enredaron en las mangas. William golpeó fuerte, una y otra vez, agravando una herida que José había recibido cuando lo embrearon y emplumaron. Para cuando algunos de los hombres se llevaron a William entre forcejeos, José yacía en el suelo, sin poder apenas moverse36.

Unos días más tarde, cuando se estaba recuperando de la pelea, José recibió un mensaje de su hermano. “Siento como si fuera un deber hacer una humilde confesión”, declaraba William. Temeroso de no ser digno de su llamamiento, le pidió a José que lo quitara del Cuórum de los Doce37.

“No me deseches por lo que hice, sino esfuérzate por salvarme —le rogaba—. Me arrepiento de lo que te he hecho”38.

José respondió a la carta, expresando la esperanza de que pudieran reconciliarse. “Que Dios destruya la enemistad entre tú y yo —declaró—, y que todas las bendiciones se nos restauren y el pasado quede para siempre en el olvido”39.

El primer día del año nuevo, los hermanos se reunieron con su padre y Hyrum. Joseph, padre, oró por sus hijos y suplicó que se perdonaran el uno al otro. Mientras él hablaba, José pudo ver cuánto le había dolido a su padre su enemistad con William. El Espíritu de Dios llenó la habitación y el corazón de José se ablandó. William también parecía contrito; confesó su culpa y pidió nuevamente el perdón de José.

Sabiendo que él también era culpable, José le pidió perdón a su hermano. Luego hicieron convenio de esforzarse más por edificarse entre sí y resolver sus diferencias con mansedumbre.

José invitó a Emma y a su madre a la habitación, y William y él repitieron su convenio. Lágrimas de gozo corrían por sus caras. Inclinaron la cabeza y José oró, agradecido que su familia estuviera nuevamente unida40.