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16 Tan solo un preludio


“Tan solo un preludio”, capítulo 16 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815 – 1846, 2018

Capítulo 16: “Tan solo un preludio”

Capítulo 16

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Maizal

Tan solo un preludio

Mientras los planos para Sion y el templo iban por correo hacia Misuri, Emily Partridge, de nueve años, saltó de la cama y salió corriendo vestida con su ropa de dormir. En el patio detrás de su casa, no lejos del terreno del templo en Independence, vio que uno de los grandes pajares de su familia estaba envuelto en llamas. El fuego se alzaba hacia lo alto del cielo nocturno, con su brillante luz amarilla proyectando largas sombras detrás de los que estaban allí de pie, mirando impotentes el fuego.

Los incendios accidentales eran comunes en la frontera, pero este no era un accidente. Pequeños populachos habían estado destruyendo las pertenencias de los santos durante todo el verano de 1833, con la esperanza de ahuyentar a los recién llegados del condado de Jackson. Nadie había sido herido hasta ese momento, pero los populachos parecían volverse más agresivos con cada ataque.

Emily no entendía todas las razones por las cuales las personas del condado de Jackson querían que los santos se fueran. Sabía que su familia y sus amigos eran diferentes a sus vecinos de muchas maneras. Los habitantes de Misuri que ella escuchaba en las calles tenían una forma diferente de hablar y las mujeres usaban un estilo diferente de vestimenta. Algunos de ellos caminaban descalzos en el verano y lavaban sus ropas con grandes palas en lugar de usar las tablas de lavar a las que Emily estaba acostumbrada en Ohio.

Estas eran diferencias triviales, pero también había grandes desacuerdos de los que Emily sabía muy poco. A las personas de Independence no les gustaba que los santos les predicaran a los indios ni que estuvieran en contra de la esclavitud. En los estados del norte, donde la mayoría de los miembros de la Iglesia habían vivido, tener esclavos era contrario a la ley. Pero en Misuri era legal esclavizar a las personas negras y los colonos de mayor antigüedad lo defendían con vehemencia.

El hecho de que los santos usualmente se mantenían apartados no ayudó a mitigar las sospechas. Conforme llegaban más santos a Sion, trabajaban juntos para construir casas y aprovisionarlas, cultivar granjas y criar niños. Estaban ansiosos por poner los cimientos de una ciudad santa que perduraría durante el Milenio.

La propia casa de la familia Partridge, situada en medio de Independence, era un paso hacia la edificación de la ciudad de Sion. Era una casa sencilla de dos pisos que carecía del refinamiento de la antigua casa de Emily en Ohio, pero que indicaba que los santos estaban en Independence para quedarse.

Eso también los convirtió en un blanco de sus ataques, como lo demostraba el pajar en llamas1.


Con las tensiones entre los santos y sus vecinos del condado de Jackson en aumento, William Phelps decidió utilizar las páginas del periódico local de la Iglesia para calmar los temores. En el ejemplar de julio de 1833 de The Evening and the Morning Star, publicó una carta a los miembros de la Iglesia que inmigraban, aconsejándoles que pagaran sus deudas antes de venir a Sion para evitar ser una carga para la comunidad.

Al escribir este y otros consejos, esperaba que los residentes del condado de Jackson también leyeran el periódico y vieran que los santos eran ciudadanos respetuosos de la ley, cuyas creencias no representaban una amenaza para ellos ni para la economía local2.

William también tocó el tema de la actitud de los miembros de la Iglesia hacia las personas negras. Aunque él simpatizaba con los que deseaban liberar a las personas esclavizadas, William quería que sus lectores supieran que los santos obedecerían las leyes de Misuri que restringían los derechos de los negros libres. Había solo unos pocos santos negros en la Iglesia y él recomendó que, si decidían mudarse a Sion, actuaran con cuidado y confiaran en Dios.

“Mientras no tengamos una regla especial en la Iglesia con respecto a las personas de color —escribió vagamente—, que nos guíe la prudencia”3.


Samuel Lucas, juez del condado y coronel de la milicia del condado de Jackson, se puso pálido cuando leyó la carta en The Evening and the Morning Star. En la mente de Samuel, William estaba invitando a los negros libres a convertirse en mormones y mudarse a Misuri. Las declaraciones de William que desalentaban a los santos negros a asentarse en Misuri no hicieron nada para calmar sus temores4.

Habiendo populachos que ya acosaban a los santos en Independence y en los asentamientos cercanos, no fue difícil para Samuel encontrar a otras personas que estuvieran de acuerdo con él. Durante más de un año, los líderes de la ciudad habían estado incitando a sus vecinos en contra de los santos. Algunos habían distribuido panfletos y convocado a reuniones municipales, instando a las personas a expulsar a los recién llegados de la región5.

Inicialmente, la mayoría de los lugareños pensaban que los santos eran fanáticos inofensivos que pretendían recibir revelaciones, sanar por la imposición de manos y realizar otros milagros. Pero a medida que más y más miembros de la Iglesia se establecían en el condado, alegando que Dios les había dado Independence como tierra prometida, Samuel y otros líderes de la ciudad los vieron a ellos y a sus revelaciones como amenazas a sus propiedades y su poder político.

Y ahora, la carta de William avivaba uno de sus mayores temores. Tan solo dos años antes, decenas de personas esclavizadas en otro estado se habían rebelado y habían matado a más de cincuenta hombres y mujeres blancos en menos de dos días. Los propietarios de esclavos de Misuri y de todos los estados del sur temían que sucediera algo similar en sus comunidades. Algunas personas temían que si los santos invitaban a los negros libres al condado de Jackson, su presencia podría hacer que los esclavos anhelaran la libertad y se rebelaran6.

Dado que había leyes que protegían la libertad de religión y de expresión de los santos, Samuel y los demás comprendieron que no podrían sofocar esta amenaza por medios legales. Pero ellos no serían la primera ciudad en recurrir a la violencia para expulsar a las personas no deseadas de entre ellos. Actuando juntos, podrían expulsar a los santos del condado y permanecer impunes.

Los líderes de la ciudad pronto se reunieron para tomar medidas contra los recién llegados. Samuel y otras personas enumeraron sus quejas contra los santos y presentaron la declaración al pueblo de Independence.

El documento declaraba la intención de los líderes de la ciudad de expulsar a los santos del condado de Jackson por cualquier medio que fuera necesario. Fijaron la fecha del 20 de julio para realizar una reunión en el juzgado a fin de decidir qué hacer con los santos. Cientos de residentes del condado de Jackson firmaron la declaración7.


Cuando se enteró del alboroto, William Phelps trató desesperadamente de reparar cualquier ofensa que el artículo de su periódico hubiera causado. El Libro de Mormón declaraba que Cristo invitó a todos a venir a Él, “sean negros o blancos, esclavos o libres”, pero William estaba más preocupado por que el condado entero se volviera en contra de los santos8.

Actuando rápidamente, imprimió un folleto de una página retractándose de lo que había escrito en cuanto a la esclavitud. “Nos oponemos a que personas libres de color sean admitidas en el estado —insistía—, y decimos que ninguno de ellos será admitido en la Iglesia”9. El folleto tergiversaba la postura de la Iglesia en cuanto al bautismo de miembros negros, pero él esperaba que eso evitara futuras agresiones10.

El 20 de julio, William, Edward y otros líderes de la Iglesia fueron al juzgado del condado de Jackson para reunirse con los líderes del condado. El clima era inusualmente benigno para julio y cientos de personas dejaron sus hogares, granjas y negocios para asistir a la reunión y prepararse para tomar medidas contra los santos.

Decididos a darles a los líderes de la Iglesia una advertencia de último momento antes de recurrir a la violencia, Samuel Lucas y otros doce hombres que representaban a la comunidad exigieron que William dejara de imprimir The Evening and the Morning Star y que los santos abandonaran el condado inmediatamente11.

Por ser el obispo de Sion, Edward sabía cuánto perderían los santos si cedían a las demandas. Cerrar la imprenta retrasaría la publicación del Libro de Mandamientos, que estaba casi terminado. Y dejar el condado significaría no solo perder propiedades valiosas sino también abandonar sus herencias en la tierra prometida12.

Edward pidió tres meses para considerar la propuesta y buscar el consejo de José en Kirtland, pero los líderes del condado de Jackson se negaron a conceder su solicitud. Edward pidió diez días para consultar a los demás santos de Misuri; los líderes de la comunidad le dieron quince minutos13.

No dispuestos a ser presionados para tomar una decisión, los santos pusieron fin a las negociaciones. Al retirarse la delegación del condado de Jackson, un hombre se volvió hacia Edward y le dijo que la obra de destrucción comenzaría de inmediato14.


Calle abajo del juzgado, Sally Phelps estaba en su casa, en la planta baja de la imprenta de la Iglesia, atendiendo a su bebé recién nacido que estaba enfermo. Sus otros cuatro hijos estaban cerca. William se había ido horas antes para asistir a la reunión en el juzgado; todavía no había regresado y Sally esperaba ansiosamente las noticias de la reunión.

Unos fuertes golpes sacudieron la puerta principal, sobresaltándolos a ella y a los niños. Afuera, los hombres golpeaban un gran tronco contra la puerta, tratando de romperla. Alrededor de la imprenta se juntó una multitud de hombres, mujeres y niños, algunos animando a los hombres y otros mirando en silencio15.

Una vez que se rompió la puerta, hombres armados entraron corriendo a la casa y arrastraron a Sally y a los niños a la calle16. Arrojaron los muebles y las pertenencias de la familia por la puerta principal y destrozaron las ventanas. Algunos de los atacantes subieron al piso superior de la imprenta y arrojaron los tipos y la tinta al suelo, mientras otros hombres comenzaron a derribar el edificio17.

De pie, con sus hijos acurrucados a su alrededor, Sally vio cómo los hombres rompían la ventana del piso superior de la imprenta y arrojaban el papel y los tipos. Luego arrojaron la imprenta por la ventana, la cual se estrelló en el suelo con gran estrépito18.

En el caos, algunos de los hombres salieron de la imprenta con los brazos llenos de las páginas todavía sin encuadernar del Libro de Mandamientos. “Aquí está el libro de revelaciones de los malditos mormones”, gritó uno de ellos a la multitud mientras arrojaba las páginas a la calle19.


Agachadas junto a un vallado cercano, Mary Elizabeth Rollins, de quince años, y su hermana de trece, Caroline, observaban cómo los hombres desparramaban las páginas del Libro de Mandamientos.

Mary había visto algunas de las páginas antes. Ella y Caroline eran sobrinas de Sidney Gilbert, quien dirigía la tienda de los santos en Independence. Una tarde, en la casa de su tío, Mary escuchó cuando los líderes de la Iglesia leían y analizaban las revelaciones de las páginas recién impresas. Mientras los hombres hablaban, el Espíritu descendió sobre la reunión y algunos hablaron en lenguas al tiempo que Mary interpretaba sus palabras. Ella ahora sentía una profunda reverencia por las revelaciones y verlas tiradas en la calle la enojaba.

Volviéndose hacia Caroline, Mary dijo que quería obtener las páginas antes de que se arruinaran. Los hombres habían comenzado a quitar el techo de la imprenta con palancas. Pronto derribarían sus paredes, dejando nada más que escombros.

Caroline quería salvar las páginas, pero estaba asustada del populacho. “Nos matarán”, dijo.

Mary comprendía el peligro, pero le dijo a Caroline que estaba decidida a conseguir las páginas. Renuente a abandonar a su hermana, Caroline aceptó ayudar.

Las hermanas esperaron hasta que los hombres les dieron la espalda, luego brincaron de su escondite y tomaron tantas páginas como pudieron. Cuando se volvieron para huir hasta la cerca, algunos hombres las vieron y les ordenaron que se detuvieran. Las hermanas sujetaron las páginas con más fuerza y corrieron tan rápido como pudieron hacia un maizal cercano, mientras dos hombres las seguían.

El maíz tenía poco menos de dos metros de alto y Mary y Caroline no podían ver adónde iban. Tirándose al suelo, escondieron las páginas debajo de su cuerpo y escucharon sin aliento mientras los dos hombres caminaban de un lado al otro por entre el maíz. Las hermanas podían oír que se acercaban cada vez más pero, después de un rato, los hombres abandonaron la búsqueda y salieron del maizal20.


Emily Partridge y su hermana mayor Harriet estaban recogiendo agua de un manantial cuando vieron un populacho de unos cincuenta hombres armados que se acercaba a su casa. Tras esconderse junto al manantial, las niñas observaron con terror cómo los hombres rodeaban la casa, sacaban a su padre a la fuerza y se lo llevaban21.

El populacho llevó a Edward a la plaza pública, donde una multitud de más de doscientas personas rodeaba a Charles Allen, otro santo que había sido capturado. Russell Hicks, quien había dirigido la reunión municipal ese mismo día, se acercó a Edward y le dijo que se fuera del condado o que se enfrentara a las consecuencias.

“Si debo sufrir por mi religión —dijo Edward—, no es más que lo que otros han hecho antes que yo”22. Le dijo a Hicks que no había hecho nada malo y se negó a abandonar la ciudad23.

“¡Invoca a tu Jesús!”, gritó una voz24. Los del populacho tiraron a Edward y a Charles al suelo y Hicks comenzó a quitarle la ropa al obispo. Edward se resistió y alguien en la multitud le insistió a Hicks que le permitiera al obispo conservar la camisa y los pantalones puestos.

Hicks cedió y arrancó el sombrero, el abrigo y el chaleco de Edward y entregó a este al populacho. Dos hombres se adelantaron y cubrieron a los prisioneros de pies a cabeza con brea y plumas. La brea escocía y quemaba la piel de ellos como si fuera ácido25.

Cerca de allí, una conversa llamada Vienna Jaques estaba recogiendo páginas del Libro de Mandamientos que estaban desparramadas por la calle. Vienna había consagrado sus cuantiosos ahorros para ayudar a edificar Sion, y ahora todo se estaba desmoronando.

Mientras agarraba las páginas sueltas, un hombre del populacho se le acercó y dijo: “Esto es tan solo un preludio de lo que van a sufrir”. Señaló la lastimada figura de Edward. “Ahí va su obispo, embreado y emplumado”26.

Vienna alzó la mirada y vio a Edward alejarse cojeando. Solamente la cara y las palmas de las manos no estaban cubiertas de brea. “¡Gloria a Dios! —exclamó ella—. Él recibirá una corona de gloria a cambio de brea y plumas”27.


Sally Phelps no tenía un hogar al cual regresar esa noche. Encontró refugio en un establo de troncos abandonado, junto a un maizal. Con la ayuda de sus hijos, juntó maleza para armar lechos.

Mientras ella y los niños trabajaban, emergieron desde el maizal dos figuras. Con la última luz del día, Sally vio que eran Caroline y Mary Rollins. En sus brazos, las hermanas sostenían pilas de papeles. Sally les preguntó qué tenían y ellas le mostraron las páginas que habían recogido del Libro de Mandamientos.

Sally tomó las páginas que llevaban las hermanas y las escondió a salvo debajo de su lecho de maleza28. La noche se acercaba rápidamente y ella no sabía lo que el día de mañana le depararía a Sion.