2010–2019
Que nuestra luz sea un estandarte a las naciones
Abril de 2017


Que nuestra luz sea un estandarte a las naciones

El evangelio del Salvador y Su iglesia nos dan muchas oportunidades para que nuestra luz sea parte del gran estandarte a las naciones.

Hace años, mientras servía como maestro de Seminario, escuché a uno de mis compañeros pedir a sus estudiantes reflexionar en la siguiente pregunta: Si hubieran vivido en los días del Salvador, ¿Por qué piensan que ustedes le hubieran seguido como uno de Sus discípulos? Ellos llegaron a la conclusión de que aquellos que siguen al Salvador hoy día y procuran ser sus discípulos, muy probablemente también lo hubieran hecho en aquél tiempo.

Desde entonces, he reflexionado en esa misma pregunta y su conclusión. Con frecuencia me pregunto cómo me hubiera sentido escuchando al Salvador mismo cuando dijo lo siguiente en el Sermón del Monte:

“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.

“Ni se enciende una vela y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.

“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:14–16).

¿Pueden ustedes imaginar cómo se hubieran sentido escuchando la voz del Salvador? De hecho, nosotros no tenemos que imaginarlo. Pues para nosotros escuchar la voz del Señor ha llegado a ser una experiencia constante, porque escuchar la voz de sus siervos, es lo mismo.

En 1838, de manera similar al Sermón del Monte, a través del profeta José Smith el Señor declaró lo siguiente:

Porque así se llamará mi iglesia en los postreros días, a saber, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

“De cierto os digo a todos: Levantaos y brillad, para que vuestra luz sea un estandarte a las naciones” (D. y C. 115:4–5).

Nuestros días son tan extraordinarios que le fueron mostrados aun en una visión al profeta Isaías; él también, vio y profetizó de este día de la restauración de la Iglesia de Jesucristo y de su propósito diciendo: “Y levantará estandarte a las naciones, y juntará a los desterrados de Israel y reunirá a los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra” (Isaías 11:12).

En el contexto de las Escrituras, una bandera o estandarte, es una enseña alrededor de la cual los del pueblo se reunían por un mismo fin. En los tiempos antiguos, el estandarte servía como un punto de reunión para los soldados en la batalla. En sentido simbólico, el Libro de Mormón y la Iglesia restaurada de Jesucristo son estandartes a todas las naciones. (Véase Guía para el Estudio de las Escrituras, “Estandarte”, scriptures.lds.org.)

Sin duda, uno de los grandes estandartes de estos últimos días es esta magnífica conferencia general, donde la gran obra y plan de nuestro Padre Celestial de “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”, es continuamente proclamado” (Moisés 1:39).

La continua realización de la conferencia general es uno de los grandes testimonios del hecho de que nosotros, como santos de los últimos días, “creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela y creemos que aún revelara muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios” (Artículos de Fe 1:9).

¿Qué es entonces lo que el Señor ha revelado a través del presidente Thomas S. Monson que necesitamos continuar haciendo, de modo que nuestra luz pueda ser un estandarte a las naciones? ¿Cuáles son algunas de las cosas importantes para hacer en este brillante momento de la edificación de Sion y del recogimiento de Israel?

El Señor siempre ha revelado Su voluntad, “línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí” (2 Nefi 28:30). Por tanto, no debería sorprendernos lo que podría parecer “las cosas pequeñas” a causa de su sencilla y repetida naturaleza, porque el Señor nos ha aconsejado diciendo: “… benditos son aquellos que escuchan mis preceptos y prestan atención a mis consejos, porque aprenderán sabiduría; pues a quien reciba, le daré más…” (2 Nefi 28:30).

Testifico que “línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí” y prestando atención a nuestros líderes, tendremos aceite para nuestras lámparas, lo cual nos permitirá alumbrar a otros como el Salvador nos ha mandado.

Mientras que hay muchas cosas que podemos hacer para ser una luz y un estandarte para otros, me gustaría enfocarme en los siguientes tres: la observancia del día de reposo; apresurar la obra de salvación en ambos lados del velo; y enseñar a la manera del Salvador.

La luz de la que estamos hablando viene de la devoción que damos a la observancia del día de reposo, tanto en la Iglesia como en el hogar; es la luz que crece al conservarnos sin mancha del mundo; es la luz que viene de ofrecer nuestros sacramentos en Su día santo y de ofrecer nuestras devociones al Altísimo, todo lo cual, nos permite siempre tener Su Espíritu con nosotros. Es la luz que crece y se hace visible cuando regresamos a casa con ese sentimiento de perdón, del que habló el presidente Henry B. Eyring en la pasada conferencia general de octubre cuando dijo: “De todas las bendiciones que podemos contar, la más grande con mucha diferencia es el sentimiento de perdón que viene al participar de la Santa Cena. Sentiremos más amor y gratitud por el Salvador, cuyo sacrificio infinito hizo posible que seamos limpiados del pecado” (“Gratitud en el día de reposo Liahona, noviembre de 2016, pág. 100).

A medida que guardamos santo el día de reposo y participamos de la Santa Cena, no solo llegamos a ser limpios, sino que nuestra luz se hace más brillante.

Nuestra luz también crece cuando dedicamos y consagramos tiempo para encontrar nombres de nuestros antepasados, cuando llevamos sus nombres al templo y cuando enseñamos a nuestra familia y a otros a hacer lo mismo.

Esta sagrada obra del templo e historia familiar que compartimos con los santos en ambos lados del velo, está creciendo más que nunca a medida que los templos del Señor se construyen. Ahora que los templos tienen horarios especiales para grupos familiares que vienen con sus propias tarjetas con nombres familiares, mi esposa y yo hemos tenido deleitables experiencias al servir en el templo junto con nuestros hijos y nuestros nietos.

Cuando encontramos, y llevamos nombres al templo y enseñamos a otros cómo hacerlo también, brillamos como un estandarte.

Aprendiendo a enseñar como el Salvador enseñó, es otra manera en que podemos levantarnos y brillar. Me regocijo con cada uno de los que están aprendiendo cómo enseñar a la manera del Salvador. Permítanme leer de la cubierta del nuevo manual de la enseñanza: “La meta de cada maestro del Evangelio —cada padre, cada maestro formalmente llamado, cada maestro orientador y cada maestra visitante, y cada seguidor de Cristo— es enseñar la doctrina pura del Evangelio, mediante el Espíritu, a fin de ayudar a los hijos de Dios a edificar su fe en el Salvador y llegar a ser más como Él” (Enseñar a la manera del Salvador, 2016).

Ahora mismo miles de nuestros fieles maestros levantan una luz mientras aprenden cómo enseñar a la manera del Salvador. En este contexto, el nuevo consejo de enseñanza del barrio es una manera de levantarse y brillar mientras los alumnos se reúnen alrededor del estandarte de la doctrina de Cristo; porque “la clave para enseñar como el Salvador enseñó, es vivir como el Salvador vivió” (Enseñar a la manera del Salvador, pág. 4).

A medida que aprendemos y enseñamos a Su manera y llegamos a ser como Él, nuestra luz se hace más brillante y no puede esconderse, y llegamos a ser un estandarte a quienes están buscando la luz del Salvador.

Mis queridos hermanos y hermanas, no deberíamos y no podemos esconder nuestra luz. Nuestro Salvador nos ha mandado dejar que nuestra luz brille como una ciudad sobre un monte o como una luz en un candelero. Al hacerlo así, glorificaremos a nuestro Padre que está en los cielos. El evangelio del Salvador y Su iglesia nos dan muchas oportunidades para que nuestra luz sea parte del gran estandarte a las naciones.

Testifico que Jesucristo es la luz que debemos reflejar; en el nombre de Jesucristo. Amén

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