2010–2019
El sacerdocio y la oración personal
Abril 2015


El sacerdocio y la oración personal

Dios nos puede otorgar poder en el sacerdocio para cualquier circunstancia en la que nos encontremos; todo lo que se requiere es que pidamos con humildad.

Agradezco la confianza que se deposita en mí para dirigir la palabra a los poseedores del sacerdocio de Dios de todo el mundo. Siento el peso de esta oportunidad porque sé algo respecto a la confianza que el Señor ha depositado en ustedes. Al aceptar el sacerdocio, ustedes han recibido el derecho de hablar y actuar en el nombre de Dios.

Ese derecho llega a ser una realidad sólo si se recibe inspiración de Dios. Sólo entonces podrán hablar en Su nombre y sólo entonces podrán actuar en Su nombre. Quizás ya hayan cometido el error de pensar: “Eso no es tan difícil. Si se me pide que dé un discurso o si tengo que dar una bendición del sacerdocio, recibiré inspiración”. O tal vez el joven diácono o maestro sienta tranquilidad al pensar: “Cuando sea más grande o cuando se me llame como misionero, entonces sabré qué diría o qué haría Dios”.

Sin embargo piensen en el día en el que deben saber lo que Dios diría o lo que Él haría. Ese día ya nos ha llegado a todos, no importa cuál sea el llamamiento que tengan en el sacerdocio. Crecí en una rama pequeña en el este de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Los miembros de la Iglesia vivían distanciados y la gasolina se racionaba estrictamente; yo era el único diácono de mi rama. Los miembros entregaban su ofrenda de ayuno al presidente cuando asistían a la reunión de ayuno y testimonios que se realizaba en nuestra casa.

Cuando tenía 13 años, nos mudamos a Utah y el barrio era grande. Recuerdo mi primera asignación de ir a las casas para recolectar ofrendas de ayuno. Me fijé en el nombre que había en uno de los sobres que me dieron y vi que el apellido era igual al de uno de los tres testigos del Libro de Mormón. Así que llamé a la puerta con confianza. Un hombre abrió la puerta, me miró con enojo y luego me dijo a gritos que me marchara. Yo me alejé cabizbajo.

Eso ocurrió hace casi 70 años, pero aún recuerdo el sentimiento que tuve ese día en ese umbral de que había algo que tenía que haber hecho o dicho. Si tan sólo hubiera orado con fe al salir ese día, quizás habría recibido la inspiración para quedarme unos momentos más en esa puerta, sonreír y decir algo como: “Es un gusto conocerlo. Gracias por lo que usted y su familia han dado en el pasado, espero verlo el mes que entra”.

Si hubiera dicho y hecho eso, tal vez él se hubiera irritado más y hasta ofendido; pero sé cómo me hubiera sentido yo ahora. En vez de sentir tristeza o fracaso al alejarme, quizás hubiera sentido en la mente y el corazón el dulce elogio: “Bien, buen siervo”.

Todos debemos hablar y actuar en el nombre de Dios en momentos en los que sólo el discernimiento no bastará sin la inspiración. Esos momentos pueden llegar cuando ya no haya tiempo para prepararse. Me ha sucedido a menudo. Me sucedió hace años en un hospital cuando un padre nos dijo a mí y a mi compañero que los médicos le habían dicho que su hija de tres años, que había sufrido una lesión grave, moriría en cuestión de minutos. Al colocar mis manos sobre su cabeza en el único lugar sin vendas que quedaba, yo tenía que saber, como siervo de Dios, lo que Él haría y diría.

Me acudieron a la mente y los labios las palabras de que ella viviría. El médico, que estaba parado a mi lado, gruñó con indignación y me pidió que me hiciera a un lado. Salí del cuarto del hospital con un sentimiento de paz y amor. La niña vivió y entró por el pasillo a la reunión sacramental el último día de mi visita a esa ciudad. Aún recuerdo el gozo y la satisfacción que sentí por lo que había dicho y hecho en el servicio del Señor por esa pequeña y su familia.

La diferencia del sentimiento que tuve en el hospital y la tristeza que sentí al alejarme de aquella puerta cuando era diácono, provenía de lo que había aprendido sobre la relación que hay entre la oración y el poder del sacerdocio. Cuando era diácono, aún no sabía que para tener el poder de hablar y actuar en el nombre de Dios es necesaria la revelación; y que para recibir ésta cuando la necesitamos es necesario orar y obrar con fe a fin de contar con la compañía del Espíritu Santo.

La noche antes de ir a aquella casa a recolectar la ofrenda de ayuno había orado a la hora de acostarme. Sin embargo, antes de recibir esa llamada del hospital, durante semanas y meses había mantenido un esquema de oración y había tratado de hacer lo que el presidente Joseph F. Smith enseñó que permitirá que Dios nos dé la inspiración necesaria para utilizar el poder del sacerdocio. Lo puso así:

“No tenemos que clamar a Él con muchas palabras; no tenemos que incomodarlo con largas oraciones. Lo que sí necesitamos, y debemos hacer como Santos de los Últimos Días, para nuestro propio bien, es ir ante Él a menudo, testificarle que nos acordamos de Él y de que estamos dispuestos a tomar Su nombre sobre nosotros, guardar Sus mandamientos, actuar con rectitud, y que deseamos tener Su Espíritu para que nos ayude”1.

Después el presidente Smith nos dijo por lo que deberíamos orar, en calidad de siervos que se comprometen a hablar y actuar en nombre de Dios. Él dijo: “¿Qué piden en sus oraciones? Piden que Dios los reconozca, que oiga sus oraciones y que los bendiga con Su Espíritu”2.

No se trata de qué palabras usamos, pero requerirá algo de paciencia. Es una forma de acercarse al Padre Celestial con la intención de que Él nos reconozca personalmente. Él es el Dios de todo, el Padre de todos y aun así está dispuesto a prestar toda Su atención a uno de Sus hijos. Tal vez fue por eso que el Salvador utilizó las palabras: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre”3.

Es más fácil tener el sentimiento apropiado de reverencia si nos arrodillamos e inclinamos la cabeza; aunque es posible sentirse cerca del Padre Celestial con una oración menos formal y hasta silenciosa, como a menudo tendrán que hacerlo en su servicio en el sacerdocio. Habrá ruido y personas a su alrededor la mayor parte del día. Dios escucha las oraciones que ofrecen en silencio, aunque tendrán que aprender a bloquear las distracciones, ya que la ocasión en la que necesiten una conexión con Dios quizá no se presente en momentos de silencio.

El presidente Smith sugirió que tendrán que orar a fin de que Dios reconozca su llamamiento para servirle. Él ya sabe de su llamamiento con todos los detalles; Él es quien los ha llamado, y al orar a Él en cuanto a su llamamiento, Él les revelará más al respecto4.

Les daré un ejemplo de lo que puede hacer un maestro orientador al orar. Tal vez ya sepan que tienen el deber de:

“…visitar la casa de todos los miembros, exhortándolos a orar vocalmente, así como en secreto, y a cumplir con todos los deberes familiares…

“…velar siempre por los miembros de la iglesia, y estar con ellos y fortalecerlos;

“y cuidar de que no haya iniquidad en la iglesia, ni aspereza entre uno y otro, ni mentiras, ni difamaciones, ni calumnias;

“y ver que los miembros de la iglesia se reúnan con frecuencia, y también ver que todos cumplan con sus deberes”5.

Incluso para el maestro orientador con experiencia y su compañero menor, eso es claramente imposible sin la ayuda del Espíritu Santo. Piensen en las familias, o incluso en las personas a las que se les ha llamado a servir. El criterio humano y las buenas intenciones no bastan.

Deben orar para conocer el corazón de las personas, para saber qué cosas están mal en la vida y el corazón de las personas que no conozcan bien y que no están ansiosas por que ustedes las conozcan. Tendrán que saber lo que Dios desea que hagan a fin de ayudarles y hacerlo, en todo lo posible, con el mismo amor que Dios siente por ellas.

Es debido a los importantes y difíciles llamamientos del sacerdocio que tienen que el presidente Smith sugiere que al orar, siempre supliquen a Dios que los bendiga con Su Espíritu. Necesitarán el Espíritu Santo no sólo una vez, sino todas las que Dios les conceda tenerlo como compañero constante. Es por eso que debemos orar siempre para que Dios nos guíe en el servicio que prestamos a Sus hijos.

Debido a que ustedes no pueden alcanzar el potencial de su sacerdocio sin tener la compañía del Espíritu, ustedes son el blanco del enemigo de toda felicidad. Si él puede tentarlos para que pequen, él puede reducir el poder que tienen para ser guiados por el Espíritu y así reducir su poder en el sacerdocio. Por eso el presidente Smith dijo que siempre debemos orar para que Dios nos advierta y nos proteja del mal6.

Él nos advierte de muchas maneras. Las amonestaciones son parte del Plan de Salvación. Profetas, apóstoles, presidentes de estaca, obispos y misioneros elevan la voz de amonestación para que escapemos de las calamidades mediante la fe en Jesucristo, el arrepentimiento y el hacer y guardar convenios sagrados.

Como poseedores del sacerdocio, son parte de la voz de amonestación del Señor. Sin embargo, deben hacer caso a la amonestación por ustedes mismos; no podrán sobrevivir espiritualmente sin la protección que brinda la compañía del Espíritu Santo en su vida diaria.

Deben orar y esforzarse por contar con ella. Sólo con esa guía podrán encontrar la senda en el estrecho y angosto camino a través de los vapores de tinieblas. El Espíritu Santo será su guía a medida que les revele la verdad cuando estudien las palabras de los profetas.

Para recibir esa guía se necesitará más que sólo escuchar y leer de forma superficial. Tendrán que orar y esforzarse con fe a fin de que las palabras de verdad les lleguen al corazón. Deben orar para que Dios los bendiga con Su Espíritu, para que los guíe hacia toda verdad y les indique el camino correcto. De esa forma les advertirá y los guiará hacia la senda correcta en su vida y en el servicio que presten en el sacerdocio.

La conferencia general ofrece una gran oportunidad para dejar que el Señor aumente su poder para servir en el sacerdocio de Dios. Se pueden preparar, como estoy seguro que lo han hecho para esta conferencia, con oración. Pueden unir su fe a la de las personas que ofrecerán las oraciones en la conferencia. Ellas orarán para que muchas personas reciban muchas bendiciones.

Orarán para que el Espíritu acuda al profeta como el portavoz del Señor. Orarán por los apóstoles y por todos los siervos llamados por Dios. Eso los incluye a ustedes, desde el diácono más nuevo hasta el sumo sacerdote con experiencia, y a algunas personas, tanto mayores como jóvenes, que pronto podrían ir al mundo de los espíritus, donde se les dirá: “Bien, buen siervo y fiel”7.

Ese recibimiento llegará a algunos a quienes les sorprenderá. Quizás nunca hayan tenido un alto cargo de responsabilidad en el reino de Dios sobre la Tierra; habrá quienes consideren que vieron pocos resultados de sus esfuerzos o que nunca se les dieron ciertas oportunidades de prestar servicio. Otros sentirán que el tiempo de su servicio en esta vida fue más breve de lo que esperaban.

Para el Señor los factores determinantes no serán los cargos que se tuvieron ni el tiempo que se sirvió. Eso lo sabemos por la parábola del Señor sobre los obreros de la viña en la que la paga fue la misma sin importar el tiempo que sirvieron ni el lugar. Serán recompensados por la forma en que sirvieron8.

Conozco a un hombre, un querido amigo, cuyo servicio terrenal en la viña llegó a su fin anoche a las 23:00 h. Durante años recibió tratamiento para el cáncer. Durante esos años de tratamiento y de terrible dolor y dificultad, aceptó el llamamiento de llevar a cabo reuniones con los miembros de su barrio cuyos hijos ya se han ido de la casa, y de ser responsable de ellos; entre esos miembros había viudas. Se lo llamó para que les ayudara a hallar consuelo en la sociabilidad y el aprendizaje del Evangelio.

Cuando recibió el solemne pronóstico final de que sólo le quedaba poco tiempo de vida, su obispo se encontraba de viaje. Dos días después, le envió un mensaje a su obispo por medio del líder de los sumos sacerdotes. Esto fue lo que él dijo sobre su asignación: “Tengo entendido que el obispo está de viaje, pero tengo planes. He pensado hacer una actividad para nuestro grupo el próximo lunes. Dos miembros nos pueden llevar a hacer un recorrido al Centro de Conferencias. Algunos miembros nos podrían ayudar a llevar personas y algunos scouts podrían empujar sillas de ruedas. Según las personas que se anoten, quizá tengamos suficientes personas mayores para valernos por nosotros mismos, pero sería bueno saber que contamos con refuerzos, si fuera necesario. También sería una buena actividad familiar para los que ayuden. Avíseme antes de que anuncie el plan… Gracias”.

Luego sorprendió al obispo con una llamada telefónica. Sin mencionar su situación ni el valiente esfuerzo que hacía con su asignación, preguntó: “Obispo, ¿hay algo que podría hacer por usted?”. Sólo el Espíritu Santo le pudo haber permitido sentir la carga del obispo cuando su propia carga era tan grande; y sólo el Espíritu pudo hacer posible que elaborara un plan para servir a sus hermanos y hermanas con la misma precisión con la que planificaba actividades de escultismo cuando era joven.

Con una oración de fe, Dios nos puede otorgar poder en el sacerdocio para cualquier circunstancia en la que nos encontremos; todo lo que se requiere es que pidamos con humildad que el Espíritu nos muestre lo que Dios desea que digamos y hagamos, que lo hagamos y que sigamos siendo dignos de recibir ese don.

Les testifico que Dios el Padre vive, que nos ama y que escucha cada una de nuestras oraciones. Testifico que Jesús es el Cristo viviente cuya Expiación hace posible que seamos purificados, y de ese modo ser dignos de la compañía del Espíritu Santo. Testifico que con fe y diligencia un día podremos escuchar las palabras que nos traerán gozo: “Bien, buen siervo y fiel”9. Ruego que tengamos esa maravillosa bendición de parte del Maestro al que servimos. En el nombre de Jesucristo. Amén.