2000–2009
Sigamos adelante con nuestra vida
Abril 2009


Sigamos adelante con nuestra vida

Al escuchar a los profetas, guardar una perspectiva eterna, tener fe y ser de buen ánimo podemos afrontar los problemas inesperados.

Durante los primeros años de su infancia, nuestra sobrina Lachelle pasaba las mañanas con su abuela. Las dos compartían un vínculo especial como consecuencia de esas horas que pasaban juntas; pero pronto Lachelle cumplió cinco años y comenzó a prepararse para ir a la escuela. La última mañana que pasaron juntas, la abuela Squire le leyó un cuento y la sentó en su gran mecedora. “Nos hemos divertido tanto juntas, Lachelle”, le dijo, “pero ahora debes comenzar la escuela. Te quiero tanto, ¿qué voy a hacer sin ti?”

Con una sabiduría que sobrepasaba sus cinco años, Lachelle miró a su abuela con sus grandes ojos negros y le dijo: “Abuela, yo también te quiero, pero es hora de que siga adelante con mi vida”.

Ése es un buen consejo para todos nosotros, que también debemos “seguir adelante con nuestra vida”. La mayoría de nosotros no buscamos ni recibimos con entusiasmo los grandes cambios, pero éstos son una parte importante de las experiencias que pasamos en ella.

Muchos de los cambios se producen naturalmente mientras avanzamos en nuestra jornada. Nuestra vida cambia a medida que pasamos de la infancia a la juventud y de ésta a la vida adulta y finalmente a la vejez. Los estudios, la misión, el matrimonio y la jubilación son ejemplos de esos hitos de cambios.

En muchas ocasiones, somos renuentes de pasar a la siguiente etapa y comenzar con el nuevo desafío. Quizás estemos muy cómodos en donde estamos, sintamos temor o no tengamos mucha fe. El regazo de la abuela es muchas veces más placentero que los problemas que podríamos afrontar en el jardín de infantes. La casa de nuestros padres, con una gran cantidad de video juegos, podría ser más atrayente que la universidad, el matrimonio o una carrera profesional.

¿Cómo podemos entonces prepararnos lo mejor posible para los problemas que inevitablemente afrontaremos a medida que avanzamos en la vida?

Primero, seguir a los profetas; escuchar y acatar el consejo de las Autoridades Generales. Los profetas muchas veces levantan una voz de amonestación, pero a la vez proporcionan consejo firme y práctico para ayudarnos a sobrepasar las tormentas de la vida. En la primera sección de Doctrina y Convenios, el Señor nos recuerda que “sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo” (D. y C. 1:38). Los profetas nos ayudan a enfrentar los cambios y los desafíos que afrontamos constantemente. La canción popular de la Primaria, “Sigue al Profeta” nos recuerda ese importante principio: “Mas si por la senda recta hemos de andar, a nuestros profetas hemos de escuchar” (Canciones para los niños, pág. 58).

Segundo, mantener una perspectiva eterna. Comprender que el cambio y los problemas son parte del plan de Dios. En forma deliberada, esta existencia terrenal es un tiempo de prueba o un tiempo “para ver si harán todas las cosas que el Señor su Dios les mandare” (Abraham 3:25). Con el fin de probar la forma en que utilizamos el albedrío que Dios nos ha dado, pasamos por una serie de cambios, problemas, pruebas y tentaciones a medida que avanzamos en la vida. Sólo entonces, se nos prueba verdaderamente.

En 2 Nefi leemos: “…porque es preciso que haya una oposición en todas las cosas. Pues de otro modo… no se podría llevar a efecto la rectitud ni la iniquidad, ni tampoco la santidad ni la miseria, ni el bien ni el mal” (2 Nefi 2:11).

Los desafíos y los cambios que hay en la vida nos proporcionan oportunidades para progresar a medida que ejercemos nuestro albedrío cuando tomamos decisiones correctas.

Tercero, tener fe. El presidente Gordon B. Hinckley instó a los miembros de la Iglesia a seguir adelante con fe (véase “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía”, Liahona, febrero de 1985, pág. 21). Al afrontar diariamente un mundo lleno de negatividad, las dudas, el temor e incluso el terror pueden invadir nuestro corazón. El presidente Thomas S. Monson nos ha aconsejado: “La fe y la duda no pueden existir en la mente al mismo tiempo, porque una anula a la otra” (“Acerquémonos a Él en oración y fe”, Liahona, marzo de 2009, pág. 4). En Moroni leemos que “sin fe no puede haber esperanza” (Moroni 7:42). Debemos ejercer la fe con el fin de afrontar los desafíos y los cambios de la vida. Ése es el modo en que aprendemos y progresamos.

Cuarto, ser de buen ánimo. Muchos de nuestros miembros en todo el mundo afrontan problemas, económicos y de otras índoles. En momentos como esos, es muy fácil estar desanimado y sentirse abandonado. Durante los primeros y difíciles días de la Iglesia, el Señor aconsejó a los santos a ser felices: “…Sed de buen ánimo, hijitos, porque estoy en medio de vosotros, y no os he abandonado” (D. y C. 61:36).

En su último discurso en una conferencia, hace seis meses, el élder Joseph B. Wirthlin enseñó cómo reaccionar ante la adversidad. Parte de su consejo dice: “La próxima vez que se sientan tentados a quejarse, más bien intenten reírse; alargarán su vida y harán más agradable la vida de todos los que los rodean” (“Venga lo que venga, disfrútalo”, Liahona, noviembre de 2008, pág. 27). La risa y un buen sentido del humor pueden amortiguar los golpes de la vida.

Sería fantástico que pudiéramos anticipar todos los cambios que podrían ocurrir en el transcurso de nuestra vida. Algunos cambios los vemos venir. Por cierto, a todos los jóvenes Santos de los Últimos Días se les enseña que deben prepararse para servir en una misión de tiempo completo, una experiencia que les cambia completamente la vida. Todo joven adulto digno comprende la importancia de escoger a una esposa y de ser sellado en el Santo Templo. Sabemos que esos cambios vendrán y nos preparamos para ellos; pero, ¿qué sucede con los cambios que aparecen inesperadamente? Esos son los cambios sobre los cuales parecería que no tenemos control. La economía en decadencia, la falta de empleo, las enfermedades o las lesiones debilitantes, el divorcio y la muerte son ejemplos de cambios que no esperamos, que no prevemos, ni a los que damos la bienvenida. ¿Cómo podemos sobrellevar esas dificultades inesperadas en nuestra jornada terrenal?

La respuesta es la misma: Al escuchar a los profetas, guardar una perspectiva eterna, tener fe y ser de buen ánimo podemos afrontar los problemas inesperados y “seguir adelante con nuestra vida”.

La vida de los primeros pioneros son ejemplos excelentes de cómo debemos aceptar los cambios y vencer los problemas y las dificultades.

Robert Gardner, Jr. se bautizó en la Iglesia en enero de 1845 en un estanque congelado de una pradera del este de Canadá. Era una persona fiel e industriosa que viajó con su familia a Nauvoo, y después de pasar grandes dificultades llegó al Valle del Gran Lago Salado en octubre de 1847. Poco después de entrar al valle, acamparon en un lugar que se llamaba Old Fort, que se encontraba a pocas manzanas de este Centro de Conferencias. En el relato que hizo de su puño y letra registró: “Desuncí los bueyes y me senté sobre el pértigo roto de mi carromato y dije que no podía seguir otro día más de viaje” (“Robert Gardner Jr., Diario e historia personal”, Biblioteca de Historia de la Iglesia, pág. 23).

Robert comenzó sin nada e instauró una vida nueva para él y su familia. Los primeros años fueron muy difíciles, pero poco a poco, las cosas fueron mejorando a medida que él y su hermano Archibald comenzaron a instalar molinos en el arroyo Creek y en el río Jordán. Pocos años después sufrió un revés de fortuna cuando desviaron hacia arriba el agua que hacía funcionar su molino, dejando seca su parte del arroyo. Un intento para construir un canal de diez kilómetros hasta el molino, fracasó.

De su propia historia leemos: “El canal siguió partiéndose hasta que probó ser inservible Ese fracaso fue la causa de que perdiera todas mis cosechas y que no pudiera hacer funcionar mi molino. Me quedé sin reservas y quedé en bancarrota total” (“Robert Gardner Jr.,Diario e historia personal”, pág. 26).

Si esa prueba no fue suficiente, en lo que escribió a continuación dice que fue llamado a prestar servicio misional en Canadá. Pocos meses después dejó a su familia, y con un grupo de misioneros viajó por carro de mano, barco a vapor y ferrocarril hasta su campo de labor misional.

Cuando terminó su misión, regresó junto a su familia y, al trabajar arduamente y ser diligente, se estableció nuevamente y comenzó a prosperar.

Pocos años después, el hermano Gardner se encontraba con algunos amigos que habían ido de visita a su granja en Millcreek, en el Valle del Lago Salado, cuando uno de ellos dijo: “Me alegra ver que se ha recuperado tan bien económicamente. Se encuentra casi tan acomodado como antes de que perdiera su propiedad y saliera en una misión”.

En su diario, Robert registra: “Mi respuesta fue: ‘Sí, yo estuve muy bien acomodado económicamente una vez y lo perdí todo, y casi tengo miedo de recibir otro llamamiento [misional]’. Y efectivamente, pocas horas después algunos de mis vecinos, que habían ido a una reunión en Salt Lake City, fueron a verme y me dijeron que mi nombre se encontraba entre los que habían sido llamados ese día para salir de misión al sur para establecer una nueva colonia y plantar algodón. Debíamos de salir inmediatamente”.

El registra: “Yo los mire y escupí, me saqué el sombrero, me rasqué [la cabeza], lo pensé y dije: ‘Está bien’” (“Robert Gardner Jr., Diario e historia personal”, pág. 35; cursiva agregada).

Robert Gardner sabía qué significaba afrontar cambios en la vida. Él siguió el consejo de las Autoridades Generales aceptando llamamientos para servir cuando no era el momento más oportuno. Sentía un gran amor por el Señor y demostró una fe firme e inquebrantable con increíble buen humor y disposición. Robert Gardner, Jr. llegó a ser un líder pionero en la obra de colonización del sur de Utah. Él y muchos pioneros más como él nos brindan inspiración para seguir adelante y afrontar sin temor los numerosos cambios y problemas que llegan a nuestra vida. Al progresar y “seguir adelante con nuestra vida”, ruego que seamos obedientes, fieles y de buen ánimo, en el nombre de Jesucristo. Amén.