2000–2009
El profeta José Smith: Maestro mediante el ejemplo
Octubre 2005


El profeta José Smith: Maestro mediante el ejemplo

Ruego que incorporemos a nuestra propia vida los principios divinos que él tan bellamente enseñó —mediante el ejemplo— para que vivamos en forma más completa el Evangelio de Jesucristo.

Mis hermanos y hermanas, en este año del bicentenario del nacimiento de nuestro amado profeta José Smith, me gustaría hablar sobre él.

El 23 de diciembre de 1805, nació José Smith en Sharon, Vermont, y fueron sus padres Joseph Smith, Sr., y Lucy Mack Smith. El día de su nacimiento, al contemplar los orgullosos padres a su hijo recién nacido, no se hubieran podido imaginar el profundo impacto que ese niño produciría en el mundo. Un espíritu escogido había venido a morar en su tabernáculo terrenal; él ha influido en nuestra vida y nos ha enseñado, mediante su propio ejemplo, lecciones fundamentales. En esta ocasión, me gustaría mencionarles algunas de ellas.

Cuando José tenía unos seis o siete años de edad, él y sus hermanos y hermanas contrajeron la fiebre tifoidea. Al paso que los otros se recuperaron sin dificultades, José quedó con una dolorosa herida en la pierna. Los médicos, valiéndose de la mejor medicina con que contaban, le pusieron en tratamiento, pero la herida no sanó, y dijeron que, para salvar la vida del niño, tendrían que amputarle la pierna. Felizmente, poco después, los médicos volvieron a casa de los Smith para hacerles saber que había un nuevo procedimiento que podría salvarle la pierna a José. Puesto que deseaban operarlo de inmediato, habían llevado un trozo de cuerda para amarrar a José a la cama a fin de que no se moviera, debido a que no tenían nada con qué aplacarle el dolor. Pero el pequeño José, les dijo: “No tienen que amarrarme”.

Los médicos sugirieron que tomara algo de licor o de vino para que el dolor no le resultara tan intenso. “No”, replicó el pequeño José, “si mi padre se sienta en la cama y me sostiene entre sus brazos, yo haré lo que sea necesario”. Joseph Smith, Sr., sostuvo en sus brazos a su pequeño de seis años, y los médicos le extrajeron el trozo de hueso infectado. Aunque José quedó cojo durante algún tiempo, por fin sanó1. Tanto a esa temprana edad como en incontables otras ocasiones a lo largo de su vida, José Smith nos enseñó una lección de valor mediante el ejemplo.

Antes de que José cumpliera los quince años, su familia se mudó a Manchester, Nueva York. Más adelante, él describió el gran renacer religioso que en aquel tiempo se manifestó en todas partes y que era de gran interés para casi todas las personas. El mismo José deseó saber a qué iglesia debía unirse. En su historia, escribió:

“…a menudo me decía a mí mismo… ¿Cuál de todos estos grupos tiene razón; o están todos en error? Si uno de ellos es verdadero, ¿cuál es, y cómo podré saberlo?

“Agobiado bajo el peso de las graves dificultades que provocaban las contiendas de estos grupos religiosos, un día estaba leyendo la Epístola de Santiago, primer capítulo y quinto versículo, que dice: Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”2.

José dijo que comprendió que tendría que poner a prueba lo dicho por el Señor y preguntarle directamente a Él o exponerse a permanecer en las tinieblas para siempre. Temprano una mañana, se dirigió a una arboleda, actualmente denominada “Sagrada”, y se arrodilló a orar, teniendo fe en que Dios le daría el conocimiento que con tanto fervor buscaba. Dos personajes aparecieron a José: el Padre y el Hijo, y se le dijo, en respuesta a su pregunta, que no debía unirse a ninguna de la iglesias, porque ninguna de ellas era verdadera. El profeta José Smith nos enseñó el principio de la fe mediante el ejemplo. La sencilla oración de fe que elevó aquella mañana de la primavera de 1820 originó esta obra maravillosa que continúa hoy en día por todo el mundo.

Pocos días después de su oración en la Arboleda Sagrada, José Smith le relató la visión que había tenido a un clérigo que conocía. Para gran sorpresa de su parte, éste trató su narración con “desprecio” y “fue la causa de una fuerte persecución, cada vez mayor”. Sin embargo, José no flaqueó. Posteriormente escribió: “Yo efectivamente había visto una luz, y en medio de la luz vi a dos Personajes, los cuales en realidad me hablaron; y aunque se me odiaba y perseguía por decir que había visto una visión, no obstante, era cierto… Porque había visto una visión; yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo”3. A pesar del maltrato físico y mental que recibió de sus oponentes, el profeta José Smith sobrellevó las aflicciones a lo largo del resto de su vida y nunca flaqueó. Nos enseñó la honradez mediante el ejemplo.

Después de aquella extraordinaria Primera Visión, el profeta José no recibió ninguna comunicación divina durante tres años. No obstante, no conjeturó, no cuestionó ni dudó del Señor, sino que esperó con paciencia. Así nos enseñó la celestial virtud de la paciencia mediante el ejemplo.

Después de las visitas del ángel Moroni al joven José y después de haber éste recibido las planchas, José comenzó la difícil tarea de la traducción. Uno no puede menos que imaginar la dedicación, la devoción y el trabajo que supuso traducir en menos de noventa días ese registro de más de quinientas páginas y que abarcaba un periodo de 2.600 años. Me gustan las palabras con las que Oliver Cowdery describió el tiempo que pasó ayudando a José en la traducción del Libro de Mormón: “Estos fueron días inolvidables: ¡Estar sentado oyendo el son de una voz dictada por la inspiración del cielo despertó la más profunda gratitud en este pecho!”4. El profeta José Smith nos enseñó acerca de la diligencia mediante el ejemplo.

Como sabemos, el profeta José Smith envió misioneros a predicar el Evangelio restaurado. Él mismo sirvió en una misión en el norte de Nueva York y en Canadá con Sidney Rigdon; no sólo inspiraba a los demás a ofrecerse de voluntarios para ir al campo misional, sino que también enseñó la importancia de la obra misional mediante el ejemplo.

Considero que una de las lecciones más bellas que enseñó el profeta José, y también una de las más tristes, ocurrió poco antes de su muerte. Vio en una visión que los santos se iban de Nauvoo y se dirigían a las Montañas Rocosas. Deseaba con ansia que su pueblo se alejase de sus atormentadores y fuese conducido hasta la tierra prometida que el Señor le había mostrado. Sin duda anhelaba ir con ellos. Pero se había expedido una orden de arresto en su contra con falsas acusaciones. A pesar de las muchas apelaciones que se hicieron al gobernador Ford, las acusaciones no fueron desestimadas. José dejó su casa, su esposa, su familia y su pueblo, y se entregó a las autoridades civiles, sabiendo que quizá no volvería nunca.

Éstas son las palabras que pronunció cuando le llevaban a Carthage: “Voy como cordero al matadero; pero me siento tan sereno como una mañana veraniega; mi conciencia se halla libre de ofensas contra Dios y contra todos los hombres”5.

Fue encarcelado en la cárcel de Carthage junto con su hermano Hyrum y otros miembros de la Iglesia. El 27 de junio de 1844, José, Hyrum, John Taylor y Willard Richards se encontraban juntos cuando varios hombres de un populacho enfurecido asaltaron la cárcel, subieron corriendo la escalera y comenzaron a disparar a través de la puerta de la habitación donde ellos se hallaban. Hyrum fue muerto y John Taylor resultó herido. El último acto de grandeza de José Smith aquí en la tierra fue de abnegación. Atravesó la habitación, probablemente “al pensar que les salvaría la vida a sus hermanos que estaban en el cuarto si él escapaba… saltó hacia la ventana y dos balas lo hirieron desde la puerta en tanto que otra que provenía de fuera le entró en el lado derecho del pecho”6. Dio su vida y Willard Richards y John Taylor se salvaron. “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”7. El profeta José Smith nos enseñó lo que es el amor mediante el ejemplo.

Mirando hacia lo sucedido, más de 160 años después, aun cuando los sucesos del 27 de junio de 1844 fueron trágicos, nos consuela comprender que el martirio de José Smith no fue el último capítulo del relato. Aunque los que buscaron quitarle la vida pensaron que la Iglesia se vendría abajo sin él, su potente testimonio de la verdad, las enseñanzas que él tradujo y su declaración del mensaje del Salvador siguen viviendo hoy en el corazón de más de doce millones de miembros que están por todo el mundo y que le proclaman como profeta de Dios.

El testimonio del profeta José Smith sigue cambiando la vida de las personas. Hace algunos años fui presidente de la Misión de Canadá. En Ontario, Canadá, dos de nuestros misioneros andaban predicando de puerta en puerta un tarde fría y nevosa. No habían tenido ningún éxito en ninguna parte. Uno de los élderes tenía experiencia en la misión y el otro era nuevo.

Los dos llamaron a la puerta de la casa de un señor llamado Elmer Pollard, quien, sintiendo lástima de los dos misioneros casi congelados, los invitó a entrar. Ellos le presentaron su mensaje, tras lo cual le preguntaron si se les uniría para orar; él les dijo que sí siempre que le permitieran a él ofrecerla.

La oración que ofreció dejó asombrados a los misioneros, porque dijo: “Padre Celestial, bendice a estos dos desafortunados y equivocados misioneros, para que regresen a su casa y no desperdicien el tiempo hablando a la gente de Canadá de un mensaje tan fantástico sobre el cual es tan poco lo que saben”.

Cuando se pusieron de pie, el señor Pollard les pidió que nunca más volviesen a su casa, y al salir, burlonamente les dijo: “¡No me digan que en realidad creen que José Smith fue un profeta de Dios!”, y les cerró la puerta.

Los misioneros no habían recorrido más que una corta distancia cuando el compañero menor dijo tímidamente al otro: “Élder, no le respondimos al señor Pollard”.

El compañero mayor le dijo: “Nos ha echado. Vayámonos”.

Pero el joven misionero insistió, por lo que volvieron hasta la puerta del señor Pollard. Al abrirla y verlos allí de nuevo, les dijo lleno de enojo: “¡Jóvenes, creo haberles dicho que no volviesen nunca más!”.

El compañero menor, haciendo gran acopio de valor, le dijo: “Señor Pollard, cuando salimos de su casa, usted nos dijo que nosotros no creemos en realidad que José Smith fue un profeta de Dios. Quiero testificarle, señor Pollard, que yo sé que José Smith fue un profeta de Dios, que sé que él tradujo por inspiración divina los anales sagrados que se conocen como el Libro de Mormón y que él efectivamente vio a Dios el Padre y a Jesús el Hijo”. Dicho eso, los misioneros se retiraron.

En una reunión de testimonios, oí a ese mismo señor Pollard contar lo que le ocurrió aquel día memorable; dijo: “Aquella noche no me era posible conciliar el sueño; me daba vuelta tras vuelta en la cama. Oía una y otra vez en mi mente las palabras: ‘José Smith fue un profeta de Dios. Lo sé… lo sé… lo sé…’. No veía la hora de que amaneciera. Entonces llamé por teléfono a los misioneros, al número que figuraba en la tarjeta que me habían dejado y que contenía los Artículos de Fe. Volvieron, y esa vez, mi esposa, mi familia y yo recibimos las charlas como fervoroso buscadores de la verdad. Como resultado, todos hemos aceptado el Evangelio de Jesucristo. Estaremos por siempre agradecidos por el testimonio de la verdad que nos llevaron esos dos valientes y humildes misioneros”.

En la sección 135 de Doctrina y Convenios, leemos las palabras de John Taylor con respecto al profeta José: “José Smith, el Profeta y Vidente del Señor, ha hecho más por la salvación del hombre en este mundo, que cualquier otro que ha vivido en él, exceptuando sólo a Jesús”8.

Cuánto me gustan las palabras del presidente Brigham Young, que dijo: “Siento como que quisiera exclamar ¡Aleluya! en todo momento al pensar que pude conocer a José Smith, el Profeta a quien el Señor levantó y ordenó, y a quien entregó las llaves y el poder para edificar el Reino de Dios sobre la tierra y sostenerlo”9.

A este digno homenaje a nuestro amado profeta José, añado mi propio testimonio de que yo sé que él fue un profeta de Dios, escogido para restaurar el Evangelio de Jesucristo en éstos, los últimos días. Ruego que, al celebrar el bicentenario de su nacimiento, aprendamos de su vida. Ruego que incorporemos a nuestra propia vida los principios divinos que él tan bellamente enseñó —mediante el ejemplo— para que vivamos en forma más completa el Evangelio de Jesucristo. Suplico que nuestras vidas reflejen el conocimiento que tenemos de que Dios vive, de que Jesucristo es Su Hijo, de que José Smith fue un profeta y de que en la actualidad somos guiados por otro profeta de Dios, a saber, el presidente Gordon B. Hinckley.

Esta conferencia se cumplen 42 años desde que fui llamado al Quórum de los Doce Apóstoles. En la primera reunión que tuve con la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce en el templo, el himno que cantamos y que honra a José Smith el Profeta fue uno de mis predilectos y sigue siéndolo. Termino con una estrofa de ese himno:

Al gran Profeta rindamos honores.

Fue ordenado por Cristo Jesús

A restaurar la verdad a los hombres y

Entregar a los pueblos la luz10.

Testifico esta solemne verdad en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Véase de Lucy Mack Smith, History of Joseph Smith by His Mother, editado por Scot Facer Proctor y Maurine Jensen Proctor, 1996, págs. 69–76.

  2. José Smith—Historia 1:10, 11.

  3. José Smith—Historia 1:21–22, 25.

  4. Nota al pie de José Smith—Historia 1:71.

  5. D. y C. 135:4.

  6. History of the Church, Tomo VI, pág. 618.

  7. Juan 15:13.

  8. D. y C. 135:3.

  9. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, pág. 359.

  10. William W. Phelps, “Loor al Profeta”, Himnos, Nº 15.