2000–2009
La luz que ilumina sus ojos
Octubre 2005


La luz que ilumina sus ojos

Recibimos una luz sagrada en los ojos y en el rostro cuando tenemos un vínculo personal con nuestro amoroso Padre Celestial y con Su Hijo.

Mis queridos hermanos, hermanas y amigos de todo el mundo, al dirigirme a ustedes esta mañana, busco con humildad su comprensión y la ayuda del Espíritu de nuestro Padre.

Agradezco mucho el breve mensaje profético que el presidente Hinckley dio al comienzo de esta conferencia. Testifico que él es nuestro Profeta, que recibe guía en abundancia del cabeza de esta Iglesia, que es Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.

Hace poco recordé una reunión histórica en Jerusalén, que se realizó hace unos 17 años. Se trataba del arrendamiento del solar donde más tarde se construiría el Centro Jerusalén para Estudios del Cercano Oriente de la Universidad Brigham Young. Antes de que el contrato se firmara, el presidente Ezra Taft Benson y el élder Jeffrey R. Holland, en ese entonces rector de la Universidad Brigham Young, accedieron ante el gobierno israelita, en nombre de la Iglesia y de la Universidad Brigham Young, a no hacer proselitismo en Israel. Tal vez se pregunten por qué razón accedimos a no hacerlo. Era un requisito que tuvimos que satisfacer a fin de conseguir permiso para construir el magnífico edificio que ahora se encuentra en la ciudad histórica de Jerusalén. Según lo que sabemos, la Iglesia y BYU han mantenido escrupulosa y honorablemente la promesa de no hacer proselitismo. Una vez que el contrato se hubo firmado, uno de nuestros amigos dijo con gran percepción, en referencia a nuestros alumnos que irían a estudiar a Israel: “Ah, sabemos que no van a hacer proselitismo, pero, ¿qué van a hacer con la luz que ilumina sus ojos?”.

¿Qué era esa luz de sus ojos tan obvia para nuestro amigo? El Señor mismo brinda la respuesta: “Y la luz que brilla, que os alumbra, viene por medio de aquel que ilumina vuestros ojos, y es la misma luz que vivifica vuestro entendimiento1”. ¿De dónde provino esa luz? De nuevo el Señor da la respuesta: “…yo soy la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo2”. El Señor es la luz verdadera y el Espíritu “ilumina a todo hombre en el mundo que escucha la voz del Espíritu3”. Esa luz se refleja tanto en nuestro semblante como en nuestros ojos.

Paul Harvey, un famoso locutor de noticieros, visitó hace algunos años uno de los predios universitarios de nuestra Iglesia. Más tarde, comentó: “El rostro de cada uno de los jóvenes reflejaba una especie de… seguridad sublime. En estos días, los ojos de muchos jóvenes parecen viejos prematuramente debido a las incontables veces que actúan en contra de su propia conciencia. Sin embargo, [aquellos jóvenes] tienen la ventaja envidiable que proviene de la disciplina, de la dedicación y la consagración4”.

Quienes se arrepienten verdaderamente reciben el Espíritu de Cristo y se bautizan en esta Iglesia para la remisión de sus pecados. Se les imponen manos sobre la cabeza y por medio del sacerdocio de Dios reciben el Espíritu Santo5. Es “el don de Dios para todos aquellos que lo buscan diligentemente6”. Tal como el élder Parley P. Pratt lo describió, el don del Espíritu Santo es “por así decirlo… el gozo del corazón, [y] la luz de los ojos7”. El Espíritu Santo es el Consolador que el Salvador prometió antes de ser crucificado8. El Espíritu Santo brinda tanto guía espiritual como protección a los santos dignos; y aumenta nuestro conocimiento y nuestra comprensión de “todas las cosas9”. Eso tiene un inmenso valor en una época en la que la ceguera espiritual está en aumento.

En la actualidad, el secularismo se está extendiendo por casi todo el mundo. El secularismo se define como “la indiferencia, el rechazo o la exclusión de la religión o de las ideas religiosas10”. El secularismo no acepta muchas cosas como absolutas, y sus objetivos principales son el placer y el interés personal. A menudo, quienes adoptan el secularismo se ven diferentes a los demás. Como Isaías indicó: “La apariencia de sus rostros testifica en contra de ellos11”.

Pero, a pesar de todo el secularismo que hay en el mundo, muchas personas ansían las cosas del Espíritu y tienen sed de oír la palabra del Señor. Como Amós profetizó: “He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová.

“E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán12”.

¿Dónde podemos oír las palabras del Señor? Podemos oírlas por medio de nuestro profeta, el presidente Gordon B. Hinckley, de la Primera Presidencia, del Quórum de los Doce Apóstoles y de las demás Autoridades Generales. De igual forma podemos oírlas de nuestros presidentes de estaca y obispos. Los misioneros las oyen de sus presidentes de misión. También podemos leerlas en las Escrituras. Además podemos oír la voz apacible y delicada que se recibe mediante el Espíritu Santo. El oír las palabras del Señor nos saca de la ceguera espiritual a “a su luz admirable13”.

¿Qué estamos haciendo para mantener la luz que ilumina nuestros ojos y nuestros rostros? La mayoría de esa luz proviene de “la disciplina, de la dedicación y la consagración14” a algunas de las verdades más importantes y absolutas. La más importante de esas verdades absolutas es que existe un Dios que es el Padre de nuestras almas y a quien rendimos cuentas de nuestras acciones. Segundo, que Jesús es el Cristo, nuestro Salvador y Redentor. Tercero, que el gran plan de felicidad exige obediencia a los mandamientos de Dios. Cuarto, que el mayor de los dones de Dios es la vida eterna15.

Hay otras bendiciones que añaden aún más luz a nuestros ojos: son los dones del Espíritu que provienen del Señor16. La dicha, la felicidad, la realización y la paz son dones del Espíritu que fluyen del poder del Espíritu Santo.

En lo que concierne a la felicidad aquí y en las eternidades, muchas de nuestras creencias son notables. Son extraordinarias y algunas de ellas son únicas de nuestra fe. Esas creencias preciadas se basan en nuestra fidelidad y comprenden lo siguiente, no necesariamente en orden de importancia:

  1. Dios y Su Hijo son personajes glorificados. Dios el Padre es nuestro Creador viviente y Su Hijo Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor. Hemos sido creados a imagen de Dios17. Lo sabemos porque José Smith los vio, Ellos le hablaron y él habló con Ellos18.

  2. Las bendiciones del templo sellan juntos a marido y mujer, no sólo por esta vida sino también por la eternidad. Por medio de ese sellamiento, los hijos y la posteridad de ellos se pueden vincular unos a otros.

  3. Todo varón digno miembro de la Iglesia puede poseer y ejercer el sacerdocio de Dios. Él ejerce esa autoridad divina dentro de su familia y en la Iglesia cuando ha sido llamado por alguien que posee la autoridad.

  4. Las Santas Escrituras adicionales comprenden: el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios, y la Perla de Gran Precio.

  5. Los apóstoles y profetas vivientes hablan la palabra de Dios en nuestros días, bajo la dirección del presidente Gordon B. Hinckley, quien es el Profeta, el Vidente y el Revelador, la fuente de la revelación continua para nuestra época.

  6. El don del Espíritu Santo está al alcance de todos los miembros. Cuando al profeta José Smith se le preguntó “de qué manera [La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días] era diferente de las demás religiones de la época”, él respondió que la diferencia radicaba “en la de otorgar el don del Espíritu Santo por la imposición de manos; y que todos los demás aspectos están incluidos en el don del Espíritu Santo”19.

  7. El ennoblecimiento de la mujer. La mujer es igual al hombre delante del Señor. La función de la mujer es por naturaleza diferente de la del hombre. Recibimos ese conocimiento con la restauración del Evangelio en el cumplimiento de los tiempos, con el reconocimiento de que la mujer ha sido dotada con la gran responsabilidad de la maternidad y de la crianza de los hijos. Desde 1842, en que el profeta José Smith, en el nombre de Dios, dio vuelta a la llave para el beneficio de ellas, las mujeres han recibido más oportunidades que desde el comienzo del género humano sobre la tierra20.

Hace algunos años, a Constance, una estudiante de enfermería, se le asignó la tarea de tratar de ayudar a una mujer que se había lesionado una pierna en un accidente. La mujer rehusaba recibir atención médica debido a una mala experiencia que había tenido con alguien en el hospital. Ella sentía temor y se había recluido en su casa. La primera vez que Constance fue a verla, la mujer le mandó que se fuera. La segunda vez, permitió que Constance entrara en su casa. Para entonces, la pierna la tenía cubierta de úlceras y una parte se estaba pudriendo; aún así, no deseaba que la trataran.

Constance oró al respecto y un par de días después le llegó la respuesta. En su próxima visita, llevó consigo un poco agua oxigenada y, como era indolora, la ancianita permitió que se la aplicara a la pierna. Después hablaron acerca de llevar a cabo un tratamiento más a fondo en el hospital. Constance le aseguró que el personal del hospital haría que su estadía en él fuera lo más placentera posible. En un día o dos la mujer adquirió la suficiente valentía para ingresar en el hospital. Cuando Constance fue a verla, ella le sonrió y le dijo: “Me ha convencido”, y después, en forma inesperada, le preguntó: “¿A qué Iglesia pertenece?”. Constance le dijo que era miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. La mujer entonces dijo: “Lo sabía. Desde el primer día supe que había sido enviada a mí. Había una luz en su rostro que había notado anteriormente en otras personas de su misma religión. Tenía que confiar en usted”.

A los tres meses, la pierna infectada sanó completamente. Los miembros del barrio que vivían en la vecindad de la anciana remodelaron su casa y le arreglaron el jardín. Los misioneros fueron a verla y ella se bautizó poco después21. Todo eso porque ella advirtió la luz en el rostro de la joven estudiante de enfermería.

Una vez en que al presidente Brigham Young se le preguntó por qué en ocasiones se nos deja solos y a veces tristes, su respuesta fue que el hombre tiene que aprender a “actuar como un ser independiente… para saber qué hará… y para poner a prueba su independencia, con el fin de ser recto a pesar de no haber obtenido el conocimiento perfecto22”. Eso es cada vez más fácil de lograr cuando vemos “el resplandor del Evangelio… que irradia de… las personas que han sido iluminadas23”.

El prestar servicio en la Iglesia es una bendición maravillosa y un privilegio que da luz a nuestros ojos y a nuestros rostros. Como recomendó el Salvador: “…así alumbre vuestra luz delante de este pueblo, de modo que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos24”. Las palabras no pueden expresar las bendiciones que recibimos por medio del servicio en esta Iglesia. El Señor promete que si magnificamos nuestros llamamientos, recibiremos felicidad y gozo.

Alma pregunta si hemos recibido Su imagen en nuestros rostros25. Recibimos una luz sagrada en los ojos y en el rostro cuando tenemos un vínculo personal con nuestro amoroso Padre Celestial y con Su Hijo, nuestro Salvador y Redentor. Por medio de ese vínculo, nuestro rostro reflejará esa “seguridad sublime26” de que Él vive.

Expreso mi testimonio personal de la divinidad de esta obra santa en la cual estamos embarcados. El testimonio se recibe mediante la revelación27. Esa revelación que conduce al testimonio la recibí en mi corazón siendo un niño. No recuerdo ningún suceso específico que diera lugar a esa revelación ratificadora; sencillamente tengo la impresión de que siempre formó parte de mi consciencia. Me siento agradecido por ese conocimiento ratificador que hace posible que podamos afrontar las vicisitudes de la vida que a todos nos llegan.

En esta conferencia, todos nos hemos sentido conmovidos por los mensajes testificativos de las Autoridades Generales y de las hermanas. Estoy seguro de que esa experiencia ratificadora la han experimentado todos ustedes. Es muy posible que reciban una afirmación que les testifique que todo lo que se ha dicho es verdadero. Brigham Young enseñó: “No solamente a los santos aquí presentes… sino a los de toda nación, continente e isla que viven la religión que enseñaron nuestro Salvador, Sus apóstoles y también José Smith… dan el mismo testimonio, sus ojos han sido vivificados por el Espíritu de Dios y ven de igual manera; su corazón ha sido vivificado y sienten y entienden de la misma manera28”.

Sé con todo mi corazón y mi alma que Dios vive. Creo que Él nos iluminará con Su amor a cada uno de nosotros si nos esforzamos por ser dignos de ese amor, en el santo nombre de Jesucristo. Amén.

  1. D. y C. 88:11; cursiva agregada.

  2. D. y C. 93:2.

  3. D. y C. 84:46.

  4. News broadcast, 8 de diciembre de 1967, manuscrito 1.

  5. Véase D. y C. 20:37.

  6. 1 Nefi 10:17.

  7. Key to the Science of Theology: A Voice of Warning, 1978, pág. 61.

  8. Véase Juan 14:26.

  9. Juan 14:26.

  10. Diccionario Merriam-Webster’s Collegiate, edición 11, 2003, “secularism”, pág. 1123; traducción libre.

  11. 2 Nefi 13:9.

  12. Amós 8:11–12.

  13. 1 Pedro 2:9.

  14. Véase Paul Harvey, noticiero, 8 de diciembre de 1967.

  15. Véase D. y C. 14:7.

  16. Véase D. y C. 46:11.

  17. Véase Génesis 1:26–27.

  18. Véase José Smith—Historia 1:17–18.

  19. History of the Church, tomo IV, pág. 42; véase también “Comunión con el Espíritu Santo”, Liahona, marzo de 2002, pág. 3.

  20. Véase George Albert Smith, “Address to Members of the Relief Society”, Relief Society Magazine, diciembre de 1945, pág. 717; véase también Minutas de la Sociedad de Socorro, 28 de abril de 1842, Archivos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, pág. 40.

  21. Véase Constance Polve, “Una batalla ganada”, Liahona, marzo de 1981, págs. 29–32.

  22. Brigham Young’s Office Journal, 28 de enero de 1857, Archivos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

  23. Citado por Neal A. Maxwell en “Tened buen ánimo”, Liahona, enero de 1983, pág. 127.

  24. 3 Nefi 12:16.

  25. Véase Alma 5:14.

  26. Paul Harvey, news broadcast, 8 de diciembre de 1967.

  27. Véase Brigham Young, Discourses of Brigham Young, editados por John A. Widtsoe, 1998, pág. 35.

  28. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, págs. 36–37.