2000–2009
En el monte de Sión
Octubre 2005


En el monte de Sión

Toda alma que se afilie a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y procure obedecer sus principios y ordenanzas está en el monte de Sión, cuidado por el amor del Señor.

He vivido mucho tiempo y he observado la forma en que las normas de las que debe depender la civilización para su supervivencia se han ido descartando, una por una.

Vivimos en una época en que las antiguas normas de moralidad, de matrimonio, del hogar y de la familia sufren una tras otra la derrota en los tribunales y en los consejos, en los parlamentos y en las salas de clase. Nuestra felicidad depende precisamente de que vivamos esas normas.

El apóstol Pablo profetizó que en nuestra época, en estos días postreros, las personas serían “desobedientes a los padres… sin afecto natural… aborrecedores de lo bueno… amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3:2–4).

Advirtió también que “los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados” (2 Timoteo 3:13). Y tenía razón. Sin embargo, cuando pienso en el futuro, me invade un sentimiento de gran optimismo.

Pablo dijo al joven Timoteo que continuara en aquello que había aprendido de los Apóstoles, y que estaría a salvo porque “desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:15).

Es importante tener conocimiento de las Escrituras, porque de ellas aprendemos sobre la guía espiritual.

He oído decir: “De buena gana hubiera soportado persecuciones y pruebas si hubiera vivido durante los primeros días de la Iglesia, cuando había un fluir continuo de revelación que se publicaba como Escritura. ¿Por qué no sucede ahora lo mismo?”

Las revelaciones que se recibieron por el profeta José Smith y se imprimieron como Escritura pusieron el fundamento permanente de la Iglesia por medio del cual el Evangelio de Jesucristo podía ir “a toda nación” (2 Nefi 26:13)1.

Las Escrituras definen los oficios respectivos del Profeta y del Presidente y de sus Consejeros, del Quórum de los Doce Apóstoles, de los Quórumes de los Setenta, del Obispado Presidente y de las estacas, los barrios y las ramas; asimismo, definen los oficios de los Sacerdocios Aarónico y de Melquisedec; y establecen los medios para que la inspiración y la revelación fluyan hacia los líderes, los maestros, los padres y toda persona.

Ahora, la oposición y las pruebas son diferentes, si es posible, más intensas, más peligrosas que las de los primeros días, y se enfocan no tanto en la Iglesia sino en nosotros, las personas. Las primeras revelaciones, publicadas como Escritura para guía permanente de la Iglesia, definen las ordenanzas y los convenios, y todavía están en vigencia.

Una de esas Escrituras promete esto: “…si estáis preparados, no temeréis” (D. y C. 38:30).

Permítanme decirles lo que se ha hecho para prepararnos. Tal vez entonces comprendan por qué no temo al futuro, por qué tengo esos sentimientos positivos de confianza.

No me es posible describir con detalles o ni siquiera mencionar todo lo que la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles han hecho en años recientes. En eso se ve la revelación continua, que está a disposición de la Iglesia y de los miembros individualmente. Describiré algunas cosas.

Hace más de cuarenta años se decidió poner a disposición de los miembros la doctrina de la Iglesia de manera más fácil y rápida; con ese fin, se preparó una edición [en inglés] de las Escrituras para los Santos de los Últimos Días, pusimos referencias correlacionadas de la versión del rey Santiago de la Biblia, el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio. El texto de la Biblia se dejó tal como estaba.

Hace muchos siglos se hizo obra preparatoria para nuestros días. El noventa por ciento de la versión del rey Santiago de la Biblia [en inglés] sigue tal como fue traducida por William Tyndale y John Wiclef. Es mucho lo que debemos a esos primeros traductores, a esos mártires.

William Tyndale dijo: “Haré que el muchacho que ara la tierra sepa más de las Escrituras que [el clérigo]”2.

Alma había salido de grandes pruebas y se enfrentaba con otras aún mayores. El registro hace constar: “Y como la predicación de la palabra tenía gran propensión a impulsar a la gente a hacer lo que era justo —sí, había surtido un efecto más potente en la mente del pueblo que la espada o cualquier otra cosa que les había acontecido— por tanto, Alma consideró prudente que pusieran a prueba la virtud de la palabra de Dios” (Alma 31:5).

Eso es exactamente lo que pensamos cuando comenzamos con el proyecto de las Escrituras: que todo miembro de la Iglesia pudiera entenderlas y comprender los principios y las doctrinas que se encuentran en ellas. En nuestra época, hemos decidido hacer lo mismo que hicieron Tyndale y Wiclef en la suya.

Ambos hombres fueron terriblemente perseguidos. Tyndale sufrió en una helada prisión de Bruselas; su ropa se había hecho andrajos y pasaba un frío intenso. Por eso, escribió una carta a los obispos pidiendo su abrigo y su sombrero; les rogó que le enviaran una vela, diciendo: “En verdad, es fatigoso estar solo, sentado en la oscuridad”3. Su solicitud los enfureció de tal modo que lo sacaron de la prisión y lo quemaron vivo frente a una multitud.

Wiclef se salvó de morir quemado, pero más adelante, el Concilio de Constanza hizo exhumar su cadáver, quemarlo y esparcir las cenizas4.

El profeta José Smith pidió prestados a la madre de Edward Stevenson, de los Setenta, los ejemplares del Libro de los Mártires, escrito por John Foxe, clérigo inglés del siglo dieciséis. Después de leerlos, dijo: “Con la ayuda del Urim y Tumim, he visto a aquellos mártires; eran hombres honrados, seguidores devotos de Cristo conforme a la luz que poseían, y ellos serán salvos”5.

La labor de correlacionar las referencias de más de setenta mil versículos de las Escrituras y de proveer notas al pie y otras ayudas se consideraba sumamente difícil, si no imposible. Pero se comenzó. Se requirieron doce años y la colaboración de más de seiscientas personas para completarla; algunas eran expertas en griego, latín y hebreo, o tenían conocimiento de las Escrituras antiguas; pero la mayoría eran fieles miembros comunes de la Iglesia.

El espíritu de inspiración acompañó la tarea.

El proyecto hubiera sido imposible sin las computadoras.

Se creó un magnífico sistema para organizar decenas de miles de notas al pie de página con el fin de abrir las Escrituras a todo muchacho o muchacha sin mayor instrucción.

Con el índice de temas, un miembro de la Iglesia puede buscar palabras como expiación, arrepentimiento, Espíritu Santo, y encontrar referencias reveladoras de los cuatro libros canónicos en cuestión de minutos.

Después de varios años de trabajar en el proyecto, preguntamos qué progreso habían logrado en la tediosa y laboriosa tarea de hacer una lista de temas por orden alfabético. Nos contestaron: “Hemos ido de las palabras cielo a infierno, pasado por el amor y la lujuria, y ahora estamos atareados con la palabra arrepentimiento”.

A nuestras manos llegaron manuscritos originales del Libro de Mormón, lo cual permitió corregir los errores de impresión que siempre aparecen en las traducciones de las Escrituras.

Lo más notable de la Guía de Temas en inglés son las dieciocho páginas a un espacio y con letra pequeña que están bajo el subtítulo “Jesucristo”; es la recopilación más completa de datos de las Escrituras sobre el nombre de Jesucristo que se haya realizado en la historia del mundo. Si siguen esas referencias, abrirán la puerta que hace saber de quién es esta Iglesia, qué enseña y con qué autoridad lo hace, y todo está basado en el sagrado nombre de Jesucristo, el Hijo de Dios, el Mesías, el Redentor, nuestro Señor.

Se agregaron dos nuevas revelaciones a Doctrina y Convenios: la sección 137, una visión que tuvo el profeta José Smith en la ocasión de ministrar en la investidura; y la sección 138, la visión del presidente Joseph F. Smith sobre la redención de los muertos. Y, según se preparaba ya la obra para su impresión, se recibió y se anunció la maravillosa revelación del sacerdocio en una declaración oficial (véase D. y C., Declaración Oficial 2), probando el hecho de que las Escrituras no están cerradas.

A continuación, vino el enorme desafío de traducirlo a los idiomas de la Iglesia. Ahora tenemos la combinación triple, con la Guía para el estudio de las Escrituras, que ha sido publicada en veinticuatro idiomas, con otros en proyecto. El Libro de Mormón está impreso en ciento seis idiomas, y se está trabajando en otras cuarenta y nueve traducciones.

Se hizo otra cosa: se le puso subtítulo al Libro de Mormón, El Libro de Mormón: Otro Testamento de Jesucristo.

Con las doctrinas fundamentales en su lugar, tan sólidas como el granito del Templo de Salt Lake, y al alcance de todos, más personas podían enterarse de la constante corriente de revelación que hay en la Iglesia. “Creemos todo lo que Dios ha revelado, todo lo que actualmente revela, y creemos que aún revelará muchos grandes e importantes asuntos pertenecientes al reino de Dios” (Artículos de Fe 1:9).

Mientras la publicación de las Escrituras avanzaba, se comenzó otra gran obra, que también llevaría años completar: se reestructuró el curso entero de estudios de la Iglesia; se revisaron todos los cursos del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, tanto para niños como para jóvenes y adultos, para que se concentraran en las Escrituras, en Jesucristo, en el sacerdocio y en la familia.

Cientos de voluntarios trabajaron en eso, año tras año; algunos eran expertos en escribir, en cursos de estudio, en instrucción y otras materias relacionadas, pero la mayoría eran miembros comunes de la Iglesia. Todo se basó en las Escrituras, haciendo hincapié en la autoridad del sacerdocio y concentrándose en la naturaleza sagrada de la familia.

La Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles publicaron “La familia: Una proclamación para el mundo”6, y después “El Cristo viviente: El testimonio de los Apóstoles”7.

Los seminarios e institutos de religión se esparcieron por todo el mundo. Los maestros y alumnos enseñan y aprenden por el Espíritu (véase D. y C. 50:17–22), y en ambos casos se les enseña a comprender las Escrituras, las palabras de los profetas, el plan de salvación, la expiación de Jesucristo, la Apostasía y la Restauración y la postura exclusiva de la Iglesia restaurada. Además se les enseña a reconocer los principios y doctrinas que se encuentran en ellos. Se exhorta a los alumnos a cultivar el hábito del estudio diario de las Escrituras.

Se reservó la noche del lunes para las noches de hogar, haciendo que toda actividad se programe para otro día, con el fin de que la familia pueda estar junta.

A eso siguió naturalmente un cambio en la obra misional para basarla más en las revelaciones, con el título: “Predicad mi Evangelio”. Todos los años, más de veinticinco mil misioneros reciben su relevo para regresar a su respectivo hogar en ciento cuarenta y ocho países, después de pasar dos años aprendiendo la doctrina y la forma de enseñar por el Espíritu y de expresar su testimonio.

Se han aclarado principios del gobierno del sacerdocio; se ha magnificado el lugar que ocupan sus quórumes, tanto en el Sacerdocio Aarónico como en el de Melquisedec. En todas partes y en todo momento hay líderes que poseen las llaves —los obispos y los presidentes— para dar guía, aclarar malos entendidos y detectar y corregir doctrinas falsas.

El curso de estudios para el sacerdocio y la Sociedad de Socorro se basa en las enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia.

Se ha modificado el diseño de las revistas de la Iglesia, que se publican ahora en cincuenta idiomas.

Continúa una era asombrosa de construcción de templos, con ciento veintidós que están abiertos para la obra de ordenanzas y dos más se anunciaron ayer.

Se cambió el nombre de Genealogía a Historia Familiar, y la tecnología más moderna ayuda a los miembros a preparar nombres y llevarlos al templo.

Todas esas cosas son evidencia de una revelación continua; hay otras, demasiado numerosas para describir con detalle.

Existe en la Iglesia un núcleo de poder que es más profundo que los programas, las reuniones o las relaciones; es algo que no cambia ni puede debilitarse. Es constante y certero, y nunca se aleja ni se desvanece.

Aun cuando la Iglesia se reúne en capillas, vive en el corazón y en el alma de todo Santo de los Últimos Días.

Por todas partes del mundo, los miembros humildes sacan de las Escrituras la inspiración que los guíe por la vida, sin comprender plenamente que han encontrado esa “perla de gran precio” de la cual habló el Señor a Sus discípulos (Mateo 13:46).

Cuando Emma Smith, esposa del profeta José, reunió himnos para el primer himnario, incluyó “Jehová, sé nuestro guía”, que en realidad, es una oración:

“Al sentir temblar la tierra,

danos fuerzas y valor.

Al venir Tus grandes juicios,

cuídanos con Tu amor”8.

Toda alma que se afilie a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y procure obedecer sus principios y ordenanzas está en el monte de Sión, cuidado por el amor del Señor.

Cada uno puede recibir la seguridad que proviene de la inspiración y que testifica que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es exactamente, como Él lo dijo, “la única iglesia verdadera y viviente sobre la faz de toda la tierra” (D. y C. 1:30). En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Véase también Apocalipsis 5:9; 14:6; 1 Nefi 19:17; Mosíah 3:13, 20; 15:28; 16:1; Alma 9:20; 37:4; D. y C. 10:51; 77:8, 11; 133:37.

  2. En David Daniell, introducción a Tyndale’s New Testament, traducido por William Tyndale, 1989, pág. viii.

  3. En Daniell, introducción a Tyndale’s New Testament, pág. ix.

  4. Véase John Foxe, Foxe’s Book of Martyrs, 1965, págs. 18–20.

  5. En Edward Stevenson, Reminiscenses of Joseph, the Prophet, and the Coming Forth of the Book of Mormon, 1893, pág. 6.

  6. “La familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, octubre de 2004, pág. 49.

  7. “El Cristo viviente: El testimonio de los Apóstoles”, Liahona, abril de 2000, págs. 2–3.

  8. Himnos, Nº 39.