2000–2009
El sacrificio: una inversión eterna
Abril 2001


El sacrificio: una inversión eterna

“El sacrificio es un principio asombroso… Puede desarrollar en nuestro interior un profundo amor hacia los demás y hacia nuestro Salvador, Jesucristo”.

Como madre, creo que uno de los relatos más desgarradores del Antiguo Testamento es el de Abraham, a quien el Señor le pidió que ofreciera en sacrificio a su joven hijo, Isaac. Sara debió tener por lo menos 100 años cuando Isaac fue llevado a la montaña. Como muestra de bondad hacia ella, creo que Abraham no quiso decirle lo que intentaba hacer, lo cual significó que él tuvo que soportar solo esa grandiosa prueba de fe.

El presidente Lorenzo Snow dijo en una ocasión: “NingÚn ser humano podría haber hecho lo que Abraham hizo… excepto que haya estado inspirado y hubiese llevado en sí la naturaleza divina para recibir esa inspiración” (The Teachings of Lorenzo Snow, ed. Clyde J. Williams, 1984, pág. 116).

Empezando con Adán, todos los profetas del Antiguo Testamento han guardado la ley de sacrificio. El sacrificio es una parte integral de la ley celestial, que nos señala hacia el sacrificio más glorioso de todos: nuestro Salvador, Jesucristo.

El presidente Gordon B. Hinckley definió el sacrificio de manera muy bella cuando dijo: “Sin el sacrificio no existe la verdadera adoración de Dios… ’El Padre dio Su Hijo, y el Hijo dio Su vida’, y nosotros no adoramos a menos que demos… que demos de nuestra substancia… nuestro tiempo… fortaleza… talento… fe… [y] testimonio” (Teachings of Gordon B. Hinckley, 1997, pág. 565).

Hermanos y hermanas, una de las cosas que nos distingue del resto del mundo es la ley del sacrificio. Somos un pueblo del convenio, bendecidos con oportunidades para adorar y dar, pero, ¿estamos plenamente convertidos al principio del sacrificio? Acude a mi mente el joven rico, a quien enseñó el Salvador, que preguntó: “¿Qué más me falta?” (véase Mateo 19:20). JesÚs le dijo: “Si quieres ser perfecto, anda, vende [todo] lo que tienes… y ven y sígueme” (Mateo 19:21).

Analicemos tres formas en que el sacrificio nos ayuda a seguir al Salvador: el enseñar a nuestra familia, el dar al pobre y al necesitado, y el dar de nosotros mismos en la obra misional.

Primero, ¿cómo podemos enseñar a nuestras familias a sacrificar? Mi abuelo, Isaac Jacob, fue un gran ejemplo para mí; criaba ovejas y envió cuatro hijos a la misión. Durante la Depresión, a mi madre le llegó la oportunidad de servir en una misión y recibió el llamamiento para servir en Canadá.

La situación del abuelo llegó a nivel crítico cuando le llamaron del banco para preguntarle qué significaban los $50 dólares al mes que retiraba para la misión de mamá. Él había sacado un préstamo y estaba pagando la elevada tasa del 12% de interés. Los banqueros no quedaron satisfechos y le dijeron que sacara a mamá de la misión y la trajera a casa.

Al día siguiente el abuelo dio su respuesta: “Si esa muchacha regresa a casa, las ovejas serán de ustedes y se las dejaré enfrente de la puerta”. Eso tomó a los banqueros de sorpresa. Ellos utilizaban los servicios del abuelo para que se hiciera cargo de otros negocios que el banco había adquirido para la cría de ovejas, y no querían que nadie más cuidara de todas esas ovejas. Mamá terminó su misión y el ejemplo del abuelo le enseñó a su familia la importancia del sacrificio.

Al enseñar a nuestras familias a sacrificar, debemos también enseñarles a negarse a sí mismos. Se cuenta que cuando una mujer le pidió consejo al general de la Guerra Civil, Robert E. Lee, en cuanto a la crianza de su hijo, él contestó: “Enseñe a su hijo a negarse a sí mismo” (véase Joseph Packard, Recollections of a Long Life, 1902, pág. 158).

Debemos evitar saturar a nuestros hijos con cosas materiales. Es posible que al darle demasiado a un niño lo privemos de la alegría. Si nunca le permitimos desear algo, nunca disfrutará el placer de recibirlo.

¿Exhortamos a nuestros hijos a sacrificar al donar su tiempo y recursos, como ayudar a un vecino desamparado o dar amistad a quien lo necesita? A medida que se concentren en las necesidades de los demás, sus propias necesidades se vuelven menos importantes. El gozo verdadero proviene del sacrificio en favor de los demás.

Segundo, podemos dar de manera más generosa al pobre y al necesitado. Al visitar a los miembros de la Iglesia, me quedo asombrada al ver la bondad de los fieles Santos de los Últimos Días. Un joven de Colombia, a quien lo crió una de sus abuelas, era propietario de varias tiendas de reparación de calzado, y era el conserje del barrio. Cuando fue llamado a la misión, no sólo había ahorrado suficiente dinero para costear sus propios gastos, sino que también había contribuido fondos adicionales para el sostén de otro misionero.

¿Y en lo que respecta a compartir nuestros alimentos, ropa y muebles? El Señor nos manda no codiciar nuestros propios bienes (véase D. y C. 19:26). En muchos lugares tenemos la bendición de tener las tiendas Deseret Industries. Podemos enseñar a nuestros hijos a donar la ropa que ya no usen, y que aÚn esté de moda, lo que permitirá que otros se vistan también a la moda.

Son muchas las recompensas que se reciben al compartir nuestras posesiones materiales. El rey Benjamín nos recuerda de ello cuando dice: ”…a fin de retener la remisión de vuestros pecados de día en día, para que andéis sin culpa ante Dios…, quisiera que de vuestros bienes dieseis al pobre… tal como alimentar al hambriento, vestir al desnudo, visitar al enfermo, y ministrar para su alivio…” (Mosíah 4:26). Todos podemos buscar las muchas oportunidades que tenemos en la vida de dar y de compartir.

El tercer aspecto del sacrificio es la obra misional. Como parte de nuestra asignación de visitar los barrios y las ramas de la Iglesia, vemos la tremenda necesidad de tener misioneros mayores. No se imaginan todo el bien que ellos realizan al demostrar amor a los misioneros y enseñar a los miembros locales la doctrina y la cultura de la Iglesia.

Recientemente el presidente Hinckley visitó una conferencia de estaca en una región de gente acomodada, de la cual sólo cuatro matrimonios estaban sirviendo en misiones. Con la esperanza de inspirar a más miembros a servir, él les prometió que sus hijos y nietos ni siquiera los extrañarían mientras estuviesen ausentes. Con la invención del correo electrónico, esos matrimonios mayores misioneros pueden enviar y recibir cartitas casi cada día.

Sus años de experiencia serán una bendición para los demás y ustedes descubrirán cuán maravillosas son las personas en realidad. ¡En las misiones de la Iglesia se les necesita! Oren para adquirir ese espíritu de aventura y un deseo de servir una misión. ¡Disfrutarán de más placer que viajar en casas rodantes o sentarse en una mecedora!

Jóvenes, esperamos que ustedes estén emocionados en cuanto a la obra misional. Apenas la semana pasada a cada una de las jóvenes de la Iglesia se le invitó a traer a una joven más a la plena actividad de la Iglesia. ¡Qué maravilloso sería si los jovencitos se unieran a nosotros en este esfuerzo!

Muchos de ustedes están haciendo cosas extraordinarias. Megan oró muchos meses por dos amigas que no eran miembros de la Iglesia, e hizo los arreglos para que una de ellas se inscribiera en seminario e invitó a la otra a recibir las enseñanzas de los misioneros. Esas dos jovencitas se bautizaron recientemente. La Iglesia les necesita. El presidente Hinckley no puede andar por los pasillos de la escuela y enseñar a los amigos de ustedes, pero ustedes sí, y el Señor está contando con ustedes. Nos sentimos orgullosas del valor que ustedes tienen conforme comparten con sus amigos el amor que sienten por el Evangelio.

El sacrificio es un principio asombroso. A medida que de todo corazón demos de nuestro tiempo y talentos y todo lo que poseemos, se convierte en una de las formas más reales de adoración. Puede desarrollar en nuestro interior un profundo amor hacia los demás y hacia nuestro Salvador, Jesucristo. Mediante el sacrificio los corazones pueden cambiar, podemos vivir más cerca del Espíritu y tener menos apetito por las cosas del mundo.

El presidente Hinckley enseñó una gran verdad cuando dijo: “No es un sacrificio vivir el Evangelio de Jesucristo. Nunca es un sacrificio cuando recibimos más de lo que damos. Es una inversión… una inversión más grande que cualquier otra… Sus dividendos son eternos y perdurables” (Teachings of Gordon B. Hinckley, págs. 567–568).

Es reconfortante saber que no se espera que hagamos esa inversión solos. Al igual que Abraham de antaño, nosotros tenemos una divinidad interior que nos permite recibir inspiración mediante los poderes del cielo. Hermanos y hermanas, ruego que al hacer esas cosas, lleguemos a amar el principio del sacrificio, para que este grandioso principio nos acerque más a nuestro Salvador, en el nombre de Jesucristo. Amén.