2000–2009
El llamamiento a servir
Octubre 2000


El llamamiento a servir

”Venero el sacerdocio del Dios Todopoderoso; he sido testigo de su poder; he visto su fortaleza; me he maravillado ante los milagros que ha efectuado”.

¡Qué gran privilegio es para mí estar ante ustedes esta noche en este magnífico Centro de Conferencias y en congregaciones a través del mundo! ¡Qué imponente grupo del sacerdocio!

Para mi tema, acudo a las palabras del profeta José Smith que se encuentran en la sección 107 de Doctrina y Convenios. Se aplican a todos nosotros, ya seamos poseedores del Sacerdocio Aarónico o de Melquisedec: ”Por tanto, aprenda todo varón su deber, así como a obrar con toda diligencia en el oficio al cual fuere nombrado”1.

El presidente Wilford Woodruff declaró: ”Todas las organizaciones del sacerdocio tienen poder. El diácono tiene poder por medio del sacerdocio que posee; igual el maestro. Tienen el poder de ir ante el Señor a fin de que se escuchen y contesten sus oraciones, al igual que lo tiene el profeta, el vidente y el revelador… Es por medio de este sacerdocio que a los hombres se les confieren ordenanzas, se les perdonan sus pecados y se les redime. Para ese propósito se nos ha revelado y sellado sobre nuestra cabeza”2.

A aquellos que poseen el Sacerdocio Aarónico se les deben dar oportunidades de magnificar sus llamamientos en dicho sacerdocio.

Por ejemplo, cuando me ordenaron diácono, el obispo hizo hincapié en la sagrada responsabilidad que teníamos de repartir la Santa Cena. Puso énfasis en la vestimenta apropiada, el comportamiento decoroso y la importancia de estar limpios ”por dentro y por fuera”.

Al enseñársenos el procedimiento para repartir la Santa Cena, se nos dijo que estaríamos ayudando a todos los miembros a renovar su convenio bautismal, con las responsabilidades y bendiciones que lo acompañan. Se nos dijo cómo debíamos ayudar a un hermano en particular, el hermano Louis, que padecía de parálisis, para que tuviera la oportunidad de tomar los emblemas sagrados.

¡Cómo recuerdo cuando se me asignó repartir la Santa Cena en la sección donde se sentaba Louis! Vacilé al aproximarme a ese maravilloso hermano y entonces vi su sonrisa y la ansiosa expresión de gratitud que demostraban su deseo de participar. Mantuve la bandeja en la mano izquierda y tomé un trozo de pan y se lo puse en sus labios abiertos. Más tarde le serví el agua de la misma forma. Sentí que estaba sobre terreno sagrado; y lo estaba. El privilegio de dar la Santa Cena a Louis hizo que todos nosotros fuéramos diáconos mejores.

Nobles líderes de los hombres jóvenes, ustedes se encuentran en la encrucijada de la vida de aquellos a quienes enseñan. En una pared de la institución Stanford University Memorial Church está inscrita esta verdad: ”Debemos enseñar a nuestra juventud que todo lo que no sea eterno es demasiado breve, y todo lo que no sea infinito es demasiado pequeño”3.

El presidente Hinckley recalcó nuestras responsabilidades cuando declaró: ”En esta obra tiene que haber dedicación; debe haber devoción. Estamos embarcados en la gran y eterna contienda que tiene que ver con las almas mismas de los hijos de Dios. No vamos perdiendo. Por el contrario, vamos ganando. Seguiremos ganando si somos fieles y leales… No hay nada que el Señor nos haya pedido que con fe no podamos cumplir”4.

Hermanos, ¿se ha dado la asignación de ser maestro orientador a todo maestro ordenado? ¡Qué oportunidad para prepararse para la misión! ¡Qué privilegio de aprender la disciplina del deber! Si se le asigna a un joven la responsabilidad de velar por otras personas, el dejará automáticamente de preocuparse sólo de sí mismo.

¿Y qué sucede con los presbíteros? Estos jóvenes tienen la oportunidad de bendecir la Santa Cena, de continuar con sus deberes de la orientación familiar y de participar en la sagrada ordenanza del bautismo.

Podemos fortalecernos los unos a los otros; tenemos la capacidad de prestar atención a aquellos que se hayan quedado en el olvido. Cuando tenemos ojos que ven, oídos que escuchan y corazones que comprenden y sienten, podemos tender una mano y rescatar a aquellos por quienes seamos responsables.

De Proverbios viene el consejo: ”Examina la senda de tus pies”5.

Venero el sacerdocio del Dios Todopoderoso; he sido testigo de su poder; he visto su fortaleza; me he maravillado ante los milagros que ha efectuado.

Hace cincuenta años conocí a un joven, un presbítero, que poseía la autoridad del Sacerdocio Aarónico. Como obispo, yo era su presidente de quórum. Robert tartamudeaba sin control. Tímido, vergonzoso, sin fe en sí mismo y temeroso de los demás, su impedimento era devastador. Nunca cumplió una asignación; nunca miraba a nadie a los ojos; siempre andaba con la mirada baja. Entonces, un día, debido a circunstancias poco comunes, en su calidad de presbítero aceptó la asignación de bautizar a una persona.

Me senté cerca de Robert en el baptisterio del Tabernáculo de Salt Lake. Estaba vestido de un blanco inmaculado, preparado para la ordenanza que iba a efectuar. Me incliné hacia él y le pregunté cómo se sentía. Miró hacia el suelo y tartamudeó de modo casi incontrolable para decir que se sentía sumamente terrible.

Ambos oramos fervientemente para que estuviera a la altura de su tarea. De repente, el secretario dijo: ”Nancy Ann McArthur será bautizada ahora por Robert Williams, presbítero”.

Robert se apartó de mi lado, se metió a la pila y tomó a la pequeña Nancy de la mano para ayudarla a entrar en esa agua que limpia las vidas humanas y otorga el renacimiento espiritual. Pronunció las palabras: ”Nancy Ann McArthur, habiendo sido comisionado por Jesucristo, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”. ¡No tartamudeó ni una vez! ¡No titubeó ni una vez! Habíamos sido testigos de un milagro moderno; luego Robert efectuó la ordenanza del bautismo por dos o tres niños más de la misma forma.

En el vestuario, al felicitarlo, yo esperaba escucharlo hablar de la misma forma ininterrumpida, pero me equivoqué. Él bajó la vista y tartamudeó su respuesta de agradecimiento.

Testifico ante cada uno de ustedes que cuando Robert actuó con la autoridad del Sacerdocio Aarónico, habló con poder, con convicción y con ayuda celestial.

Debemos proporcionar a nuestros jóvenes del Sacerdocio Aarónico experiencias que les edifiquen la fe. Ellos buscan la oportunidad que nosotros hemos tenido de sentir la ayuda del Espíritu del Señor.

Recuerdo cuando se me asignó dar mi primer discurso en la Iglesia. Se me dio la libertad de elegir el tema y a mí siempre me habían gustado los pájaros, así es que pensé en el Monumento a la Gaviota. Para prepararme, fui a la Manzana del Templo y observé el monumento. Primero me atrajeron todas esas monedas que estaban en el agua que rodeaba el monumento y me puse a pensar en cómo las sacarían y quién lo haría. No pienso confesar el haber pensado en tomarlas yo. Luego miré hacia arriba a las gaviotas que estaban en lo alto del monumento; en mi mente juvenil, traté de imaginar cómo habría sido para los pioneros el ver que su preciosa primera plantación de granos era devorada por los grillos y luego ver a esas gaviotas, con sus majestuosas alas, descender hacia los campos y devorar los grillos. Me encantaba ese relato. Me senté con lápiz en mano y escribí mi discurso de dos minutos y medio. Nunca he olvidado a las gaviotas. Nunca he olvidado a los grillos. Nunca he olvidado el hecho de que me temblaban las rodillas mientras daba el discurso. Nunca he olvidado la experiencia de expresar algunos de mis más recónditos sentimientos en voz alta desde el púlpito. Deseo exhortarles a que demos al Sacerdocio Aarónico la oportunidad de pensar, de razonar y de servir.

El presidente David O. McKay comentó: ”Que Dios nos ayude a todos a ser fieles a los ideales del sacerdocio, el Aarónico como el de Melquisedec. Ruego que él nos ayude a magnificar nuestros llamamientos y a inspirar a los hombres por medio de nuestras acciones --no sólo a los miembros de la Iglesia, sino a los hombres de todas partes-- a que vivan vidas mejores, vidas que eleven el espíritu, a que sean mejores esposos, mejores vecinos, mejores líderes bajo cualquier condición”6.

Parece que el mundo se alejara del resguardo de un puerto y fuera arrastrado lejos de la bahía de la paz. El libertinaje, la inmoralidad, la pornografía y la influencia que ejercen sobre nosotros las demás personas son la causa de que muchos sean arrojados al mar del pecado y destrozados en los ásperos arrecifes de las oportunidades perdidas, de las bendiciones abandonadas y de los sueños hechos pedazos.

Algunos podrían preguntar con ansiedad: ”¿Hay un camino a la seguridad?”, ”¿Puede alguien guiarme?”, ”¿Podemos escapar a la destrucción que nos amenaza?”. La respuesta es un resonante ”¡Sí!”. Miren hacia el faro del Señor; no hay neblina tan espesa, ni noche tan obscura, ni vendaval tan fuerte, ni marineros tan perdidos que sus luces no puedan rescatar; nos llama en medio de la tormenta; el faro del Señor envía señales fáciles de reconocer y que jamás fallan.

Hay muchas de esas señales, de las que nombraré sólo tres; fíjense cuidadosamente en ellas ya que la exaltación puede depender de ellas: la mía y la de ustedes:

Primero: La oración proporciona paz.

Segundo: La fe precede al milagro. Sercero: La honradez es la mejor norma.

Primero, con respecto a la oración, Adán oró; Jesús oró; José oró. Sabemos los resultados de sus oraciones. Aquel que nota hasta la caída de un pajarillo con toda seguridad escucha la súplica de nuestro corazón. Recuerden la promesa: ”…si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”7.

Segundo, la fe precede al milagro. Siempre ha sido así y siempre lo será. No llovía cuando se le mandó a Noé construir un arca. No se veía ningún carnero en la zarza cuando Abraham se preparó para sacrificar a su hijo Isaac. José no veía todavía a los dos Personajes Celestiales cuando se arrodilló a orar. Primero viene la prueba de la fe, y luego el milagro.

Recuerden que la fe y la duda no pueden existir en la misma mente al mismo tiempo, porque una hará desvanecer a la otra. Expulsen la duda; cultiven la fe.

Finalmente, la honradez es la mejor norma. Hace 55 años, aprendí esa verdad en forma dramática en un campamento de entrenamiento de reclutas de la Marina. Después de estar aislados del mundo por tres semanas durante el entrenamiento, llegaron las buenas noticias de que tendríamos nuestro primer permiso para visitar la ciudad de San Diego. Todos estábamos muy entusiasmados ante ese cambio de rutina. Mientras nos preparábamos para abordar los autobuses que nos llevarían a la ciudad, un oficial mandó: ”Todos los que sepan nadar, fórmense aquí. Ustedes tienen permiso para ir a San Diego. Los que no sepan nadar, formen una linea aquí. Irán a la piscina, donde se les dará una clase de natación. Sólo después de que aprendan a nadar podrán validar su permiso”.

Yo había sido nadador la mayor parte de mi vida, así que me preparé para tomar el autobús a la ciudad; pero entonces, ese oficial dijo a nuestro grupo: ”Una cosa más antes de subir al autobús; síganme. De frente, ¡marchen!”. Nos hizo marchar hasta la piscina, nos hizo sacarnos la ropa y pararnos a la orilla de la parte honda. Luego mandó: ”Salten y naden hasta la otra orilla”. En ese grupo que se suponía que todos sabían nadar, había unos diez que creyeron que podían engañar a cualquiera. En realidad no sabían nadar, pero fueron a dar al agua, por su propia voluntad o a la fuerza. Fue una catástrofe. Los oficiales los dejaron hundirse una o dos veces antes de extenderles unos bambúes, a los que pudieron asirse y así salvarse. Después de dirigirles unas palabras de censura, les dijeron: ”Eso les enseñará a decir la verdad”.

¡Cuán agradecido estuve de haber dicho la verdad, de que sabía nadar y de que pude llegar fácilmente hasta el otro extremo de la piscina! Lecciones como ésas nos enseñan a ser veraces: veraces a la fe, veraces al Señor, veraces a nuestros compañeros, veraces ante todo lo que, para nosotros, es sagrado y de gran valor. Nunca he olvidado esa lección.

Conforme nos dejamos guiar por sus señales que nunca fallan, el faro del Señor nos indica el camino hacia la seguridad y el gozo eterno:

La oración proporciona paz.

La fe precede al milagro.

La honradez es la mejor norma

Les testifico esta noche que Jesús es en verdad el Cristo, nuestro amado Redentor y Salvador. Nos guía un profeta del Dios Todopoderoso, el presidente Gordon B. Hinckley, y sé que ustedes comparten esa convicción conmigo.

Para terminar, leeré una carta simple pero a la vez profunda que refleja nuestro amor por nuestro profeta y por su liderazgo:

”Estimado presidente Monson:

”Hace cinco años el presidente Hinckley fue sostenido como profeta, vidente y revelador. Para mí, cuando usted pidió a los miembros de la Iglesia que dieran el voto de sostenimiento, fue una ocasión extraordinaria.

”Esa mañana en particular tenía que acarrear el heno para mis animales y disfrutaba de la conferencia en la radio de mi camión. Había recogido el heno, lo había llevado al granero y lo estaba descargando del camión. Cuando usted llamó a los hermanos del sacerdocio, ’dondequiera que estén’, a prepararse para sostener al Profeta, me pregunté si se referiría a mí. Me pregunté si el Señor se ofendería porque yo estaba transpirando y cubierto de polvo, pero, tomándole la palabra, me bajé del camión.

”Jamás olvidaré el estar solo en el granero, con el sombrero en la mano, el sudor corriéndome por la cara y con el brazo levantado en forma de escuadra para sostener al presidente Hinckley. Las lágrimas se mezclaron con mi sudor mientras me quedé allí sentado por varios minutos para meditar sobre esa sagrada ocasión”.

Él continuó:

”En la vida acudimos a lugares especiales cuando ocurren acontecimientos de gran importancia. Eso me ha sucedido, pero no ha habido ninguno tan espiritual ni tan tierno y memorable que el ocurrido esa mañana en el granero acompañado sólo de vacas y un caballo ruán.

”Atentamente,

”Clark Cederlof”

Presidente Hinckley, nosotros, los hermanos del sacerdocio de la Iglesia le amamos y lo apoyamos. De eso testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Doctrina y Convenios 107:99.

  2. Millennial Star, 22 de septiembre de 1890, págs. 595:596; la letra mayúscula actualizada.

  3. Véase Conference Report, octubre de 1952, pág. 17.

  4. ”La guerra que vamos ganando”, Liahona, enero de 1987, pág. 45.

  5. Proverbios 4:26.

  6. En Conference Report, octubre de 1967.

  7. Santiago 1:5.