1990–1999
El sacerdocio: poderoso ejército del Señor
Abril 1999


El Sacerdocio: Poderoso Ejército Del Señor

“Una de las protecciones más grandes que tenemos en la Iglesia es un núcleo de poseedores del Sacerdocio de Melquisedec que es fuerte, firme, entregado, dedicado y que testifica”.

Es un honor estar esta noche con el enorme ejército de poseedores del sacerdocio que a diario responden a los llamados a servir, que enseñan diligentemente como el Señor ha mandado y que trabajan con fuerza para trazar el rumbo correcto para un desafío específico que la Iglesia debe afrontar, que es el vivir en el mundo sin ser parte de él.

Hoy en día, las aguas torrenciales de la inmoralidad, la irresponsabilidad y la falta de honradez azotan contra el amarradero mismo de nuestra propia vida. Si no protegemos ese amarradero, si no contamos con cimientos firmemente establecidos que resistan esas influencias erosivas, tendremos dificultades.

Una de las protecciones más grandes que tenemos en la Iglesia es un núcleo de poseedores del Sacerdocio de Melquisedec que es fuerte, firme, entregado, dedicado, y que testifica.

En mi oficina tengo dos pequeños recipientes de cerámica; uno está lleno de agua que saqué del Mar Muerto. El otro contiene agua del Mar de Galilea. En ocasiones, agito uno de los frascos para asegurar que el agua no haya disminuido. Cuando hago esto, me hace pensar en esas dos diferentes masas de agua. El Mar Muerto carece de vida; el Mar de Galilea está lleno de vida y de los recuerdos de la misión del Señor Jesucristo.

Hay otra masa de agua que se encuentra en la Iglesia hoy en día. Me refiero a la reserva de futuros élderes de cada barrio y estaca. Imagínense un torrente de agua que fluye caudalosamente hacia la reserva. Luego consideren un hilo de agua que sale de esa reserva estancada, un hilo que representa a los que siguen adelante para recibir el Sacerdocio de Melquisedec. La reserva de futuros élderes se está haciendo más grande, más extensa y más profunda, con más rapidez de lo que cualquiera de nosotros se pueda imaginar.

Es esencial, e incluso crítico, que estudiemos el sendero del Sacerdocio Aarónico, ya que demasiados jóvenes titubean, tropiezan y luego caen sin avanzar a los quórumes del Sacerdocio de Melquisedec, menoscabando así el núcleo activo del sacerdocio de la Iglesia y disminuyendo la actividad de esposas amorosas e hijos preciosos.

¿Qué podemos hacer, como líderes, para contrarrestar esa tendencia? El lugar en donde se debe empezar es en el manantial de la fuente del Sacerdocio Aarónico. Hay un antiguo proverbio que afirma determinar correctamente la sensatez de una persona. A la persona se le muestra una fuente de agua que fluye a una laguna estancada; se le da un balde y se le pide que empiece a vaciar la laguna. Si primero toma las medidas para contener eficazmente la entrada de agua a la laguna, se le considera cuerdo; si, por otro lado, pasa por alto la entrada del agua e intenta vaciar la laguna balde por balde, se le considera loco.

El obispo, por revelación, es el presidente del Sacerdocio Aarónico y es el presidente del quórum de presbíteros del barrio. Él no puede delegar esas responsabilidades que Dios le ha dado. Sin embargo, puede hacer responsables a aquellos que han sido llamados como asesores de quórum, hombres que pueden influir en la vida de los jóvenes.

Los consejeros del obispo, otros oficiales y maestros del barrio, y particularmente los padres y las madres de nuestros jóvenes, pueden ser de gran ayuda. También puede ser muy eficaz el servicio que presten las presidencias de quórum del Sacerdocio Aarónico.

Ésta, entonces, es nuestra meta: salvar a todo joven, asegurando por medio de ello a un esposo digno para cada una de nuestras jovencitas, firmes quórumes del Sacerdocio de Melquisedec y una fuerza misional capacitada y capaz de lograr lo que el Señor espera.

El primer paso prudente es guiar a cada diácono al reconocimiento espiritual del carácter sagrado de su llamamiento ordenado. En un barrio se enseñó con eficacia esta lección en lo que atañe a la colecta de ofrendas de ayuno.

En el día de ayuno, los miembros del barrio recibían la visita de los diáconos y los maestros a fin de que cada familia pudiera hacer una aportación. Los diáconos estaban un tanto descontentos por tener que levantarse más temprano que de costumbre para cumplir esa asignación.

El obispado recibió la inspiración de llevar un autobús lleno de diáconos y maestros a la Manzana de Bienestar aquí en Salt Lake City. Ahí vieron a niños necesitados que recibían zapatos nuevos así como otros artículos de ropa. Vieron canastos vacíos que se llenaban con comestibles; no se hacían transacciones de dinero. Se expresó un breve comentario: “Jóvenes, esto es lo que proporciona el dinero que ustedes colectan durante el día de ayuno: alimentos, ropa y refugio”. Los jóvenes del Sacerdocio Aarónico sonrieron un poco más, efectuaron sus deberes con más diligencia y sirvieron con una mente dispuesta en el cumplimiento de sus asignaciones.

Quisiera hacer una pregunta: ¿Se da a todo maestro ordenado la asignación de hacer orientación familiar? Qué gran oportunidad de prepararse para una misión. Qué privilegio de aprender la disciplina del deber. Un joven automáticamente dejará de preocuparse de sí mismo cuando se le asigne velar por los demás.

¿Y los presbíteros? Estos jóvenes tienen la oportunidad de bendecir la Santa Cena, de continuar sus deberes en la orientación familiar y de participar en la ordenanza sagrada del bautismo.

Recuerdo que cuando era diácono observaba a los presbíteros cuando oficiaban en la mesa de la Santa Cena. Uno de esos presbíteros, que se llamaba Barry, tenía una hermosa voz y leía las oraciones sacramentales con clara dicción, tal como si estuviese compitiendo en un concurso de oratoria. Los demás miembros del barrio, particularmente las hermanas mayores, lo felicitaban por su bella voz. Creo que empezó a llenarse de orgullo. Jack, otro de los presbíteros del barrio, tenía problemas auditivos, lo que causaba que su manera de hablar no sonara natural. A nosotros los diáconos a veces nos agarraba la risa cuando Jack bendecía los emblemas. No me explico cómo nos atrevimos a hacerlo, ya que las manos de Jack parecían las de un oso y fácilmente podría habernos echo daño.

En una ocasión, a Barry, el de la voz hermosa, y a Jack, al que no le salía la voz natural, fueron asignados para estar juntos en la mesa de la Santa Cena. Se cantó el himno; los dos presbíteros partieron el pan. Barry se arrodilló para orar y nosotros cerramos los ojos, pero no ocurrió nada. Al poco rato, los diáconos abrimos los ojos para ver lo que causaba la demora. Siempre recordaré la imagen de Barry que buscaba frenéticamente la pequeña tarjeta en donde estaban impresas las oraciones sacramentales. Pero no la encontraba en ninguna parte. ¿Qué debía hacer? La cara se le sonrojó y se le puso más colorada a medida que la congregación empezó a mirar en esa dirección.

Entonces Jack, con esa mano que parecía de oso, la levantó y suavemente atrajo a Barry de nuevo hacia el banco. Luego él mismo se arrodilló sobre el escabel y empezó a orar: “Oh Dios, Padre Eterno, en el nombre de Jesucristo, tu Hijo, te pedimos que bendigas y santifiques este pan para las almas de todos los que participen de él …”’.1 Continuó la oración, y se repartió el pan. Jack también bendijo el agua, y se repartió. ¡Qué gran respeto sentimos los diáconos ese día hacia Jack, quien, a • pesar del impedimento en el habla había memorizado las oraciones sagradas! Barry, también, sintió una nueva estimación hacia Jack. Se había establecido un vínculo perdurable de amistad.

Aparte de la influencia del obispado y la de los asesores de los quórumes del Sacerdocio Aarónico está la influencia del hogar. La ayuda de los padres, cuando se utiliza con prudencia, en muchas ocasiones es lo que marca la diferencia entre el éxito y el fracaso. Una encuesta que realizamos recientemente revela que la influencia del hogar es un factor predominante que determina el servicio misional y el casamiento en el templo.

Por propia experiencia, sé de sólo tres barrios que han tenido el número completo de 48 presbíteros. Esos barrios estaban presididos por Joseph B. Wirthlin, Alfred B. Smith y Alvin R. Dyer. Casi sin excepción, cada joven sirvió en una misión y se casó en el templo. Una de las claves del éxito que lograron fue el llamar a servir como asesores en el Sacerdocio Aarónico a hombres que eran modelos a quienes los jóvenes podían seguir. Un modelo ideal es un ex misionero, que acaba de terminar su misión y que posee un testimonio firme, y donde un joven poseedor del Sacerdocio Aarónico pueda decir: “Ése es el hombre al que deseo seguir”.

Al contener la entrada torrencial del Sacerdocio Aarónico a la reserva de futuros élderes, resolveremos más problemas de los que nos imaginamos. Aseguraremos que todo joven, con toda probabilidad, salga en una misión y se case en el templo. Así, no existirá el número desproporcionado de jovencitas dignas que cuenten con pocos jóvenes dignos de entre los cuales puedan seleccionar un compañero eterno. No hablamos de un muchacho; hablamos acerca de esposos, padres, abuelos, patriarcas para con su propia familia. Establezcamos un firme cimiento a los pies de nuestros jóvenes del Sacerdocio Aarónico.

No pasemos por alto a los conversos adultos de la Iglesia que reciben el Sacerdocio Aarónico pero que no son ordenados al oficio de élder en el momento oportuno. Ellos se unen, entonces, a los hermanos que permanecen en la laguna estancada de la inactividad. Hay barrios y estacas que han rescatado a grupos numerosos de hombres buenos que se habían sentido atrapados al no tener esa laguna un conducto de desagüe. Al viajar por la Iglesia, llevé cuenta de aquellas unidades que habían captado la visión de ese esfuerzo de rescate. Todas ellas tuvieron experiencias similares. Aprendieron que la obra de rescate se lleva mejor a cabo cuando se presta atención a nivel individual y cuando se hace a nivel de barrio. El obispo tiene que participar en ello, ya que, ¿no es él el presidente del Sacerdocio Aarónico así como el sumo sacerdote presidente del barrio?

Se deben llamar maestros dignos y bien preparados para que ayuden en este esfuerzo tan importante. Hermanos, por medio de la oración analicen la situación en que están y luego extiendan el llamamiento a aquellos que el Señor ha preparado para que salgan a servir y a salvar. “Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios”2. Mediten en el gozo que sienten la esposa y los hijos cuando el padre ve la luz, enmienda sus errores y sigue los pasos de Jesucristo nuestro Señor.

Un ejemplo del verdadero amor y de la enseñanza inspirada se encuentra en la vida del fallecido James Collier, quien, mediante sus esfuerzos personales, reactivó a un grupo numeroso de hermanos en la región de Bountiful, Utah. El hermano Collier me invitó a dirigir la palabra a aquellos que ya habían sido ordenados élderes y quienes, junto con su esposa y familia, habían asistido al Templo de Salt Lake para recibir esos convenios eternos y bendiciones por los cuales habían dedicado tantos esfuerzos.

En el banquete efectuado para celebrar ese logro, podía ver y sentir el amor que Jim tenía hacia aquellos que él había enseñado y rescatado, y el amor que ellos sentían hacia él. Lamentablemente, en ese tiempo Jim Collier padecía una enfermedad incurable y tuvo que convencer a los médicos para que le permitieran salir del hospital para asistir a esa última noche de reconocimiento.

Al estar ante el púlpito, Jim tenía una gran sonrisa. Lleno de emoción, expresó el amor que sentía por el grupo. No había personas que no tuvieran lágrimas en los ojos. El hermano Collier dijo en broma: “Todos quieren ir al reino celestial, pero nadie se quiere morir para llegar allá”. Luego, bajando la voz, Jim continuó: “Estoy preparado para irme, y estaré esperando en el otro lado para dar la bienvenida a cada uno de ustedes, mis queridos amigos”.

Jim regresó al hospital, y al poco tiempo se llevó a cabo su servicio fúnebre.

Al cumplir nuestra responsabilidad para con aquellos que poseen el Sacerdocio Aarónico, tanto los jóvenes como los futuros élderes, les exhorto a que recuerden que no es necesario que andemos solos; podemos mirar hacia arriba e implorar la ayuda divina. “El reconocimiento de un poder mayor que el suyo … de ninguna manera rebaja al hombre. Si en su fe le atribuye beneficencia y sumo propósito al poder que es superior a él mismo, tiene la visión de un destino más sublime y atributos más nobles para sus semejantes y recibe estímulo y aliento en la lucha de la existencia … Él debe buscar, creer, orar y esperar que recibirá. Ningún esfuerzo sincero y ferviente quedará sin ser correspondido; esa es la constitución misma de la filosofía de la fe”3. Eso lo enseñó el presidente Stephen L Richards.

Una frase de la encantadora obra musical “El rey y yo”, nos brinda aliento en nuestras labores. El rey de Siam estaba en su lecho de muerte; le acompañan Ana, la institutriz inglesa, cuyo hijo le pregunta: “¿Fue tan bueno … como podría haberlo sido?”. Ana responde con nostalgia: “No creo que ningún hombre jamás haya sido tan bueno … como podría haberlo sido, pero éste [en verdad] lo intentó”4.

El profeta José declaró: “La felicidad es el objeto y propósito de nuestra existencia; y también será el fin de ella, si seguimos el camino que nos conduce a la felicidad; y este camino es virtud, justicia, fidelidad, santidad y obediencia a todos los mandamientos de Dios”5.

Andemos por estos senderos claramente definidos. Para hacerlo, sigamos el sermón más corto del mundo. Se encuentra en una señal de tránsito común que dice: “Siga derecho”.

Este consejo lo descubrió y lo siguió Joe, a quien le habían pedido levantarse a las seis de la mañana para llevar a un niño discapacitado a un hospital que quedaba a ochenta kilómetros de distancia. No deseaba hacerlo, pero no sabía cómo negarse. Una mujer llevó al niño hasta el auto y lo sentó a un lado del asiento del conductor, expresando las gracias a través de las lágrimas. Joe le dijo que todo saldría bien y se marchó rápidamente.

Al poco rato, el niño preguntó tímidamente: “Usted es Dios, ¿verdad?”.

“Me temo que no, pequeño”, contestó Joe.

“Pensé que sería Dios”, dijo el niño. “Oí a mamá orar a un lado de mi cama y pedirle a Dios que me ayudara a llegar al hospital para poder mejorarme y jugar con los otros niños. ¿Trabaja usted para Dios?”.

“A veces”, dijo Joe, “pero no con regularidad. Creo que de ahora en adelante voy a trabajar más para El”.

Mis hermanos, ¿lo harán ustedes? ¿Lo haré yo? ¿Lo haremos todos? Ruego humilde y fervientemente que así sea.

En el nombre del Señor Jesucristo. Amén.

NOTAS

  1. Moroni 4:3.

  2. Doctrina y Convenios 18:10.

  3. En Conference Report, octubre de 1937, págs. 35, 38.

  4. Richard Rodgers y Oscar Hammerstein 11, “El rey y yo” (n.p. Williamson Music, Inc., 1951).

  5. Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 312.