1990–1999
El fortalecimiento de las familias: nuestro deber sagrado
Abril 1999


El Fortalecimiento De Las Familias: Nuestro Deber Sagrado

“La clave para fortalecer nuestras familias es hacer que el Espíritu del Señor more en nuestros hogares. La meta de nuestras familias es estar en el camino estrecho y angosto”.

El fortalecimiento de las familias es nuestro deber sagrado como padres, hijos, parientes, líderes, maestros y miembros individuales de la Iglesia.

La importancia de fortalecer en forma espiritual a las familias se enseña claramente en las Escrituras. Nuestro padre Adán y nuestra madre Eva enseñaron el Evangelio a sus hijos e hijas. El Señor aceptó los sacrificios de Abel, quien lo amaba; Caín, por otra parte, “amó a Satanás más que a Dios” y cometió serios pecados. Adán y Eva “se lamentaban ante el Señor por causa de Caín y sus hermanos”, pero nunca dejaron de enseñar el Evangelio a sus hijos (véase Moisés 5:12, 18, 20, 27; 6: 1, 58).

Debemos entender que cada uno de nuestros hijos viene con variados dones y talentos; algunos, como Abel, parecen haber recibido los dones de la fe al nacer. Otros luchan con cada decisión que toman. Como padres, nunca debemos permitir que las búsquedas o las luchas de nuestros hijos nos hagan ceder o perder la fe en el Señor.

Alma, hijo, mientras le “agobiaba este tormento … [y le] atribulaba el recuerdo de [sus] muchos pecados”, recordó haber escuchado a SU padre enseñar sobre la venida de “Jesucristo, un Hijo de Dios, para expiar los pecados del mundo” (Alma 36:17). Las palabras de su padre le guiaron hacia la conversión. De la misma manera, nuestros hijos recordarán nuestras enseñanzas y testimonio.

Los 2.000 soldados jóvenes del ejército de Helamán testificaron que sus justas madres les habían enseñado de manera poderosa principios del Evangelio (véase Alma 56:47—48).

En una época de gran búsqueda espiritual, Enós dijo: “… las palabras que frecuentemente había oído a mi padre hablar, en cuanto a la vida eterna … penetraron en mi corazón profundamente’’ (Enós 1:3).

En Doctrina y Convenios el Señor dice que los padres deben enseñar a sus hijos “a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años …

“Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor” (D. y C. 68:25, 28).

A medida que enseñamos el Evangelio a nuestros hijos mediante la palabra y el ejemplo, nuestras familias se fortalecen y se fortifican espiritualmente .

Las palabras de los profetas actuales son claras con respecto a nuestro sagrado deber de fortalecer espiritualmente a nuestras familias. En 1995 la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles emitieron una proclamación para el mundo, declarando que “la familia es la parte central del plan del Creador para el destino eterno de Sus hijos … El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y cuidarse el uno al otro, y también a sus hijos … Los padres tienen la responsabilidad sagrada de educar a sus hijos dentro del amor y la rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales, de enseñarles a amar y a servirse el uno al otro [y] de guardar los mandamientos de Dios” (“La familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, junio de 1996, pág. 10-11).

En febrero de este año, la Primera Presidencia emitió un llamado a todos los padres “para que dediquen sus mejores esfuerzos a la enseñanza y crianza de sus hijos con respecto a los principios del Evangelio, lo que los mantendrá cerca de la Iglesia. El hogar es el fundamento de una vida recta y ningún otro medio puede ocupar su lugar ni cumplir sus funciones esenciales en el cumplimiento de las responsabilidades que Dios les ha dado”.

En la carta de febrero, la Primera Presidencia enseñó que los padres pueden proteger a sus familias de los elementos corrosivos al enseñar y criar a sus hijos en los principios del Evangelio. Además, aconsejaron a los padres y a los hijos a “dar una prioridad predominante a la oración familiar, a la noche de hogar, al estudio y a la instrucción del Evangelio y a las actividades familiares sanas. Sin importar cuán apropiadas puedan ser otras exigencias o actividades, no se les debe permitir que desplacen los deberes divinamente asignados que sólo los padres y las familias pueden llevar a cabo en forma adecuada” (Carta de la Primera Presidencia, 11 de febrero de 1999).

Con la ayuda del Señor y de Su doctrina, se pueden entender y sobrellevar todos los efectos nocivos que provengan de los desafíos que pueda encontrar una familia. Cualesquiera sean las necesidades de los miembros de la familia, podemos fortalecer nuestras familias siguiendo los consejos que nos dan los profetas.

La clave para fortalecer nuestras familias es hacer que el Espíritu del Señor more en nuestros hogares. La meta de nuestras familias es estar en el camino estrecho y angosto.

Se pueden hacer innumerables cosas dentro de los muros de nuestros hogares para fortalecer a la familia. Permítanme compartir algunas ideas y algunos principios prácticos que pueden ayudar a determinar los aspectos que necesitan mayor fortalecimiento en nuestras propias familias. Las ofrezco a modo de dar ánimo, sabiendo que cada familia, al igual que cada uno de sus integrantes, son especiales.

  • Hagamos de nuestros hogares un lugar seguro donde todos los miembros de la familia sientan amor y aceptación. Tengamos en cuenta que cada hijo tiene diferentes dones y habilidades; cada uno es una persona que necesita amor y cuidado especiales.

  • Recordemos que “la blanda respuesta quita la ira” (Proverbios 15:1). Cuando mi querida esposa y yo nos sellamos en el Templo de Salt Lake, el élder Harold B. Lee nos dio un sabio consejo: “Cuando elevan la voz con enojo, el Espíritu se aleja de su hogar”. Jamás debemos cerrar la puerta de nuestro hogar o cerrar nuestro corazón a nuestros hijos debido a la ira. Al igual que el hijo pródigo, ellos necesitan saber que cuando recapaciten pueden venir a nosotros para recibir amor y consejo.

  • Pasemos tiempo con nuestros hijos individualmente, permitiendo que elijan la actividad y el tema de la conversación. Eliminemos las distracciones.

  • Alentemos a nuestros hijos en su comportamiento religioso privado, tales como la oración personal, el estudio personal de las Escrituras y el ayunar por necesidades específicas. Midamos su crecimiento espiritual observando su proceder, su vocabulario y su conducta hacia a los demás.

  • Oremos diariamente con nuestros hijos.

  • Leamos las Escrituras juntos. Recuerdo a mis propios padres leyendo las Escrituras mientras nosotros escuchábamos sentados en el suelo. A veces solían preguntar: “¿Qué significa ese pasaje para ustedes?” o “¿Cómo les hace sentir ese pasaje?”. Luego escuchaban mientras nosotros respondíamos con nuestras propias palabras.

  • Leamos en la revista Liahona las palabras de los profetas vivientes y otros artículos inspirados dirigidos a los niños, los jóvenes y los adultos.

  • Podemos llenar nuestro hogar con el sonido de música digna al cantar juntos del himnario y de Canciones para los niños.

  • Efectuemos la noche de hogar cada semana. A veces, como padres, nos intimida el enseñar o el testificar ante nuestros hijos. Yo soy culpable de esto en mi propia vida. Nuestros hijos precisan que les comuniquemos nuestros sentimientos espirituales, que les enseñemos y les demos nuestro testimonio.

  • Llevemos a cabo consejos familiares para analizar los planes y los intereses de la familia. (Algunos de los consejos familiares más eficaces son los que se hacen a nivel personal con cada uno de los miembros de la familia). Ayudemos a nuestros hijos a saber que sus ideas son importantes. Escuchémosles y aprendamos de ellos.

  • Invitemos a los misioneros a nuestro hogar para que enseñen a miembros menos activos o a personas que no sean miembros.

  • Demostremos que sostenemos y apoyamos a los líderes de la Iglesia.

  • Comamos juntos cuando sea posible, y tengamos conversaciones sobre temas significativos a esa hora.

  • Trabajemos juntos como familia, incluso cuando pueda ser más rápido y fácil hacer el trabajo nosotros mismos. Hablemos con nuestros hijos e hijas mientras trabajemos juntos. Yo tuve la oportunidad de hacer esto cada sábado con mi padre.

  • Ayudemos a nuestros hijos a aprender la forma de tener buenos amigos y de hacerlos sentirse bienvenidos en nuestro hogar. Conozcamos a los padres de sus amigos.

  • Enseñemos a nuestros hijos, por medio del ejemplo, a administrar su tiempo y sus recursos. Ayudémosles a aprender la autosuficiencia y la importancia de prepararse para el futuro.

  • Enseñemos a nuestros hijos la historia de nuestros antepasados y de nuestra propia familia.

  • Establezcamos tradiciones familiares. Planifiquemos y tomemos vacaciones significativas juntos, considerando las necesidades, los talentos y las habilidades de los hijos. Ayudémosles a crear recuerdos felices, a mejorar sus talentos y a edificar sus sentimientos de autoestima.

  • Mediante la palabra y el ejemplo, enseñémosles valores morales y a tener la determinación de obedecer los mandamientos.

  • Después de que fui bautizado y confirmado, mi madre me llevó a un lado y preguntó: “¿Qué sientes?”. Yo le describí lo mejor que pude mis cálidos sentimientos de paz, consuelo y felicidad. Mi madre me explicó que lo que sentía era el don que acababa de recibir: el don del Espíritu Santo. Me dijo que si vivía de tal forma que fuese digno de él, tendría siempre ese don conmigo. Ese momento de enseñanza ha permanecido conmigo durante toda mi vida.

  • Enseñemos a nuestros hijos el significado del bautismo y de la confirmación, de recibir el don del Espíritu Santo, de recibir la Santa Cena, honrar el sacerdocio y hacer y guardar los convenios del templo. Deben saber la importancia de vivir de tal modo que sean dignos de tener una recomendación para el templo y prepararse para casarse en el templo.

  • Si no se han sellado a su cónyuge o a sus hijos en el templo, trabajen como familia para recibir las bendiciones del templo. Como familia, fijen metas con respecto al templo.

  • Hermanos, sean dignos del sacerdocio que poseen y úsenlo para bendecir la vida de los miembros de su familia.

  • Dediquemos nuestros hogares por el poder del Sacerdocio de Melquisedec.

Existen fuentes de recursos disponibles fuera del hogar y el uso sabio de ellas fortalecerá a nuestras familias.

  • Alentemos a nuestros hijos a servir en la Iglesia y en la comunidad.

  • Hablemos con los maestros, entrenadores, consejeros, asesores y líderes eclesiásticos de nuestros hijos con respecto a nuestras preocupaciones y las necesidades de nuestros hijos.

  • Sepamos qué hacen nuestros hijos en su tiempo libre. Seamos una influencia en la elección de sus películas, programas de televisión y videos. Si usan el Internet, sepamos lo que ellos estén haciendo. Ayudémosles a ver la importancia del entretenimiento sano.

Alentémosles en sus actividades escolares que valgan la pena. Sepamos qué estudian nuestros hijos. Ayudémosles con sus deberes escolares; ayudémosles a darse cuenta de la importancia de la educación y de la preparación para trabajar y para ser autosuficientes.

  • Mujeres jóvenes: Asistan a la Sociedad de Socorro cuando cumplan los dieciocho años de edad. Algunas de ustedes se pueden sentir reacias ante la transición; pueden temer no sentirse integradas. Mis jóvenes hermanas, no es así. Hay mucho para ustedes en la Sociedad de Socorro, y ésta será una bendición para ustedes durante toda su vida.

  • Hombres jóvenes: Honren el Sacerdocio Aarónico. Es el sacerdocio preparatorio, que les prepara para el Sacerdocio de Melquisedec. Actívense totalmente en su quórum de élderes cuando se les ordene al Sacerdocio de Melquisedec. La hermandad, la instrucción en el quórum y las oportunidades de servir a los demás, los bendecirán a ustedes y a sus familias durante toda su vida.

Todas las familias se pueden fortalecer en una forma u otra si se trae el Espíritu del Señor a nuestros hogares y se enseña por Su ejemplo.

  • Actuemos con fe; no reaccionemos con temor. Cuando nuestros adolescentes empiecen a poner a prueba los valores de la familia, los padres deben dirigirse al Señor para que les guíe en cuanto a las necesidades específicas de cada miembro de la familia. Es el momento para dar más amor y apoyo y reforzar las enseñanzas de cómo hacer elecciones. Nos llena de temor el dejar que nuestros hijos aprendan de los errores que cometan, pero su disposición a elegir la manera del Señor y los valores de la familia es mayor cuando la elección nace de ellos mismos que cuando tratamos de imponerles esos valores. El método de amor y de aceptación del Señor es mejor que el de fuerza y coerción de Satanás, especialmente en la crianza de adolescentes.

  • Recordemos las palabras del profeta José Smith: “Nada tiene mayor efecto en una persona para inducirla a abandonar el pecado, que llevarla de la mano y velar por ella con ternura. Cuándo las personas me manifiestan la más mínima bondad y amor, ¡oh, qué poder ejerce aquello en mi alma! ; mientras que un curso contrario tiende a agitar todos los sentimientos ásperos y contristar la mente humana” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 292).

  • Aunque tal vez nos desesperemos cuando, después de hacer todo lo que podamos, algunos de nuestros hijos se alejen del camino de la rectitud, nos pueden consolar las palabras de Orson F. Whitney: “Aunque algunas ovejas se descarríen, el ojo del Pastor está sobre ellas, y tarde o temprano sentirán los tentáculos de la Divina Providencia extenderse hacia ellas y acercarlas de nuevo al rebaño. Ellos volverán, ya sea en esta vida o en la vida venidera. Tendrán que pagar su deuda a la justicia; sufrirán por sus pecados y tal vez anden por caminos espinosos; pero si esto finalmente los lleva, como al hijo pródigo, al corazón y al hogar de un padre amoroso que perdona, la dolorosa experiencia no habrá sido en vano. Orad por vuestros hijos descuidados y desobedientes; manteneos cerca de ellos mediante vuestra fe. Continuad con esperanza y confianza hasta que veáis la salvación de Dios” (Orson F. Whitney, en Conference Report, abril de 1929, pág. 110; citado en “Nuestro ambiente moral”, Liahona de julio de 1992, pág. 75).

  • ¿Qué sucede si son solteros? ¿Les debe preocupar el consejo con respecto a las familias? Sí, es algo que todos debemos aprender en la vida en la tierra. Los adultos que no se han casado a menudo pueden ser una fortaleza especial en la familia, convirtiéndose en una tremenda fuente de apoyo, de aceptación y de amor a sus familias y a las familias de los que los rodeen.

  • Muchos de los otros parientes adultos tienen responsabilidades similares a las de los padres. Los abuelos y las abuelas, los tíos y las tías, los hermanos y las hermanas, los sobrinos y las sobrinas y otros miembros de la familia pueden tener un gran impacto en la familia. Deseo expresar mi agradecimiento a aquellos de mis parientes que me han guiado por medio de su ejemplo y testimonio. A veces estos familiares pueden decir cosas que los padres no pueden expresar sin que se empiece a discutir. Después de una sincera conversación con su madre, una jovencita dijo: “Sería terrible decirte a ti o a papá que hice algo malo, pero sería peor tener que decírselo a mi tía Susan. No podría desilusionarla”.

Al saber que estamos en la vida mortal para aprender y desarrollar nuestra fe, debemos entender que debe haber oposición en todas las cosas. Durante un consejo familiar en mi propio hogar, mi esposa dijo: “Cuando uno piense que alguien tiene una familia perfecta, es que no se les conoce muy bien”.

Hermanos y hermanas, como padres, escuchemos la amonestación, aun la reprimenda, que el Señor dio a José Smith y a los líderes de la Iglesia en 1833, de “poner [nuestra] propia casa en orden …” (D. y C. 93:43). “… os he mandado criar a vuestros hijos en la luz y la verdad” (D. y C. 93:40). “[Pongamos] en orden a [nuestra] familia, y [procuremos] que sean más diligentes y atentos en el hogar, y que oren siempre, o serán quitados de su lugar” (D. y C. 93:50).

Los profetas de la actualidad nos han dado una amonestación y una advertencia similar a los padres para que pongamos a nuestras familias en orden. Ruego que se nos bendiga con la inspiración y el amor necesarios para que enfrentemos la oposición con fe dentro de nuestras familias. Entonces sabremos que nuestras pruebas son para acercarnos más al Señor y el uno al otro. Ruego que escuchemos la voz del profeta y pongamos nuestro hogar en orden (véase D. y C. 93:41-49). La familia se fortalece cuando nos acercamos al Señor, y cada miembro de la familia se fortalece cuando nos elevamos y fortalecemos, nos amamos y cuidamos el uno al otro. “Elevadme y yo os elevaré, y ascenderemos juntos” (Proverbio cuákero).

Ruego que podamos recibir y mantener el Espíritu del Señor en nuestros hogares para fortalecer nuestras familias. Que cada miembro de nuestra familia pueda permanecer en el “estrecho y angosto camino que conduce a la vida eterna” (2 Nefi 31:18), lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.