1990–1999
“Ten animo, hija”
Octubre 1997


“Ten animo, hija”

“Son muchas las historias que podrían y debieran relatarse de mujeres valientes en el testimonio de Jesucristo que son heroínas entre nosotros pero que no reciben ningún reconocimiento.”

El avión comenzó la carrera para el despegue que nos traería de regreso a los Estados Unidos después de haber cumplido con un contrato empresarial de cuatro años en Suiza. Al acelerar frente al Sector B del Aeropuerto Internacional de Zurich, forcé la vista para ver si los fieles miembros del Barrio 2 estaban ahí para despedirnos. Y tal como lo esperaba, de pie en el mirador se hallaban la hermana Graub y la hermana Kappes. Habían hecho el enorme esfuerzo de viajar en autobús, en tranvía y en tren para despedirse de la familia Hancock. La emoción que había podido contener hasta ese momento brotó en lagrimas que corrieron por mis mejillas. Uno de nuestros cuatro hijos le preguntó a su madre por que estaba llorando su papa, a lo cual mi esposa, Connie, le respondió: “Porque quiere tanto a la gente de aquí”.

Estas queridas hermanas suizas simbolizan a muchas hijas fieles de nuestro Padre Celestial que hacen tanto bien. La falta de un auto para transportarse, de un esposo que las ame y las proteja, de una familia que las apoye, o de una amiga que las comprenda, no disminuye su entusiasmo por el Evangelio de Jesucristo ni su participación en las reuniones y actividades de la Iglesia.

Nos conmueven la lealtad y el amor de la recién enviudada Rut por su suegra Noemí, que también había perdido a su esposo. Aquella moabita escogió abandonar su tierra natal para acompañar a Noemí y cuidar de ella; y, a través de los siglos, las hermosas palabras de esa hija fiel y decidida, que con Booz llegaría a ser la progenitora de Isaí, de David y de Jesucristo, nos inspiran sentimientos de ternura y de compasión: “… No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tu fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios” (Rut 1;16).

Son muchas las historias que podrían y debieran relatarse de mujeres valientes en el testimonio de Jesucristo que son heroínas entre nosotros pero que no reciben ningún reconocimiento.

Entre estas magnificas mujeres se encuentran las que debido a la tragedia del divorcio o a la muerte prematura de su marido se ven en la necesidad de asumir el desafío adicional de trabajar para mantener a sus hijos y a si mismas. Aunque se encuentren extenuadas física y emocionalmente a1 regresar a su hogar cada día. continúan su labor mas importante de alimentar, enseñar, animar, corregir y amar a sus hijos a fin de nutrir SU mente y su espíritu para que lleguen a ser socialmente responsables, económicamente autosuficientes y dedicados al servicio del Señor. Aquellos que han sido bendecidos con una familia que cuenta con ambos padres suelen pasar por alto las cargas que las agobian y no las comprenden. Sabios son el obispo, el líder del sacerdocio y la presidenta de la Sociedad de Socorro que se aseguran de que ella tenga maestros orientadores y maestras visitantes, seleccionados con sumo cuidado, y de que estos tengan la oportunidad de ayudarles en lo que tenga que ver con las necesidades de sus hijos y con el mantenimiento de su casa. Los mensajes y las visitas regulares que ellos proporcionan les dan esperanza y animo, muchas veces cuando mas lo necesitan.

Hay mujeres -ya sean casadas o solteras- que, aunque los desean, no han podido tener hijos propios en esta vida. Su instinto maternal les hace extender la mano y cuidar a los niños de los demás como si fueran los suyos propios. Que magnifico regalo es tener a una tía así de especial cuya morada humilde y cuyo amoroso interés personal proporcionan un segundo hogar feliz.

Hay mujeres, tanto jóvenes como mayores, que tienen una sensibilidad especial al Espíritu y que parecen responder sin esfuerzo alguno al mensaje de los misioneros y que, aun sin el apoyo de la familia, se unen a la Iglesia. Allí encuentran amor, respeto y la oportunidad de servir, lo cual con frecuencia les proporciona el alivio que necesitan después de la contención, el abuso o la desesperanza. La siguiente se mana la vida se les hace mas fácil después de un día de reposo en el que están: “… contad[a]s entre los del pueblo de la iglesia de Cristo” y “se [ha hecho] memoria de ell[a]s y [han sido] nutrid[a]s por la buena palabra de Dios, para guardarl[a]s en el camino recto, para conservarl[a]s continuamente atent[a]s a orar, confiando solamente en los méritos de Cristo” (Moroni 6:4).

Hay aquellas mujeres que padecen desventura y están agobiadas por la desesperación, el pesar, la falta de amor en e l hogar o la culpabilidad y las consecuencias del haber caminado por senderos prohibidos. Alejadas de la comunidad de los santos, donde pueden recibir ayuda, esperan recibir la amistad de alguien en quien puedan confiar y que pueda restablecer su propia estimación y acompañarlas con ternura de regreso a la luz y a la verdad.

Existe la mujer paciente cuyo esposo es un hombre bueno, pero que todavía no ha compartido la necesidad que ella tiene de que el regrese a la Iglesia o se una a ella y lleve al hogar y a la familia las bendiciones del sacerdocio. Ella ora en silencio, pero con fervor, para que haya un buen samaritano en la Iglesia que extienda la mano y comprenda a su esposo en una forma cristiana que lo guíe a la Iglesia, en donde se sienta bienvenido, necesitado y amado. Las acciones pasadas de esa persona, acompañadas de sentimientos de culpabilidad e indignidad, se disiparan gracias a la calidez de aquellos que junto con ella ven la bondad de su alma.

En tanto que los empacadores preparaban en Suiza nuestras pertenencias para el regreso a los Estados Unidos, sonó el timbre de la casa. Era el cartero, que nos llevaba un paquete por correo expreso; cuando lo abrimos, encontramos un cojín verde con un mensaje de amor bordado, labor de la hermana Alice Rusterholz. Nuestro corazón y nuestras emociones rebosaron al pensar en esta maravillosa hermana. Durante cuatro años, cada domingo había honrado nuestra mesa con su presencia y con su dulce espíritu y animado sentido del humor. Desde hacia muchos años, siendo una hermana soltera y el único miembro de la Iglesia de su familia, había asistido a la Iglesia con gran dificultad. Muy temprano por la mañana salía el domingo de su humilde apartamento en un segundo piso y, con gran esfuerzo, debido a una pierna lisiada, bajaba las escaleras del edificio y caminaba hasta la estación de tren de Kusnacht para comenzar el viaje de mas de una hora en tren, en tranvía y en autobús, y nuevamente caminaba hasta el centro de reuniones. Que bendición había sido para nosotros en ese hermoso país el ir a buscar a la hermana Rusterholz cada domingo por la mañana, acompañarla a la Iglesia y concluir con la cena en nuestro hogar antes de llevarla de nuevo a su apartamento.

Muchas son las dulces y fieles hijas de nuestro Padre Celestial que bendicen nuestra vida. Es mi oración que podamos entenderlas mejor y que seamos tan sensibles a SUS necesidades como el Salvador lo fue cuando instintivamente sintió que alguien había tocado el borde de Su manto y percibió la fe de la mujer que había estado enferma desde hacia largo tiempo. Que nuestros hechos, al igual que las palabras de Jesús, testifiquen a nuestras magnificas hermanas: “Ten animo, hija” (Mateo 9:22).

Testifico de El y de Su invitación a amarnos los unos a los otros como El nos ama, en el nombre de Jesucristo. Amen.