1990–1999
Todos Tenemos Un Padre En Quien Podemos Confiar
Abril 1994


Todos Tenemos Un Padre En Quien Podemos Confiar

“Cuan conmovedor es escuchar a los niños contar con convicción ‘Soy un hijo de Dios’. Somos, en verdad, Su simiente, y El ‘ciertamente no esta lejos de cada uno de nosotros’ (Hechos 17:27).

En la época en que nací, los nubarrones de la guerra se cernían sobre Europa, precipitándose a través del Canal de la Mancha hasta la costa británica. Mi padre, al igual que miles de hombres de su generación, fue reclutado para prestar servicio militar activo. Mi hermano mayor y yo nos vimos protegidos de la tribulación y el miedo que nos rodeaban, por una madre que compensó la ausencia de nuestro padre, haciéndonos participar en una variedad de actividades. De esto aprendí que cuando los padres están ausentes, las madres pueden ser recipientes de bendiciones compensatorias. Conservo gratas memorias de aquellos días y recuerdo oírla hablar de su amado compañero cuando recibía cartas de el, sin que yo comprendiera totalmente quien era el ni lo que estaba haciendo.

Mi primer recuerdo de haber conocido a mi padre ocurrió cuando yo tenía cinco años. Llegó a nuestra casa un telegrama; mi madre permaneció un rato con el sobre amarillo en la mano, sin tratar de abrirlo. En aquel entonces no me di cuenta, como ahora, del porque ni del mensaje que podría haber contenido. Por fin, y con mucha dificultad, trató de despegar la solapa del sobre, tarea que pareció una eternidad. Aun después de abrir el telegrama y leerlo mama no respondió de inmediato. Por fin, alzando el telegrama en alto, exclamó llena de gozo: “¡Papa regresa a casa! ¡Papa regresa a casa!”

Mis abuelos paternos vivían en la casa de al lado. Mama, aun con el papel en alto, y dando brincos, se dirigió a la casa de mis abuelos, exclamando: “¡Papa regresa! ¡Papa regresa!” Mi hermano, que la seguía, también gritaba: “¡Papa regresa!¡Papa regresa!” Yo, que cerraba la marcha, asimismo gritaba: “¡Papa regresa! ¡Papa regresa! ¿Quien es papa?”

Al día siguiente, cuando desperté, había un hombre sentado en el borde de mi cama con una pelota de fútbol que había traído de Italia. Me preguntó si a mi hermano y a mi nos gustaría jugar al fútbol con el; con cautela le dije que si, y fuimos a un lugar cerca de nuestra casa, donde jugamos juntos. Ese fue el comienzo de la influencia constante que mi padre tuvo en mi vida; a partir de entonces deseaba pasar todo momento que me fuera posible junto a el.

Como muchas otras personas en aquellos años de guerra, vivíamos en circunstancias humildes. Nuestra casa estaba amueblada modestamente. Papa poseía muchas habilidades que utilizaba para embellecer el hogar. Utilizo como taller el refugio antiaéreo ubicado en el jardín de nuestra casa y ahí pasaba muchas horas reparando zapatos y construyendo muebles para la casa. Yo solía ir al taller para observarlo; me encantaba el solo estar en su presencia. Solía invitarme a que lo ayudara, alcanzándole un martillo, un destornillador o alguna otra herramienta; yo estaba convencido de que mi ayuda le era indispensable, y que sin mi no seria capaz de terminar su tarea.

De varios pedazos de madera, que obtenía de diferentes lugares y que otros consideraban inservibles para cualquier uso practico, construía artículos sumamente bellos y valiosos para nuestra familia. Mientras trabajaba, jugaba un juego conmigo, en el que me desafiaba a adivinar lo que estaba haciendo; casi nunca podía adivinarlo hasta que unía todas las partes y terminaba el proyecto; entonces exclamaba con gran gozo: “¡Es un librero!” o “¡una mesa!” y me maravillaba al ver la habilidad que tenía para crear algo tan bello con tan escasos recursos.

Al pensar y meditar en aquellos maravillosos recuerdos, me doy cuenta de que mi contribución no era necesaria a fin de que mi padre completara el trabajo que estaba haciendo; en cambio, yo fui el beneficiario, ya que por esas experiencias llegue a conocerlo y amarlo.

Cuan semejante es la relación que tenemos con nuestro Padre

Celestial, pensando a veces que el servicio en el que estamos embarcados es para Su beneficio, cuando en realidad se puede comparar con el hecho de alcanzarle las herramientas a mi padre. Lo mas importante es la relación que se desarrolla y no la contribución que hagamos. Como lo expresó el rey Benjamín:

“Porque ¿cómo conoce un hombre al amo a quien no ha servido, que es un extraño para el, y se halla lejos de los pensamientos y de las intenciones de su corazón?” (Mosíah 5: 13.)

Del mismo modo en que no me era posible darme cuenta plenamente de lo que mi padre terrenal estaba construyendo hasta que terminaba su trabajo, algo similar nos sucede con nuestro Padre Celestial, cuando Su reino este establecido y se haya completado la obra, reconoceremos nuestro hogar y prorrumpimos en expresiones de gozo.

El servicio desinteresado es un ingrediente esencial para una vida plena y feliz. Estas inspiradas palabras del presidente Marion G. Romney realzan nuestra comprensión en cuanto a ese tema:

“El servicio no es una carga que soportamos en esta tierra a fin de tener el derecho de vivir en el reino celestial; el servicio es la fibra misma que forma la trama de una vida exaltada en el reino celestial”.

Para sentirnos seguros en el conocimiento de nuestro divino Creador, no es necesario que sepamos la respuesta a todo interrogante ni que comprendamos la razón de todos los problemas que afrontemos. Estas son las palabras de Nefi: “Se que [Dios] ama a sus hijos; sin embargo, no se el significado de todas las cosas” (1 Nefi 11:17).

Veintiséis años después de la experiencia que tuve con mi padre, continué aprendiendo importantes lecciones por medio de una relación entre padre e hijo. El exterior de madera de nuestra casa necesitaba pintura nueva, así que limpie y prepare la superficie y le di la primera mano de pintura; con los ojos de la imaginación ya veía el parejo y brillante acabado una vez que terminara el trabajo. Nuestro hijo de cinco años, Kevin, me observaba mientras me preparaba para aplicar la ultima mano de pintura, y de pronto me preguntó si podía ayudarme; vacile antes de responderle, considerando el efecto que esto tendría, por una parte, en el cumplimiento de mi sueno, o por otra, en lo que el sentiría si yo me negara a aceptar su oferta. Casi me pareció escuchar a alguien decir: “Sí, cómo no, encantado de que me ayudes”.

Poniéndole una de mis camisas viejas que lo cubría del todo y que casi arrastraba por el suelo, y después de doblarle las mangas varias veces, nos pusimos a trabajar en la puerta del frente de la casa; el pintaba la parte de abajo mientras yo trabajaba en la parte de arriba. Note que, a causa de su edad y estatura física, no le era posible extender la pintura uniformemente, causando que se empezaran a escurrir gotas de pintura sobre la superficie; cada vez que el se agachaba para volver a meter la brocha en la pintura, yo rápidamente alisaba la parte que el había pintado, apresurándome a volver a mi sección antes de que cl se diera cuenta de lo que yo estaba haciendo. Después de un rato, decidí que mas importante que un trabajo de pintura de primera clase era la oportunidad de trabajar con mi hijo. Y ahora, pensándolo bien, creo que lo hizo muy bien para su edad. Después de eso, siempre que me acercaba a la puerta y admiraba el singular estilo de decoración; eso me recordaba lo que es realmente importante en nuestra vida.

Las experiencias de aprendizaje que compartimos no se limitaban a un plano temporal, ya que al participar juntos en ordenanzas y al hacer convenios, se manifestaba el poder de Dios.

Mi esposa Pamela creció en un hogar donde inculcaron los principios del Evangelio restaurado, y le fue posible ayudarme a apreciar el valor de la oración familiar, de la noche de hogar y de los consejos familiares.

A principios de nuestra vida de casados, tomamos la determinación de que teníamos la responsabilidad de enseñar el evangelio a nuestro hijo, y que los programas de la Iglesia afirmarían la enseñanza del hogar. Con frecuencia Kevin acompañaba a su madre a hacer visitas a los enfermos y ancianos y administrar servicio caritativo.

Estas experiencias han contribuido a una íntima relación familiar que ha florecido a través de los años, una perspectiva del potencial que existe en las eternidades, según se describe en Doctrina y Convenios, sección 130, versículo 2:

“Y la misma sociabilidad que existe entre nosotros aquí, existirá entre nosotros allá; pero la acompañará una gloria eterna que ahora no conocemos”.

Siempre debemos tener presente que, sean cuales sean nuestras circunstancias, todos tenemos un Padre en quien podemos confiar, y a quien podemos acudir en busca de consuelo y consejo: nuestro Padre Celestial.

Cuan conmovedor es escuchar a los niños cantar con convicción “Soy un hijo de Dios”. Somos, en verdad, Su simiente, y El “ciertamente no esta lejos de cada uno de nosotros” (Hechos 17:27).

Cada día siento un mayor aprecio por las palabras del Salvador expresadas en su gran oración intercesora “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).

Se que El vive, se que nos ama porque somos Sus hijos. Su Hijo Jesucristo es nuestro Abogado con el Padre, y dirige a Su Iglesia hoy día mediante profetas. Testifico que las palabras de ellos nos guiarán seguros de regreso a nuestro hogar. En el nombre de Jesucristo. Amén .