1990–1999
La Influencia De Una Buena Vida
Abril 1994


La Influencia De Una Buena Vida

“Cuando vemos reflejarse la imagen de Cristo en el semblante de otras personas, nos. sentimos impulsados a vivir dignamente a fin de que Su imagen también se refleje en nuestro semblante.”

Hermanos, siento gratitud por formar parte de esta vasta asamblea de poseedores del sacerdocio. Tengo en particular muy presente a un grupito maravilloso de misioneros con los cuales mi esposa y yo tenemos la bendición de trabajar en la Misión de Nueva York Rochester. Hablando tal vez en nombre de todos los presidentes de misión y de los padres de los misioneros, quiero recomendarles esto durante mi breve ausencia: “(Trabajen mucho, manejen con cuidado y pórtense bien!”

Todos los que poseemos el Sacerdocio de Dios estamos embarcados en una gloriosa causa común: ayudar a nuestro Padre Celestial en Su obra de llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre (véase Moisés 1:39). Esta tarea, en su forma mas sencilla, implica que nos preparemos para ser dignos de las bendiciones de la expiación del Salvador y que nos esforcemos por lograr que otros hagan lo mismo.

Con el correr de los años, al luchar con mis propias debilidades y tratar de ayudar a otros a vencer las suyas, he recibido asistencia de diversas procedencias . La oración, mi conocimiento de un amoroso Padre Celestial que se ocupa de mi y de Su plan de salvación, las Escrituras, el templo y los impulsos del Espíritu Santo me han sido especialmente provechosas. Sin embargo, la influencia y la inspiración que he recibido de la vida de personas nobles han sido aun mas inmediatas en cierto sentido. Nunca deja de impresionarme y conmoverme profundamente la gran influencia que tiene una buena vida.

De los muchos ejemplos que tenemos en la interesante historia de nuestro pueblo, quiero relatar dos ejemplos; el primero, de la vida del profeta José Smith:

Durante un duro invierno en que estuvieron encarcelados en Richmond, estado de Misuri, José Smith y otros cincuenta hermanos tuvieron que padecer grandes penalidades e inclemencias del tiempo. Una de las pruebas mas difíciles fue tener que soportar las blasfemias y el lenguaje obsceno de los guardias, que se jactaban de su atroz crueldad hacia los santos.

El elder Parley P. Pratt escribió algo conmovedor sobre una noche particularmente desagradable:

“Había escuchado”, dice, “hasta estar tan disgustado, impresionado, horrorizado y lleno de un espíritu de justa indignación, que apenas podía refrenarme de levantarme y reprender a los guardias; pero no había dicho nada al Profeta, ni a los demás, aunque estaba acostado y sabia que el también estaba despierto~0 De pronto, se levantó y habló con voz de trueno, o como un león rugiente, profiriendo estas palabras, según lo que recuerdo:

“‘iSilencio, demonios del pozo infemal! En el nombre de Jesucristo os reprendo y os mando callar. (No soportaré un minuto mas de ese lenguaje! (Callaos en este instante, o vosotros o yo moriremos!’

“Después quedó en silencio, de pie y erguido en terrible majestad; encadenado, pero sin armas; sereno, imperturbable y digno como un ángel, mirando a los guardias acobardados, que bajaron las armas o las tiraron al suelo, con las rodillas temblorosas; y que, retirándose a un rincón o inclinándose a sus pies, le pidieron perdón y se quedaron en silencio hasta que cambió la guardia”.

Después, el elder Pratt continua:

“En los tribunales de Inglaterra he visto a magistrados de justicia, ataviados con su vestimenta oficial, y a los criminales a los que juzgarían, de pie ante ellos con su vida pendiente de un hilo; he presenciado a un Congreso reunido en solemne asamblea con el fin de decretar leyes para una nación; me he imaginado a reyes, a cortes reales, tronos y coronas, y a emperadores reunidos para decidir el destino de un reino. Pero majestad y dignidad sólo he contemplado una vez en mi vida, en cadenas, a medianoche, en el 1óbrego calabozo de una desconocida población de Misuri” (Autobiography of Parley P Pratt, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1985, págs. 179-180) .

Esa imagen del profeta José Smith reprendiendo intrépidamente a las fuerzas del mal, )no nos motiva a hacer lo mismo?

El segundo ejemplo es de la vida de Willard Bean, un hombre extraordinario a quien se conoció por el apodo de “ministro luchador”. En la primavera de 1915, el y Rebecca, su flamante esposa, recibieron del presidente Joseph F. Smith el llamamiento de cumplir una misión de “cinco años o mas” en Palmyra, estado de Nueva York. (Vicki Bean Topliff, Willard Bean, “The Fighting Parson”, Huntington Beach, California: 1981, pág. 87. Para el relato de su vida en Palmyra, véanse págs. 86-131.) Su responsabilidad era ocupar la antigua casa y granja de José Smith, recientemente adquirida, y restablecer la Iglesia en el ambiente hostil que en esa época todavía existía en Palmyra.

Al instalarse en la casa de los Smith, los Bean sufrieron el rechazo por todos lados; la gente del pueblo no les dirigía la palabra ni los atendía cuando iban a una tienda; los que pasaban por la casa se paraban enfrente y les gritaban obscenidades; a sus hijos los sentaron en un rincón apartado del salón de clases, en la escuela, y los compañeros no querían tener nada que ver con ellos .

El hermano Bean, que era un atleta consumado y había ganado competencias de boxeo, decidió mejorar las relaciones publicas de ambos haciendo una exhibición de boxeo en el pueblo. Armó un cuadrilatero en un viejo teatro y desafió a una pelea a todos los que quisieran participar.

Cuando llego la noche de la exhibición, los hombres mas rudos de Palmyra ocuparon las primeras filas de asientos. Uno por uno, entraron al cuadrilatero sólo para que los tuvieran que sacar inutilizados unos segundos después. Y así continuó hasta que fueron siete los derrotados.

En otra ocasión, en que recorría las hostiles calles del pueblo, el hermano Bean tuvo que emplear sus habilidades de luchador en forma mas espontanea. Un hombre que se hallaba regando el césped, volvió de pronto la manguera hacia el diciéndole burlonamente: “Tengo entendido que ustedes creen en el bautismo por inmersión”. El atlético hermano Bean saltó ágilmente el cerco que los separaba al tiempo que le respondía: “(Si, y también creemos en la imposición de manos!” (Willard Bean, “The Fighting Parson”, pág. 13.)

Los métodos del hermano Bean, peculiares y, sin duda, incompatibles con el programa misional aprobado por la Iglesia en el presente, fueron sin embargo eficaces. Poco a poco, y de mala gana, la gente de Palmyra empezó a aceptar a los Bean como las buenas personas que eran; con el tiempo, se les invitó a participar en las iglesias locales y a unirse a las organizaciones cívicas de entonces. Establecieron una rama de la Iglesia y ayudaron a adquirir el Cerro Cumorah y las granjas de Martin Harris y Peter Whitmer. Los “cinco o mas años” a los que el Profeta los había llamado se extendieron a casi veinticinco años antes de dar por terminada la misión. Durante ese tiempo, la actitud de la gente de Palmyra cambió de la hostilidad de los primeros tiempos a la tolerancia, luego a la admiración y por fin al afecto. La influencia de una buena vida es ciertamente muy grande.

A mi también me han motivado mucho las sencillas tradiciones de mis propios antepasados, tanto orales como escritas, que han pasado de generación en generación. Por ejemplo, siendo niño, mi abuelo se levantó una mañana de Navidad con gran expectativa y bajó las escaleras del lugar donde dormía para mirar dentro de la media que la noche anterior había colgado en la chimenea. Para su consternación, sólo había en ella lo que constituía su único regalo de Navidad: un caramelo. Inmediatamente, tuvo que tomar una decisión: )Se lo comería en un glorioso instante o debía hacerlo durar? Parece que la escasez de esas golosinas lo convenció de que debía hacerlo durar; lentamente, lamió el caramelo unas cuantas veces, después de lo cual lo envolvió en un trozo de papel y lo escondió debajo del colchón de su cama. Desde entonces, todos los domingos, después de la cena, iba hasta la cama, sacaba su tesoro y disfrutaba de unas cuantas lamidas deliciosas; de esa manera, hizo durar el caramelo para todo un año de goce.

Este no es, indudablemente, un relato de hechos de proporciones heroicas. No obstante, en estos tiempos de abusos y excesos es inspirador y fortalecedor para mi saber que en mis venas corre un poco de la sangre ahorrativa de mi abuelo.

Seguramente, el Señor sabe la necesidad que tenemos de recibir la influencia de la gente buena. Quizás esa sea una de las razones por las que ha establecido un sistema de compañeros para trabajar juntos por medio del sacerdocio a fin de servirlo y servir a Sus hijos. Tal vez sea por eso también que El ha aconsejado:

“Y si de entre vosotros uno es fuerte en el Espíritu, lleve consigo al que es débil, a fin de que sea edificado con toda mansedumbre para que se haga fuerte también” (D. y C. 84: 106) .

Yo he recibido el beneficio de ese aprendizaje en el sacerdocio. Durante los años en que tenía el Sacerdocio Aarónico, un hombre que es hoy un patriarca de estaca con la cabeza blanca era mi compañero mayor en la orientación familiar. Bajo su sabia dirección, y a pesar de una resistencia considerable de mi parte, aprendí a “amonestar, exponer, exhortar, enseñar e invitar a todos a venir a Cristo” (D. y C. 20.59). Cuando, a los diecinueve años, me llegó el momento de cumplir una misión regular, no necesitaba un curso misional de preparación, (ya lo había tenido! Agradezco a Dios el amor y la influencia de esos maestros.

Antes de terminar, pido disculpas por referirme a mi propio padre y a la influencia que su buena vida ha tenido sobre la mía. Ya llevo medio siglo recibiendo el beneficio de su prudencia, su generosidad y su bondad. No se si me había dado cuenta completamente de su influencia hasta hace poco, cuando me preparaba para regresar a casa después de la sesión final de una conferencia de estaca a la que me habían asignado. Un hermano anciano de la congregación se acercó a saludarme; me agradeció mi presencia allí y luego, obviamente haciendo referencia a las muchas veces que debo de haber citado a mi padre o hablado de sus enseñanzas durante la conferencia, me dijo: “Hermano Jensen, si le vuelven a dar la asignación de visitar nuestra estaca, )por que no nos manda a su padre?” Tengo la esperanza de que, aunque sea hasta cierto grado, yo pueda tener una influencia similar en la vida de mis hijos.

La lista de personas de valor cuya vida influye en la nuestra se compone de miembros de la familia, compañeros de misión, amigos, lideres de la Iglesia, maestros y conocidos de diversos niveles sociales. A algunos los conocemos íntimamente; a otros, sólo por su reputación. A la mayoría de nosotros nos pasa mas inadvertida la influencia que nosotros podamos tener en los demás. Me parece que esta acción recíproca es una de las razones por las que una comunidad de fieles Santos de los Últimos Días es un elemento fundamental del evangelio. También explica el porque edificamos casas de reuniones en lugar de ermitas.

Por medio de la vida de las buenas personas, hasta cierto punto al menos, conocemos mejor la vida de la mas grande de todas. Cuando vemos reflejarse la imagen de Cristo en el semblante de otras personas, nos sentimos impulsados a vivir dignamente a fin de que Su imagen también se refleje en nuestro semblante.

Agradezco a Dios la bendición de las buenas personas que todos conocemos y ruego que, de alguna manera, aunque sea pequeña, podamos también nosotros tener esa influencia en la vida de otros. En el nombre de Jesucristo. Amén.