1990–1999
La Obra Sigue Adelante
Abril 1994


La Obra Sigue Adelante

“Espero que todos entiendan que Jesucristo está a la cabeza de esta Iglesia que lleva Su santo nombre; El vela por ella; El la guía.”

Fe de nuestros padres, santa fe.

Firmes seremos hasta morir.

Agradezco que el coro haya cantado esas palabras hace unos momentos. Mis queridos hermanos, ha sido esta una magnifica reunión en la cual se ha manifestado la inspiración del Señor. Siento profundamente la responsabilidad que tengo de hablarles; soy consciente de mi insuficiencia y ruego que el Espíritu del Señor, fortalecedor e inspirador, me guíe.

El comprender que el sacerdocio que poseemos es según el orden del Hijo de Dios, y que somos responsables ante El y ante nuestro Padre Eterno de todo lo que hagamos al ejercer esta mayordomía, nos hace sentir sumamente humildes. Lo que digo de mi en cuanto a esto se aplica igualmente a todos los que tengan un oficio en esta Iglesia y Reino de Dios. No es un hecho insignificante el estar investidos con el manto de autoridad del santo sacerdocio, cualquiera sea el oficio, la jerarquía o la responsabilidad en donde hayamos sido llamados a servir. Todo miembro de esta Iglesia que haya entrado en las aguas del bautismo se ha convertido en una de las partes de un sagrado convenio. Cada vez que tomamos el sacramento de la Cena del Señor, renovamos ese convenio, volviendo a tomar sobre nosotros el nombre del Señor Jesucristo y a prometer que obedeceremos Sus mandamientos. El, a su vez, nos promete que Su Espíritu estará con nosotros. Tal como lo expresó el elder Didier, somos una gente que hace convenios.

Esta tarde, como de costumbre, hemos realizado el sostenimiento de oficiales de la Iglesia. Quizás parezca una practica un tanto superficial; pero les hago recordar que se trata de un acto de muy grave importancia, un acto que se ha requerido por revelación del Señor, que dice:

“Asimismo, os digo que a ninguno le será permitido salir a predicar mi evangelio ni a edificar mi iglesia, a menos que sea ordenado por alguien que tenga autoridad, y sepa la Iglesia que tiene autoridad, y que ha sido debidamente ordenado por las autoridades de la iglesia” (D. y C. 42:1 1) .

El presidente John Taylor dijo concerniente al sostenimiento de oficiales:

“Al votar, levantamos la mano derecha como una sena ante Dios de que sostendremos a aquellos por quienes votamos; y si pensamos que no podemos sostenerlos, no debemos levantar la mano, porque hacerlo seria ser hipócritas … Porque al levantar la mano de esa manera, lo hacemos como señal a Dios de que somos sinceros y que sostendremos a las personas por quienes votemos … Si acordamos hacer algo y no lo hacemos, somos violadores de un convenio y de nuestras obligaciones, lo que es, probablemente, una de las cosas mas sagradas y comprometedoras que podamos hacer” (en Journal oí Discourses, 21:207).

Este principio se aplica a todo quórum del sacerdocio y a toda organización de la Iglesia cuyos oficiales sean sostenidos por el voto de los miembros.

En todo el mundo, el sostenimiento es casi siempre unánime, porque en la Iglesia se acepta la validez de la declaración que se hace en el 5Articulo de Fe:

“Creemos que el hombre debe ser llamado por Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad a fin de que pueda predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas”.

En esto también aparece una característica importante y única que el Señor estableció en el gobierno de Su Iglesia: En cualquier nivel, el oficial o los oficiales superiores son quienes tienen el derecho de nombrar; pero ese nombramiento debe ser sostenido, es decir, aceptado y confirmado, por los miembros de la Iglesia. Este procedimiento es particular de la Iglesia del Señor. No se buscan los cargos, no se maniobra para obtener posiciones, no se hacen campañas para proclamar las virtudes del candidato. Comparen lo que hace el Señor con lo que hace el mundo; lo que hace el Señor es sencillo, pacifico y sin ostentación ni costos monetarios; no hay en ello egotismo, vanidad ni ambición. En el plan del Señor, los que tienen la responsabilidad de seleccionar a los oficiales se rigen por una pregunta principal: “)A quien quiere el Señor en este cargo?” Hay deliberaciones calmadas y reflexivas; y se ora mucho para recibir la confirmación del Santo Espíritu de que la elección es correcta.

Esta tarde sostuvimos a varios oficiales recién llamados, a los que damos la bienvenida con amor y respeto; entre ellos, el hermano Robert D. Hales para ser miembro del Consejo de los Doce Apóstoles; el pasa a ocupar la vacante que produjo la muerte de nuestro querido amigo y compañero, el elder Marvin J. Ashton. Al llenar esa vacante, cada uno de los miembros de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce tenía la libertad de sugerir nombres. Estoy seguro de que en todos los casos hubo oración solemne y ferviente. Entonces, la Primera Presidencia hizo su elección, también después de fervorosa oración. El Consejo de los Doce sostuvo la selección y hoy, reunidos en la conferencia, los miembros de la Iglesia también la han sostenido.

Les testifico, hermanos, que la impresión de llamar al hermano Hales a este alto y sagrado oficio vino del Santo Espíritu, por el Espíritu de profecía y revelación. El hermano Hales no se postuló para el cargo. Su nombre fue indicado por el Espíritu de revelación.

El será ordenado y apartado bajo las manos de sus compañeros que ya han sido ordenados al Santo Apostolado. En esa ordenación, recibirá todas las llaves que están a disposición del hombre en la tierra; pero tendrá restricciones en cuanto al ejercicio de algunas de esas llaves. El Presidente de la Iglesia tiene autoridad para ejercer todas las llaves del sacerdocio en todo momento; puede delegar, y en el presente ha delegado en sus dos consejeros y en los Doce, el ejercicio de varias de esas llaves.

Esto me lleva a hablar de un asunto que ya he mencionado desde este púlpito; lo hago nuevamente por motivo de lo que algunas personas escriben y dicen con respecto al estado de salud del presidente Benson.

Naturalmente, todos los miembros de la Iglesia desean saber cómo se encuentra el; este año el presidente Benson va a cumplir 95 años de vida; como ya lo hemos dicho desde este y otros púlpitos en otras partes, sufre los serios efectos de la edad y de la mala salud, y le es imposible cumplir los importantes deberes de su sagrado llamamiento. Esta situación no es nueva; otros presidentes de la Iglesia también han estado enfermos o incapacitados en los últimos meses o años de su vida, y es posible que esto se repita.

Los principios y procedimientos que el Señor ha establecido para el gobierno de su Iglesia han previsto lo necesario para esos casos. Es importante que, cuando el Presidente este enfermo o incapacitado, no haya dudas ni inquietudes en cuanto al gobierno de la Iglesia y al ejercicio de los dones proféticos, incluso el derecho a la inspiración y la revelación para administrar los asuntos y los programas de la Iglesia.

La Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles, que han sido llamados y ordenados para poseer las llaves del sacerdocio, tienen la autoridad y la responsabilidad de gobernar la Iglesia, de administrar sus ordenanzas, de exponer la doctrina y de establecer y mantener sus practicas. Todo hombre a quien se ordena Apóstol y se sostiene como miembro del Consejo de los Doce se sostiene como Profeta, Vidente y Revelador. Como otros que lo han precedido, el presidente Benson era el Apóstol de mas antigüedad cuando fue llamado a presidir la Iglesia; sus consejeros eran miembros del Consejo de los Doce. Por lo tanto, todos los actuales miembros del Quórum de la Primera Presidencia y del Consejo de los Doce Apóstoles han recibido las llaves, los derechos y la autoridad que corresponden al Santo Apostolado. En Doctrina y Convenios dice:

“Del Sacerdocio de Melquisedec, tres Sumos Sacerdotes Presidentes, escogidos por el cuerpo, nombrados y ordenados a ese oficio, y sostenidos por la confianza, fe y oraciones de la iglesia, forman un quórum de la Presidencia de la iglesia” (D. y C. 107:22) .

Cuando el Presidente esta enfermo o incapacitado para cumplir todas las funciones de su llamamiento, sus dos consejeros forman el Quórum de la Primera Presidencia y llevan a cabo diariamente los deberes de la Presidencia. En circunstancias extremas, cuando sólo uno de ellos este en condiciones de cumplir esa labor, puede hacerlo con la autoridad del oficio de la Presidencia, como se explica en Doctrina y Convenios, sección 102, versículos 10-11.

El 10 de noviembre de 1985, cuando el presidente Benson llamó a sus dos consejeros, el mismo fue quien los apartó, con los miembros del Consejo de los Doce Apóstoles también imponiendo las manos sobre cada uno, así como el también fue apartado. En esa época, el gozaba de buena salud y podía cumplir todas sus funciones.

Después de haber apartado a sus consejeros, el firmó de su puño y letra un poder dándole a cada uno de ellos la autoridad de dirigir los asuntos de la Iglesia.

Con esta delegación de autoridad absoluta y específica, los consejeros de la Primera Presidencia llevan a cabo día a día las labores de este llamamiento. Pero todo asunto importante de normas, procedimientos, programas o doctrina se considera concienzudamente y con oración en las reuniones de la Primera Presidencia y los Doce. Estos dos quórumes juntos, el de la Primera Presidencia y el de los Doce, consideran todo asunto de peso, teniendo cada uno de sus miembros plena libertad de expresarse al respecto.

Esta es una cita de las palabras del Señor:

“Y toda decisión que tome cualquiera de estos quórumes se hará por la voz unánime del quórum; es decir, todos los miembros de cada uno de los quórumes tienen que llegar a un acuerdo en cuanto a sus decisiones, a fin de que estas tengan el mismo poder o validez entre si” (D. y C. 107:27).

En las deliberaciones de estos dos quórumes, no se llega a ninguna decisión si no hay total unanimidad. Al tomar en consideración los asuntos, puede haber diferencias de opinión, lo cual es de esperarse, pues todos estos hombres provienen de ambientes diferentes; todos tienen su propia opinión. Pero antes de llegar a la decisión final, se logra unanimidad de pensamiento y de voz.

Esto también es de esperarse si se obedece la palabra revelada del Senor. Cito otras instrucciones de esa revelación:

“Las decisiones de estos quórumes, o cualquiera de ellos, se deben tomar con toda rectitud, con santidad y humildad de corazón, mansedumbre y longanimidad, y con fe, y virtud, y conocimiento, templanza, paciencia, piedad, cariño fraternal y caridad; “porque existe la promesa de que si abundan estas cosas en ellos, no serán sin fruto en cuanto al conocimiento del Señor” (D. y C. 107:30-3 1).

Como testimonio, afirmo que en los veinte años en que forme parte del Consejo de los Doce y en los casi trece años que llevo como miembro de la Primera Presidencia, jamas se ha tomado ninguna decisión importante en la que no se haya seguido ese procedimiento; en esas deliberaciones se han presentado diferencias de opinión, pero ese proceso ha sido un tamiz en el que se han cernido y seleccionado ideas y conceptos. No obstante, nunca he observado entre mis hermanos seria discordia ni enemistades; en cambio, he observado algo hermoso y extraordinario que ha tenido lugar: bajo la influencia directiva del Santo Espíritu y con el poder de la revelación, he visto la unidad de puntos de vista diferentes hasta lograr una armonía y un acuerdo totales. Solamente entonces se pone en practica la decisión. Testifico que eso representa el espíritu de revelación manifestado una y otra vez en la dirección de esta, la obra del Señor.

No tengo conocimiento de ninguna otra organización de gobierno de la que se pueda decir lo mismo.

Este procedimiento se repite incluso en la ausencia del Presidente de la Iglesia. Debo agregar, sin embargo, que las Autoridades Generales no tendrían la tendencia a hacer nada que pensaran que no esta en armonía con la actitud, la manera de pensar y la posición de su amado líder, el Profeta del Señor.

Es preciso recordar que cuando el Presidente llegó a ser el Apóstol de mas antigüedad, habla trabajado durante un período de muchos años de servicio en el Consejo de los Doce; durante ese tiempo, sus compañeros llegaron a conocerlo muy bien. En los años que duró ese ministerio, el expresó su opinión sobre muchos asuntos diversos que se presentaron en el quórum y todos conocíamos bien sus puntos de vista. Los que lo queremos, respetamos, sostenemos y honramos como Presidente de la Iglesia, y como Profeta, Vidente y Revelador del Señor, no seríamos capaces de ir mas allá de lo que sabemos sería su posición en cualquier asunto que se trate.

Quiero recalcar que todos los que han sido ordenados al Santo Apostolado han recibido las llaves y la autoridad de este oficio tan alto y sagrado. En esa autoridad descansa el poder de gobierno de la Iglesia y reino de Dios en la tierra. En el ejercicio de esa autoridad hay un orden, que se establece en las revelaciones del Señor; todas las Autoridades Generales lo conocen y lo observan.

He dicho esto, que en parte es una repetición de lo que he dicho antes, por las circunstancias en que se encuentra ahora nuestro querido Profeta, el presidente Ezra Taft Benson.

Ahora bien, hermanos, que quede entendido por todos que Jesucristo esta a la cabeza de esta Iglesia que lleva Su santo nombre; El vela por ella; El la guía; a la diestra de Su Padre, El dirige esta obra. El tiene la prerrogativa, el poder, la decisión de llamar, a Su manera, a los hombres a cargos sagrados y de relevarlos de acuerdo con Su voluntad llamándolos de regreso al hogar eterno. El es dueño y Señor de la vida y la muerte. A mi no me preocupan las circunstancias en que nos hallamos, sino que las acepto como expresión de Su voluntad. De la misma manera, acepto la responsabilidad, junto con mis hermanos, de hacer todo lo que podamos por llevar adelante esta obra santa con un espíritu de consagración, amor, humildad, deber y lealtad.

Les aseguro a todos, y al mundo entero, que entre nosotros hay unidad y hermandad, con una fidelidad total hacia el objetivo principal, que es edificar el reino de Dios en la tierra.

Sabemos que los hombres somos débiles e inadecuados frente a la enorme responsabilidad de llevar el evangelio de salvación a las naciones de la tierra y de preparar a hombres y mujeres en todas partes para andar por el sendero de la inmortalidad y la vida eterna, que se pone a nuestra disposición mediante el amor de nuestro Padre y la expiación de nuestro Divino Redentor. También sabemos que, si somos fieles, con la bendición del Todopoderoso y si escuchamos y seguimos las impresiones del Espíritu Santo, podremos, junto con nuestros hermanos, llevar a cabo milagros y cumplir los propósitos por los cuales se nos dio este llamamiento divino.

Dios esta al timón; jamas duden de eso. Cuando nos enfrentamos con la oposición, El abrirá el camino a pesar de que parezca que no hay salida. Nuestros esfuerzos serán quizás modestos y pueden parecer insignificantes; pero la acumulación de las buenas obras de todos, trabajando juntos con un propósito común, hará que alcancemos logros grandiosos y extraordinarios. El mundo será un lugar mejor, gracias a nuestro servicio unido. Nuestra gente será una gente feliz, una gente bendecida, un pueblo cuyo Pastor es nuestro Señor y nos conducirá a pasturas verdes y pacificas si seguimos Su ejemplo y andamos en Su luz.

No dejen que las voces de protesta les molesten; no permitan que los críticos les preocupen. Como lo dijo Alma hace mucho tiempo:

“Ni confiéis en nadie para que sea vuestro maestro ni vuestro ministro, a menos que sea un hombre de Dios, que ande en sus vías y guarde sus mandamientos” (Mosíah 23: 14).

La verdad esta en esta Iglesia; este sacerdocio posee la autoridad; este gran grupo del sacerdocio tiene el liderazgo en todos los aspectos de su gobierno. El salmista dijo: “He aquí, no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel” (Salmos 121:4).

Nuestro Salvador no se adormece ni duerme mientras vela por Su reino.

Precisamente porque esta es la obra del Señor, habrá oposición. Habrá aquellos que con la elocuencia de las palabras engatusadoras y un plan astuto trataran de minar los cimientos sobre los que esta obra se basa. Tendrán sin duda su momento d de gloria; durante una breve temporada gozaran del aplauso de los incrédulos y los escépticos. Pero con el tiempo se desvanecerán y se les olvidará, como les ha pasado ya a otros como ellos.

Y mientras tanto nosotros, a pesar de sus criticas, seguiremos adelante, atentos pero imperturbables ante sus palabras y acciones. Antes de que se organizara la Iglesia, el Señor dijo:

“Así que, no temáis, rebañito; haced lo bueno; aunque se combinen en contra de vosotros la tierra y el infierno, pues si estáis edificados sobre mi roca, no pueden prevalecer …

“Elevad hacia mi todo pensamiento; no dudéis; no temáis.

“Mirad las heridas que traspasaron mi costado, y también las marcas de los clavos en mis manos y pies; sed fieles; guardad mis mandamientos y heredaréis el reino de los cielos” (D. y C. 6:34, 36-37)

Dios es nuestro Padre, y Suyos son “el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos” (Mateo 6:13). Jesucristo es nuestro Redentor; El es cabeza de esta Iglesia. El da a conocer Su voluntad con respecto a ella, y continuara haciéndolo. José Smith fue el Profeta por medio de quien se restauraron todas las llaves con las cuales operamos en esta, la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Cada uno de sus sucesores en la Presidencia de la Iglesia fue un Profeta. Y tenemos un Profeta hoy; quizás no nos hable como lo hizo en el pasado, y no es necesario, pues cada vez que estuvo frente a nosotros como Presidente de la Iglesia nos rogó que hiciéramos mas de lo que estábamos haciendo y que fuéramos mejores de lo que éramos. Cuando el Señor lo llame a Su lado, otro le sucederá. Nadie sabe quien será; y es mejor no especular.

Les dejo mi bendición y mi afecto, y mi testimonio de todo lo que he dicho. En el nombre de Jesucristo. Amén.