1990–1999
La Constancia En Medio Del Cambio
Octubre 1993


La Constancia En Medio Del Cambio

“Aun cuando la comprensión que se tenga de ella sea fragmentada, la verdad en si no cambia. La verdad y la sabiduría eternas provienen del Señor.”

Al igual que el presidente Monson, felicito a los hermanos Peterson, Komatsu y de Jager, quienes se merecen nuestro mayor agradecimiento. Y también expreso gratitud por este excelente coro de jóvenes de la Universidad Brigham Young; son maravillosos.

Nuestros jóvenes son admirables y tienen una habilidad especial para hacer preguntas que hagan reflexionar. Hace poco, tuve una conversación con dos a quienes llamaré “Ruth” y “Juan”. Ruth fue quien comenzó a hablar preguntando, con un suspiro: -Nuestro mundo esta sufriendo un cambio constante, ¿verdad?

-Si-le respondí-, desde su creación, tanto geológico como geográfico; y sus habitantes también están cambiando, política y espiritualmente. Puedes preguntar a tus abuelos como se vivía en la época en que ellos tenían tu edad, y veras lo que piensan al respecto.

-Ya les pregunté-contesto ella-. Mi abuelo resumió su opinión con este ingenioso comentario: “A mi que me den los viejos tiempos … pero con penicilina”.

A continuación, Juan expresó una gran preocupación:

-Esas condiciones que están cambiando constantemente hacen que el futuro sea muy incierto para nosotros. Me asusta eso; es como si estuviéramos parados en arena movediza.

Y los dos me preguntaron:

-¿En que podemos confiar? ¿Hay algo que sea constante y que no cambie con el correr del tiempo?

Les respondí a esa pregunta con un enérgico,

-¡Sí, muchas cosas!

Debido a que Ruth y Juan son típicos representantes de muchas personas que actualmente buscan la invariabilidad y la constancia en un mundo siempre variable, me gustaría hablar de ese tema dando a mis palabras el titulo de “La constancia en medio del cambio”. A través de los años, los profetas y Apóstoles han hablado de muchas cosas que permanecen inalterables y constantes. Para que mis palabras sean mas fáciles de entender, agruparé esos elementos en tres categorías: los personajes, los planes y los principios celestiales.

I. Los Personajes

Nuestro Padre Celestial tiene un cuerpo glorificado de carne y huesos, que esta inseparablemente unido con Su espíritu. Las Escrituras dicen que El es “infinito y eterno, de eternidad en eternidad el mismo Dios inmutable” (D. y C. 20:17).

Su Hijo Amado, Jesucristo, es nuestro Salvador y la piedra angular de nuestra religión. “El es la vida y la luz del mundo” (Alma 38:9). “Y … no se dará otro nombre, ni otra senda ni medio por el cual la salvación llegue a los hijos de los hombres, sino en el nombre de Cristo, el Señor Omnipotente, y por medio de ese nombre” (Mosíah 3:17)

El otro Ser es el Espíritu Santo, cuya influencia perdurable trasciende los límites del tiempo. Las Escrituras afirman:

“El Espíritu Santo será tu compañero constante, y tu cetro, un cetro inmutable de justicia y de verdad; y tu dominio será un dominio eterno, y sin ser compelido fluirá hacia ti para siempre jamas” (D. y C. 12l:46; cursiva agregada).

Mis hermanos, estos Seres Celestiales los aman y Su amor es constante como lo es el amor mas grande que pueda encontrarse entre los padres terrenales.

Pero hay otro personaje que no deben os olvidar: Satanás, que también existe y que procura “que todos los hombres sean miserables como cl” (2 Nefi 2:27).

II. LOS PLANES

Me referiré ahora a la segunda categoría: la de los planes inalterables. Una vez, se convocó un Concilio Celestial, en el cual, según parece, todos participamos; allí, nuestro Padre Celestial nos anuncio Su plan. Las Escrituras se refieren a ese plan de Dios dándole diferentes nombres. Quizás por respeto al nombre sagrado de la Deidad, o para dar una idea de su amplio alcance, se le. llama también el plan de felicidad, el plan de salvación, el plan de redención, el plan de restauración, el plan de misericordia, el plan de liberación y el evangelio sempiterno. Los profetas han utilizado esas denominaciones indistintamente. Pero, sea como sea que se le llame, la esencia misma de ese plan es la expiación de Jesucristo. Por tratarse del punto central del plan, es preciso que comprendamos el significado de la Expiación; sin embargo, antes de que podamos entenderlo, debemos comprender la caída de Adán; y antes de poder comprender plenamente la Caída, debemos comprender la Creación. Estos tres acontecimientos-la Creación, la Caída y la Expiación- son tres pilares principales del plan de Dios y se hallan relacionados entre si en la doctrina.

La Creación

La creación de la tierra fue una parte preparatoria del plan de nuestro Padre. Después, “Los Dioses descendieron para organizar al hombre a su propia imagen... para formarlos varón y hembra. Y dijeron los Dioses: Los bendeciremos...” (Abraham 4:27–28). Y ciertamente nos bendijeron, con un plan que nos permitiría tener un cuerpo físico.

Adán y Eva fueron las dos primeras personas que hubo sobre la tierra; las cuales eran diferentes de la vida animal y vegetal que se había creado anteriormente. Ellos eran hijos de Dios, y sus cuerpos de carne y huesos habían sido hechos a Su exacta imagen. En su estado de inocencia, todavía no eran seres mortales; no podían tener hijos, no estaban sujetos a la muerte y podrían haberse quedado para siempre en el Jardín de Edén. Por ese motivo, podríamos referirnos a la Creación diciendo que fue paradisíaca.

Si hubieran permanecido en aquel estado, nosotros nos encontraríamos todavía entre Las huestes celestiales en condición de hijos de Dios sin un cuerpo mortal. Así, “se habría frustrado el gran plan de salvación” (Alma 42:5).

La Caída

Esto nos lleva a la caída de Adán. A fin de que se llevara a efecto el plan de felicidad, Dios les dio a Adán y a Eva el primer mandamiento que se haya dado a la humanidad, el de engendrar hijos. Se les explicó una ley, diciéndoles que si comían del fruto “del árbol de la ciencia del bien y del mal”, su cuerpo sufriría un cambio; que pasarían al estado mortal y quedarían sujetos a la muerte. Pero el comer de aquel fruto era un requisito para que llegaran a ser padres.

Aunque no comprendo completamente todos los cambios químicos que se efectuaron en sus cuerpos, sé que éstos cambiaron; la sangre empezó a circular por ellos y se volvieron seres mortales. Felizmente para nosotros, también pudieron engendrar hijos y cumplir el propósito para el cual el mundo había sido creado. Y, afortunadamente para ellos, el Señor le dijo a Adán (y, par consiguiente, a Eva): “He aquí, te he perdonado tu transgresión en el Jardín de Edén”(Moisés 6:53). Nosotros, lo mismo que todo el género humano, hemos sido bendecidos gracias al gran valor y a la sabiduría de Eva. Al ser la primera en comer del fruto, ella hizo lo que debía hacerse; y Adán fue prudente e hizo lo mismo. Por lo tanto, podemos referirnos a la caída de Adán diciendo que fue una creación mortal, porque “Adán cayó para que Los hombres existiesen” (2 Nefi 2:25).

Por medio de la Caída también obtuvimos otras bendiciones: ésta puso en vigencia dos dones de Dios que están estrechamente relacionados y que son casi tan preciados como la vida misma: el albedrío y la responsabilidad. Nos volvimos “libres para escoger la libertad y la vida eterna... o escoger la cautividad y la muerte” (2 Nefi 2:27). Y la libertad de escoger no se puede ejercer sin la responsabilidad de las decisiones que se tomen.

La Expiación

Hemos llegado al tercer pilar del plan de Dios: la Expiación. De la misma forma que Adán y Eva no iban a vivir para siempre en el Jardín de Edén, nuestro destino final tampoco sería el quedarnos en este planeta, sino que debíamos regresar a nuestro hogar celestial.

Por consiguiente, era necesario otro cambio, el de una expiación infinita que redimiera a Adán y a Eva y a toda su posteridad; esa expiación debía también habilitar nuestro cuerpo físico para la resurrección y cambiarlo a una condición en la que no tuviera sangre ni estuviera sujeto a las enfermedades, el deterioro ni la muerte.

De acuerdo con la ley eterna, la Expiación exigía que un Ser inmortal, no sujeto a la muerte, se ofreciera en sacrificio; pero también debía morir y volver a tomar Su cuerpo. El Salvador era el único que podía llevar esto a cabo, pues había heredado de Su madre la facultad de morir y de Su Padre el poder sobre la muerte. El Redentor lo explicó con estas palabras: “...yo pongo mi vida, para volverla a tomar.

“Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar...” (Juan 10:17–18).

El Señor dijo: “...ésta es mi obra y mi gloria: llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). Él, que había creado la tierra, vino a esta vida para cumplir la voluntad de Su Padre y todas las profecías sobre Su expiación, la cual redime a todas las almas del castigo de sus transgresiones, con la condición de que se arrepientan.

Por esa razón, podemos referirnos a la Expiación diciendo que fue una creación inmortal. “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22).

He hablado de la importancia de la Creación, de la Caída y de la Expiación, sabiendo que los padres tienen la responsabilidad de enseñar a sus hijos estos preceptos del plan de Dios.

Antes de abandonar este tema de los planes inalterables, debemos, sin embargo, recordar que el adversario se dedica a promover un astuto plan propio con el que invariablemente ataca el mandamiento de engendrar hijos que dio Dios al marido y a la mujer; además, tienta con tácticas que encierran infidelidad, falta de castidad y otros tipos de abusos del poder procreador. La banda de Satanás proclama a toda voz la libertad de elección, pero silencia la responsabilidad. No obstante, su capacidad está desde hace macho tiempo limitada, pues él “no conocía la mente de Dios” (Moisés 4:6).

Me referiré ahora a la tercera categoría: Los principios inalterables.

III. LOS PRINCIPIOS

Los principios son inalterables porque provienen de nuestro Padre Celestial, que es inmutable. Por mucho que traten, no habrá parlamento ni congreso en la tierra que pueda jamas anular la ley de la gravedad de la tierra ni enmendar los Diez Mandamientos; esas leyes son constantes. Todas las leyes de la naturaleza y de Dios forman parte del evangelio sempiterno; por eso, son muchos los principios inalterables; pero el tiempo sólo nos permitirá considerar unos cuantos.

El Sacerdocio

Uno de esos principios es el del sacerdocio . El profeta José Smith enseñó que “es un principio sempiterno, y existió con Dios desde la eternidad, y existirá par Las eternidades, sin principio de días o fin de años” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 183).

Sabemos también que el sacerdocio “fue dado primeramente a Adán; a él se dio la Primera Presidencia, y tuvo las llaves de generación en generación. Lo recibió en la Creación, antes de ser formado el mundo...” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 182).

Las Escrituras confirman que el sacerdocio ha continuado y continuará “por el linaje de [nuestros] padres” (D. y C. 86:8). Además, la ordenación a sus diferentes oficios tiene implicaciones que trascienden el tiempo. El poseer un oficio del sacerdocio puede extenderse a los reinos del más allá; par ejemplo, las Escrituras afirman que el que ha sido ordenado sumo sacerdote quizás sea sumo sacerdote para siempre. Y Las bendiciones del sacerdocio que se han prometido se extienden a los hombres, mujeres y niños de todo el mundo y pueden ser eternas.

El Señor ha establecido Las condiciones que gobiernan el ejercicio del sacerdocio; El dijo:

“Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener en virtud del sacerdocio, sino por la persuasión, por longanimidad, benignidad , mansedumbre y por amor sincero” (D. y C. 121:41).

“Es cierto que se nos pueden conferir [los derechos del sacerdocio] ¡pero cuando intentamos encubrir nuestros pecados, o satisfacer nuestro orgullo, nuestra vana ambición, o ejercer mando, dominio o compulsión sobre las almas de los hijos de los hombres, en cualquier grade de injusticia... el Espíritu del Señor es ofendido, y cuando se aparta, se acabó el sacerdocio o autoridad de tal hombre” (D. y C. 121:37).

Aunque el sacerdocio es un principio eterno, los que tienen el privilegio de ejercer su autoridad deben mantenerse dignos día tras día.

La Ley Moral

Otro principio inalterable es el de la ley moral; la transgresión de ésta acarrea series consecuencias; el obedecerla trae bendiciones inmutables (véase D. y C. 104:2). Las bendiciones siempre se basan en la obediencia a la ley. Por eso, la Iglesia nos enseña a abrazar el bien y rechazar el mal, a fin de que tengamos gozo.

El Salvador y Sus siervos no hablan para complacer a la gente, sino para enseñar lo que es preciso que las personas sepan. A través de las épocas, la historia confirma que los críticos han presionado a los líderes de la Iglesia de sus días para que alteren algún decreto del Señor; pero ésa es una ley eterna que no puede modificarse. Ni siquiera por Su Hijo Amado hubiera podido Dios cambiar la ley que exigía una expiación. Las doctrines divinas no pueden comprimirse dentro de moldes compactos para adaptarlas a los modelos que estén de moda en el momento. Tampoco pueden expresarse por complete en un pequeño cartel.

El Juicio

Otro principio inalterable, mis hermanos, es el de nuestro juicio final. Cada uno de nosotros será juzgado de acuerdo con sus obras y con los deseos de su corazón. A nadie se le requerirá pagar la deuda de otra persona; tampoco se dejará a la casualidad el hecho de que vayamos al reino celestial, al terrestre o al telestial. El Señor ha prescrito ciertos requisitos inalterables para coda uno de nosotros. Podemos averiguar lo que enseñan al respecto las Escrituras y ajustar nuestra vida a ese modelo.

Los Mandamientos Divinos

Hay otros principios inalterables que son Los mandamientos divinos, incluso los que son aparentemente temporales. El diezmo, por ejemplo, no es una ley temporal (ni temporaria), sino un principio eterno. El Señor dijo:

“... Aquellos que hayan entregado este diezmo pagarán la décima parte de todo su interés anualmente; y ésta les será par ley fija perpetuamente…” (D. y C. 119:4; cursiva agregada).

Sabemos que los que pagan el diezmo no serán quemados en la Segunda Venida

La Verdad

Otro principio inalterable es el de la verdad. Las Escrituras nos recuerdan que “la verdad permanece para siempre” (D. y C. 1:39). Aun cuando la comprensión que se tenga de ella sea fragmentada, la verdad en sí no cambia. La verdad y la sabiduría eternas provienen del Señor. La primera verdad que se enseñó al hombre provino directamente de Dios; después, generación tras generación, El ha ido dando cada vez más luz. Ya sea que surja de un laboratorio científico o directamente por media de la revelación, la verdad siempre forma parte del evangelio.

La Familia

Quiero mencionar otro principio eterno: el de la familia. Los miembros de una familia pueden estar juntas para siempre. Aun cuando cada uno de nosotros tendrá que atravesar Los umbrales de la muerte, el momento de esa partida tiene menor importancia que la preparación para la vida eterna; parte de esa preparación es el servicio que se prestó en la Iglesia, el cual no debe ser una cargo sino una bendición para la familia. El Señor dijo lo siguiente: “... tu deber es para con la iglesia perpetuamente, y esto a causa de tu familia...” (D. y C. 23:3).

Ruth, Juan y cada uno de los que me escuchen entenderán mejor ese concepto si lo relacionan con esta promesa de las Escrituras:

“... si un hombre se casa con una mujer por mi palabra, la cual es mi ley, y por el nuevo y sempiterno convenio, y les es sellado... se les dice: ... heredaréis tronos, reinos, principados, potestades y dominios... exaltación y gloria en todas las cosas... y esta gloria será una plenitud y continuación de las simientes por siempre jamás” (D. y C. 132:19).

Esta promesa hace que valgan la pena todos Los esfuerzos y la perseverancia que sean necesarios.

La constancia en medio del cambio se encuentra en los personajes celestiales, en los planes y en los principios del Señor. Debemos depositar en ellos nuestra confianza. A todo el que se deje guiar por ellos le brindarán paz, progreso eterno, esperanza y gozo. Y son verdaderos, ahora y siempre, lo testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.