1990–1999
El Señor De Vida
Abril 1993


El Señor De Vida

“Por medio de Jesucristo podemos volver a nacer. Podemos cambiar; podemos cambiar completamente y podemos mantener ese cambio en nuestra vida.”

La primavera en Utah nos anticipa que la vida se renueva. La Pascua se aproxima y, nuevamente, meditamos en la Resurrección y en el plan de salvación de nuestro Padre.

Los milagros de la naturaleza y el evangelio se unen para recordarnos que el Señor de la Vida es un Dios de milagros.

Para muchos, quizás el milagro mas espectacular seria el ver resucitar a alguien. Las Escrituras describen el gozo supremo de las viudas de Sarepta y Naín cuando vieron que sus hijos muertos eran restaurados a la vida. El episodio mas impresionante sucedió cuando el Salvador fue al sepulcro de Su querido hermano, Lázaro, que había muerto hacia cuatro días. El pidió a los que le acompañaban que retiraran la piedra que cubría la entrada de la tumba y “clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas” (Juan 1 1:43–44)-

El profeta José Smith nos ha dejado un profundo pensamiento que quiero parafrasear como una pregunta: ¿No es el hecho de que podemos levantarnos de los muertos tan maravilloso como lo es el de poder renacer espiritualmente?

Juan el Apóstol enseñó que la mayor manifestación del amor de nuestro Padre Celestial por nosotros fue que “envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por el”.

Pocos entendieron esto durante Su ministerio. El in te le c t u al Nicodemo quedo asombrado con los milagros de Jesús; pero aun con todo el conocimiento que tenia de las Escrituras, no pudo entender la doctrina del renacimiento espiritual, la transformación del alma humana, lo que significa volver a nacer.

La naturaleza nos proporciona algunos paralelos sorprendentes. El fallecido productor cinematográfico, Cecil B. DeMille, relató esta experiencia:

“Me encontraba un día recostado en una canoa, cuando de pronto vi a un gran escarabajo negro … que se trepaba por la embarcación. Lo estuve mirando un rato sin mucha atención; pero de pronto me di cuenta de que bajo el calor del sol el escarabajo se estaba muriendo. Entonces sucedió algo extraño. Su brillante caparazón negra se partió de arriba a abajo y de la abertura salió una masa informe que rápidamente se transformó en algo viviente, de colores hermosos y

brillantes … Allí desplegó gradualmente sus alas tornasoladas que con la luz del sol reflejaban miles de colores … El cuerpo azul verdoso tomó forma.

“Ante mis ojos había ocurrido una metamorfosis: la transformación de un horrible escarabajo en una preciosa libélula … Había presenciado … un milagro. Del lodo había surgido una hermosa vida nueva. Y me puse a pensar que si el Creador obra tales maravillas con las mas insignificantes de las criaturas, ¡que no tendrá reservado para el espíritu del hombre!”

Mi testimonio en este día es que por medio de Jesucristo podemos volver a nacer. Podemos cambiar; podemos cambiar completamente y podemos mantener ese cambio en nuestra vida.

Estos cambios tan drásticos requieren el poder de Dios. El da esta promesa a Su pueblo del convenio: “Os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros … y haré que andéis en mis estatutos” (Ezequiel 36:26–27).

El rey de los lamanitas fue conmovido por el poder del Espíritu cuando se le enseñó el evangelio. Le pregunto a Aarón: “Que haré para lograr esta vida eterna de que has hablado? …¿que haré para nacer de Dios, desarraigando de mi pecho este espíritu inicuo, y recibir el Espíritu? … daré cuanto poseo … a fin de recibir este gran gozo” (Alma 22:1 5).

Presten atención a lo que le dijo Aarón:

“Si tu deseas esto, si te arrodillas delante de Dios, si, si te arrepientes de todos tus pecados … e invocas con fe su nombre, creyendo que recibirás, entonces obtendrás la esperanza que deseas” (Alma 22: 16).

Postrándose ante el Señor, el rey suplicó: “… si hay un Dios, y si tu eres Dios, ¿te darías a conocer a mi?, y abandonaré todos mis pecados para conocerte” (Alma 22:18).

En las paginas de nuestro diario misional hay registrado un hecho que se repite a menudo en todas las misiones de la Iglesia. John y Shirley Withers eran ejecutivos de éxito dentro del campo de la propaganda. Llevaban una vida disipada y no se privaban de los placeres mundanos. Cuando los misioneros se pusieron en contacto con ellos, estas personas quedaron impresionadas por su aspecto limpio e impecable, tan diferente del de otros jóvenes que habían conocido.

Cuando el Espíritu les tocó el corazón, comenzó el milagro de la conversión. Su comportamiento anterior llegó a ser incompatible con los principios del evangelio. Empezaron a darse cuenta de lo que es realmente importante en la vida y esos nuevos valores morales reemplazaron los intereses mundanos. Los hábitos del alcohol y del tabaco se convirtieron en algo que había que dejar, aunque con gran esfuerzo. La modestia llegó a ser la norma del vestir. La oración, el estudio de las Escrituras, la Sociedad de Socorro y el prestar servicio a los demás como poseedores del sacerdocio llegaron a ser puntos de importancia. Ellos fueron bautizados y recibieron el Espíritu Santo.

Mientras mi esposa y yo, con algunos de nuestros misioneros, estabamos reunidos en el Templo de Salt Lake, John y Shirley y sus hijos fueron sellados para ser una familia eterna. Sus rostros reflejaban la radiante belleza de la liberación del alma. Fuimos testigos de un renacer espiritual como si se levantaran de la tumba.

Hace poco tiempo asistía un servicio religioso en una prisión del estado. Mientras los presos expresaban sus testimonios, me sentí conmovido al oírles expresar su remordimiento por el comportamiento que los había llevado a la prisión. Pero lo que mas me impresionó fueron sus expresiones de amor por el Salvador y la esperanza que tenían en Su misericordia y perdón mientras oraban para que El aceptara su arrepentimiento.

Quisiera mencionar las palabras de uno de ellos en esa reunión. Al leer el Libro de Mormón, el había descubierto el bálsamo sanador y la compasión de un Salvador lleno de amor.

Dijo así:

“Durante el mes pasado el Señor me ha dado muchas bendiciones. El ha cambiado mi corazón; El me ha quitado el enojo, el odio y el miedo, y ha reemplazado todo esto con amor y esperanza. También me ha librado de mi vocabulario sucio y del deseo de fumar. El me esta ayudando a vencer muchas debilidades de la carne.

“Siempre creí que tenia una comunicación con el Señor; pero ahora veo cuan egocéntrica era esa comunicación. Fue cuando leí acerca de ‘Korihor’ que me di cuenta de ello. Yo usaba una cantidad de las mismas justificaciones y razonamientos para crear un Dios maleable que yo pudiera adaptar para satisfacer mis inicuas necesidades.

“Realmente deseo ser bautizado … para ser miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días. Yo creo que esta es Su Iglesia y se que mi búsqueda de toda la vida ha llegado a su fin”.

La conversión espiritual va precedida de un intenso deseo de cambiar y el reconocer que necesitamos la ayuda divina. Solo aquellos que con humildad abren su corazón tienen la valentía de admitir el error y de poner su confianza en el Señor para buscar Su perdón y redención.

Yo no se cómo efectúa el Salvador el milagro santificador de la Expiación, como toma sobre si la angustia de nuestro cuerpo y de nuestra mente y se hace cargo de nuestro dolor y nuestra culpa; pero yo se que lo hace. Esto me lleva a las siguientes conclusiones:

  1. La incomprensible severidad de Su sufrimiento debe convencernos de que somos amados y de que somos muy importantes para nuestro Padre Celestial. De otro modo, ¿por que habría permitido tamaño sufrimiento?

  2. El sacrificio de nuestro Salvador tuvo que ser un acto voluntario de misericordia, de derramar sangre inocente, el justo por los injustos, el perfecto por los imperfectos.

  3. La Expiación tuvo que ser infinita y eterna, al alcance de toda la humanidad.

  4. Creo que nosotros debemos pagar la parte que nos corresponde. Debemos experimentar suficiente pesar, suficiente sufrimiento, suficiente sentido de culpabilidad para darnos cuenta y apreciar la carga mucho mas pesada que llevo el Salvador.

  5. Por ultimo, debemos reconocer el don y cumplir con las condiciones para que se complete la redención. El amor motiva nuestra obediencia a Dios. A fin de expresar nuestra gratitud por la Expiación, hacemos convenio con nuestro Padre Celestial de tomar sobre nosotros el nombre de Su Hijo y dar testimonio de El en todo momento y en todo lugar por medio de la obediencia a Sus mandamientos.

Testifico solemnemente que el aceptar plenamente la Expiación, junto con las ordenanzas salvadoras del evangelio, cambia la vida de los seres humanos. Por medio de Jesucristo, el Señor de Vida, podemos salir de la muerte del error y el pecado y resurgir en un renacimiento de esperanza y gozo eterno. El vive; El nos ama; El nos invita a que vayamos a El y encontremos la paz. Es mi oración que así lo hagamos, en el nombre de Jesucristo. Amén.