1990–1999
La Búsqueda Y El Rescate
Abril 1993


La Búsqueda Y El Rescate

“Quizás en nuestros llamamientos del sacerdocio … nunca llegamos a saber cuán grande es la influencia del servicio que prestan.”

Durante los años del aparentemente interminable conflicto de Vietnam, con frecuencia oíamos en los medios de comunicación la expresión “la búsqueda y la destrucción” (del enemigo). Esta frase ayudaba a explicar al publico la naturaleza peculiar del combate en aquella zona de densa jungla, calor abrasador y debilitantes enfermedades.

Las grandes batallas a campo abierto no eran las características de aquella guerra, sino que por el contrario, muchas veces el enemigo no era visible-aunque no por ello dejaba de ser sumamente peligroso-, lo que llevo a esa idea de “la búsqueda y la destrucción”. La perdida de vidas era elevada, el sufrimiento terrible y la destrucción imperaba en todas partes. Nunca sabremos cuántas personas habrán clamado con una expresión similar a esta de la Biblia: “¿No hay bálsamo en Galaad?” (Jeremías 8:22). El mundo entero suspiró de alivio cuando terminó la guerra y se estableció nuevamente la paz.

El invierno pasado, al conversar con un vecino y amigo en el hermoso Valle de Heber, al este de Salt Lake City, recordé otra vez la expresión “la búsqueda y la destrucción”. Hacia días que unas personas que andaban en trineos motorizados se habían perdido en remotas regiones donde predominan un viento huracanado, un frío congelante y un pavoroso silencio. Mi amigo me explicó la terrible situación en la que se encontrarían los perdidos y habló de la angustia de sus respectivas familias. Luego, me dijo que el era miembro del grupo de Búsqueda y Rescate del distrito, cuyos integrantes abandonan negocios o granjas para salir en búsqueda de los que se hubieran extraviado. Esta vez, sabiendo lo critico que era el tiempo, hablan orado pidiendo un cambio en el clima invernal. Sus oraciones fueron contestadas y el tiempo mejoró. Sobrevolando la región en un helicóptero y empleando gemelos de alta potencia para escudriñar las montañas y las hondonadas, finalmente encontraron al grupo perdido; a esto siguió la difícil tarea de llegar hasta ellos y rescatarlos. Pero todo resultó bien, los que se habían extraviado salvaron la vida, y la preocupación y el temor dieron paso al gozo y al jubilo. Mi amigo, con profunda emoción, me dijo: “Disfruto indeciblemente de la búsqueda y el rescate. Con sólo ver las caras de esas personas que podrían haber muerto, y sentir y ver su inmensa gratitud, se me llenan el cuerpo y el alma de compasión y agradecimiento. Nunca jamas he experimentado un sentimiento similar”. Quizás haya sentido la comprensión intima de estas palabras del Señor: “Recordad que el valor de las almas es grande a la vista de Dios” (D. y C. 18:10). 0 tal vez haya experimentado en carne propia la profunda declaración del Profeta José Smith cuando dijo: “Es mejor salvarle la vida a un hombre que levantar a uno de los muertos”. Mis pensamientos se volvieron entonces a ese himno tan hermoso de la Escuela Dominical, el que siempre me humedece los ojos y me llena de compasión el corazón:

‘Ama las noventa y nueve

que en el aprisco guardó.

Ama las que, descarriadas,

por el desierto dejo.

¡Oye! La voz del Maestro

llama con tierno amor:

¿’No buscareis mis ovejas,

las que padecen dolor?”‘

Y la estrofa siguiente se refiere a nuestra respuesta a la suplica del Maestro:

“Son deliciosos tus pastos,

quietas tus aguas, Señor.

Henos aquí, oh Maestro;

tu comisión danos hoy.

Haznos obreros fervientes;

llénanos de tu amor

por las ovejas perdidas

de tu redil, buen Pastor”.

Esta noche, en nombre de la Primera Presidencia, el Consejo de los Doce y todas las demás Autoridades Generales de la Iglesia, expreso gratitud a los miembros de la Iglesia de todo el mundo por la generosidad y el sacrificio con que contribuyen con su tiempo, su talento y sus medios a las ofrendas de ayuno y otros servicios, a fin de aliviar el sufrimiento y bendecir a sus hermanos.

En los últimos doce meses, por ejemplo, la Iglesia ha participado en más de trescientos cincuenta proyectos de socorro para los hambrientos, para el desarrollo de comunidades y la distribución de artículos de primera necesidad que se llevaron a cabo en Asia, Europa Oriental, Africa, América Latina, el Caribe, los Estados Unidos y Canadá.

Entre los que se realizaron en 1992, se enviaron dentro del país y a otros países, mas de tres millones de kilos de ropa usada-embaladas en mas de ciento noventa enormes cajas de transporte-para distribuirla entre los refugiados, las familias sin hogar y otros necesitados. Se presto atención particular a las necesidades de Africa, donde se recibió autorización para enviar ropa, frazadas y otras provisiones, además de medio millón de kilos de alimentos para un fondo de socorro y de desarrollo comunitario. Se contribuyó además con otro cuarto de millón de kilos de alimentos a los bancos de alimentos y programas para las personas sin hogar, tanto en los Estados Unidos como en otros países.

Hay actualmente matrimonios que cumplen una misión regular de servicio humanitario en Europa, Africa, Asia, Mongolia y América Latina. Además, hay médicos, enfermeras, educadores y otras personas que han prestado servicio de corto plazo en asignaciones de consulta con ministerios gubernamentales, hospitales, escuelas y otras instituciones en varios países. Algunos programas se han enfocado en las causas de la pobreza y el sufrimiento apoyando los esfuerzos comunitarios de la gente del lugar.

Aunque a veces la Iglesia misma pone en practica esos programas, por lo general nos valemos de agencias que hayan establecido su buena reputación por prestar servicio honrado y eficiente, como la Cruz Roja Americana y la Internacional, la Sociedad Red Crescent, el Ejercito de Salvación, los Servicios Católicos de Socorro y Comunitarios, y otras organizaciones religiosas y cívicas para hacer nuestras contribuciones para el socorro y desarrollo de la gente. A todo esto se suma la extensa ayuda que prestan a los miembros de todo el mundo los obispos de barrio, los presidentes de rama y los lideres de misión. Las palabras que pronunció hace siglos un profeta del hemisferio occidental resuenan y se ponen en practica en nuestros días. El Rey Benjamin recordó a su pueblo que “cuando os halláis en el servicio de vuestros semejantes, sólo estáis al servicio de vuestro Dios” (Mosíah 2:17).

En el mismo registro se encuentran las palabras que describen al pueblo durante el gobierno de Alma, hijo de Alma:

“… no desatendían a ninguno que estuviese desnudo, o que estuviese hambriento, o sediento, o enfermo, o que no hubiese sido nutrido; y no ponían el corazón en las riquezas; por consiguiente, eran generosos en todo, ora ancianos, ora jóvenes, esclavos o libres, varones o mujeres, pertenecientes o no a la iglesia, sin hacer distinción de personas, si estaban necesitadas” (Alma 1:30).

En uno de sus capítulos, el libro de Lucas nos da dos parábolas que se relacionan entre si y que nos inspiran y guían nuestros pasos para seguir al Maestro. Primero, la parábola de la oveja perdida; después la del hijo pródigo. El Señor empezó diciendo:

“Que hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?

“Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso;

“y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido.

“Os digo que así habrá mas gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (Lucas 15:47).

En la parábola del hijo prodigo recordemos que uno de los hijos había despreciado su herencia y estaba a punto de morir de inanición. Pienso en la frase que dice “pero nadie le daba”. Finalmente, cuando se dio cuenta de lo que hacia, volvió a la heredad de su padre, sin esperar otra cosa que una reprimenda.

“Y levantándose vino a su padre. Y cuando aun estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello, y le besó.

“Y el hijo le dijo: Padre: he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.

“Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; Y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.

“Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta;

“porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado …”

Y al hijo fiel, que criticó las acciones de su padre con su hermano, le dijo lo mismo:

“… este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (Lucas 15:16–24, 32).

Quisiera ahora dejar esa época lejana y ese lugar remoto y contar ejemplos de la influencia guiadora del maestro Pastor mientras, en el cumplimiento de nuestras asignaciones, sea quien sea que este a Su servicio, vemos la evidencia de Su divina ayuda y sentimos el roce de Su mano suave.

Durante la época de la guerra de Corea, yo era obispo. Los obispos habíamos recibido una carta de las oficinas Generales de la Iglesia diciéndonos que debíamos escribir una carta mensual a cada uno de los jóvenes de nuestro barrio que estuviera en las fuerzas armadas y enviarle una copia de la revista de la Iglesia, que en ese tiempo era The Improvement Era, además de una subscripción al periódico Church News. Eso requirió cierto esfuerzo. En nuestro barrio, que era muy grande, teníamos unos dieciocho jóvenes en el ejercito, y no contábamos con mucho dinero. Con sacrificio, los quórumes del sacerdocio proveyeron los fondos para las subscripciones, y yo me encargue de escribir las cartas. Como había estado en la Marina hacia fines de la guerra anterior, sabia lo importante que era recibir noticias de la gente conocida.

Un día. la hermana que tomaba en taquigrafía las cartas que yo le dictaba, me preguntó: “Obispo Monson, ¿usted nunca se desanima?” Le respondí: “No, ¿por que?” A lo que me contestó: “¿Se da cuenta de que esta es la carta numero diecisiete que le envía a Lawrence Bryson sin recibir respuesta?” Entonces le dije: “Bueno, envíela igual. Tal vez conteste esta”. Y así fue. Recibí una respuesta que venia de San Francisco, por medio del ejercito. Desde un lugar lejano del Pacifico, el hermano Bryson me había escrito una breve carta que decía:

“Querido obispo: No soy muy bueno para escribir”. (Por supuesto, yo ya había podido decirle eso diecisiete meses atrás.) “Hoy ha sido un día especial porque me han ordenado maestro en el Sacerdocio Aarónico. El líder de mi grupo se ha acercado a mi y le estoy agradecido por hacerlo. Y también gracias por el Church News y por la revista; pero especialmente, gracias por su carta que me llega todos los meses”.

Años mas tarde, en una conferencia de la Estaca Cottonwood, de la cual era entonces presidente el élder James E. Faust, mencione la experiencia en una reunión del sacerdocio de la estaca. Después de la reunión, se me acercó un hombre que me preguntó: “¿Se acuerda de mi?” Lo mire. Habrían pasado probablemente unos veintidós años desde que lo había visto por ultima vez. Exclame: “¡Lawrence Bryson!” Y me dijo: “El mismo. Gracias por sus cartas. Ellas son el motivo por el que me encuentro aquí hoy”.

¿Y dónde se encuentra hoy? El y su esposa son actualmente misioneros regulares y su vida es evidencia de una constante actividad en la Iglesia. Se encuentran buscando a las ovejas perdidas. Creo que sabrán dónde encontrarlas y se que las salvaran.

Todavía guardo esa hermosa carta que Lawrence Bryson me escribió y que esta fechada: “Navidad, 25 de diciembre de 1953”; fue uno de los regalos de Navidad mas preciados que he recibido. Es cierto que a veces uno tiene dudas después de haber enviado diecisiete cartas sin recibir respuesta, pero siempre recuerdo esta verdad: “La sabiduría de Dios quizás parezca insensatez a los hombres. Sin embargo, la lección mas grandiosa que podemos aprender en esta vida es que cuando Dios habla y el hombre obedece, ese hombre siempre estará acertado”. Los lideres de la Iglesia habían hablado y nosotros, los obispos, sólo teníamos que obedecer. Y no había ninguna duda de que se recibiría una bendición como resultado.

Hermanos, espero que en nuestros llamamientos del sacerdocio nos preguntemos de vez en cuando si estamos influyendo para bien en la vida de los demás. El maestro del quórum que se prepara diligentemente, los maestros orientadores que dejan de lado su propia conveniencia para llevar el mensaje a las familias que les han asignado y los oficiales del quórum que van en rescate de otros quizás nunca lleguen a saber cuan grande es la influencia del servicio que prestan. Y esto se aplica particularmente a los misioneros fieles que, día tras día. están al servicio del Maestro. Sin quejarse, sirviendo continuamente y sacrificándose siempre en bien de los demás, estos nobles siervos merecen nuestra incesante gratitud y nuestras oraciones fervientes.

Estas sencillas palabras del Eclesiastés, o el Predicador, inspiran una confianza que consuela y motiva al esfuerzo. “Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallaras” (Eclesiastés 11:1).

Así fue la experiencia que tuve con el presidente George H. Watson, que es en la actualidad primer consejero en la presidencia de la Estaca Naperville, Illinois.

El hermano Watson me escribió una carta fechada el 3 de octubre de 1978, contándome su conversión a la Iglesia y su bautismo, que tuvo lugar en el verano de 1959, en el este de Canadá, donde yo era presidente de misión en esa época. Pero no recibí esa carta hasta el año pasado, cuando el élder John E. Fowler me la entregó personalmente cuando descubrió su existencia durante una visita a la familia Watson, después de una conferencia de la Estaca Naperville. Tanto el hermano Watson como yo teníamos cierta timidez con respecto a hacer publica esta carta, pero como hemos sentido la impresión de que su contenido puede servir de aliento para los hermanos que participan de esta reunión mundial del sacerdocio, hemos decidido hacerlo.

Por lo tanto, para terminar leeré lo que escribió el presidente Watson:

“Estimado élder Monson: Esta carta le resultara inesperada, pero tiene el objeto de agradecerle dos cartas que escribió hace dos años, una dirigida a mi y la otra sobre mi persona, y darle a conocer el efecto que tuvieron en mi vida.

“Me llamo George Watson y en 19751 a la edad de veintiún años, emigre de Irlanda, donde me había criado, a Canadá. El propósito principal que tenia al ir a Canadá era juntar suficiente dinero para hacer trabajo de postgraduado en la Universidad de Londres.

“La firma en la cual me hallaba estaba en la ciudad de Niágara Falls, y encontré un cuarto por un ridículo alquiler de seis dólares por semana; el único inconveniente que tenia era que todos los domingos debía llevar en auto a la dueña de casa, una Señora de setenta y tres años, para asistir a la iglesia, que quedaba en Saint Catharine, Ontario.

“Muy pronto esa obligación empezó a resultarme fastidiosa, pues se pasaba los veinticinco minutos que duraba el trayecto tratando de convencerme de que hablara con los misioneros de su iglesia. Resistí sus esfuerzos con éxito durante mas de un año, hasta que un día me dijo que irían a cenar a su casa dos Señoritas y me invitó a cenar con ellas. ¡Es muy difícil ser descortés con dos misioneras!

En los meses siguientes estuve pensando mucho y decidí que, aunque lo que me habían dicho once parejas de misioneros parecía verdad, tendría que renunciar a mucho; además, ya estaba cansado de llevar a la Señora a la iglesia. A fin de lograr que no me pidiera mas que la llevara, resolví llevarla media hora mas tarde el domingo siguiente y acompañarla y sentarme a su lado en mangas de camisa, con un pantalón viejo y zapatos de tenis. Pense que con eso la abochornaría y no me pediría mas que la llevara.

“Mi plan funcionó bien, excepto que a ella no le fastidió llegar tarde y mi apariencia no llamó la atención a nadie. Llegamos cuando estaban separándose para las clases de la Escuela Dominical. Yo no entre a la clase, sino que pase el tiempo hablando con un joven lisiado muy simpático, que me demostró una gran comprensión. Como iba a volver a Irlanda al cabo de ocho días, el sugirió que me bautizara en la Iglesia el sábado siguiente y me dijo que me llamaría durante la semana para confirmarlo; yo me encargue de frustrar sus esfuerzos no contestando el teléfono en toda la semana. El domingo, después de pasar la noche sin dormir, lo Llame y me disculpe; me bautice en Hamilton, se puede decir que en camino al aeropuerto, muy seguro de que jamas encontraría mormones en Irlanda y que la Iglesia me perdería el rastro.

“Presidente Monson, no tengo idea de dónde habrá sacado usted mi dirección en Irlanda, pero el viernes después de haber regresado recibí una carta suya dándome la bienvenida a la Iglesia; el domingo a las nueve de la mañana, sonó un golpe en la puerta y al abrir me encontré con un tal presidente Lynn de pie en el umbral, diciéndome que había recibido una carta del presidente Monson, de Toronto, pidiéndole que se encargara de mi.

“Los meses y años siguientes fueron traumáticos. Tres reuniones dominicales me parecían una locura; de ninguna manera iba yo a hablar enfrente de aquel grupo; y no podían esperar que diera mas de un diez por ciento. Peor aun: mi novia se empeñó en demostrarme lo ridículo que era, y termino bautizándose.

“Ahora vivimos en Illinois y tenemos tres hermosos hijos. Muchas veces me pongo a reflexionar en por que el Señor nos habrá bendecido tanto. Todos hemos sentido Su mano sustentadora en los tiempos difíciles.

“Aunque no es probable que nos conozcamos personalmente algún día. deseo agradecerle muy sinceramente el haberse tomado la molestia de escribir aquellas dos cartas, las cuales cambiaron radicalmente el curso de nuestra vida. Siento gratitud por el conocimiento del propósito que tenia el Salvador al venir a la tierra, de mi relación con El y de lo que El espera de mi. El valor y la firmeza del Profeta José Smith, y el conocimiento que el dejó para todos nosotros serán siempre una fuente de inspiración para mi. Me siento conmovido ante la oportunidad de servir en la Iglesia del Señor.

“Que El continúe bendiciéndolo en Su obra, y gracias por el efecto que usted ha tenido en mi vida. Firmado: George Watson”.

Esta ultima Navidad, cuando George Watson y su esposa Cloe vinieron a Salt Lake City a visitar a dos de sus hijos y a un yerno, fueron a mi oficina para que pudiéramos conocernos. Dieron su testimonio y volvieron a expresar su agradecimiento a todos los que habían participado en este milagro de nuestros tiempos, su conversión. Derramamos algunas lagrimas y oramos y agradecimos juntos.

Esa fue una época apropiada del año para vernos, los días en que toda la cristiandad se detiene a reflexionar por un momento y a recordar a Jesucristo, el que murió para que tengamos la vida eterna. El, a quien no pasa inadvertida la caída de un pajarillo, fue quien organizo esta misión de “búsqueda y rescate” que trajo a la familia Watson a Su redil. Es mi humilde oración que siempre estemos abnegadamente dedicados a Su servicio y a Su mandato. En el nombre de Jesucristo. Amén.