1990–1999
The Value of a Testimony
Octubre 1990


El valor de un testimonio

Hermanos y hermanas, todo comenzó una hermosa noche de abril de 1972 cuando los élderes Thomas McIntire y Steve Richards llegaron a mi casa. En ese entonces yo estaba buscando respuesta a muchas preguntas que me confundían y me inquietaban espiritualmente. Los principios que nos enseñaron esa noche nos dieron las respuestas que mi esposa y yo habíamos buscado con tanto empeño.

Nuestro corazón se regocijó al escuchar el mensaje del evangelio restaurado. Pero fue algo muy especial lo que nos llegó hasta el alma: la fuerza de los testimonios de esos dos representantes del Señor. Un sentimiento maravilloso que nunca habíamos experimentado antes llenó nuestro corazón, confirmando la veracidad de lo que nos dijeron. Nuestra primera visita a la Iglesia fue una experiencia edificante debido al espíritu que prevalecía allí y al amor que nos demostraron los miembros. El espíritu de los mensajes y testimonios era otra prueba de que habíamos encontrado la Iglesia verdadera. El apoyo de los misioneros, la cordialidad de los miembros y las oraciones y los ayunos, tanto los de ellos como los nuestros, cambiaron gradualmente nuestras costumbres mundanas.

Con respeto y reverencia asistíamos a las reuniones y actividades, pero posponíamos bautizarnos por temor a la reacción negativa de nuestros respectivos familiares.

Los acontecimientos que siguieron nos demostraron lo equivocados que estabamos, y nos arrepentimos de ello. El Distrito Río de Janeiro tuvo la reunión de la conferencia trimestral en la capilla de Tijuca. En cuanto sonaron los primeros acordes del preludio, se sintió como que un espíritu poderoso invadía el edificio.

Los mensajes inspirados desde el púlpito prepararon nuestro corazón para un momento que sería inolvidable. El presidente George A. Oakes, de la Misión Brasil Norte, quien presidía la conferencia, presentó al hermano Val Carter, uno de sus consejeros.

Después de haber citado algunas Escrituras, el presidente Carter pidió a los hombres que se pusieran de pie y cantaran “Te quiero sin cesar”. Después de darnos su testimonio de la misión de nuestro Señor Jesucristo, el presidente Carter declaró que él dependía completamente de Cristo para obtener su salvación y su exaltación.

Esa experiencia me conmovió en lo mas profundo de mi ser. Me fue imposible controlar mis emociones y, aunque no estaba acostumbrado a manifestarlas, no pude evitar que las lágrimas corrieran por mis mejillas.

En ese instante, el Espíritu Santo volvió a confirmar la veracidad de lo que ya sabíamos: que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días era el Reino del Señor en la tierra y la senda para volver a la mansión celestial de nuestro Eterno Padre.

En ese momento ocurrió un milagro y dejamos de temer al bautismo. El 2 de julio de 1972, mi esposa, yo y mi hijo mayor, Marcus, entramos al redil por la puerta de las aguas del bautismo.

Por medio de la obediencia a las leyes del evangelio, el ayuno y el servicio al prójimo, nuestro Padre Celestial nos, bendijo para que pudiéramos vencer los temores, los problemas y las adversidades.

De nuestros familiares, sólo una de mis hermanas, Ivette, ha aceptado el evangelio restaurado y se ha bautizado. Sin embargo, el resto de la familia respeta muchísimo a la Iglesia. El mismo milagro ocurrió en nuestros círculos sociales y profesionales, y los malentendidos gradualmente se esfumaron y algunos de nuestros mejores amigos se han bautizado.

¿A que podemos atribuir esos milagros? Al poder de los testimonios de algunos miembros fieles, de los cuales yo dependí transitoriamente. Esa influencia me reanimó intelectual y espiritualmente, preparando así mi mente y mi corazón para recibir en su plenitud la confirmación de la verdad por medio del Espíritu Santo.

Pero un testimonio no es algo que se logra y punto final, sino por el contrario, es un proceso continuo. El nutrir y fortalecer nuestro testimonio es esencial para nuestra supervivencia espiritual.

John Taylor, poco después de haber sido apartado como élder en la Iglesia, llegó a Kirtland mientras la apostasía estaba en su plenitud. Parley P. Pratt lo puso al tanto de los rumores que corrían acerca de José Smith, y John Taylor le contestó:

“Los principios que usted me enseñó me llevaron a creer en José Smith y ahora tengo el mismo testimonio que en aquel entonces le llenaba a usted de gozo. Si la obra era verdadera hace seis meses, sigue siéndola ahora; si José Smith era un profeta en aquellos días, ahora también lo es.” (En B. H. Roberts, The Llfe of John Taylor, Salt Lake City: Bookcraft, 1963, págs. 39c0.)

De la misma manera, Ammón y sus hermanos “se habían fortalecido en el conocimiento de la verdad; porque eran hombres de sana inteligencia, y habían escudriñado diligentemente las Escrituras para poder conocer la palabra de Dios.

“Mas esto no es todo; se habían dedicado a mucha oración y ayuno …” (Alma 17:2-3.)

El testimonio no debe ocultarse, sino que debe declararse. (Véase D. y C. 62:3; 84:61.)

En un discurso admirable pronunciado durante la Conferencia General de abril de 1973, el presidente Harold B. Lee dijo:

“… porque la fortaleza de la Iglesia no yace en el número de sus miembros, ni en la cantidad de diezmos y ofrendas que pagan los que son fieles, ni en la magnitud de la construcción de capillas y templos, sino en el corazón de los miembros fieles de la Iglesia donde vibra la convicción de que esta es en verdad la Iglesia y el reino de Dios sobre la tierra.” (Liahona, octubre de 1973, pág. 37.)

Hermanos y hermanas, estoy absolutamente seguro de que podéis imaginaros lo larga que me ha resultado la senda para llegar hasta aquí. Pero me pregunto si os dais cuenta de cual es la razón por la que estoy aquí La respuesta es sencilla: mi testimonio.

Es un don especial que otorga nuestro Padre Celestial por medio del Espíritu Santo a todas las personas que buscan la verdad. (Véase Moroni 10:4, 5.) Es realmente prudente obtener y aumentar un testimonio de la verdad porque no sólo nos ayuda a vencer nuestros obstáculos diarios sino que también abre nuestros ojos, nuestra mente y nuestro corazón para apreciar mejor las cosas maravillosas que nuestro Padre Celestial ha creado para nuestro progreso y felicidad eternos.

Yo sé que Dios vive. Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor, también vive, y dependemos de Él para obtener la salvación y la exaltación.

José Smith fue el Profeta de la Restauración en esta dispensación. El Señor nos habla por medio de nuestro Profeta viviente, el presidente Ezra Taft Benson, a quien amamos y seguimos. El Libro de Mormón contiene la plenitud del evangelio.

Este es mi testimonio, y os lo declaro con todo mi corazón en el nombre de Jesucristo. Amén.