Devocionales de Navidad
El don del Espíritu Santo


El don del Espíritu Santo

Hermanos y hermanas, es una gran bendición reunirme con ustedes esta noche.

Tres semanas a partir de hoy, será el día de Navidad. Esa mañana, millones de niños se levantarán a una hora poco razonable y en un interesante cambio de papeles, ellos arrastrarán a sus padres fuera de la cama, llenos de expectativa, se reunirán alrededor de los regalos a los que han estado mirando por días.

A mi padre le encantaba la Navidad; dar regalos lo llenaba de mucha alegría, y él y mi madre eran muy buenos para ello. Mis hermanos y yo, así como muchas otras personas, fuimos los beneficiarios de su don. Algunos de sus mejores regalos no eran tangibles: eran experiencias que desarrollaron lazos de amor y recuerdos preciados; esos recuerdos todavía me dan alegría hoy.

Parece apropiado que dar y recibir regalos es una parte central de la Navidad. Después de todo, estamos celebrando el inigualable regalo del Hijo de Dios, el Salvador Jesucristo. Por supuesto, los regalos que nos damos entre nosotros nunca se compararán con ese regalo, pero creo que el gozo de dar y recibir regalos puede volver nuestro corazón hacia los regalos o “dones de Dios”1.

El preciado regalo del Hijo de Dios nos invita a cada uno de nosotros a encontrar “la paz en este mundo, y la vida eterna en el mundo venidero”2. La paz puede parecer esquiva en un mundo donde el conflicto y la división se intensifican, pero esa paz es exactamente lo que nuestro amoroso Padre y Su Hijo nos ofrecen a cada uno de nosotros, si solo la recibimos.

Imagínense lo extraño que sería si, en la mañana de Navidad, nos sentáramos alrededor del árbol de Navidad, admiráramos los regalos maravillosamente envueltos, habláramos de lo que podría haber dentro de ellos y luego continuáramos nuestro día ¡sin abrir los regalos!

Por desgracia, eso es lo que a veces hacemos con los dones de Dios para nosotros. Consideren estas palabras del Salvador: “¿… en qué se beneficia el hombre a quien se le confiere un don, si no lo recibe? He aquí, ni se regocija con lo que le es dado, ni se regocija en aquel que le dio la dádiva”3.

Esta noche deseo invitar a cada uno de nosotros a reflexionar sobre la forma en que realmente podemos recibir los dones que Dios nos ha ofrecido. En concreto, deseo centrarme en el don ilimitado del Espíritu Santo. Mientras lo hago, ruego que el Espíritu Santo nos ayude a entender el significado de ese don, nos enseñe lo que podemos hacer para recibirlo más plenamente y nos de la gracia para actuar sobre lo que sentimos.

¿Por qué es el Espíritu Santo un don tan deseado?

El Espíritu Santo es el tercer miembro de la Trinidad. Él es el Consolador4, un guía5, un maestro6, un santificador7 y, por tanto, el que cambia los corazones humanos8. Por medio de Él, podemos recibir los poderes y atributos de Dios en nuestra vida.

Ustedes recuerdan algunos de esos atributos: “amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre [y] templanza”9. Eso me parece una buena descripción de lo que a menudo se llama “el espíritu navideño”. Las promesas de los ángeles de “nuevas de gran gozo” y “paz, buena voluntad para con los hombres”10 de esa primera noche de Navidad se cumplen, en parte, cuando recibimos el Espíritu Santo.

A menudo hablamos de tratar de mantener el espíritu de la Navidad durante todo el año. Por supuesto deseamos que esos atributos divinos se apoderen de verdad de nuestra alma para siempre; y nuestro Padre perfecto desea que nosotros, Sus hijos, recibamos esos dones. Esta es la gran promesa del evangelio de Jesucristo: que nuestros corazones cambien, que ya no tengamos “más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente”11 para ser llenos de esperanza y amor perfecto12. Es realmente al recibir el Espíritu Santo que esos dones se abren a nosotros.

Es significativo que el don del Espíritu Santo se nos ofrezca con las palabras “Recibe el Espíritu Santo”13. Deseo sugerir tres claves que nos ayudarán a recibir verdaderamente ese preciado don. Para hacerlo, recurro a una escena profunda del Libro de Mormón. El Cristo resucitado había pasado un día milagroso ministrando entre el pueblo, prometiendo regresar al día siguiente. Se corrió la voz, y con gran expectativa el pueblo se reunió de toda la tierra, algunos trabajando toda la noche para que en la mañana estuvieran en el lugar donde Jesús aparecería otra vez.

1. Deseo espiritual general

Mientras esperaban que el Salvador regresara, los discípulos enseñaron a la multitud lo que Jesús les había enseñado el día anterior14. Entonces leemos en el registro que se arrodillaron y oraron “por lo que más deseaban; y su deseo era que les fuese dado el Espíritu Santo”15. Piensen un momento cuán significativo es esto: estaban esperando con ansias el regreso prometido del Salvador, pero no oraron por eso. Lo que más deseaban luego que el maestro perfecto y los discípulos elegidos les hubieron enseñado era el don del Espíritu Santo. Ese deseo espiritual general e intenso es una clave vital para recibir ese don.

El presidente Henry B. Eyring enseñó: “La mayoría de nosotros… tenemos suficiente fe para desear el Espíritu Santo a veces. Es posible que ese deseo sea débil y no sea constante, pero llega por lo general cuando estamos en problemas. [Sin embargo] para que nos conduzca a la seguridad en los tiempos venideros, debe ser constante e intenso16. Hermanos y hermanas, para que recibamos ese don necesitamos desearlo con todo nuestro corazón.

2. Participar de las ordenanzas rectamente

Al volver a la escena del Libro de Mormón, descubrimos otra clave. Después de orar por el don que más deseaban: el Espíritu Santo, los discípulos descendieron al agua y fueron bautizados, “… y aconteció que cuando todos fueron bautizados… el Espíritu Santo descendió sobre ellos, y fueron llenos del Espíritu Santo y de fuego”17. La ordenanza del bautismo sirve como testigo físico de nuestro compromiso de recordar y obedecer, nuestra disposición de tomar el nombre de Cristo sobre nosotros y nuestro deseo de recibir el Espíritu Santo18.

Cada semana tenemos la oportunidad de renovar ese testimonio participando de la Santa Cena, “para que siempre [podamos] tener su Espíritu con [nosotros]”19. Las ordenanzas del bautismo y de la Santa Cena ayudan a traer “el poder de la divinidad” a nuestra vida20. En cierto modo, simbolizan tanto el destino como el proceso de llegar a ser devotos; convertirnos en nuevas criaturas en Cristo, “hijos e hijas de él”21, es nuestro destino deseado. Ese destino se alcanza semana a semana al esforzamos por recordar y obedecer. Los invito a venir cada semana a la Santa Cena del Señor con fe en Su promesa de que, conforme guardemos nuestros convenios, seremos llenos del Espíritu, paulatinamente, “hasta el día perfecto”22.

Este año el día de Navidad cae en domingo. Qué bendición celebrar el nacimiento de Cristo y Su perfecta Expiación mientras recibimos la Santa Cena ese día.

3. Aumentar la fe

La clave final y más importante que voy a mencionar es la fe en Jesucristo. Después de que el Espíritu Santo descendiera sobre los discípulos con gran poder, Cristo apareció y oró, agradeciendo a Su Padre el haberles dado ese precioso don. Luego dijo estas palabras importantes: “… les has dado el Espíritu Santo porque creen en mí”23. La fe en el Salvador y Su perfecta Expiación es la fuente de todo buen regalo24.

Un aumento en la fe trae mayores dones del Espíritu a nuestra vida. Entonces, ¿cómo aumentamos nuestra fe en Cristo? Nos deleitamos y obedecemos Su palabra. El élder D. Todd Christofferson enseñó: “… el propósito central de toda la Escritura es llenar nuestras almas de fe en Dios Padre y en Su Hijo Jesucristo”25. Esa verdad se enseña a lo largo del Libro de Mormón. El rey Benjamín, por ejemplo, enseñó a su pueblo las palabras que recibió de un ángel, lo que les ayudó a tener “una extremada fe” en Jesucristo, y debido a esa fe el Espíritu realizó un poderoso cambio en su corazón26.

Si deseamos que el Espíritu Santo sea nuestro compañero diario, nos deleitaremos y obedeceremos la palabra de Cristo que recibimos a través de las Escrituras, los profetas vivientes y los susurros del Espíritu. Esta búsqueda diaria de luz y verdad aumentará nuestra fe en Cristo, nuestro deseo de ser como Él y nuestra capacidad de recibir al tercer miembro de la Trinidad como nuestro compañero constante.

Hermanos y hermanas, Dios nos ofrece libremente Sus inestimables dones en la Navidad y durante todo el año. Ruego que no los dejemos sin abrir, sino que los recibamos haciendo girar esas claves. Testifico que al hacerlo, seremos llenos, paso a paso y paulatinamente, de amor, alegría, paz, pureza y poder. Nos convertiremos en “partícipes de la naturaleza divina”27; nos regocijaremos en el don y en Quien otorga el don; y cuando Él vuelva, estaremos preparados para “recibir a [nuestro] Rey”28. En el nombre de Jesucristo. Amén.