La revelación solo llega, por lo menos en mi caso, cuando tengo esos momentos de tranquilidad y quietud. Me he dado cuenta de que no puedo conectarme con el cielo cuando me hallo en desorden.

Desde los primeros días de mi vida, he procurado escuchar la voz del Señor y comprender que Su mano guía mi vida. Un momento decisivo de mi trayectoria para entender Su voz llegó cuando de joven, servía como misionero en Inglaterra. Esa experiencia ha moldeado el resto de mi vida. Considero ese momento como una de las primeras veces que me sentí muy, muy cerca del cielo.

Recuerdo ir caminando a orillas del río Trent, en Nottingham, Inglaterra. Se me había llamado a ser presidente de distrito de treinta misioneros y éramos responsables de ministrar a nueve ramas. No contábamos con la cantidad correcta de misioneros en nuestra misión, así que no tenía compañero en ese momento (a veces eso sucedía en aquellos primeros días de la obra misional).

Al ir caminando junto al río, completamente solo, hice una oración en mi corazón. Deseaba sentir la guía del Señor y supliqué que Él estuviera complacido con lo que yo procuraba hacer. Le pregunté: “¿Estoy haciendo lo que Tú quieres?”.

No escuché una voz ni vi ángeles, pero recibí una impresión en mi pecho, dentro de mi corazón, que nunca se ha apartado de mí. Fue en ese momento cuando por primera vez supe lo que era sentirse muy, muy cerca del cielo.

Tenía veinte años y, como misionero, aprendí una lección de esa experiencia: la mayoría de lo que escuchamos que proviene del cielo, lo sentimos fundamentalmente en el corazón y, luego, es de esperar que ese sentimiento se infiltre poco a poco en nuestra mente, donde ayudará a guiarnos a obedecer lo que escuchamos. Mediante esa experiencia, y una infinidad de otras, he aprendido que debemos permanecer tranquilos para escuchar la voz del Señor. El Señor lo dejó bien en claro cuando dijo: “Quedaos tranquilos, y sabed que yo soy Dios” (Salmo 46:10).

Quedarse tranquilos

Si bien la tecnología con frecuencia ha sido una bendición en mi vida, también puede ser una distracción que coloca una barrera entre nosotros y nuestra capacidad de escuchar la voz del Señor. A mis nietos les digo que cada día deben apartar un tiempo de tranquilidad para pensar en cuanto a su vida y meditar en lo que el Señor quiere que hagan.

La revelación solo llega, por lo menos en mi caso, cuando tengo esos momentos de tranquilidad y quietud. Me he dado cuenta de que no puedo conectarme con el cielo cuando me hallo en desorden. Es necesario que encuentren esos momentos de quietud en sus vidas, en los que puedan contemplar las cosas del Espíritu. Mi experiencia ha sido que cuando estoy en esa modalidad y me esfuerzo por estar tranquilo, es entonces que recibo impresiones. Es cuando se me ocurre un pensamiento, que sé que proviene del cielo.

Por ejemplo, yo doy muchos discursos en mi llamamiento y generalmente no los escribo, excepto cuando tengo que hacerlo, debido a limitaciones de tiempo. De modo que generalmente pienso: “¿Qué debo decir?”. En ocasiones, la respuesta llega en medio de la noche, que para mí es un momento de mucha quietud. Y no es una voz la que escucho, sino una impresión de lo que el Señor me está indicando que haga y diga.

Escuchar, sentir, aprender y saber

También me he dado cuenta de que se puede producir un profundo aprendizaje espiritual al leer y escuchar el Evangelio cual lo enseñan los que son testigos del Señor Jesucristo. Al escuchar sus palabras, he sentido cosas que han marcado una gran diferencia en mi conversión espiritual.

A dondequiera que voy, aliento a los misioneros a reconocer que la conversión, la reactivación e incluso el permanecer activos en la Iglesia de Jesucristo siempre comienzan con lo que las personas sienten más que con lo que saben. Una de las grandes bendiciones de escuchar al Señor y sentir el poder del Señor es que el Espíritu Santo puede hacer que escuchemos, sintamos, aprendamos y sepamos.

Estoy eternamente agradecido por la experiencia que me moldeó de joven, cuando fui misionero en Inglaterra, porque me enseñó lo que se siente al tener la mano guiadora del Señor en mi vida. En la actualidad, 71 años después, puedo testificar osadamente, que es un privilegio para nosotros el poder “escucharlo” en nuestro mundo moderno. Ruego que cada uno de nosotros se esfuerce por buscar momentos de quietud, libres de distracciones, para sentir la presencia del Señor en nuestra vida.

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