Cada uno de nosotros puede escucharlo al oír los susurros del Espíritu Santo y prestarles atención.

Al viajar por todo el mundo, el Espíritu Santo también me ha testificado que Dios tiene presentes a todos Sus hijos. Él desea que cada uno de nosotros escuche la voz de Su Hijo, Jesucristo, por medio del Espíritu Santo.

Nuestro amado profeta nos invitó recientemente a “reflexionar en forma profunda y frecuente en esta pregunta clave: ¿De qué manera lo escuchan?”.

A lo largo de mi vida, casi invariablemente he escuchado la voz del Señor por medio del Espíritu Santo. Después del bautismo, los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días recibimos el don del Espíritu Santo. El tener la compañía constante del tercer miembro de la Trinidad constituye un privilegio y una bendición únicos.

Las Escrituras nos enseñan que “el Consolador sabe todas las cosas, y da testimonio del Padre y del Hijo” (Doctrina y Convenios 42:17). He aprendido que cuando los susurros del Espíritu Santo llegan a nosotros, literalmente estamos escuchando lo que el Señor desea que escuchemos.

Testifico de cuatro funciones especiales del Espíritu Santo que nos ayudan en nuestra vida diaria: Él nos enseñará, nos testificará, nos advertirá y nos consolará.

En los momentos difíciles, el Espíritu Santo ha brindado consuelo a mi corazón. En Juan 14:26–27 se nos enseña: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”.

Al viajar por todo el mundo, el Espíritu Santo también me ha testificado que Dios tiene presentes a todos Sus hijos. Él desea que cada uno de nosotros escuche la voz de Su Hijo, Jesucristo, por medio del Espíritu Santo. Esto es para todos, dondequiera que se encuentren: un taxista en Calcuta, un ingeniero en Londres, un niño de escuela primaria en Ghana y un agricultor en Chile.

Estoy agradecido por estas verdades eternas que el Espíritu testifica a nuestra mente y a nuestro corazón:

Cada uno de nosotros puede saber que tenemos padres celestiales amorosos.

Cada uno de nosotros puede sentir el poder redentor y santificador de nuestro Salvador, Jesucristo.

Y cada uno de nosotros puede escucharlo al oír los susurros del Espíritu Santo y prestarles atención.

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