2009
El élder Neil L. Andersen, un hombre de fe
Agosto 2009


El élder Neil L. Andersen: Un hombre de fe

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Elder Neil L. Andersen

Una noche de febrero de 1968, Neil Andersen se encontró siendo el centro de atención; lo habían seleccionado en su clase de enseñanza secundaria para representar el estado de Idaho en el grupo “Student Burgesses”, un grupo que se reunía en Estados Unidos, formado por estudiantes de treinta y siete países y de los cincuenta estados estadounidenses. Los jóvenes se reunieron en Williamsburg, estado de Virginia, para analizar problemas que enfrentaba la democracia.

Aquella era la primera vez que Neil, el jovencito de dieciséis años, criado en una pequeña granja de Pocatello, Idaho, había viajado en avión, estaba tan lejos de su hogar y se hallaba entre tantos otros jóvenes inteligentes y refinados.

A medida que las conversaciones de la noche fueron entrando en temas mundiales, se hizo evidente su condición de miembro de la Iglesia; algunos delegados comenzaron a desafiar sus creencias. Neil nunca se había enfrentado a preguntas tan detalladas con respecto a su fe.

“Recuerdo que oré en silencio pidiendo las palabras precisas para esa ocasión”, comenta. “Lo que pasó después fue un pequeño milagro para mí. Les dije más de lo que sabía; sentí que el poder del Señor me guiaba a través de explicaciones delicadas y de la expresión de mis profundas convicciones. Mientras hablaba, sentía el Espíritu del Señor. Cuando terminé, me agradecieron y con deferencia reconocieron el respeto que sentían por mis creencias.

“Aprendí entonces que en esta obra hay un poder y una influencia que van más allá de nosotros y que vale la pena defender; y comprendí que si somos sinceros y fieles y estamos ‘siempre preparados para presentar defensa… ante todo el que… demande razón de la esperanza que hay’ en nosotros (véase 1 Pedro 3:15), el Señor nos bendecirá más allá de nuestra capacidad”.
Así es como ha vivido el élder Neil L. Andersen, conduciéndose con fe.

Un fundamento de fe

Neil Linden Andersen nació el 9 de agosto de 1951, el tercero de los cinco hijos de Lyle y Kathryn Andersen. Su padre era estudiante de agricultura en la Universidad del Estado de Utah. Cuando Neil tenía tres años, la familia se mudó a Colorado.

Los padres enseñaron a sus hijos por medio de su propia fe y sacrificio. Vivían a 145 km del centro de reuniones, pero ese viaje era algo que naturalmente hacían todos los domingos para asistir a las reuniones de la Iglesia. “Queríamos demostrar a nuestros hijos cuán importante es la Iglesia”, explica Kathryn, su madre.

Después que él cumplió cinco años, la familia se mudó a una granja lechera de Pocatello, Idaho. Neil criaba conejos, andaba a caballo y jugaba con sus hermanos en el campo. Cuando tenía unos siete años, un día se le escapó de la jaula un conejo con el que estaba particularmente encariñado.

“Busqué por todos los alrededores de nuestra pequeña granja”, relata, “pero no pude hallarlo en ninguna parte. Recuerdo que me fui detrás de un antiguo granero y oré para encontrar al conejo.

“Inmediatamente después de la oración, me vino a la mente la imagen de un escondite detrás de unas tablas; fui a mirar y, por supuesto, allí estaba mi conejo. Esa experiencia y muchas otras similares me enseñaron que el Señor responde a las oraciones breves y sencillas de todos nosotros”.

La vida en la granja de sus padres le inculcó el principio del trabajo arduo. “Ordeñé muchas vacas y moví muchos tubos de riego”, dice. “Me acuerdo que la mañana de Navidad, antes de abrir los regalos, teníamos que ordeñar las vacas. Al recordar aquellos días, me doy cuenta del gran valor que tenía aprender que parte de la vida es justamente arduo trabajo.”

En la adolescencia, Neil también se dedicó mucho a los deportes. En la secundaria se especializó en carreras a campo traviesa. No obstante, concentró la mayor parte de sus energías para superarse en otros aspectos. Su madre comenta: “Mientras cursaba secundaria, asistió al programa de “Boys State” [un programa de verano que enseña a los alumnos de 11º y 12º grados el proceso de un gobierno democrático, en el que eligen gobernantes y representantes legislativos] en Boise, Idaho, y los demás delegados lo eligieron gobernador. Además, fue presidente de la Asociación de Consejos de Estudiantes de Idaho, que incluía a todos los oficiales de los cuerpos estudiantiles del estado”.

En 1968, cuando cursaba su primer año de estudiante en la Universidad Brigham Young, Neil Andersen fue un alumno diligente; pero su hermana Sheri comenta: “A pesar del gran entusiasmo que tenía por la educación, siempre tuvo planes de salir en una misión; su única duda era si estaba realmente preparado para prestar ese servicio. Me impresionó mucho que optara por seguir su fe”.

El élder Andersen recuerda que él también le hizo la pregunta al Señor. Según su comentario en una conferencia general reciente, esto es lo que sintió al orar: “No lo sabes todo, ¡pero sabes lo suficiente!”1. Armado con esa seguridad, aceptó el llamamiento a la misión y prestó servicio fiel en Francia.

Después de la misión, continuó destacándose en la Universidad Brigham Young, donde lo nombraron alumno destacado del premio Edwin S. Hinckley y lo eligieron vicepresidente del cuerpo estudiantil.

En esa universidad fue también donde conoció a la persona que tendría mayor influencia en él: Kathy Sue Williams. Él y Kathy se casaron el 20 de marzo de 1975, en el Templo de Salt Lake, poco antes de que él se graduara. A continuación, siguieron dos años en la Universidad Harvard, donde obtuvo en 1977 una maestría en administración de negocios.

Se concentra en su familia

El primer hijo de los Andersen nació hacia el final de su primer año de matrimonio, mientras él todavía asistía a Harvard. Después, tuvieron otros tres hijos.

Con la llegada de los hijos, la hermana Andersen pospuso sus estudios, aunque nunca renunció a graduarse. El élder Andersen expresa su admiración por ella: “Cuando estábamos en Brasil [donde él integraba la presidencia del área] y los hijos ya no estaban con nosotros, Kathy abrió los libros, estudió portugués y obtuvo su título en ese idioma. Esa es la clase de tenacidad que posee”.

Después de graduarse él, los Andersen se mudaron a Tampa, Florida, donde pensaban establecerse para siempre, porque allí era donde ella había crecido y donde todavía vivía su familia. El élder Andersen emprendió varios negocios en los que tuvo éxito, como bienes inmobiliarios, seguros de salud y propaganda comercial. Pero el Señor tenía otros planes para él.

En 1989, mientras prestaba servicio en la presidencia de una estaca, lo llamaron como presidente de misión en Burdeos, Francia. Menos de un mes después de su regreso a Florida en 1992, lo nombraron Presidente de la Estaca Tampa, Florida. Al año siguiente recibió un nuevo llamamiento, esa vez para integrar el Primer Quórum de los Setenta; en 2005 fue llamado a la Presidencia de los Setenta; y en abril del corriente año, lo llamaron al Quórum de los Doce Apóstoles.

A pesar de las presiones de su trabajo y de sus llamamientos de la Iglesia, a través de todos esos años, su devoción hacia la familia jamás disminuyó.

Camey Hadlock, la hija mayor de los Andersen, dice: “Papi [el nombre cariñoso que todavía usan todos sus hijos] siempre hizo tiempo para estar con los hijos. Por ejemplo, una vez por mes nos llevaba a cada uno por separado a desayunar con él; nos dejaba elegir el lugar para el desayuno y el tema de conversación. Esperábamos siempre con anhelo esa oportunidad de tener toda su atención”.

Derek Andersen recuerda que su papá apartaba tiempo para jugar con ellos: “A nuestra familia le gustaba jugar al básquetbol entre nosotros; cuando él llegaba del trabajo, formábamos un equipo contra mi hermano mayor y nos divertíamos jugando juntos”.

Kristen Ebert, otra hija, recuerda que aun cuando su padre estaba extremadamente ocupado, “siempre tenía tiempo para escucharnos y darnos buenos consejos”.

Los Andersen eran tan fieles en el estudio de las Escrituras y en cantar un himno con la familia todas las noches que, si los padres regresaban tarde, los hijos lo hacían solos.

En la noche de hogar, muchas veces estudiaban los discursos de la conferencia en la revista Ensign. “Era claro que cuando el Profeta hablaba, nosotros escuchábamos”, comenta Derek.

La hermana Andersen afirma: “Neil es un hombre con profunda fe y amor por el Salvador. La tierna bondad que ha demostrado siempre hacia mí y hacia nuestros hijos ha brindado a nuestra familia una fortaleza inconmensurable y ha llenado nuestra vida de felicidad y paz”.

A juzgar por la manera en que su esposo la trata, se puede notar que Kathy es el corazón del hogar. Ella lo explica así: “Neil reconoce las pequeñas cosas que hago todos los días y expresa inmensa gratitud por ellas; son cosas que muchas personas ni siquiera notarían o, si lo hicieran, las considerarían insignificantes, cosas como limpiar la casa, preparar la cena o lavar la ropa”.

Kristen dice: “Siempre he apreciado el ejemplo de mi padre al tratar a mi madre con bondad y respeto; él le abre la puerta para que pase, le ayuda a sentarse, se ofrece a lavar los platos y muchas otras cosas”.

“Kathy es perfecta e incondicional en su lealtad al Señor, a mí y a la familia”, afirma el élder Andersen. “Se esfuerza al máximo por ponernos a mí y a los hijos en primer lugar; es imposible no amarla plenamente y desear hacer algo por ella.

“Después que me casé con ella”, agrega, “las normas de mi vida se elevaron notablemente, en ser por completo constante en la oración y en el estudio de las Escrituras, y en guardar con precisión los mandamientos. Su influencia en mí y en nuestros hijos es extraordinaria. Ella posee una fe pura y disciplinada”.

El élder Andersen da el crédito a su esposa por ser un fuerte apoyo para los hijos a través de circunstancias difíciles. Incluyendo el tiempo de su misión, pasaron diez de los últimos veinte años fuera de los Estados Unidos y se mudaron ocho veces. “Pueden imaginar las dificultades que nuestros hijos enfrentaron mudándose casi todos los años: nuevos amigos y, en la mayoría de los casos, un país nuevo. Kathy fue la fortaleza que los mantuvo unidos y les hizo darse cuenta de que aquella sería una experiencia positiva para ellos”.

Sus hijos también fueron fuertes y adaptables. “Apreciamos los sacrificios que hicieron durante aquellos años. El Señor los ha recompensado ricamente con compañeros selectos y con sus propios hijos maravillosos”, afirma el élder Andersen.

Su confianza en el Señor

Cuando el presidente Thomas S. Monson, que integraba entonces la Primera Presidencia como uno de los consejeros, lo llamó para ser presidente de misión, el hecho de aceptar el llamamiento les requirió un sacrificio económico. Él era dueño de una agencia de propaganda próspera y en pleno desarrollo. “No es un negocio fácil de poner en manos de otras personas”, explica. “Aceptamos el llamamiento sin saber cómo iba a funcionar la transición comercial”.

La hermana Andersen agrega: “Siempre he tenido confianza en su fe, y él nos ha tranquilizado constantemente, diciendo: ‘Si ponemos al Señor en primer lugar, Él nos abrirá el camino y ocurrirán milagros’”.

A las pocas semanas, les llegó una oferta inesperada para comprar el negocio. “Era claramente la mano del Señor obrando de manera milagrosa”, asegura el élder Andersen.

El principio de que la obra del Señor es una obra de milagros se enseñaba continuamente a los misioneros de Francia. Kurt Christensen, que prestó servicio como misionero con el presidente Andersen, explica: “Él siempre elevaba nuestra visión de las bendiciones que el Señor deseaba para Francia; nos enseñaba con exactitud la fe y la obediencia puras, y el Señor nos colmó con Sus milagros”.

A dondequiera que sus asignaciones los llevaran —a Europa occidental, a Brasil, a México y a cualquier otra parte—, los Andersen han amado a los devotos miembros de la Iglesia y se han esforzado diligentemente por aprender los diferentes idiomas de esos países. Una vez, cuando la hermana Andersen comentó las incontables horas que su esposo dedicaba al aprendizaje de idiomas, él dijo que se le había concedido un don espiritual y que el Señor esperaba que se empeñara con diligencia para sacar a luz ese don. En la actualidad, habla francés, portugués y español.

Él sigue a las demás Autoridades Generales

“Durante dieciséis años, los miembros de la Primera Presidencia y los Doce han sido mis ejemplos y mis maestros”, explicó en el discurso de la conferencia general, después de recibir el llamamiento al Consejo de los Doce. “He aprendido de su integridad y rectitud. Durante todos estos años, nunca he observado en ellos ira desenfrenada ni deseo alguno de obtener bienes particulares ni materiales. Nunca he visto en ellos ninguna postura por obtener influencia o poder personal. Lo que he observado es su lealtad y cuidado por sus respectivas esposas e hijos. He comprobado tanto su amor hacia nuestro Padre Celestial y Su Hijo como su testimonio seguro de Ellos. Los he visto edificar primero y de forma infatigable el reino de Dios. He visto el poder de Dios descansar sobre ellos, magnificarlos y apoyarlos. He presenciado el cumplimiento de sus voces proféticas”2.

Mientras prestaba servicio como Director Ejecutivo del Departamento de Audiovisuales de la Iglesia, el élder Andersen tenía reuniones casi todas las semanas con el presidente James E. Faust (1920–2007). “Una vez fui a hablar con el presidente Faust sobre un serio problema que no sabía cómo resolver”, relata, “y él me preguntó: ‘Neil, ¿has orado al respecto? ¿Has orado toda la noche, como lo hizo Enós?’ Luego, reclinándose en el sillón, agregó: ‘Yo he orado toda la noche muchas veces para recibir respuesta a problemas difíciles. Así es como tú también obtendrás la respuesta que buscas’. Y tenía razón”.

Fue en esa época que el élder Andersen supervisó la filmación de la película The Testaments of One Fold and One Shepherd [Los testamentos de un rebaño y un Pastor]; el inicio de “Mormon.org”, el sitio de los misioneros de la Iglesia en la red, y la instalación de los sistemas de audiovisuales en el Centro de Conferencias de la ciudad de Lago Salado.

A lo largo de esas experiencias, el élder Andersen ha reconocido la guía de la Primera Presidencia y de los Doce Apóstoles. “Estos hermanos le enseñan a uno sobre el poder espiritual. No sólo dan información sino que enseñan a comprender y a escuchar al Señor. Así uno aprende a ser siervo del Señor”.

Su servicio al prójimo

El élder Andersen expresa este reconocimiento: “Al enseñarnos a ocuparnos de los demás como lo haría el Salvador, el presidente Monson ha sido un maestro maravilloso para mí y para muchas otras personas. Constantemente ha destacado el hecho de que no hay mayor gozo que el de saber que uno ha sido un instrumento en la mano del Señor para dar respuesta a una oración sincera”.

Esos principios se han arraigado en él profundamente.

La madre de un joven con quien él había tratado brevemente una vez, recuerda que en un tiempo en el que su hijo “estaba al borde de un colapso emocional y físico”, un día vio al élder Andersen y su esposa sentados a una mesa en una cafetería. “Mi hijo nos contó después: ‘No me habría acercado a ninguna otra persona, pero cuando lo vi, sentí que él me amaba e inmediatamente me levanté y me acerqué a ellos’ ”.

A pesar del enorme cambio que presentaba la apariencia del joven debido a la crisis por la que pasaba, el élder Andersen lo reconoció y lo llamó por su nombre. Después, los hermanos Andersen lo llevaron a su casa, le dieron de comer y conversaron con él largo y tendido. Luego, aunque ya era medianoche, el élder Andersen manejó varias horas para llevarlo a la casa.

“Su influencia no se terminó allí”, explica la madre. “Ahora, años después de aquel encuentro, continúa viéndolo e interesándose en su vida. Él salvó a nuestro hijo”.

Una vez en que visitaba a alguien en un hospital, notó a una paciente de veintiséis años llamada Lora McPherson, que se recuperaba de una operación de cáncer. Nancy, la madre de la joven, cuenta:

“Él le dio una bendición del sacerdocio, le envió un ejemplar con los discursos de la última conferencia general y más adelante le pidió que le hablara de las cosas por las que estaba agradecida, mencionándolas después en un discurso que dio en la Universidad Brigham Young–Hawai.

“Cuando Lora ya estaba recuperándose, la invitó a visitarlo en su oficina y la llevó en una gira por el Edificio de Administración de la Iglesia.

“Varios meses después, cuando se hizo evidente que el tiempo de Lora en la tierra era limitado, él le dio una hermosa bendición que le llevó gran consuelo dándole esperanza en su pasaje de esta vida a la otra. Y más tarde cambió su horario de viaje para hablar en el funeral de Lora.

“Hemos quedado muy impresionados con la capacidad del élder Andersen para atender sus responsabilidades generales y familiares, y todavía hacerse tiempo para ocuparse del prójimo. Él es verdaderamente un ejemplo de la admonición del Salvador de que busquemos a los necesitados y los sirvamos”.

Es un siervo del Señor

Refiriéndose al llamamiento de su padre para ser Apóstol, su hijo Brandt dice: “Éste es un llamamiento que cambia la vida de las personas, pero no cambiará la de mis padres, pues en privado ellos se comportan igual que cuando están en público”. Y todos los que conocen al élder Neil L. Andersen estarán de acuerdo con eso.

He gozado de la bendición de tener una relación cercana con el élder Andersen durante su servicio como Autoridad General. La fe que era evidente en su infancia todavía lo sostiene. Enseña el Evangelio con convicción, en gran parte debido a que lo vive con total fidelidad en todos los aspectos de su vida. Sus consejos son infaliblemente sabios. He observado que es bendecido con percepciones proféticas y tengo la seguridad de que éstas aumentarán con el manto de su nuevo llamamiento como Apóstol del Señor Jesucristo.

Al embarcarse en este nuevo servicio sagrado, él dijo humildemente: “Me resulta reconfortante saber que en el requisito para el santo apostolado en el que no hay flexibilidad alguna, el Señor me ha bendecido muchísimo. Por el poder del Espíritu Santo sé con claridad perfecta e indudable que Jesús es el Cristo, el Amado Hijo de Dios”3.

Notas

  1. Neil L. Andersen, “Sabes lo suficiente”, Liahona, noviembre de 2008, pág. 13.

  2. Neil L. Andersen, “Venid a Él”, Liahona, mayo de 2009, pág. 79.

  3. Neil L. Andersen, Liahona, mayo de 2009, pág. 78.

Fotografías cortesía de la familia Andersen, excepto donde se indique; fondo y extrema izquierda: por Craig Dimond

Página opuesta, de izquierda a derecha: Neil L. Andersen en la actualidad y siendo adolescente y estudiante de secundaria en Pocatello, Idaho. Arriba, de izquierda a derecha: El élder Andersen (centro) con sus padres, Kathryn y Lyle, y sus hermanos Lauri, Sheri y Alan, 1962; cuando era niño, en la granja de Idaho. Abajo: El élder Andersen de misionero en Francia, 1970–1972.

Arriba: Los hermanos Andersen el día de su boda en el Templo de Salt Lake, 1975. Derecha: El matrimonio con sus hijos, Brandt, Derek, Camey (Hadlock), detrás, y Kristen (Ebert), en Tampa, Florida, 1988. Página opuesta: La familia Andersen en Francia, cuando él era presidente de misión, foto tomada aproximadamente en 1990.

Izquierda: Fotografía por Village photographers, Tampa. Florida

Izquierda: Fotografía por Christina Smith; derecha: fotografía por Quinn Farley Photography, Salt Lake City, Utah

Página opuesta, de la izquierda: Con el presidente James E. Faust, después de la producción de la película Los testamentos de un rebaño y un Pastor en el año 2000; dirige la palabra durante la celebración por la nueva dedicación del Templo de São Paulo, Brasil, en 2004; con el presidente Boyd K. Packer en 1992, cuando se organizó la Estaca de Burdeos, Francia, mientras él era presidente de misión; con el élder D. Todd Christofferson, durante la conferencia general de abril de 2009. Derecha: el élder Andersen y su esposa en 2006, con sus hijos y nietos.