Fue uno de los últimos días.
Caminábamos bajo un intenso calor hacia la tienda favorita de algunas amigas mías.
Íbamos a comprar cocos; al menos eso pensábamos.
Pero, al acercarnos a la tienda de Samuel, no pude evitar observar que su ejemplar de las Escrituras estaba sobre una silla, apartado del suelo.
Compramos los cocos y entonces pregunté a Samuel si tenía un segundo.
“Claro”, respondió.
“¿Podrías hablarme de tus Escrituras?”. Señalé el desgastado libro gris cuidadosamente apoyado sobre la silla.
Él lo tomó e inmediatamente lo abrió para mí.
Me encanta cuando eso sucede. Cuando las “Escrituras” se refieren a las palabras de las páginas y no al libro en sí.
“A mí también me encantan las Escrituras”, le dije. Y luego le hice la pregunta que hago a cada persona que abre las Escrituras conmigo:
“¿Cuál es tu relato favorito?”.
A lo largo de los años he escuchado todo tipo de respuestas: la mujer junto al pozo, David y Goliat, la división del mar Rojo… Los ojos de las personas se iluminan cuando responden. Me encantan esas conversaciones.
“¿Mi relato favorito?”, preguntó él.
“Sí, de la Biblia”, respondí; “¿cuál es tu relato favorito?”.
Sus ojos se iluminaron, como pueden imaginar, pero su respuesta me sorprendió, tan sencilla y, sin embargo, tan grandiosa.
Una respuesta que nunca antes había recibido de nadie, solo de Samuel, en una tienda de una calle africana.
“El de Dios”.
Su relato favorito de la Biblia:
El de Dios.
Los cocos estaban buenos, pero no fuimos por esa razón.
Creo que fuimos para recordar que todos nosotros, cada persona, es parte del gran relato de Dios.
¿No es algo maravilloso?
—Presidenta Emily Belle Freeman
Presidenta General de las Mujeres Jóvenes