Es probable que hayas escuchado a la gente decir: “En este momento siento el Espíritu muy fuerte”.
Quizás tú también sientas algo en ese momento, pero ¿tienes algún problema si tú no lo sientes?
Respuesta corta: en absoluto,
porque las personas experimentan la influencia del Espíritu Santo de manera diferente. Eso es lo milagroso de los mensajes del Espíritu Santo: van dirigidos solo para ti.
Para algunas personas, el Espíritu Santo puede hacer que se sientan impresionadas por la emoción y conmovidas hasta las lágrimas; para otras, las lágrimas rara vez o nunca llegan, lo cual está bien. Para ellas, el Espíritu Santo puede producir un sutil sentimiento de gratitud, paz, reverencia o amor (véase Gálatas 5:22–23).
En las Escrituras también se describe al Espíritu Santo como un “ardor” en el pecho (véase Doctrina y Convenios 9:8–9). Pero la intensidad o el grado de ese “ardor” puede ser diferente para todos. A veces es como una pequeña brasa resplandeciente en lugar de un fuego arrasador.
O tal vez hayas oído la descripción del Espíritu Santo como una “voz suave y apacible” (véase Doctrina y Convenios 85:6). Y de inmediato pensaste: “Pero no he OÍDO una voz. ¿Me pasa algo?”.
Y repetimos, no en absoluto. Esa descripción de las Escrituras no significa necesariamente que todos oímos una voz literal. El élder Ronald A. Rasband, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “El espíritu habla con palabras que sentimos. Tales sentimientos son delicados, un suave impulso a actuar, a hacer algo, a decir algo, a reaccionar de cierta manera”1.
El punto es: cada uno de nosotros experimentará el Espíritu Santo de forma diferente y en diferentes grados. Lo importante es que vivamos dignos de recibirlo y que lo reconozcamos cuando venga. Al hacerlo, empezaremos a notar que Su influencia está presente en nuestra vida mucho más de lo que esperábamos.