Life of Jesus Christ: Appearance to Mary Magdalene
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Corrieron

Chris Ogden
07/09/21 | 4 min de lectura
Pedro pareció reconocer que la sanación, la fortaleza y la claridad solo se encontrarían en la presencia del Señor, y corrió en busca de esa influencia.

Aunque no soy experta en las Escrituras, me conmueven profundamente los relatos de Pedro en el Nuevo Testamento. Era intrépido, impetuoso, intensamente leal y amoroso, la “roca” original.
Me encantan en particular las imágenes de dos acontecimientos diferentes, los cuales ocurrieron poco después de la crucifixión del Salvador. En primer lugar, tanto en Lucas 24 como en Juan 20 se nos dice que, temprano en la mañana del Domingo de Resurrección, María Magdalena, la madre del Salvador y otras mujeres estaban allí en el sepulcro, listas para cuidar de Su cuerpo.
Cuando esas mujeres llegaron corriendo a donde estaban los discípulos y contaron acerca de ángeles, de lino doblado y de un sepulcro vacío, el relato dice que Pedro y Juan corrieron al sepulcro1.
Me inspira el hecho de que corrieron. No sabían lo que encontrarían en el sepulcro. Supongo que estaban azorados, con sentimientos de dolor, conmoción y confusión, luchando por hallar sentido a preguntas desconcertantes como: “¿Cómo pudo suceder? ¿Y por qué, cuando levantó a tantos de entre los muertos, no se salvó a Sí mismo?”. En medio de la amargura de la traición y la inmensidad de su pérdida, tal vez hayan estado experimentando agotamiento físico y emocional, temor paralizante y mucho más.
Sin embargo, en lugar de debatir y analizar las afirmaciones de las mujeres o dar paso a la desesperación, corrieron al sepulcro. Sin saber todo lo que les esperaba, aun así corrieron hacia Él.
Con frecuencia, cuando me siento aturdida y dañada, exhausta, vacía, atacada o agobiada, débil, herida, inferior, confundida, abandonada, desanimada, indignada, temerosa, llorosa o pecadora —con demasiada frecuencia— me aparto de Él.
No obstante, Pedro parecía saberlo ya. Parecía reconocer que la sanación, la fortaleza y la claridad solo se encontrarían en la presencia del Señor, y corrió en busca de esa influencia.
Poco tiempo después, él mostró su disposición de apresurarse al Señor una vez más, tal como leemos en Juan 21. Pedro decidió “ir a pescar”2 y varios de los discípulos pensaron que parecía ser una idea bastante buena. Sin embargo, es posible que sus opiniones hayan cambiado después de pescar toda una noche sin ningún éxito.
“Y cuando ya amanecía, Jesús se presentó en la orilla, mas los discípulos no sabían que era Jesús”3.
Después de llamarlos y enterarse de que no habían pescado nada, Jesús sugirió que echaran sus redes en el lado derecho de la barca. Cuando de pronto las redes se llenaron y estaban a punto de romperse con peces, Juan le dijo a Pedro que “era el Señor”4.
Eso fue todo lo que se necesitó.
“Y Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor […], se echó al mar”5.
Ni siquiera pudo esperar el tiempo suficiente para remar hasta la orilla. Pedro se arrojó de cabeza al agua. Me encanta imaginarlo nadando frenéticamente y salpicando agua por todas partes mientras de manera urgente avanzaba torpemente por las aguas poco profundas hasta la playa. Como dijo Juan, ¡era el Señor! Y nada impediría que Pedro estuviera del lado del Salvador. Se valió de toda su fuerza y energía para acercarse a su amigo y a su Redentor.
Eso me recuerda cómo me sentí cuando mis hijos misioneros llegaron a casa. Mi familia se burla de mí porque casi me volví loca. Nada podía contenerme cuando vi sus rostros cansados, pero hermosos después de dos largos años. Me apresuré a abrazarlos; estaba absolutamente contenta de verlos. Tal vez fue un tipo similar de emoción lo que motivó a Pedro.
He meditado mucho en cuanto a lo que puedo aprender del ejemplo de Pedro: su deseo, su centro de atención, su humildad, su amor. ¿De qué manera puedo correr hacia el Señor? ¿Cuán puro y convincente es mi deseo de estar en Su presencia? ¿Y cuán urgentemente lo busco?
Para mí, correr hacia Él comienza con amarlo, no de manera abstracta, sino de manera profundamente personal. Poco después de que Pedro nadó, el Señor le estaba preguntando: “¿Me amas?”6. Y en caso de que pasásemos por alto y perdiésemos esa pregunta, el Señor la repitió tres veces. Obviamente, importa si lo amo a Él y cómo demuestro ese amor.
Además, correr hacia alguien requiere intención y dirección. El presidente Russell M. Nelson nos ha alentado: “Nuestro enfoque debe estar anclado en el Salvador y Su evangelio. Es mentalmente riguroso esforzarnos por mirar hacia Él en todo pensamiento, pero cuando lo hacemos, nuestras dudas y temores desaparecen […]. Ese ‘acudir’ requiere un esfuerzo diligente y enfocado”7.
El élder Neil L. Andersen se refirió al consejo del presidente Nelson y agregó: “El Salvador dijo: ‘Mirad hacia mí en todo pensamiento’ [Doctrina y Convenios 6:36]. En un mundo de trabajo, preocupaciones y empeños encomiables, mantenemos el corazón, la mente y los pensamientos puestos en Él, quien es nuestra esperanza y salvación”8.
Creo que nuestro amor por Él y nuestra atención en Él forman un ciclo. Cuanto más tiempo pasamos a Su lado, más lo amamos. Y cuanto más lo amemos, más querremos correr a Su lado a pesar de lo que esté sucediendo a nuestro alrededor.
¡Cuánto deseo esforzarme por hacerlo mejor! Y rechazar la tendencia a distraernos, a sentirnos abatidos o a esperar. No, quiero correr conscientemente hacia Él —en mi angustia, en mi temor, en mi confusión, en mi dolor— no siempre conociendo el fin desde el principio, porque Él es el Principio y el Fin. Y ha resucitado.

Notas

1. Véase Juan 20:4.
2. Juan 21:3.
3. Juan 21:4.
4. Juan 21:5–7.
5. Juan 21:7.
6. Juan 21:15.
7. Russell M. Nelson, “Cómo obtener el poder de Jesucristo en nuestra vida” (Conferencia General de abril de 2017).
8. Neil L. Andersen, “Hablamos de Cristo” (Conferencia General de octubre de 2020).


Chris Ogden
Chris y su esposo Chad tienen tres hijos jóvenes adultos y viven en Utah. Ella trabaja como directora de mercadotecnia de una pequeña empresa de software y con frecuencia le suceden fallas accidentales relacionadas con la ropa que lleva puesta, que resultan en momentos públicos vergonzosos. Está agradecida por su Salvador, Jesucristo, y Su gracia.
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