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La bendición más grande por la que nunca oré

05/07/21 | 4 min de lectura
Durante esta prueba en mi matrimonio, hubo una oportunidad perfecta para que el Señor estuviera para mí y yo lo viera a Él como nunca antes lo había hecho.

Cuando mi esposo me habló por primera vez sobre su adicción a la pornografía, la gratitud fue lo último que me pasó por la mente. De hecho, ni siquiera lo pensé. Solo recuerdo sentirme muy abrumada por la profunda pesadumbre que formó parte de aquel día, y de las semanas, los meses e incluso los años siguientes.

Ahora puedo mirar atrás y ver que es gracias a ese desafío que estamos donde nos hallamos ahora, que me he convertido en quien soy y que mi relación con el Salvador es tan personal. Ese es el lado bueno por el que estoy agradecida a pesar de todas las lágrimas, la angustia, el temor y el trauma por los que hemos pasado.

Sin embargo, mi trayectoria hacia esa gratitud no ocurrió de la noche a la mañana. Al principio tuve momentos cuando me sentí paralizada, no sabía qué hacer ni cómo sentirme porque tenía muchísimo dolor. Luego hubo momentos en que el dolor era tan abrumador y sentía tanto enojo —enojo hacia mi esposo por las decisiones que había tomado, hacia Dios por no haber evitado que aquello sucediera en mi vida y hacia mí misma por no haberme dado cuenta antes o no haber sido capaz de solucionarlo.

Recuerdo una noche que me sentía particularmente enojada y había sacado mi diario y escrito todas las cosas que sentía por mi esposo aquel día. Sin ninguna restricción, salió todo. Estaba tan enojada y tan lastimada. Escribí pensamientos y sentimientos que no eran muy amables, pero así estaban las cosas y aquello era con lo que estaba lidiando. Necesitaba ser realista.

Después de desahogarme, me sentí mejor porque ya no lo tenía dentro de mí, aunque tampoco me gustó la manera en que me sentía con mi esposo. No quería seguir enojada ni tener pensamiento llenos de odio hacia él, pero así era como me sentía. Recuerdo haber hecho una oración en silencio: “¿Qué hago?”. Entonces me vino a la mente un pensamiento: “Anota diez cosas buenas de él”. Sinceramente, no quería hacerlo, pero el pensamiento era tan claro que no podía ignorarlo.

Tomé unos minutos y pensé en cosas que eran buenas de mi esposo y en aquellas por las que estaba agradecida por él. Al terminar noté un cambio en cómo me sentía: volvía a sentir esperanza. Al recordar las cosas positivas, solo por un momento, vi a mi esposo como lo ve el Señor y pude sentir más paz. El Espíritu se valió de esa experiencia para enseñarme sobre el poder de la gratitud. Todos mis sentimientos de enojo y dolor eran válidos y reales, y tuve que respetarlos y procesarlos. Sin embargo, cuando estuve lista, la gratitud fue un cambio poderoso para mí y he usado ese cambio desde entonces.

Lo que no sabía era que durante esta prueba en mi matrimonio, hubo una oportunidad perfecta para que el Señor estuviera para mí y yo lo viera a Él como nunca antes lo había hecho. Durante gran parte de mi vida había tratado de hacer las cosas por mi cuenta, solucionar problemas, hacerlo todo perfecto, hacerlo todo bien y esperaba que la vida fuera fácil; esperaba ser capaz de hacerlo todo. No obstante, se me dio algo que de ninguna manera podía manejar por mi cuenta. Lo intenté y fracasé. No tenía nada en que apoyarme, excepto en Cristo. Para mí, esta prueba ha sido una oportunidad de conocer verdaderamente a Jesucristo y no solo de saber acerca de Él.

Las pruebas de la vida nos ayudan a madurar espiritualmente para que podamos acercarnos más a nuestro Padre Celestial y al Salvador y seamos más como Ellos, si así lo deseamos. Estoy muy agradecida por haber decidido acudir al Señor y aprender la verdad de Él.

El presidente Dieter F. Uchtdorf lo dijo muy bien en un reciente discurso de conferencia: “El ser agradecido en tiempos de aflicción no significa que estamos complacidos con nuestras circunstancias; lo que significa es que mediante los ojos de la fe podemos ver más allá de nuestras dificultades actuales. Esta no es una gratitud que proviene de los labios, sino del alma; es una gratitud que sana el corazón y ensancha la mente”1.

Escoger la gratitud, en aquel momento y en otros momentos desde entonces, me ha brindado sanación y me ha hecho más consciente del bien que Dios está haciendo en mi vida.

Me gusta decir que la lucha de mi esposo contra la adicción a la pornografía y nuestra trayectoria para recuperarnos son “la bendición más grande por la que nunca oré”. A través de muchas pruebas y errores he aprendido a centrarme en el Señor para entonces dejar de lado lo demás y confiarle mi vida, mi esposo y nuestro matrimonio. No depende de mí arreglarlo; nunca dependió de mí.

¿Quería yo que la pornografía y la superación de adicciones fuesen parte de mi matrimonio? No. ¿Quería tener que pasar por todo el dolor, las lágrimas y el trauma de superarlo? No. Pero, ¿puedo mirarlo todo ahora y decir que estoy agradecida por ello? Sí.

Estoy agradecida porque he aprendido a ver a las personas como hijos de Dios. He conocido y experimentado el poder de la gracia. He aprendido que Dios me ama aun cuando esté enojada con Él. He aprendido que mi Salvador está conmigo en los momentos más difíciles. No solo me espera y me anima mientras trato de resolverlos por mi cuenta, sino que está conmigo en esos momentos y está feliz de hacerlo porque me ama.

La sanación que el Salvador ha efectuado en mi corazón y que puedo compartir con los demás es aquello por lo que estoy más agradecida en este momento. Él me ha ayudado a llegar a donde estoy y me permite compartir esa esperanza y sanación. Cuando centramos nuestra vida en Cristo y dejamos de tratar de controlar o cambiar un resultado o a otra persona, Él camina con nosotros paso a paso, momento a momento. Hallarán paz en los días más difíciles y encontrarán momentos de alivio cuando parezca imposible. Dios nos ama y Él recorre este camino con nosotros. Este conocimiento es la bendición más grande de todas.

Notas

1. Dieter F. Uchtdorf, “Agradecidos en cualquier circunstancia”, Conferencia General de abril de 2014.

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