Cuando me levanto por la mañana, acudo al Padre Celestial en oración y digo: “Padre Celestial, ayúdame hoy a ser receptivo a las impresiones de Tu Espíritu”. Eso es lo que hago en mis oraciones matutinas.

Al reflexionar sobre la manera en que “lo escucho a Él”, recuerdo haber aprendido a escuchar la voz del Señor muy pronto en mi vida. Me criaron unos padres maravillosos que me enseñaron la importancia de las Escrituras a temprana edad. En mi niñez y juventud, durante mi misión y a lo largo de la vida, me he centrado mucho en tratar de sentir las indicaciones del Espíritu. Las mejores maneras en que escucho al Espíritu del Señor en mi vida son al leer las Escrituras y al seguir Sus impresiones. Estos son algunos ejemplos concretos de cómo escucho al Señor en mi vida.

Mi madre me enseñó a escucharlo a Él mediante las Escrituras

Mi madre era muy devota y me enseñó a prestar atención para poder escuchar las impresiones del Espíritu Santo. Cuando nací, ella había tenido muchas experiencias en la vida. Esas experiencias la condujeron a centrarse intensamente en mí, que fui su último hijo. Recuerdo que ella me enseñaba en su regazo y me llevaba a un pequeño y cálido lugar frente a la rejilla de la calefacción de nuestra sala de estar. Mientras estábamos sentados allí, me contaba relatos del Antiguo Testamento. Así aprendí a reconocer el Espíritu. Ella tomaba diferentes relatos de las Escrituras y me los explicaba, y luego los aplicaba a mi vida.

Lo escucho a Él por medio de indicaciones concretas

Como resulta evidente de la manera en que me criaron, reconocer el Espíritu no sucede al azar. Cuando me voy a dormir por la noche, si tengo algo en la mente que pueda afectar mi labor en la Iglesia al día siguiente, o si estoy pensando en uno de mis hijos, nietos o amigos, siento indicaciones concretas. A menudo siento simplemente una impresión; por ejemplo, siento la necesidad de ir a algún lugar, hacer esto o aquello, o decir esto o aquello. Otras veces, siento palabras. Me identifico con Nefi en el Libro de Mormón cuando les dijo a sus hermanos que ellos habían “dejado de sentir, de modo que no p[odían] sentir” las palabras del Señor (véase 1 Nefi 17:45). En mi caso, la voz del Espíritu es un sentimiento que se manifiesta por medio de una indicación.

El profeta José Smith enseñó que si damos oído a los primeros susurros, estaremos en lo correcto nueve de cada diez veces1. En la vida aprendí muy pronto que, si sigues esas primeras impresiones, por lo general, el Espíritu Santo te guiará.

Lo escucho a Él al ser receptivo a las impresiones

En los últimos años he experimentado el sentimiento de recibir inspiración durante una conversación; en ese caso, me limito a seguirla. Trato de ser así de receptivo al Espíritu Santo y creo que esto influye en cada aspecto de mi vida. Cuando me levanto por la mañana, acudo al Padre Celestial en oración y digo: “Padre Celestial, ayúdame hoy a ser receptivo a las impresiones de Tu Espíritu”. Eso es lo que hago en todas mis oraciones matutinas.

Ya sea en una asignación de la Iglesia, con un familiar o en cualquier contexto, solo trato de ser receptivo al Espíritu. Ser receptivos al Espíritu Santo requiere ciertos hábitos cuidadosos de nuestra parte. Algunos de los programas de televisión y los anuncios que vemos en estos días pueden ser ofensivos para el Espíritu Santo. Las influencias externas que dejamos entrar en nuestro espíritu pueden influir en nuestra capacidad de ser receptivos al Espíritu Santo.

Aprendí a escucharlo a Él por medio de mi llamamiento misional a Nueva York

Cuando tenía diecinueve años, había estado esperando mi llamamiento misional con gran expectativa. Mi padre, mi hermano y mi cuñado habían servido en una misión en Alemania, y yo también quería ir a Alemania en mi misión. Recuerdo el día en que fui hasta nuestro buzón y allí estaba mi carta misional. No esperé a una gran celebración o una fiesta como se hace ahora; me limité a abrir la carta. Mis padres ni siquiera estaban en casa en ese momento.

Y leí: “Élder Ronald A. Rasband, por medio de la presente se lo llama a servir como misionero en la Misión de los Estados del Este, con sede en la ciudad de Nueva York, Nueva York”. Recuerdo que dije: “¡No! ¡Se supone que debo ir a Alemania!”. Estaba decepcionado; entré en la casa con la carta en la mano y sabía que pronto tendría que ver a mis padres, así que me dije: “Será mejor que mejore mi actitud al respecto y que me apresure a hacerlo”.

Fui a mi habitación y tomé Doctrina y Convenios. Por alguna razón, ese día me dirigí exactamente a la sección 100 de Doctrina y Convenios y empecé a leer: “He aquí, tengo mucha gente en este lugar, en las regiones inmediatas; y se abrirá una puerta eficaz en las regiones circunvecinas en estas tierras del este. Por consiguiente, yo, el Señor, os he permitido venir a este lugar; pues así me era conveniente para la salvación de almas” (Doctrina y Convenios 100:3–4).

Inmediatamente cambió mi actitud por no haber sido llamado a ser misionero en Alemania. Cuando mis padres llegaron a casa, yo sabía, por revelación por medio de este pasaje de las Escrituras, que la Misión de los Estados del Este era adonde el Señor quería que fuera.

Lo escuché a Él cuando era presidente de misión

Además de ser llamado como misionero a Nueva York, tuve la bendición de servir como presidente de misión allí. Mientras servía en ese llamamiento, recibí la noticia de que el élder Neal A. Maxwell iba a ir a la ciudad de Nueva York. Al comenzar a planificar una conferencia para toda la misión en Manhattan, me preguntaba a quién le podría pedir que ofreciera la primera oración de la reunión. Saqué la lista de misioneros y oré, diciendo: “Padre Celestial, ayúdame a saber cuál de estos misioneros deseas que ofrezca esta primera oración”.

Durante mi ronda regular de entrevistas, hablé con un élder llamado Joseph Appiah y le dije: “Élder, tengo una pregunta que hacerle. He estado orando para saber quién, de todos nuestros misioneros, debería orar en el devocional con el élder Neal A. Maxwell y su nombre me ha venido a la mente. Quisiera invitarlo a ofrecer la primera oración en el devocional”.

El élder Appiah comenzó a llorar y dijo: “Presidente, no hay ningún misionero en esta misión que se sienta más honrado de orar con el élder Maxwell que yo, y permítame decirle por qué. El élder Maxwell fue el Apóstol que comenzó la obra de la Iglesia en mi país natal, Ghana. Fue él quien llamó a mi padre, Thomas Appiah, para que fuera el presidente del Distrito Acra, Ghana. Y hace solo ocho años, el élder Maxwell selló a mis padres en el Templo de Salt Lake”.

No tenía ni idea de aquel vínculo que había con Ghana y con su padre, ni de aquel vínculo del templo con su familia. Todo lo que sabía es que, cuando miré la lista de misioneros, el nombre del élder Appiah me llamó la atención casi como si estuviera iluminado con luces de neón. El día del devocional, el élder Appiah ofreció la primera oración y el élder Maxwell se levantó de la silla, subió hasta el púlpito y lo abrazó.

Nunca olvidaré haber seguido esa inspiración, ser dirigido hasta un misionero y haber tenido esa experiencia con un apóstol del Señor. El Señor conoce a cada uno de Sus hijos. Esto se ejemplifica en el ministerio de Jesucristo. En el Libro de Mormón, Jesucristo ministra al pueblo, uno por uno. Creo que esa es una lección maravillosa que todos debemos recordar: aun en enormes poblaciones, congregaciones o familias, el Señor Jesucristo nos ministra de forma individual, uno por uno.

Nota
1. Véase de Truman G. Madsen, Joseph Smith the Prophet, 1989, pág. 103.

Comentarios
0