Después de que Jesucristo murió en la cruz, un hombre llamado José de Arimatea donó su tumba para que el Salvador pudiera ser sepultado en ella. Una piedra grande selló la entrada. Los guardias estaban allí para asegurarse de que nadie robara el cuerpo del Salvador para fingir un milagro.
¿Se imaginan cómo pudieron haberse sentido los discípulos del Salvador? Ellos no se dieron cuenta de que el Salvador ya estaba enseñando en el mundo de los espíritus y que Su espíritu y Su cuerpo se reunirían. No sabían que lo verían de nuevo pronto, esta vez como un ser resucitado.
Cuando las mujeres llegaron a envolver el cuerpo de Jesús con aceites y especias (una práctica común en aquel entonces), ¡se encontraron con ángeles!
Leer más:
Nota: Esto es parte de una serie sobre la semana previa a la resurrección del Salvador.