Conferencia General
Velad, pues, orando en todo tiempo
Conferencia General de octubre de 2020


Velad, pues, orando en todo tiempo

Hoy extiendo mi invitación a orar a todas las personas de todos los países del mundo.

Mis queridos hermanos y hermanas, durante la última semana de Su ministerio terrenal, Jesús enseñó a Sus discípulos: “Velad, pues, orando en todo tiempo que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que han de venir, y de estar de pie delante del Hijo del Hombre”1.

Entre las “cosas que han de venir” antes de Su segunda venida están las “guerras y […] rumores de guerras[,] […] pestilencias, y hambres y terremotos en diferentes lugares”2.

En Doctrina y Convenios, el Salvador dijo: “Y todas las cosas estarán en conmoción, […] porque el temor vendrá sobre todo pueblo”3.

Sin duda, vivimos en una época en la que las cosas están en conmoción. Muchas personas temen el futuro y muchos corazones se han apartado de su fe en Dios y en Su Hijo, Jesucristo.

Las noticias están llenas de relatos de violencia. La denigración moral se publica en línea. Se han vandalizado cementerios, iglesias, mezquitas, sinagogas y santuarios religiosos.

Una pandemia global ha llegado prácticamente a todo rincón de la tierra; millones de personas se han infectado; han muerto más de un millón. Graduaciones, servicios de adoración, casamientos, servicio misional y muchos otros acontecimientos importantes de la vida se han visto interrumpidos. Además, infinidad de personas han quedado desamparadas y aisladas.

Los reveses económicos han supuesto un desafío para muchos, sobre todo para los hijos más vulnerables de nuestro Padre Celestial.

Hemos visto a personas que ejercen con vehemencia su derecho a la protesta pacífica, y también hemos visto a masas enfurecidas que causan disturbios.

Al mismo tiempo, seguimos viendo conflictos por todo el mundo.

A menudo pienso en aquellos de ustedes que sufren, que están preocupados, que sienten temor o se sienten solos. Le aseguro a cada uno que el Señor los conoce, que está al tanto de sus preocupaciones y de su angustia, y que los ama, de una manera entrañable, personal, profunda y para siempre.

Cada noche, al orar, le pido al Señor que bendiga a todos los que se sienten agobiados por la aflicción, el dolor, la soledad y la tristeza. Sé que otros líderes de la Iglesia se hacen eco de esa misma oración. Nuestro corazón, individual y colectivamente, está con ustedes, y nuestras oraciones se elevan a Dios a favor de ustedes.

El año pasado estuve unos días en el noreste de los Estados Unidos visitando sitios históricos nacionales y de la Iglesia, asistiendo a reuniones con nuestros misioneros y miembros, y visitando a líderes gubernamentales y del mundo empresarial.

El domingo 20 de octubre dirigí la palabra a una gran congregación cerca de Boston, Massachusetts. Estaba hablando, cuando sentí la impresión de decir: “Les ruego […] que oren por este país, por nuestros líderes, por nuestra gente y por las familias que viven en esta gran nación fundada por Dios”4.

También dije que los Estados Unidos y muchas de las naciones de la tierra, al igual que en épocas pasadas, se hallan en otra encrucijada decisiva y necesitan nuestras oraciones5.

Esa súplica no estaba en las notas que yo había preparado. Esas palabras me vinieron al sentir que el Espíritu me impulsaba a invitar a los presentes a orar por su país y por sus líderes.

Hoy extiendo mi invitación a orar a todas las personas de todos los países del mundo. No importa cómo ni a quién oren, les ruego que ejerzan su fe —cualquiera que sea su religión— y que oren por su país y por los líderes de su nación. Como dije el pasado mes de octubre en Massachusetts, nos encontramos ante una importante encrucijada en la historia, y las naciones de la tierra necesitan desesperadamente guía e inspiración divinas. Esto no se trata de política ni reglamentos, sino de la paz y la sanidad que pueden recibir las almas, tanto de las personas como de los países —sus ciudades, pueblos y aldeas— por medio del Príncipe de Paz y la fuente de toda sanidad: el Señor Jesucristo.

Durante los últimos meses he recibido la impresión de que la mejor manera de ayudar a la actual situación mundial es que todas las personas confíen más plenamente en Dios y vuelvan sus corazones a Él por medio de la oración sincera. El humillarnos y buscar la inspiración de los cielos para perseverar y conquistar lo que nos aguarda será nuestra manera más segura y fiable de avanzar con seguridad en estos tiempos difíciles.

Las Escrituras recalcan las oraciones que ofreció Jesús, así como Sus enseñanzas acerca de la oración durante Su ministerio terrenal. Ustedes recordarán el Padrenuestro:

“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.

“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.

“Danos hoy el pan nuestro de cada día.

“Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.

“Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén”6.

Esta hermosa y directa oración, repetida a menudo por todos los cristianos, deja claro que es apropiado pedir directamente a nuestro Padre que está en los cielos respuestas a aquello que nos preocupa. Así pues, oremos para recibir guía divina.

Les invito a orar siempre7. Oren por su familia; oren por los líderes de las naciones; oren por las personas valientes que se encuentran en primera fila en las batallas contra las actuales plagas sociales, medioambientales, políticas y biológicas que afectan a todas las personas por todo el mundo: a ricos y pobres, a jóvenes y ancianos.

El Salvador nos enseñó a no poner límites a las personas por quienes oramos. Él dijo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”8.

En la cruz del Calvario, donde Jesús murió por nuestros pecados, Él puso en práctica lo que enseñó cuando rogó: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”9.

El orar con sinceridad por quienes se podrían considerar nuestros enemigos demuestra nuestra creencia en que Dios puede transformar nuestro corazón y el de los demás. Esas oraciones deberían reforzar nuestra determinación de hacer cualquier cambio que sea necesario en nuestras vidas, familias y comunidades.

No importa dónde vivan, el idioma que hablen o los desafíos que afronten, Dios los oye y les contesta a Su propia manera y en Su propio tiempo. Dado que somos Sus hijos, podemos acudir a Él en busca de ayuda, solaz y un deseo renovado de marcar una diferencia positiva en el mundo.

El orar por la justicia, la paz, los pobres y los enfermos a menudo no es suficiente. Después de arrodillarnos en oración, debemos levantarnos y hacer lo que podamos por ayudar, tanto a nosotros mismos como a los demás10.

Las Escrituras están llenas de ejemplos de personas de fe que combinaron la oración con los hechos a fin de marcar una diferencia en sus propias vidas y en la vida de otras personas. En el Libro de Mormón, por ejemplo, leemos acerca de Enós. Se ha observado que “unos dos tercios de su breve libro describen una oración o una serie de oraciones, y el resto narra lo que hizo como consecuencia de las respuestas que recibió”11.

En nuestra propia historia de la Iglesia tenemos muchos ejemplos del modo en que la oración marcó una diferencia, comenzando con la primera oración en voz alta que hizo José Smith en el claro de un bosque, cerca de la cabaña de sus padres, en la primavera de 1820. Al buscar perdón y guía espiritual, la oración de José abrió los cielos. Hoy en día, nosotros somos los beneficiarios de José el Profeta y de otros fieles Santos de los Últimos Días, hombres y mujeres que oraron y actuaron para ayudar a establecer La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

A menudo pienso en las oraciones de mujeres fieles como Mary Fielding Smith quien, con la ayuda de Dios, condujo valerosamente a su familia de la creciente persecución en Illinois a la seguridad de este valle, donde su familia prosperó espiritual y temporalmente. Después de arrodillarse a orar con sinceridad, ella trabajó arduamente para superar sus desafíos y bendecir a su familia.

La oración nos elevará y nos unirá como personas, como familias, como Iglesia y como mundo. La oración influirá en los científicos y los conducirá al descubrimiento de vacunas y medicinas que acabarán con esta pandemia. La oración consolará a quienes hayan perdido a un ser querido; nos guiará para saber lo que debemos hacer para nuestra propia protección.

Hermanos y hermanas, los exhorto a redoblar su compromiso con la oración; los exhorto a orar en sus aposentos, en sus tareas cotidianas, en sus hogares, en sus barrios y siempre en su corazón12.

En nombre de los líderes de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, les doy las gracias por sus oraciones por nosotros. Los exhorto a que continúen orando para que podamos recibir inspiración y revelación para dirigir la Iglesia durante estos tiempos difíciles.

La oración puede cambiar nuestras vidas. Motivados por la oración sincera, podemos mejorar y ayudar a otras personas a hacer lo mismo.

Conozco el poder de la oración por experiencia propia. Hace poco me hallaba solo en mi oficina; acababa de someterme a una intervención médica en la mano, la cual estaba amoratada, inflamada y dolorida. Al sentarme frente al escritorio no podía concentrarme en cosas importantes y cruciales porque el dolor me lo impedía.

Me arrodillé en oración y pedí al Señor que me ayudara a concentrarme para poder realizar mi trabajo. Me levanté y regresé al montón de papeles sobre el escritorio. Casi inmediatamente, mi mente se llenó de claridad y concentración, y pude completar las urgentes tareas que tenía ante mí.

La caótica situación actual del mundo puede parecer abrumadora si tenemos en cuenta los muchos problemas y desafíos, pero es mi ferviente testimonio que si oramos y pedimos al Padre Celestial la guía y las bendiciones que necesitamos, llegaremos a saber cómo bendecir a nuestras familias, a nuestro prójimo, nuestras comunidades y aun el país en el que vivimos.

El Salvador oró y luego “anduvo haciendo bienes”13 al alimentar al pobre, infundir valor y apoyo a los necesitados y tender una mano con amor, perdón, paz y reposo a todos los que viniesen a Él y Él continúa tendiéndonos la mano.

Invito a todos los miembros de la Iglesia, así como a nuestros vecinos y amigos de otras religiones en todo el mundo, a que hagan lo que el Salvador aconsejó a Sus discípulos: “Velad, pues, orando en todo tiempo14, a fin de recibir paz, consuelo, seguridad y oportunidades de servirnos los unos a los otros

¡Cuán grandioso es el poder de la oración y cuán necesarias son hoy en día nuestras oraciones de fe en Dios y en Su Hijo Amado! Recordemos y agradezcamos el poder de la oración. En el nombre de Jesucristo. Amén.