2010–2019
“Ven, sígueme”, practicando el amor y el servicio cristiano
Octubre de 2016


“Ven, sígueme”, practicando el amor y el servicio cristiano

Como discípulos del Salvador en los últimos días, “venimos” a Él al amar y servir a los hijos de Dios.

El ganador del premio Nobel Elie Wiesel se recuperaba en el hospital de una cirugía a corazón abierto cuando su nieto de cinco años lo visitó. Al mirar al abuelo a los ojos, el niño vio su dolor. “Abuelo”, preguntó, “si te amo más, ¿te [dolerá menos]?”1. Hoy hago una pregunta similar en cuanto a nosotros: “¿Si amamos más al Salvador, sufriremos menos?”.

Cuando el Salvador llamó a Sus discípulos a seguirle, vivían la ley de Moisés, que incluía recibir “Ojo por ojo, y diente por diente”2; pero el Salvador vino a cumplir esa ley con Su expiación. Él enseñó una nueva doctrina: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”3.

A los discípulos se les enseñó que se volvieran de los caminos del hombre natural hacia los caminos amorosos y caritativos del Salvador sustituyendo la contención con el perdón, la bondad y la compasión. El nuevo mandamiento de “[amarse] los unos a los otros”4 no siempre fue fácil de cumplir. Cuando los discípulos se preocupaban por tener que asociarse con pecadores y con ciertas clases sociales, el Salvador enseñó pacientemente: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”5; o, como explicó un profeta del Libro de Mormón: “Cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, solo estáis al servicio de vuestro Dios”6.

Como discípulos del Salvador en los últimos días, “venimos” a Él al amar y servir a los hijos de Dios. Al hacerlo, es posible que no podamos evitar la tribulación, la aflicción y el sufrimiento en la carne, pero sufriremos menos espiritualmente. Aun en nuestras pruebas, podemos experimentar alegría y paz.

Nuestro amor y servicio cristiano comienzan de forma natural en el hogar. Padres, ustedes son llamados a ser maestros y misioneros amorosos para con sus hijos y los jóvenes; ellos son sus investigadores, y ustedes tienen la responsabilidad de ayudarlos a que se conviertan. En realidad, todos estamos procurando convertirnos, lo cual significa estar llenos del amor de nuestro Salvador.

Al seguir a Jesucristo, Su amor nos motiva a apoyarnos unos a otros en nuestro trayecto terrenal. No podemos hacerlo solos7. Me han oído compartir antes este proverbio cuáquero: “Tú me elevas a mí y yo te elevaré a ti, y ascenderemos juntos para siempre”8. Como discípulos, empezamos a hacer esto cuando somos bautizados y demostramos que estamos dispuestos a “llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras”9.

“[Enseñarnos] el uno al otro la doctrina del reino”10 es una manera de amarnos y servirnos el uno al otro. Padres y abuelos: tenemos la tendencia a lamentarnos de las condiciones del mundo, de que las escuelas no están enseñando carácter moral; pero hay mucho que nosotros podemos hacer. Nosotros podemos aprovechar los momentos de enseñanza en nuestra propia familia; eso quiere decir ahora. No permitan que se les escapen. Cuando surja la oportunidad de compartir sus ideas en cuanto al Evangelio y las lecciones de la vida, dejen todo a un lado y siéntense a hablar con sus hijos y nietos.

No nos debe preocupar que no seamos maestros profesionales del Evangelio. Ninguna clase ni manual es tan útil como el estudio personal de las Escrituras, orar, meditar y buscar la guía del Espíritu. El Espíritu los guiará. Les prometo que el llamado de ser padres incluye el don de enseñar en las maneras que sean correctas para ustedes y sus hijos. Recuerden, el poder de Dios para influir en nosotros rectamente es Su amor. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”11.

Jóvenes, ustedes son algunos de nuestros maestros del Evangelio más eficaces; van a la Iglesia a aprender a fin de poder volver a casa para enseñar y servir a su familia, vecinos y amigos. No tengan miedo; tengan fe para testificar de lo que saben que es verdadero. Piensen en cómo los misioneros de tiempo completo progresan porque viven fielmente una vida consagrada, utilizando su tiempo y talentos y dando testimonio para servir y bendecir a los demás. Al compartir su testimonio del Evangelio, ¡su fe crecerá y su confianza aumentará!

Parte de nuestro servicio cristiano más impactante se realiza al llevar a cabo el estudio de las Escrituras en familia, la oración familiar y las reuniones de consejo familiar. Durante más de cien años, los líderes de la Iglesia nos han pedido que apartemos un tiempo sin interrupciones cada semana; pero muchos de nosotros todavía estamos perdiendo las bendiciones. La noche de hogar no es un sermón dado por mamá o papá; es nuestro tiempo en familia para compartir conceptos y experiencias simples y espirituales, ayudar a nuestros hijos a aprender a interesarse por los demás y a compartir, divertirse juntos, dar testimonio juntos, y progresar y avanzar juntos. Al efectuar la noche de hogar cada semana, se fortalecerá nuestro amor los unos por los otros y sufriremos menos.

Recordemos: la obra más importante que hacemos en nuestra familia es mediante el poder del Espíritu Santo. Cada vez que levantamos la voz con ira, el Espíritu se aleja de nuestros compañerismos y familia. Cuando hablamos con amor, el Espíritu puede estar con nosotros. Recordemos también que nuestros hijos y nietos miden nuestro amor por la cantidad de tiempo que les dedicamos. Y más que nada, ¡no pierdan la paciencia ni se den por vencidos!

Las Escrituras nos dicen que cuando algunos de los hijos en espíritu del Padre Celestial optaron no seguir Su plan, los cielos lloraron12. Algunos padres que han amado y enseñado a sus hijos también lloran cuando sus hijos mayores escogen no seguir el plan del Señor. ¿Qué pueden hacer los padres? No podemos orar para que a alguien se le despoje del albedrío. Recordemos al padre del hijo pródigo, que pacientemente esperó a que su hijo “[volviera] en sí”, y todo ese tiempo velaba por él; y “cuando aún estaba lejos”, corrió hacia él13. Podemos orar para recibir guía sobre cuándo hablar y qué decir; y cuándo permanecer en silencio. Tengan presente que nuestros hijos y familiares ya eligieron seguir al Salvador en el reino premortal. A veces, es solo mediante sus propias experiencias en la vida que se avivan otra vez esos sentimientos sagrados. Al final, la elección de amar y seguir al Señor tiene que ser de ellos.

Hay otra manera especial en la que los discípulos muestran su amor por el Salvador. Hoy rindo homenaje a todos los que sirven al Señor al cuidar de enfermos o desvalidos. ¡El Señor los ama! En su servicio callado y reservado, están siguiendo a Aquél que prometió: “… tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará en público”14.

Pienso en mi vecino cuya esposa padecía de Alzheimer. Todos los domingos él la ayudaba a vestirse para las reuniones de la Iglesia, la peinaba, la maquillaba y le ponía sus pendientes. Al prestar ese servicio, él fue un ejemplo para todos los hombres y las mujeres de nuestro barrio; de hecho, para el mundo. Un día, su esposa le dijo: “Solo quiero ver a mi marido otra vez y estar con él”.

Él respondió: “Yo soy tu marido”.

Con dulzura, ella contestó: “¡Qué bueno!”.

No puedo hablar de cuidar a los demás sin reconocer a la persona especial que cuida de mí —una discípula especial que el Salvador me ha dado— mi compañera eterna, Mary. Ella lo ha dado todo en su cuidado y amor compasivo; sus manos reflejan el trato tierno y confortante de Él. Sin ella, yo no estaría aquí; y con ella podré perseverar hasta el fin y estar con ella en la vida eterna.

Si ustedes están sufriendo mucho, con otros o a solas, les insto a que dejen que el Salvador los cuide; apóyense en Su brazo firme15; acepten su promesa: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros”16.

Hermanos y hermanas, si aún no lo hemos hecho del todo, volvámonos más hacia el perdón, la bondad y el amor; renunciemos a la guerra que tan a menudo enfurece el corazón del hombre natural y proclamemos el cuidado, el amor y la paz de Cristo17.

Si “habéis llegado al conocimiento de la gloria [y la bondad] de Dios”18 y también de “la expiación que fue preparada desde la fundación del mundo”19, “no tendréis deseos de injuriaros el uno al otro, sino de vivir pacíficamente… Ni permitiréis que vuestros hijos… quebranten las leyes de Dios, ni que contiendan y riñan unos con otros… Mas les enseñaréis… a amarse mutuamente y a servirse el uno al otro”20.

Poco antes de la crucifixión del Salvador, Él enseñó a Sus apóstoles: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis los unos a los otros”21 y “Si me amáis, guardad mis mandamientos”22.

Testifico que la verdadera postura del Salvador hacia nosotros es la que se representa en la estatua de Thorvaldsen: Christus. Él sigue extendiendo Sus manos23 , invitándonos: “Ven, sígueme”. Lo seguimos a Él cuando nos amamos y servimos unos a otros y guardamos Sus mandamientos.

Dejo mi testimonio especial de que Él vive y que nos ama con un amor perfecto. Ésta es Su Iglesia. Thomas S. Monson es Su profeta en la tierra hoy día. Que amemos más a nuestro Padre Celestial y a Su Hijo, y que suframos menos, es mi oración. En el nombre de Jesucristo. Amén.