2000–2009
“Pastorea mis ovejas”
Octubre 2005


“Pastorea mis ovejas”

Las personas son más receptivas a nuestra influencia cuando sienten que no sólo cumplimos con nuestro llamamiento, sino que realmente las amamos.

En una ocasión, el Salvador le preguntó a Pedro tres veces: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. [Jesús] le dijo: Pastorea mis ovejas”1.

Debido a su profundo interés en el bienestar de los hijos de nuestro Padre Celestial, el Señor le dio a Pedro el mandato especial de pastorear a Sus ovejas, y lo ha reafirmado en nuestros días en una revelación a José Smith:

“Ahora te digo, y lo que te digo a ti lo digo a todos los Doce: Levantaos y ceñid vuestros lomos, tomad vuestra cruz, venid en pos de mí y apacentad mis ovejas”2.

Al escudriñar las Escrituras, notamos que el Salvador ministró de acuerdo con las necesidades específicas de la gente. Un buen ejemplo es cuando estaba cerca de Capernaum, y Jairo, un principal de la sinagoga, se postró a los pies de Jesús y le suplicó que fuera a la casa de él para bendecir a su hija moribunda. Jesús acompañó a Jairo, pero la multitud le impidió avanzar rápidamente.

Entonces llegó un mensajero para informar a Jairo que su hija había muerto. Aún en su dolor, Jairo mantuvo su fe en el Señor, quien consoló el corazón de ese padre diciéndole:

“No temas; cree solamente, y será salva.

“Entrando en la casa, no dejó entrar a nadie consigo, sino a Pedro, a Jacobo, a Juan, y al padre y a la madre de la niña.

“Y lloraban todos y hacían lamentación por ella. Pero él dijo: No lloréis; no está muerta, sino que duerme.

“…[y] tomándola de la mano, clamó diciendo: Muchacha, levántate.

“Entonces su espíritu volvió, e inmediatamente se levantó; y él mandó que se le diese de comer”3.

Jesús demostró paciencia y amor a todos los que acudían a Él con enfermedades físicas, emocionales y espirituales, o sintiéndose desanimados y oprimidos.

Para seguir el ejemplo del Salvador, debemos mirar a nuestro alrededor y ayudar, levantar y animar a seguir adelante en el viaje hacia la vida eterna a las ovejas que enfrentan las mismas circunstancias.

Hoy esa necesidad es tan grande o quizás más grande que cuando el Salvador anduvo en la tierra. Como pastores, hay que entender que el objetivo de todo lo que hacemos en esta Iglesia es nutrir a cada oveja para llevarla a Cristo.

Toda actividad, reunión o programa debe concentrarse en ese objetivo. Al ser sensibles a las necesidades de los demás, podemos fortalecerlos y ayudarles a superar sus desafíos para que sigan firmes en el camino que los llevará de regreso a la presencia de nuestro Padre Celestial y les ayudará a perseverar hasta el fin.

El Evangelio de Jesucristo no se concentra en los programas, sino en las personas. A veces, con la prisa por cumplir con nuestras responsabilidades, nos concentramos en los programas en lugar de las personas, y no atendemos sus necesidades. Cuando esas cosas ocurren, perdemos la perspectiva de nuestro llamamiento, desatendemos a las personas y evitamos que alcancen su potencial divino de vida eterna.

Cuando yo estaba por cumplir los doce años, mi obispo me invitó a una entrevista y me enseñó cómo prepararme para recibir el Sacerdocio Aarónico y ser ordenado diácono. Al finalizar la entrevista, sacó unos formularios de su escritorio y me pidió que los llenara. Eran los documentos para servir en una misión. Quedé asombrado; después de todo, sólo tenía once años. Pero el obispo tenía una perspectiva del futuro y de las bendiciones que yo recibiría si me preparaba para servir en una misión cuando tuviera la edad.

Me demostró que me amaba. Me dijo los pasos que debía tomar para prepararme económica y espiritualmente para servir al Señor. Después de ese día, me entrevistó por lo menos dos veces al año hasta que cumplí diecinueve años, y me instó a seguir fiel en mi preparación.

Guardó mis formularios misionales en su archivo y los mencionó en cada entrevista. Con la ayuda de mis padres y el aliento de un obispo amoroso y paciente, serví en una misión, la cual me ayudó a obtener una perspectiva de las bendiciones que Dios tiene para todos los que perseveran hasta el fin.

Todos necesitan sentirse amados, sean niños, jóvenes o adultos. Por varios años se nos ha aconsejado concentrarnos en trabajar con los nuevos conversos y los miembros menos activos. Las personas permanecerán en la Iglesia si sienten que alguien los ama.

En las instrucciones finales del Salvador a Sus Apóstoles, Él dijo:

“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.

“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”4.

Las personas son más receptivas a nuestra influencia cuando sienten que no sólo cumplimos con nuestro llamamiento, sino que realmente las amamos. Al expresarles ese amor, sentirán la influencia del Espíritu y la motivación de seguir nuestras enseñanzas. No siempre es fácil amar incondicionalmente a la gente, pero el profeta Mormón explicó lo que debemos hacer si tenemos ese desafío:

“Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo; para que lleguéis a ser hijos de Dios; para que cuando él aparezca, seamos semejantes a él, porque lo veremos tal como es; para que tengamos esta esperanza; para que seamos purificados así como él es puro”5.

Cristo mismo ministró a las personas: levantó sus cargas pesadas, dio esperanza a los desalentados y buscó a los que andaban perdidos. Demostró a la gente cuánto les amaba y les comprendía y lo preciosos que eran para Él. Reconoció su naturaleza divina y su valía eterna, y aun cuando les llamó al arrepentimiento, condenó el pecado sin condenar al pecador.

En su primera epístola a los corintios, el apóstol Pablo recalcó la necesidad de expresar ese amor verdadero a las ovejas del rebaño del Señor:

“Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.

“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece;

“no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor;

“no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.

“Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta…

“Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor”6.

Al seguir el ejemplo y las enseñanzas del Salvador, ayudaremos a las personas a cumplir su misión terrenal y a regresar a vivir con el Padre Celestial.

De esto doy testimonio en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Juan 21:16.

  2. D. y C. 112:14.

  3. Lucas 8:50–52, 54–55; véanse también los versículos 41–42, 49.

  4. Juan 13:34–35.

  5. Moroni 7:48.

  6. 1 Corintios 13:3–7, 13.