2000–2009
Un modelo para todos
Octubre 2005


Un modelo para todos

El Evangelio restaurado de Jesucristo es un modelo para todos… Son las buenas nuevas, la doctrina eterna y los poderes expiatorios del Señor Jesucristo.

Hace poco, un participante de un programa de radio puso en tela de juicio el atractivo internacional de la Iglesia, considerando sus orígenes en Nueva York, su sede en Utah y el relato del Libro de Mormón sobre un antiguo pueblo americano. Al pensar en mis amistades de Asia, de África, de Europa y de otras partes del mundo, era obvio que la persona que hablaba de ese tema no comprendía la naturaleza universal del Evangelio restaurado ni la forma en que sus ordenanzas, convenios y bendiciones atañen a todas las personas. La relevancia mundial de la Primera Visión del profeta José Smith y del Libro de Mormón no se mide por la ubicación, sino por su mensaje en cuanto a la relación del hombre con Dios, el amor del Padre por Sus hijos y el potencial divino de todo ser humano.

El llamado profético a través de las edades ha sido “Venid a Cristo, y perfeccionaos en él” (Moroni 10:32; véase también Mateo 5:48; Juan 10:10; 14:6) que la salvación es por medio del unigénito Hijo del Padre (véase Juan 1:14, 18; D. y C. 29:42). El llamado es universal y atañe a todos los hijos de Dios ya sean africanos, asiáticos, europeos o de cualquier otra nacionalidad. Como el apóstol Pablo les declaró a los atenienses, todos somos “linaje de Dios” (Hechos 17:29).

El plan de vida del Padre, con su enfoque principal en la expiación de Cristo, se preparó antes de la fundación del mundo (véase Abraham 3:22–28; Alma 13:3); le fue dado a Adán y a Eva y se les mandó que lo enseñaran a sus hijos (véase Moisés 5:6–12). Con el tiempo, la posteridad de Adán rechazó el Evangelio, pero fue renovado por medio de Noé y posteriormente por medio de Abraham (véase Éxodo 6:2–4; Gálatas 3:6–9). El Evangelio se ofreció a los israelitas en la época de Moisés, pero se requirió una ley más dura y estricta para llevarlos a Cristo, debido a los siglos que habían pasado en la apostasía (véase Éxodo 19:5–6; D. y C. 84:19–24). Finalmente, el Salvador mismo le restauró a Israel la plenitud del Evangelio en el meridiano de los tiempos.

Uno de los pasajes de las Escrituras que más aclara esta secuencia de apostasía y restauración se encuentra en la parábola de Jesús sobre los labradores malvados (véase Marcos 12:1–10). En la parábola, Jesús le recuerda a la gente los muchos profetas que se habían enviado a través de los tiempos para levantar naciones justas. Entonces les dice cómo los mensajeros fueron rechazados una y otra vez; algunos fueron golpeados y enviados con las manos vacías; otros fueron muertos. Luego profetizando en cuanto a Su propio ministerio, Jesús les dice a los que lo escuchaban que el Padre decidió enviar Su hijo “un hijo, su muy amado” (Joseph Smith Translation, Marcos 12:7) diciendo, “Tendrán respeto a mi hijo” (Mateo 21:37).

Sin embargo, al saber en cuanto a Su propia suerte, Jesús entonces dijo:

“Mas aquellos labradores dijeron… Este es el heredero; venid, matémosle, y la heredad será nuestra.

“Y tomándole, le mataron, y le echaron fuera de la viña” (Marcos 12:7–8).

Tras la muerte del Salvador y la de Sus apóstoles, las doctrinas y las ordenanzas se cambiaron y de nuevo vino la Apostasía. Esta vez, la oscuridad espiritual duró cientos de años antes de que los rayos de luz volvieran a penetrar la tierra. El apóstol Pedro sabía en cuanto a esa apostasía, y después de la Ascensión del Salvador profetizó que el Señor no volvería en Su Segunda Venida hasta que hubiese una “restauración de todas las cosas” (véase Hechos 3:19–21). El apóstol Pablo también profetizó de una época en la que los miembros “no sufrirán la sana doctrina (2 Timoteo 4:3–4) y que a la segunda venida de Cristo la precedería una “apostasía” (2 Tesalonicenses 2:2–3). También hizo referencia a la “restauración de todas las cosas”, diciendo que el Salvador habría “de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos” (Efesios 1:10).

El Señor dirigió la restauración del Evangelio por medio del profeta José Smith. La “restauración de todas las cosas” dio comienzo en la Arboleda Sagrada cuando el Padre y el Hijo se le aparecieron a José Smith. En esa visión, José se dio cuenta de la naturaleza personal de Dios, de que el Padre y el Hijo son seres distintos y exaltados, con cuerpos de carne y huesos.

Al inicio de la mayoría de las dispensaciones, se entrega un libro al profeta recién llamado. Moisés recibió tablas (véase Éxodo 31:18). A Lehi se le dio un libro para que leyera en cuanto a la destrucción de Jerusalén (véase 1 Nefi 1:11–14). A Ezequiel le fue dado “un rollo de libro” (Ezequiel 2:9–10) que contenía el mensaje del Señor para la casa de Judá. A Juan el Revelador, en la Isla de Patmos, se le mostró un libro que tenía siete sellos (véase Apocalipsis 5; D. y C. 77:6). Entonces, ¿es de extrañar que el Señor proporcionara un libro que contuviera la plenitud del Evangelio como parte de la “restauración de todas las cosas?”. El Libro de Mormón tiene el poder de atraer a Cristo a todos los hombres y a todas las mujeres; las referencias que contiene en cuanto a la expiación del Salvador son las más claras que existen en lo referente a su propósito y poderes.

El Espíritu Santo le ha susurrado a mi alma que José vio al Padre y al Hijo en la Arboleda Sagrada y que el Libro de Mormón es verdadero. Estoy agradecido por el conocimiento adicional en cuanto a la expiación del Salvador, que se encuentra en el Libro de Mormón. Uno de los títulos que se le adjudica al Salvador es el de Unigénito del Padre. Por ejemplo, el apóstol Juan declara en su Evangelio que él vio la majestad y la gloria del Señor en el monte de la Transfiguración y que Su gloria era la del “unigénito del Padre” (Juan 1:14; véase también el versículo 18). También el Libro de Mormón utiliza este título muchas veces.

A diferencia de las personas terrenales que heredan las semillas de la muerte de ambos padres, Jesús nació de una madre terrenal pero de un Padre inmortal. Las semillas de la muerte que recibió de María significaban que Él podía morir, pero la herencia de Su Padre le dio vida infinita, lo que significó que la muerte fue un acto voluntario. Es por eso que Jesús les dijo a los judíos: “Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (Juan 5:26).

En otra ocasión Él dijo:

“Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar.

“Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:17–18).

La naturaleza infinita que recibió de Su Padre le dio a Jesucristo el poder para llevar a cabo la Expiación, para sufrir por los pecados de todos. En el Libro de Mormón, el profeta Alma enseña que Jesucristo no sólo tomó sobre Sí nuestros pecados sino también nuestras aflicciones y tentaciones. Alma también explica que Jesucristo tomó sobre Sí nuestras enfermedades, nuestra muerte y nuestras debilidades (véase Alma 7:11–13). Lo hizo, dijo Alma, “para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que… sepa cómo socorrer a los de su pueblo” (Alma 7:12).

Además, el profeta Abinadí dice que “cuando su alma haya sido tornada en ofrenda por el pecado, él verá su posteridad” (Mosíah 15:10). Entonces Abinadí procede a señalar que la posteridad del Salvador son los profetas y aquellos que los siguen. Durante muchos años, consideré la experiencia que tuvo el Salvador en el jardín y en la cruz como lugares donde se colocó encima de Él un gran cúmulo de pecados. Pero debido a las palabras de Alma, Abinadí, Isaías y otros profetas, mi punto de vista ha cambiado. En vez de un cúmulo impersonal de pecados, hubo una fila larga de personas, mientras Jesús sintió “nuestras debilidades” (Hebreos 4:15), “[llevó] nuestras enfermedades… sufrió nuestros dolores… [y] herido fue por nuestras rebeliones” (Isaías 53:4–5).

La Expiación fue una experiencia personal e íntima en la que Jesús llegó a saber cómo ayudarnos en forma individual.

En la Perla de Gran Precio se nos enseña que a Moisés le fueron mostrados todos los habitantes de la tierra que eran “incontables como las arenas sobre la playa del mar” (Moisés 1:28). Si Moisés vio a toda alma, entonces parece ser razonable que el Creador del universo tuviera el poder para estar íntimamente familiarizado con cada uno de nosotros. Él sabía de las debilidades de ustedes y de las mías; él experimentó los dolores y los sufrimientos de ustedes, y los míos. Les testifico que Él nos conoce; Él entiende el modo en que hacemos frente a las tentaciones; Él conoce nuestras debilidades. Pero más allá de eso, más que tan sólo conocernos, sabe cómo ayudarnos si acudimos a Él con fe. Es por eso que una jovencita hispanohablante de pronto se dio cuenta de que ella era más que una partícula en el universo cuando el Espíritu Santo le dio un testimonio de la Restauración. Ella sintió el amor de Dios, que era Su hija, y se dio cuenta de que Él la conocía. También explica por qué el plan de salvación le pareció conocido a mi amigo japonés cuando los misioneros le enseñaron y cuando el Espíritu Santo le confirmó el propósito por el que estaba en la tierra y de cuál era su potencial.

Testifico que el Evangelio restaurado de Jesucristo es un modelo para todos. Lo que importa no es la ubicación de los sucesos; son las buenas nuevas, la doctrina eterna y los poderes expiatorios del Señor Jesucristo. Testifico que Él vive, que Él es el Cristo. Testifico que el Evangelio restaurado a través del profeta José Smith es “la restauración de todas las cosas” de la que habló Pedro. Testifico que el presidente Gordon B. Hinckley es el profeta del Señor hoy en día. En el nombre de Jesucristo. Amén.