2000–2009
Un fulgor perfecto de esperanza
Abril 2003


Un fulgor perfecto de esperanza

Pueden despertar cada día… con un fulgor perfecto de esperanza ante ustedes, porque tienen un Salvador.

Pocos días antes de que naciera nuestra primera nieta, sus padres se preguntaban si sería varón o mujer. El domingo siguiente en la Iglesia, mientras cantaban “alegres de ver su fulgor” de esperanza (véase “Te damos, Señor, nuestras gracias”, Himnos Nº 10), de súbito se volvieron el uno hacia el otro y dijeron: “¡Es una niña!”. Cuando la niña nació le pusieron Esperanza.

Esperanza, cuyo nombre es muy apropiado, tiene ahora cinco años, y se levanta cada mañana con ansias de nuevas aventuras. Ella asiste a su primer año de escuela y ¡hay tanto que quiere aprender! Un “fulgor de esperanza” brilla en sus ojos (véase 2 Nefi 31:20).

Durante las últimas semanas, me he reunido con varias de ustedes, las mujeres jóvenes. He hablado con ustedes de sus talentos, de sus problemas y de sus sueños para el futuro. En mi mente, todavía veo sus rostros. Veo el rostro feliz de la joven que sólo ha sido miembro de la Iglesia desde hace sólo seis meses; veo la cara de soledad de la jovencita que es el único miembro de la Iglesia de su familia mientras espera sola en la parada del autobús. Veo el rostro preocupado de la joven que se preguntaba: “¿Seré alguna vez digna de entrar en el templo?”. Y veo las caritas cansadas de las jovencitas tras haberse levantado muy temprano para asistir a seminario. Algunas de ustedes se sienten entusiasmadas por la vida, mientras que otras se preocupan por los problemas y el futuro. Al hablar con ustedes, las he observado para saber si había en sus ojos un fulgor de esperanza.

En ocasiones, me pregunto si ustedes recuerdan que son hijas de un Padre Celestial que las ama. Cuando se bautizaron, siguieron el ejemplo del Salvador y entraron en el camino de regreso al hogar celestial. Nefi dice que están ahora “en este estrecho y angosto camino que conduce a la vida eterna; sí, habéis entrado por la puerta” (2 Nefi 31:18). Dado que ya se encuentran en ese camino, lo único que deben hacer es permanecer en él, y para hacerlo, deben tener esperanza, un fulgor de esperanza que les ilumine el sendero.

Mormón pregunta: “Y ¿qué es lo que habéis de esperar?”. Su respuesta nos brinda tres grandes esperanzas: “He aquí, os digo que debéis tener esperanza, por medio de la expiación de Cristo y el poder de su resurrección, en que seréis resucitados a vida eterna” (Moroni 7:41).

Cuando se bautizaron, se convirtieron en participantes de la primera y gran esperanza, la expiación de Cristo. Cada vez que participan dignamente de la Santa Cena, tienen la oportunidad de comenzar de nuevo y proceder un poco mejor. Es como enterrar la parte vieja e indigna de uno mismo, y comenzar una nueva vida.

Hablé con dos jóvenes que literalmente enterraron sus viejas costumbres. Ellas tenían cierta ropa que no estaba de acuerdo con la norma de las hijas del convenio de Dios, por lo que cavaron un hoyo profundo, colocaron en él su ropa inmodesta y luego, ¡la enterraron!

Su esperanza y fe en el Salvador aumentará a medida que se arrepientan y efectúen cambios personales, que son el equivalente a enterrar nuestros propios pecados. Quizás deseen pedir la ayuda de sus padres y del obispo a medida que se esfuercen por ser mejores. Cuando se arrepienten y participan dignamente de la Santa Cena, entonces les es posible “[andar] en vida nueva” (Romanos 6:4). En virtud de la expiación de Cristo, hay un fulgor de esperanza ante ustedes; y debido a que ya se han bautizado, se encuentran en el camino que conduce a la vida eterna. ¡Permanezcan allí!

La segunda gran esperanza es la Resurrección. A todas se les ha prometido que resucitarán por medio de nuestro Salvador Jesucristo, y saben que, cuando esta vida termine, hay aún mucha más vida que vivir.

Mi sobrina Katie era una estudiante universitaria de 20 años, llena de esperanza, con muchos talentos y planes para el futuro. Hace cuatro años, ella murió en un accidente automovilístico. Pero, a pesar de que nuestra familia todavía la echa mucho de menos, sabemos que algún día estaremos nuevamente con Katie y ella no nos preocupa. En su cartera había una recomendación para el templo que le había dado su obispo para que se bautizara por sus antepasados. Katie era digna. Poco antes de su muerte, escribió: “Si éste fuese mi último día sobre la tierra, dejaría este pensamiento: Haz que cada día sea significativo… Permanece cerca del Señor, adquiere todo el conocimiento que te sea posible acerca de las Escrituras, el Evangelio, las creaciones del Señor… Da de ti misma… y siempre recuerda a Cristo por Su ejemplo y Su expiación, y esfuérzate a diario por ser como Él”. Katie había entrado en el camino que conduce a la vida eterna y había permanecido en él.

Debido a Cristo, hay “un fulgor perfecto de esperanza” ante ustedes y no deben preocuparse mucho acerca de las enfermedades, la muerte, la pobreza u otras aflicciones. El Señor las cuidará. La responsabilidad de ustedes es guardar los mandamientos, deleitarse en las palabras de Cristo y permanecer en el camino que conduce al hogar celestial.

Con la Expiación y la Resurrección, poseen la tercera esperanza, la esperanza de la vida eterna. Debido a que tienen un Salvador, pueden planificar un futuro que se prolonga más allá de esta vida. Si guardan los mandamientos, se les promete la vida eterna. También pueden prepararse al estudiar, aprender y “familiariza[rse] con todos los libros buenos y… idiomas… y pueblos” (D. y C. 90:15). Ustedes saben que “cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección” (D. y C. 130:18).

He sido bendecida con una madre que ha pasado su vida preparándose para comparecer ante Dios. Ella comprende los principios del crear, aprender y prestar servicio en esta vida. Su lema ha sido: “Bienvenida sea la tarea que te haga esforzarte más, puesto que te convertirá en una persona mejor”. Permítanme destacar algunas cosas de su vida llena de aventuras. En su juventud vivió en las salvajes montañas Uinta, donde su padre trabajaba. Aprendió a cortar árboles, a pescar y a acampar al aire libre. Durante el invierno asistía a la escuela en la ciudad, jugaba en un cuadro de baloncesto y aprendía a tocar la trompeta. Asistió a la universidad y se tituló de enfermera. Después de casarse, cumplió con su esposo una misión en Brasil, donde aprendió a hablar portugués. Viajó a varios países y enseñó el Evangelio a miles de personas. Ella estudia las Escrituras a diario, ha escrito varios libros de historia familiar, trabaja en el templo, está al tanto de lo que sucede a sus 62 nietos y puede hacer 600 rosquillas enuna mañana.

Mi madre ha permanecido en el camino del Salvador con fe inquebrantable en Él (véase 2 Nefi 31:19) todos los días de su vida. Ella despierta cada día en espera de nuevas aventuras. Para ella, la vida es muy interesante y todavía tiene mucho que aprender.

Debido a que tienen un Salvador, ustedes también creen en una feliz vida eterna de creación, de servicio y de aprendizaje. Ustedes ya se encuentran en el estrecho y angosto camino y hay un fulgor de esperanza ante ustedes.

Hace algunos años, me encontraba con mi noble abuela de 97 años; ella estaba encorvada en su silla de ruedas, débil y casi ciega, y mientras me hablaba pausadamente de su vida, yo le dije: “Éste es un mundo inicuo. Hay tantas tentaciones y problemas. ¿Es posible permanecer dignos y regresar a nuestro Padre Celestial?”. Ella se levantó despacio, derecha y erguida, y me dijo con voz de mando: “¡Sí, y debes hacerlo! ¡Ésa es la razón por la que estás aquí!”. Gracias, abuela, por haberme enseñado acerca de la esperanza.

Al igual que Katie, mi madre y Esperanza de cinco años, ustedes pueden despertar cada día con ansia de nuevas aventuras y con un fulgor perfecto de esperanza ante ustedes, porque tienen un Salvador. Se han bautizado en Su Iglesia, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Todo lo que deben hacer es perseverar y seguir adelante con un fulgor perfecto de esperanza en su hogar celestial. En el nombre de Jesucristo. Amén.