2000–2009
“Recibiréis su palabra”
Abril 2001


“Recibiréis su palabra”

“No es cosa insignificante, mis hermanos y hermanas, el tener un profeta de Dios entre nosotros. Grandes y maravillosas son las bendiciones que recibimos en nuestra vida cuando damos oído a la palabra del Señor dada a nosotros por intermedio de él”.

Hermanos y hermanas, ¿han tenido alguna vez la experiencia de estar en un auto con el chofer dando vueltas y vueltas por las calles de una ciudad diciendo: “Yo sé dónde es. Estoy seguro de que puedo encontrarlo”? Y finalmente, frustrado, se detiene para pedir orientación a alguien. ¡Puedo ver que ustedes, hermanas, han pasado por eso! Cuánto más fácil es encontrar nuestro camino cuando seguimos las direcciones de alguien que sabe cómo llegar a nuestro destino.

Muchos de nosotros tal vez nos encontremos en una situación similar al viajar por los caminos de la vida, tan llenos de desafíos. Éstos son tiempos difíciles y las normas culturales y sociológicas del mundo, con respecto a lo que es apropiado, honrado, íntegro y políticamente correcto, cambian constantemente. Justo cuando creemos conocer el camino a la felicidad y a la paz, nace una nueva ideología que puede llevarnos por un camino que sólo aumentará nuestra confusión e intensificará nuestra desesperación. En esas ocasiones, haríamos bien en preguntar: “¿Hay alguna voz clara, pura, sin prejuicios con la que siempre podamos contar? ¿Hay una voz que siempre nos dé direcciones claras para encontrar el camino en el mundo atribulado de hoy? La respuesta es sí. Esa voz es la voz del profeta y de los apóstoles vivientes.

Cuando se organizó La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días hace 171 años este mes, el Señor dio una revelación a los miembros de Su Iglesia por medio de Su profeta, José Smith, hijo. Al referirse al Presidente de la Iglesia, el Salvador instruyó a los miembros: ”…daréis oído a todas sus palabras y mandamientos que os dará segÚn los reciba, andando delante de mí con toda santidad;

“porque recibiréis su palabra con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca” (D. y C. 21:4–5).

Luego el Señor dio una promesa maravillosa a aquellos que son obedientes: “Porque si hacéis estas cosas, las puertas del infierno no prevalecerán contra vosotros; sí, y Dios el Señor dispersará los poderes de las tinieblas de ante vosotros, y hará sacudir los cielos para vuestro bien y para la gloria de su nombre” (D. y C. 21:6).

Un año y medio más tarde, agregó a esa significativa promesa esta severa advertencia: “Y será revelado el brazo del Señor; y vendrá el día en que aquellos que no oyeren la voz del Señor, ni la voz de sus siervos, ni prestaren atención a las palabras de los profetas y apóstoles, serán desarraigados de entre el pueblo” (D. y C. 1:14).

“Lo que yo, el Señor, he dicho, yo lo he dicho, y no me disculpo; y aunque pasaren los cielos y la tierra, mi palabra no pasará, sino que toda será cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo” (D. y C. 1:38).

No es cosa insignificante, mis hermanos y hermanas, el tener un profeta de Dios entre nosotros. Grandes y maravillosas son las bendiciones que recibimos en nuestra vida cuando damos oído a la palabra del Señor dada a nosotros por intermedio de él. Al mismo tiempo, el saber que el presidente Gordon B. Hinckley es el profeta de Dios nos da también una responsabilidad. Cuando escuchamos el consejo del Señor expresado por medio de las palabras del Presidente de la Iglesia, nuestra respuesta debe ser positiva y pronta. La historia ha demostrado que hay seguridad, paz, prosperidad y felicidad cuando respondemos al consejo profético tal como lo hizo Nefi de la antigüedad: “Iré y haré lo que el Señor ha mandado” (1 Nefi 3:7).

Sabemos en cuanto a la experiencia de Naamán, que sufría de lepra y que finalmente se puso en contacto con el profeta Eliseo y se le dijo: “Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio” (2 Reyes 5:10).

Al principio, Naamán no deseaba seguir el consejo de Eliseo. No pudo entender lo que se le había pedido hacer: Lavarse siete veces en el río Jordán. En otras palabras, su orgullo y porfía evitaban que recibiera la bendición del Señor a través de Su profeta. Afortunadamente, al final bajó y “se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio” (2 Reyes 5:14).

Qué humilde debe haberse sentido Naamán al darse cuenta de que estaba a punto de dejar que su orgullo y su poco deseo de escuchar el consejo del profeta le impidieran recibir tan grande bendición de limpieza. Y cuánta humildad debe ocasionarnos el contemplar cuántos de nosotros podríamos privarnos de grandes y prometidas bendiciones porque no escuchamos y luego no hacemos las cosas relativamente simples que nuestro profeta nos dice que hagamos hoy día.

Durante el Último año, por ejemplo, el presidente Hinckley ha dado tres discursos importantes sobre el fortalecimiento de la familia, y en particular el fortalecimiento de los jóvenes y de los jóvenes adultos de la Iglesia. Primero, en octubre, durante la reunión general de la Sociedad de Socorro, habló muy directamente a las madres al respecto. Luego habló a los padres y a los líderes del sacerdocio durante la sesión del sacerdocio de la conferencia general. ¿Lo recuerdan, padres? él les recordó a ustedes, padres y madres, que “han entrado en una sociedad con nuestro Padre Celestial a fin de dar experiencia terrenal a Sus hijos e hijas. Ellos son hijos de él y son hijos de ustedes, carne de su carne, por quienes él les hará responsables” (“Madre, tu más grande desafío”, Liahona, enero de 2001, pág. 113).

Y luego, en noviembre del año pasado, desde este mismo pÚlpito, el presidente Hinckley habló a toda la gente joven de la Iglesia. En enseñanzas sinceras que se recordarán por mucho tiempo, alentó a la juventud de la Iglesia a establecerse metas para que sean agradecidos, sean inteligentes, sean limpios, sean verídicos, sean humildes y sean dedicados a la oración. Esos seis puntos importantes del presidente Hinckley son una norma maravillosa para todos los Santos de los Últimos Días. Repitió esos principios a las jovencitas en su reunión de la semana pasada, y considero que se aplican tanto a padres y a madres como a los jóvenes y a los jóvenes adultos solteros. Como padres y líderes adultos de la juventud, no podemos esperar que nuestros jóvenes tomen en serio las cosas que les dice el profeta si nosotros adoptamos una actitud pasiva en nuestras vidas hacia ese consejo.

Es importante recordar que el presidente Hinckley oró al Señor a favor de nuestros jóvenes. Él dijo: “Quiero que sepan que he estado de rodillas pidiéndole al Señor que me bendiga con el poder, la capacidad y las palabras para llegar al corazón de ustedes” (“El consejo y la oración de un profeta en beneficio de la juventud”, Liahona, abril de 2001, pág. 30).

Durante la sesión del sacerdocio, el presidente Hinckley dijo: “Espero que [sus hijos y sus hijas] puedan compartir sus problemas con ustedes, sus padres y sus madres. Confío en que ustedes los escuchen, que sean pacientes y comprensivos, que los acerquen a ustedes y los consuelen y los apoyen en su soledad. Oren para pedir orientación, para pedir paciencia. Oren y supliquen tener la fortaleza necesaria para querer[los] aunque la infracción haya sido grave. Oren para pedir entendimiento y bondad, y, sobre todo, sabiduría e inspiración” (“Y se multiplicará la paz de tus hijos”, Liahona, enero de 2001, pág. 67).

¿Hemos estudiado su consejo y determinado lo que debemos evitar o hacer diferente? Sé de una muchacha de diecisiete años que, justo antes del discurso del profeta, se había perforado las orejas por segunda vez. Llegó a casa después de la charla fogonera, se sacó el segundo juego de aretes y simplemente les dijo a sus padres: “Si el presidente Hinckley dice que debemos usar un solo par de aretes, eso es suficiente para mí”.

Es posible que el usar dos pares de aretes tenga o no tenga consecuencias eternas para esa joven, pero su deseo de obedecer al profeta sí las tendrá. Y si ella lo obedece ahora, en algo relativamente sencillo, cuánto más fácil será seguirlo cuando tenga que ver con asuntos más serios.

¿Estamos prestando oído, hermanos y hermanas? ¿Escuchamos las palabras del profeta a nosotros, como padres, como líderes de la juventud y como jóvenes? O ¿estamos dejando que, como Naamán hizo al principio, nos ciegue el orgullo y la obstinación que podrían impedir que recibiéramos las bendiciones que provienen del seguir las enseñanzas del profeta de Dios?

Hoy día les hago una promesa; es simple, pero es verdadera: Si escuchan al profeta viviente y a los apóstoles y obedecen nuestro consejo, no se irán por mal camino.

Ahora bien, mis hermanos y hermanas y jóvenes de la Iglesia, les ruego que no pierdan la oportunidad de sentarse juntos como familia y analizar el consejo dado por el presidente Hinckley. Padres, enséñense el uno al otro y a sus hijos en las noches de hogar para la familia y en los consejos familiares. Líderes, conozcan y enseñen estos principios en lecciones y en reuniones de liderazgo y analicen en las reuniones de consejo de barrio y de estaca la forma de bendecir la vida de nuestros miembros, tanto jóvenes como mayores. Los tres discursos del Presidente, además de consejos para la juventud de sus consejeros, se han publicado en la revista Liahona. “El presidente Hinckley habla a la juventud y a los padres”ya está a la disposición en video y es una maravillosa fuente de consulta para las noches de hogar y para las ocasiones en que el obispo habla con la juventud. Obispos, no les enviamos este material para que lo guarden en un armario de la oficina. AsegÚrense de que la juventud de su barrio lo escuche nuevamente y lo entienda y se comprometa a vivir de acuerdo con lo que indica el Presidente de la Iglesia.

Ahora le hablo directamente a la juventud de la Iglesia sobre este importante tema de seguir al profeta. En mis viajes por la Iglesia estos Últimos meses, he notado que muchos de ustedes están siguiendo con entusiasmo su consejo. Muchos de ustedes ya han tomado la decisión de prestar más atención al aseo personal, más aÚn de lo que lo hacían antes. Muchos de ustedes tratan, en forma más diligente, de evitar las malas conversaciones, de elegir sus amigos con más cuidado, de mantenerse alejados de la pornografía y de las drogas ilícitas, de no asistir a conciertos maléficos y a fiestas peligrosas, de respetar sus cuerpos y de mantenerse moralmente limpios en todos sentidos. A aquellos de ustedes que no hayan escuchado todavía, les amonesto a no desatender el consejo del Presidente de la Iglesia; él les ha hablado en forma clara; estudien sus palabras y esfuércense por obedecerlas; son verdaderas y provienen de Dios. Alentamos a aquellos que necesiten arrepentirse a seguir adelante con fe y a purificarse ante el Señor. Cada uno de ustedes se está preparando ahora para ser un futuro líder en la Iglesia y para eso es preciso ser limpios, fieles y leales al Señor.

Nunca olviden lo que sintieron cuando el presidente Hinckley oró por ustedes. ¿Percibieron cuán valiosos son ustedes mientras él oraba “Bendícelos para que anden aceptablemente ante Ti como Tus preciados hijos e hijas. Cada uno de ellos es Tu hijo, con la capacidad de realizar cosas grandes y nobles”? (“El consejo y la oración de un profeta en beneficio de la juventud”, Liahona, abril de 2001, pág. 41).

Ahora bien, mis queridos hermanos y hermanas, les ruego que pongan atención a lo que han enseñado los líderes de la Iglesia en esta conferencia general. Pongan en práctica las enseñanzas que les ayudarán a ustedes y a sus familias. Llevemos todos a nuestros hogares, sin importar las circunstancias familiares, las enseñanzas de los profetas y apóstoles, a fin de fortalecer nuestras relaciones el uno con el otro y con nuestro Padre Celestial y con el Señor Jesucristo. Les prometo, en el nombre del Señor, que si escuchan, no sólo con sus oídos, sino también con sus corazones, el Espíritu Santo les manifestará la verdad de los mensajes dados por el presidente Hinckley, sus consejeros, los apóstoles y los demás líderes de la Iglesia. El Espíritu les indicará lo que deben hacer en forma individual y como familias, con objeto de seguir nuestro consejo para que se fortalezcan sus testimonios y tengan paz y gozo.

Mis hermanos y hermanas, les testifico que la plenitud del Evangelio sempiterno de Jesucristo se ha restaurado en la tierra por medio del profeta José Smith. Hoy somos bendecidos por ser guiados por un profeta de Dios, el presidente Gordon B. Hinckley. Que escuchemos y luego hagamos lo que él nos enseña, es mi humilde oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.