2000–2009
”Un corazón humilde y contrito”
Octubre 2000


”Un corazón humilde y contrito”

”Si nos hemos acercado más al Señor con la resolución más firme de seguir Sus enseñanzas y Su ejemplo, entonces esta conferencia habrá tenido un gran éxito”.

Vano poder los reinos son;

huecos los gritos y el clamor.

Constante sólo es tu amor;

al compungido da perdón.

No nos retires tu amor;

haznos pensar en ti, Señor”.

Estas palabras inmortales de Rudyard Kipling expresan mi sentir al llegar al término de esta gran conferencia de la Iglesia.

Después de la última oración, saldremos de este gran salón, apagaremos las luces y cerraremos las puertas. Quienes escuchan en todas partes del mundo apagarán la televisión o la radio o desconectarán Internet. Pero espero que al hacerlo, cuando todo haya terminado, sigamos recordando que sigue en pie Su divino sacrificio, y que el corazón humilde y contrito permanecerá (véase Himnos, Nº 35).

Espero que todos meditemos con espíritu sumiso en los discursos que hemos escuchado. Espero que reflexionemos con tranquilidad sobre las cosas maravillosas que nos han dicho. Espero que nos sintamos un poco más contritos y humildes.

Todos hemos sido edificados; pero los resultados se verán al aplicar a nuestra vida las enseñanzas recibidas. Si en lo sucesivo somos un poco más amables, si tratamos mejor a nuestros vecinos, si nos hemos acercado más al Señor con una resolución más firme de seguir Sus enseñanzas y Su ejemplo, entonces esta conferencia habrá tenido gran éxito. Pero si, por lo contrario, nuestra vida no mejora en ningún sentido, entonces quienes nos han hablado habrán fracasado en gran medida.

Esos cambios tal vez no se podrán ver en un día, ni en una semana ni en un mes. Las resoluciones se hacen y se olvidan con rapidez. Pero si de aquí a un año, nos comportamos mejor de lo que lo hemos hecho en el pasado, entonces los esfuerzos de estos días no habrán sido en vano.

No recordaremos todo lo que se ha dicho, pero aún así todo esto servirá para elevar nuestro espíritu. Podría ser un cambio indefinible, pero aún así será real. Como el Señor dijo a Nicodemo: ”El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8).

Eso sucederá con la experiencia que acabamos de disfrutar. Y quizás, de todo lo que hemos escuchado, una frase o un párrafo se haya destacado o nos haya llamado particularmente la atención. Si eso ha pasado, espero que la escribamos y luego reflexionemos sobre ella hasta llegar a comprender su significado más profundo y lograr hacerla parte de nuestra vida.

Espero que en la noche de hogar, hablemos con nuestros hijos de esos principios para que ellos también disfruten de la belleza de las verdades que hemos disfrutado. Y cuando en enero salga publicada la revista Liahona, con todos los mensajes de la conferencia, no la pongan a un lado diciendo que ya los han escuchado, sino léanlos y medítenlos. Encontrarán muchas cosas que se les habrán pasado al escuchar a los oradores.

Sólo lamento una cosa de esta conferencia y es que sólo unas pocas Autoridades Generales y hermanas tuvieron la oportunidad de hablar. El problema es el tiempo limitado que tenemos.

Mañana por la mañana, regresaremos a nuestras labores, nuestros estudios o sean cuales fueren nuestras actividades, pero llevaremos con nosotros el recuerdo de este memorable acontecimiento para darnos sostén.

Por medio de la oración podemos acercarnos más al Señor y esa podría ser una conversación de acción de gracias. Nunca he podido comprender plenamente por qué el Gran Dios del Universo, el Todopoderoso, nos invita a nosotros, Sus hijos, a hablar con él individualmente. ¡Qué oportunidad invalorable es ésa! ¡Qué maravilloso es que pueda ser así! Testifico que nuestras oraciones, ofrecidas con humildad y sinceridad, se escuchan y se contestan. Es un hecho milagroso, pero cierto.

Ruego que en nuestros hogares hablemos con más cariño y comprensión, que el amor abunde y lo pongamos de manifiesto en nuestros hechos. Que andemos por las serenas vías del Señor y que la prosperidad corone nuestros esfuerzos.

La gran Exclamación de Hosanna en la que todos participamos esta mañana debería perdurar como una experiencia inolvidable. De cuando en cuando, estando solos, podríamos repetir en silencio esas bellas palabras de adoración.

Doy testimonio de la veracidad de esta obra y de la realidad del Dios viviente, nuestro Padre Eterno, y de Su Hijo Unigénito, a quien pertenece esta Iglesia. A cada uno de ustedes les brindo mi amor. Que Dios esté con ustedes, mis queridos amigos. Al despedirnos por un tiempo, invoco sobre ustedes las bendiciones del cielo, en el nombre de él, que es nuestro Maestro, nuestro Redentor y nuestro Rey, sí, el Señor Jesucristo. Amén.