2000–2009
Resurrección
Abril 2000


Resurrección

“La resurrección es mucho más que reunir un espíritu a un cuerpo… La resurrección es la restauración que vuelve a reunir lo “carnal por carnal” y lo que es “bueno por lo que es bueno” (Alma 41:13)”.

El libro de Job hace la pregunta universal: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (Job 14:14). La interrogante de la resurrección de la muerte es un tema central en las Escrituras antiguas y modernas. La Resurrección es un pilar de nuestra fe; da significado a nuestra doctrina, motivación a nuestro comportamiento y esperanza a nuestro futuro.

I. LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

La resurrección universal se hizo realidad con la resurrección de Jesucristo (véase Mateo 27:52–53). Al tercer día, después de Su muerte y sepultura, Jesús salió de la tumba; se apareció a varios hombres y mujeres, y más tarde a los Apóstoles que estaban reunidos. Tres de los Evangelios describen ese acontecimiento, pero el de Lucas es el más completo:

“Jesús… les dijo: Paz a vosotros.

“Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían espíritu.

“Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos?

“Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo…

“Entonces les abrió el entendimiento…

“y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día (Lucas 24:36–39, 45–46).

El Salvador dio a los Apóstoles un segundo testigo. Tomás, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús, e insistió en que no creería a menos que viera y palpara por sí mismo. Juan escribe:

“Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.

“Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

“Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!

“Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:26–29).

A pesar de estos testimonios bíblicos, muchos que se llaman cristianos a sí mismos rechazan la realidad de la resurrección, o tienen serias dudas al respecto. Como si se anticipara y se respondiera a esas dudas, la Biblia registra muchas apariciones del Cristo resucitado. En algunas de ellas, Él se aparece a una persona en forma individual, como es el caso de María Magdalena ante el sepulcro. En otras, se aparece a grupos grandes y pequeños, como cuando “apareció a más de quinientos hermanos a la vez” (1 Corintios 15:6).

El Libro de Mormón, Otro testamento de Jesucristo, registra la experiencia de cientos de personas que vieron al Señor resucitado en persona y lo tocaron, palparon las marcas de los clavos en Sus manos y pies, y metieron las manos por Su costado. El Salvador invitó a una multitud a pasar por esta experiencia, “uno por uno” (3 Nefi 11:15) para que supieran que Él era “el Dios de Israel, y el Dios de toda la tierra, y que [había] sido muerto por los pecados del mundo” (3 Nefi 11:14).

Durante el curso de Su ministerio personal entre ese pueblo fiel, el Cristo resucitado sanó a los enfermos y también “tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y los bendijo” (3 Nefi 17:21). Los testigos de este tierno episodio fueron en número unos dos mil quinientos hombres, mujeres y niños (véase 3 Nefi 17:25).

II. LA RESURRECCIÓN DE LOS MORTALES

La posibilidad de que un ser mortal que haya fallecido sea levantado y viva nuevamente en un cuerpo resucitado ha despertado la esperanza y avivado la controversia a través de gran parte de la historia. Basándose en las claras enseñanzas de las Escrituras, los Santos de los Últimos Días en forma unida afirman que Cristo ha “roto las ligaduras de la muerte” (Mosíah 16:7), y que: “Sorbida es la muerte en victoria” (1 Corintios 15:54; véase también Mormón 7:5; Mosíah 15:8; 16:7–8; Alma 22:14). Dado que creemos las descripciones de la Biblia y del Libro de Mormón sobre la resurrección literal de Jesucristo, también aceptamos de inmediato las numerosas enseñanzas de las Escrituras con respecto a una resurrección similar que vendrá a todos los seres mortales que hayan vivido sobre esta tierra (véase 1 Corintios 15:22; 2 Nefi 9:22; Helamán 14:17; Mormón 9:13; D. y C. 29:26; 76:39, 42–44). Tal como Jesús enseñó: “…porque yo vivo, vosotros también viviréis” (Juan 14:19).

La naturaleza literal y universal de la resurrección se describe vívidamente en el Libro de Mormón. El profeta Amulek enseñó:

“…la muerte de Cristo desatará las ligaduras de esta muerte temporal, de modo que todos se levantarán de esta muerte.

“El espíritu y el cuerpo serán reunidos otra vez en su perfecta forma; los miembros así como las coyunturas serán restaurados a su propia forma, tal como nos hallamos ahora…

“Pues bien, esta restauración vendrá sobre todos, tanto viejos como jóvenes, esclavos así como libres, varones así como mujeres, malvados así como justos; y no se perderá un solo pelo de su cabeza, sino que todo será restablecido a su perfecta forma…” (Alma 11:42–44).

Alma también enseñó que en la resurrección “…todo será restablecido a su propia y perfecta forma” (Alma 40:23).

Muchos testigos vivientes pueden dar fe sobre el cumplimiento literal de las promesas que se hacen en las Escrituras referentes a la resurrección. Muchos, incluso algunos de mis familiares, han visto a un ser amado que falleció, en una visión o en una aparición personal y han atestiguado en cuanto a la restauración de ellos “a su propia y perfecta forma” en la flor de la vida. Ya sea que estas manifestaciones sean de personas ya resucitadas o de espíritus justos en espera de la resurrección que se les ha asegurado, la realidad y la naturaleza de la resurrección de los seres mortales es evidente. ¡Qué reconfortante es saber que todos los que hayan tenido alguna desventaja en la vida debido a defectos de nacimiento, a heridas mortales, a enfermedades o al deterioro natural debido a la edad, resucitarán en “su propia y perfecta forma”.

III. LA IMPORTANCIA DE LA RESURRECCIÓN

¿Apreciamos en su plenitud la tremenda importancia de nuestra creencia en una resurrección literal y universal? La promesa de la inmortalidad es un concepto básico de nuestra fe. El profeta José Smith declaró:

“Los principios fundamentales de nuestra religión son el testimonio de los apóstoles y profetas concernientes a Jesucristo: que murió, fue sepultado, se levantó al tercer día y ascendió a los cielos; y todas las otras cosas que pertenecen a nuestra religión son únicamente dependencias de esto” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 141).

De todas las cosas de ese ministerio glorioso, ¿por qué usó el profeta José Smith el testimonio de la muerte, sepultura y resurrección del Salvador como el principio fundamental de nuestra religión, y dijo que “todas las otras cosas… son únicamente dependencias de esto”.La respuesta se encuentra en el hecho de que la resurrección del Salvador es fundamental para lo que los profetas han llamado “el gran y eterno plan de redención de la muerte”.(2 Nefi 11:5).

En nuestra jornada eterna, la resurrección es la imponente demarcación del camino que indica el fin de la mortalidad y el principio de la inmortalidad. El Señor describió la importancia de esta transición vital cuando declaró: “Y así, yo, Dios el Señor, le señalé al hombre los días de su probación, para que por su muerte natural resucitara en inmortalidad a la vida eterna, sí, aun cuantos creyeren” (D. y C. 29:43). En forma similar, el Libro de Mormón enseña: “Porque así como la muerte ha pasado sobre todos los hombres, para cumplir el misericordioso designio del gran Creador, también es menester que haya un poder de resurrección” (2 Nefi 9:6). También sabemos, por revelación moderna, que sin la reunión de nuestro espíritu con nuestro cuerpo no podríamos recibir “una plenitud de gozo” (D. y C. 93:33–34).

Cuando entendemos la vital importancia de la resurrección en el “plan de redención” que gobierna nuestra jornada eterna (Alma 12:25), vemos la razón que tuvo el apóstol Pablo para enseñar: “Porque si no hay resurrección de muertos… vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”.(1 Corintios 15:13–14). También vemos por qué el apóstol Pedro mencionó el hecho de que Dios el Padre, en Su abundante misericordia “nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1 Pedro 1:3; véase también 1 Tesalonicenses 4:13–18).

IV. LA RESURRECCIÓN CAMBIA NUESTRO PUNTO DE VISTA EN CUANTO A LA VIDA MORTAL

La “esperanza viva” que se nos da por medio de la resurrección es nuestra convicción de que la muerte no es la conclusión de nuestra identidad, sino solamente un paso necesario en la ineluctable transición de la mortalidad a la inmortalidad. Esta esperanza cambia toda la perspectiva de la vida mortal. La seguridad de que la resurrección y la inmortalidad existen afecta la forma en que vemos los desafíos físicos de la mortalidad, la forma en que vivamos nuestra vida mortal y la forma en que nos relacionemos con quienes nos rodean.

La seguridad de la resurrección nos da fortaleza y perspectiva para soportar los desafíos de la vida mortal que enfrenta cada uno de nosotros y cada uno de nuestros seres queridos, como por ejemplo las deficiencias físicas, mentales o emocionales que traemos al momento de nacer o que adquirimos durante nuestra vida mortal. Gracias a la resurrección, sabemos que esas deficiencias de la vida mortal son solamente temporarias.

La seguridad de la resurrección también nos incentiva en forma poderosa a guardar los mandamientos de Dios durante nuestra vida mortal. La resurrección es mucho más que reunir un espíritu a un cuerpo que ha estado cautivo en el sepulcro. Sabemos por el Libro de Mormón que la resurrección es la restauración que vuelve a reunir lo “carnal por carnal” y lo que es “bueno por lo que es bueno” (Alma 41:13; véanse también los versículos 2–4 y Helamán 14:31). El profeta Amulek enseñó: “…el mismo espíritu que posea vuestros cuerpos al salir de esta vida, ese mismo espíritu tendrá poder para poseer vuestro cuerpo en aquel mundo eterno” (Alma 34:34). Como resultado, cuando las personas abandonan esta vida y pasan a la próxima, “aquellos que son justos serán justos todavía” (2 Nefi 9:16).Y así es que “cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección” (D. y C. 130:18).

El principio de la “restauración” también quiere decir que las personas que no sean justas en la vida mortal no se levantarán en rectitud en la resurrección (véase 2 Nefi 9:16; 1 Corintios 15:35–44; D. y C. 88:27–32). Por otra parte, a menos que nuestros pecados mortales hayan sido limpiados y borrados por medio del arrepentimiento y del perdón (véase Alma 5:21; 2 Nefi 9:45–46; D. y C. 58:42), resucitaremos con “un vivo recuerdo” (Alma 11:43) y “un conocimiento perfecto de toda nuestra culpa, y nuestra impureza” (2 Nefi 9:14; véase también Alma 5:18). Se recalca la seriedad de esta realidad en muchos pasajes de las Escrituras que sugieren que a la resurrección le sigue de inmediato el juicio final (véase 2 Nefi 9:15, 22; Mosíah 26:25; Alma 11:43–44, 42:23; Mormón 7:6, 9:13–14). En verdad, “esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios” (Alma 34:32).

La promesa de que la resurrección nos dará la oportunidad de estar con miembros de nuestra familia: esposo, esposa, padres, hermanos y hermanas, hijos y nietos, es un aliento poderoso para que cumplamos con nuestras responsabilidades familiares en la vida mortal. Nos servirá para vivir unidos en amor en esta vida, a la espera de reunirnos con júbilo en la venidera.

Además, nuestro seguro conocimiento de la resurrección a la inmortalidad nos da valor para enfrentar nuestra propia muerte, incluso una muerte que podríamos llamar prematura. Así, los del pueblo de Ammón, en el Libro de Mormón, “no veían la muerte con ningún grado de terror, a causa de su esperanza y conceptos de Cristo y la resurrección; por tanto, para ellos la muerte era consumida por la victoria de Cristo sobre ella” (Alma 27:28).

La seguridad de la resurrección también nos ayuda a soportar las separaciones mortales tras la muerte de nuestros seres queridos. Todos hemos llorado al morir alguien, sentido pena en un funeral o sentido dolor junto a una tumba. Les aseguro que yo lo he hecho. Todos deberíamos alabar a Dios por la garantía que tenemos de la resurrección que hace que nuestras separaciones mortales sean temporarias y nos da esperanza y fortaleza para seguir adelante.

V. LA RESURRECCIÓN Y LOS TEMPLOS

Vivimos en una época gloriosa de construcción de templos. Este hecho es también una consecuencia de nuestra fe en la resurrección. Hace sólo algunos meses tuve el privilegio de acompañar al presidente Hinckley a la dedicación de un nuevo templo. En ese sagrado ambiente, le escuché decir:

“Los templos se yerguen como testigos de nuestra convicción con respecto a la inmortalidad. Nuestros templos se centran en la vida después del sepulcro. Por ejemplo, no sería necesario casarse en el templo si sólo nos interesara estar casados durante el período de nuestras vidas terrenales”.

Esa enseñanza profética ensanchó mi entendimiento. Nuestros templos son un testimonio vivo y activo de nuestra fe en la realidad de la resurrección. Proporcionan el ambiente sagrado donde representantes vivientes pueden efectuar todas las ordenanzas necesarias de la vida terrenal a favor de aquellos que viven en el mundo de los espíritus. Nada de esto tendría importancia si no tuviéramos la seguridad de la inmortalidad universal y de la oportunidad de la vida eterna debido a la resurrección de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Creemos en la resurrección literal y universal de todo el género humano gracias a “la resurrección del Santo de Israel” (2 Nefi 9:12). Asimismo, testificamos de “El Cristo Viviente” lo que se dijo en la reciente declaración apostólica que lleva el mismo nombre:

“Testificamos solemnemente que Su vida, que es fundamental para toda la historia de la humanidad, no comenzó en Belén ni concluyó en el Calvario…

“Damos testimonio, en calidad de Sus Apóstoles debidamente ordenados, de que Jesús es el Cristo Viviente, el inmortal Hijo de Dios. Él es el gran Rey Emanuel, que hoy está a la diestra de Su Padre. Él es la luz, la vida y la esperanza del mundo. Su camino es el sendero que lleva a la felicidad en esta vida y a la vida eterna en el mundo venidero” (”El Cristo Viviente, El testimonio de los Apóstoles”, 1 de enero 2000).

Testifico de esa realidad y de la realidad de Su resurrección y de la nuestra, en el nombre de Jesucristo. Amén.